La pandemia trajo la cuarentena inteligente a Colombia. La cuarentena inteligente trajo a mi vida los podcasts. Los podcasts me trajeron La Cultureta. La Cultureta me trajo a Rosa Belmonte y Rosa Belmonte me generó estas reflexiones de un cuerpo confinado, pero una mente libre y, sobre todo, desprovista de horarios.
La Cultureta es un programa de la emisora Onda Cero en España, el cual, como casi todo en mi vida, llegó por casualidad. El programa que escucho casi a diario es una constante disertación entre sabios amigos, acerca de temas variados entre los que se destacan la literatura, el cine, el arte, y la música. Las polémicas e historias comunes son narradas a través de los podcasters Isabel Vásquez, Rubén Amón, JF León, Sergio del Molino y Rosa Belmonte, quienes son periodistas, escritores, y guionistas, y, al escucharlos, deduzco que también son expertos conocedores de todo y de nada, maestros del ocio productivo que tanto me gusta y tanto defiendo.
A diferencia de los periodistas colombianos que como radioescucha me gusta seguir, con La Cultureta me sucede algo particular: sus acentos sonoros, enmarañados y rápidos me hacen poner toda la atención en cada locura que les fluye con tanta naturalidad, y que tanto me hace disfrutar su charla y pararles bolas. A los culturetas, lo que se les ocurre lo van soltando al aire y, aunque entrelazan las ideas con brillante maestría como grupo, la reina de esa fluidez, quizás por su maravilloso tono de voz y personalidad asombrosa, es indiscutiblemente Rosa Belmonte; no existe tema que se ponga sobre la mesa, al que ella no le aporte ese conocimiento, desparpajo natural, crítica, visión femenina y humor negro que tanto valoro.
Este elogio a La Cultureta, además de recomendar escucharlos (en mi móvil, aparecen más de 100 programas), tiene como propósito pretender desmentir lo que mucho se dice frente a que los colombianos somos como somos porque fuimos conquistados por españoles y al contrario, en la veracidad y franqueza que percibí de sus voces, noto que los colombianos somos todo menos eso.
El estudio de la historia del arte también ha acompañado constantemente mi aislamiento; dos de mis episodios favoritos de La Cultureta son los dedicados a los enigmáticos misterios de Las Meninas, los cuales me llevaron a indagar sobre parte de la obra del español Diego Velásquez, en igual sentido, el episodio dedicado al libro autobiográfico de Woody Allen “A propósito de nada”, es tan lleno de detalles, sonoro, profundo y divertido como el propio director, escritor, comediante e incluso actor; en fin, todos los episodios me cautivan de tal manera que logran incrementar mi confesada curiosidad.
La cuarentena ha reafirmado mi gusto hacía las biografías, ya sea en libros o en documentales. La curiosidad que me empuja en una exploración permanente, la cual he relatado en otros de mis escritos iniciales, hace que cada artículo, libro o tuit que lea, cada audio que escuche o cada película o serie que vea, me lleve a averiguar incesantemente por su autor, director, personaje, historia familiar e historia personal (exactamente en ese orden).
También me sucede que cuando algo no me agrada, no me desgasto en averiguar detalles al respecto. Por ejemplo, alguno de los Nule dijo que la corrupción en Colombia, como en cualquier país del mundo, es inherente a la naturaleza humana (no recuerdo cuál de los tres lo dijo y, siendo sincera, me genera tanta desidia el tema que no me desgastaré documentándome al respecto); mucho se ha dicho sobre la corrupción humana: los más osados respaldan a los Nule, los más soñadores e ilusos, como yo, quisiéramos que esto no fuera así.
La cuarentena también reforzó mi adicción natural a las noticias tanto nacionales como internacionales, lo cual, aunado a mi ejercicio laboral y estadístico, más que profesional, me permite concluir que los colombianos somos una sociedad aberrante. Lo que a nivel mundial ha sido una tragedia ampliamente discutida, en nuestro país es una oportunidad de negocio, aquella oportunidad que logró sacar lo mucho o poco culturetas que somos.
El espontáneo pesimismo que también me acompaña me hace escribir acerca de lo paradójico que ha sido el manejo de la pandemia en un país en donde se nombra un Gerente del Coronavirus, que aparece solo para la posesión, un Sub Presidente que parece más un presentador de farándula, unos representantes de gobiernos departamentales y locales que se han lucrado de contratos acomodados por la Urgencia Manifiesta, unos desconocedores del tema científico impulsados a pasar por encima de lo que sea para reactivar la economía, unos pocos que desde el privilegio desconocemos la verdadera solución y otros indiferentes, acostumbrados e indolentes.
Ahora bien, permítame confesarle que la expresión “el colombiano promedio” me encanta, pues, además de incluirme dentro de esta categoría, naturaliza nuestras particularidades que tanto se odian, pero que tanto se valoran cuando estamos lejos. Como digna promotora del sarcasmo, voy a proceder por voluntad propia a destacar algunas de estas.
El colombiano promedio enseña a mentir a sus retoños, va a misa a criticar que la mujer de adelante no se tintura el cabello, vende tapabocas usados, pide rebaja al menos favorecido, es lambón, no sabe decir que no, pero tampoco cumple con lo que se compromete, no lee, ya no sólo menosprecia a las personas que le “sirven”, sino al personal médico, cuando se siniestra un camión, aprovecha y le extrae la gasolina, no recicla, no respeta las filas, es seguidor ciego de políticos con comprobada comisión de delitos, es infiel y condena la infidelidad, prefiere comprar extranjero, cobra de más las pruebas rápidas del COVID-19, los termómetros y las caretas, llega tarde hasta a las reuniones por Teams, Zoom o Meet, no aporta, solo critica, repite palabras como empatía, empoderamiento, reinvención, resiliencia, sin comprender su significado, tiene como faro a artistas o youtubers sin contenido y, además, compra sus productos, no se detiene a analizar la razón por la cual debieron sobreponer a la cuarentena la acepción “inteligente”, repite como loro, habla sin tener argumentos, lleva excusas falsas al trabajo y se enorgullece de tal situación, si tiene como jefe a una mujer, se refiere a ella como “la vieja esa”, si alguien no encaja, lo juzga, oye, pero no escucha, genera rumores y lo peor de todo, el colombiano promedio, escribe recomendaciones y percepciones que no le han pedido.
Nuestra triste realidad, en mitad de esta pandemia, es que solo somos solidarios frente a las redes sociales, en nuestro interior el comportamiento sigue igual; qué bueno sería que el colombiano promedio, en lo que resta del año, sea un poco más cultureta.
PD: Nuevamente permeada por La Cultureta y por motivos del décimo segundo cumpleaños de mi primogénita, acudí a un compatriota residente en España, para que comprara en mi nombre unos libros que no se consiguieron en el país, como presente para que ella siempre los llevara en su corazón, tal y como la edición de “Mujercitas” que mi padre me regaló a la misma edad. Ese colombiano promedio me estafó. Mis infinitos agradecimientos para él, pues me concedió un poco de inspiración para este escrito.

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Yo llegué a La Cultureta por Sergio del Molino. Es tremendo escritor y cuando supe que tenía un programa en radio, pues empecé a escucharlo. La sorpresa vino cuando me encontré con sus contertulios que resultaron ser tan interesantes como él mismo, entre ellos Rosa Belmonte que sabe de televisión como nadie. Disfruté bastante leyendo esta entrada.
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Que bien doña «Cultureta» como siempre una lectura llena de anécdotas, muy a la colombiana, pero no promedio, atrevida, critica, para tomar en serio el lenguaje y aprovechar estos tiempos difíciles en tiempos de reflexión patria.
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