Por Nancy Arias*
Los formatos digitales que circulan en las redes sociales forman parte de una nueva narrativa que estalla los géneros habituales. Estas especies mediáticas encuentran su eco en el ámbito educativo. En este sentido, propongo pensar en una subespecie de OCVI: el ODVI (Objeto Didáctico Vagamente Identificado).
En esta emergente cultura digital, quienes enseñamos y quienes aprendemos no somos los/as mismos/as de hace algunos años atrás. Nuestros dispositivos de comunicación, esas máquinas de propósito general que llamamos teléfonos inteligentes, han atravesado todos los ámbitos de la vida (tanto públicos como privados) haciendo que el mundo físico y el mundo virtual se fusionen, colapsando tiempos, espacios y ámbitos. En este contexto, un OCVI llama mi atención como educadora: los audios de WhatsApp utilizados como insumos de narrativas ficcionales y no ficcionales en el ámbito educativo.
Comencé a vislumbrar sus potencialidades hace un par de años cuando mis estudiantes de tercer año del secundario (chicos y chicas de entre 14 y 15 años) escribían sus primeras noticias en base a las 5w (Qué, dónde, cuándo, quiénes y cómo o por qué). Estábamos iniciando también la lectura en voz alta como parte del desarrollo de capacidades fundamentales. Leer en voz alta delante de sus compañeros/as y docente es una hazaña difícil de enfrentar para los/as adolescentes. La cuestión era un tira y afloje en el que nadie quería empezar a leer, tardábamos en iniciar la lectura y tocaba el timbre sin que todos/as pudieran leer su noticia como estaba planificado.
El objetivo de la actividad era corroborar si el resto de la clase comprendía bien lo ocurrido a partir de la noticia que cada uno/a de los estudiantes había escrito. Como no íbamos a tener la otra clase en la semana seguramente por algún acto o algo así, acordamos que los que no habían llegado a leer en voz alta, compartieran la lectura como un audio de WhatsApp en el grupo del curso. Lo que sucedió a continuación fue mágico: hasta los/as que se negaban rotundamente a leer en voz alta aceptando anticipadamente un aplazo, grababan los audios y solos se daban cuenta de los errores en la redacción al escucharlos, así que corregían y volvían a grabar, porque nadie quería quedar mal ante el grupo. A partir de esa experiencia, incluí en mi planificación a la hora de trabajar la oralidad y la lectura la grabación de audios de WhatsApp.
Hace poco encontré en Twitter la publicidad de un vino que contaba “una historia basada en audios reales”, a su propio decir. A esta presentación seguía una serie de diferentes audios que juntos contaban una historia de amor y añoranza. Las posibilidades de este formato para generar ficción me parecen sumamente interesantes. En este mismo sentido, comento otro caso: a poco de llegar la pandemia a Argentina, en un pueblo de muy pocos habitantes de la provincia de Santa Fé, se registró el primer caso de coronavirus al que, como en todos lados, le siguieron otros… cuestión que cerraron el pueblo y los audios de los vecinos en los grupos se viralizaron porque eran muy graciosos culpando a unos y a otras de propagar el virus a partir de amoríos y traiciones. El resto del país se enteró de quién engañaba a quién y con quién, así con nombre y apellido… sólo bastaría con editar la secuencia de los audios para que fuera un verdadero radioteatro asincrónico y sumamente interesante de escuchar, hasta para quienes, como yo, odiamos los audios a veces interminables de la red social.
Estos nuevos formatos que pueden ser mirados como Objetos Culturales Vagamente Identificados nos remiten al poder del lenguaje sonoro en el que la voz activa la imaginación –y hasta el silencio– comunica. Por su capacidad descriptiva y narrativa, los mensajes de audio podrían reclamar una filiación con el radioteatro que depende del diálogo, la música y los efectos de sonido para ayudar al oyente a imaginar la historia. Son múltiples las experiencias pedagógicas con el radioteatro, ya que este formato aporta a la memoria sonora, a la promoción y a la transmisión del patrimonio inmaterial de las comunidades.
Los/as jóvenes estudiantes nadan como peces en el agua en estos lenguajes digitales; la oralidad, la transmedialidad son parte de sus prácticas comunicativas cotidianas. El lenguaje sonoro permite incluir en la escuela estas nuevas prácticas y sensibilidades, facilita un aprendizaje activo a partir de la escucha, el reconocimiento, la producción y la emoción.
En definitiva, el uso de estos audios como nuevo formato o como insumo para la producción de contenidos sonoros (podcasts, narrativas sonoras, paisajes sonoros, radioteatros reloaded, etc.) constituye un elemento a tener en cuenta en el actual ecosistema mediático. Las posibilidades de su uso en el ámbito educativo son diversas y lo más importante es que permiten contribuir a la disminución de la brecha generacional y a una educación más inclusiva que haga espacio para el encuentro de las voces y los lenguajes de viejas y nuevas generaciones.
*Soy docente primero por casualidad y luego por decisión. La escuela me encontró tratando de escapar del desempleo a comienzos de este milenio… Y me quedé, me fueron conquistando los desafíos, la acción social, el campo de intervención. Amo enseñar y amo los libros, esos objetos portadores de mil maravillas. En mis ratos libres, me entretengo con la encuadernación artesanal, pueden ver mis atareadas creaciones en mi cuenta de Instagram La grulla en la luna. También disfruto de la tecnología, como hija de los 80 me crié con las primeras Commodore, y con el Basic. Así que frente a un problema, pienso en Basic, ahora también suelo decir que pienso en Prezi je je. Esa es la cuestión con las interfaces, diría el maestro Scolari. Vivo en Córdoba, Argentina. Estoy casada con Martín, mi compañero de vida, y tengo una hija de 16, Sofía, que por supuesto es la luz de mis ojos; también una perra salchicha a quien llamamos Doña Pupú.
Imagen de Yingnan Lu en Pixabay.

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6 comentarios en “El uso de audios de WhatsApp en propuestas educativas”