Albergue transitorio

Por Verónica Ruscio*

Siempre me fascinaron los albergues transitorios. En la Argentina, mi país, llamamos así a un cierto tipo de hotel a donde van las personas para tener relaciones sexuales. Allí se alquilan habitaciones por turnos, generalmente de tres horas, o se puede pernoctar. Allí se encuentran los amantes, allí se inician las parejitas jóvenes, allí acuden los matrimonios de años para escapar de la rutina, allí vamos todos en algún momento en busca de placer e intimidad.

El obligado paso por recepción, las luces tenues, el coro de gemidos provenientes de las habitaciones, la carta con juguetes eróticos, los canales porno, el personal de limpieza que nunca se ve (pero está) conforman un mundo tan interesante para mí como una biblioteca. Los albergues transitorios tienen sus códigos y lugares comunes, sus múltiples historias de final abierto, sus juegos.

Este interés no resultó estéril. En 2016, empecé a escribir una serie de poemas que tenían un albergue transitorio como espacio en común. Quería publicar un poemario impreso: un libro como tantos otros, con su cubierta ilustrada, unas palabras amorosas en la contracubierta, un índice y un poema por página. Uno de los poemas, titulado «Albergue transitorio», decía así:

El edén se volvió urbano.

La mordida pecaminosa

se hace en un telo de tres pisos

donde todo es automático.

Los ficus de la puerta

son lo más parecido que existe

a un manzano

y no dan fruto.

Sin embargo, a medida que escribía, el soporte papel me empezó a parecer limitado. No tenía medios para pagar la publicación y tampoco quería que nadie tuviera que pagar para leer. Y, de poder afrontar los costos de la publicación, ¿podría con una tirada pequeña asegurar un encuentro con quienes desearan leer? ¿Cómo podría asegurar que mi obra llegara a toda persona interesada, sin depender de que el libro estuviera disponible en su ciudad o país? Además, estaba el asunto de ponerle un punto final: tras la publicación, sería una obra cerrada, terminada, en lugar de una obra en crecimiento —viva— en contacto constante con el lector.

Entonces empecé a considerar el soporte digital: los formatos PDF y EPUB, por ejemplo. Descubrí que, aunque eran más cómodos y fáciles de distribuir que el papel, me parecían lineales, muy parecidos a la experiencia del libro impreso y yo no quería una mera digitalización, sino una creación para y desde el medio digital.

Tuve el proyecto en pausa un año o dos hasta que, a inicios de 2020, me decidí por WordPress. Sería un sitio web. Para ello, tuve que tomar varias decisiones, desde definir la estructura hasta elegir una plantilla adecuada. Fue todo un desafío porque lidio bien con las palabras, pero el diseño gráfico es una zona desconocida para mí. Aun así, quise hacerlo todo sola. Quise probarme a mí misma que podría hacerlo.

Tantas decisiones estéticas, aparentemente superficiales, me llevaron a hacerme una pregunta clave: ¿qué recorrido hacemos para llegar a un albergue transitorio? ¿Consultamos el sitio web? ¿Entramos con el auto en la cochera? ¿Qué decimos al pedir una habitación? ¿Cuánto dura un turno? Algo de eso plasmé en «Turnos», otro poema:

Mañana, tarde, noche.

Los empleados fichan entrada y salida.

Los distinguidos visitantes tienen

hasta tres horas

o pernocte

para dormir el agotamiento

de tanta entrada y salida.

Todo es por turnos

como en una conversación.

Así fue como recordé la pipa de Magritte y la famosa frase de Alfred Korzybski («el mapa no es el territorio») y, de pronto, el poemario dejó de existir y emergió como proyecto de literatura digital. No sería un poemario sobre un albergue transitorio, sería un albergue transitorio. Un cruce entre lo físico y lo virtual, entre la poesía y la narrativa, entre el discurso literario y el institucional, entre el significado y el significante. Un espacio donde no ocurre nada si quienes lo visitan no se ponen en acción (hacen clic, hacen algo para que aparezca el texto, escuchan, salen, entran, se emocionan, gritan, gozan). Así se materializó Albergue Transitorio.

Lo que empezó como una idea, poemas sueltos y ganas de jugar con quienes leyeran terminó siendo una arquitectura seria y compleja que tuve que armar con mucha paciencia. Además de los aspectos técnicos, tuve que reflexionar sobre mi sexualidad y la de otras personas, sobre qué nos limita a la hora del placer más íntimo y qué nos libera, qué nos empodera y qué nos pone en peligro y, también, sobre las palabras más adecuadas para nombrarlo todo, sin dejar afuera el lenguaje inclusivo.

Fui levantando las paredes institucionales ladrillo por ladrillo, palabra por palabra. Aparecieron la amplia y discreta cochera cubierta, cuyo audio grabé desde la puerta de un albergue transitorio de la ciudad de Buenos Aires; el ascensor; las escaleras; la cascada de recepción, y, claro, las habitaciones, donde ocurre de todo al desnudo y con la máxima privacidad.

También llegaron los empleados, todos altamente calificados para el puesto. Y, por último, cuando todo estuvo listo, cuando las camas estuvieron hechas, los jacuzzis, blanquísimos y funcionando y los espejos en el techo bien brillantes, la casa abrió las puertas a los clientes.

Hay una habitación para cada gusto, peces incluidos.

*Nació en 1978 en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Es poeta, correctora literaria y redactora. Publicó los poemarios Cuarto oscuro (El Mono Armado, 2013) y Marítimos (Barnacle, 2017). En 2020, inició el proyecto Albergue Transitorio. También tiene dos blogs: Con Letra Clara y Poesía Es Revelación. Encuéntrala en Instagram, Twitter y LinkedIn.

Peces es un laboratorio creativo que explora y difunde narrativas digitales en el que puedes publicar tus trabajos. Envíanos tus propuestas al correo electrónico pecesfueradelagua@gmail.com. Si te gusta lo que hacemos, comparte nuestros trabajos con tus amigos y síguenos en Facebook, Instagram y Twitter.

Espera el próximo martes una nueva entrega del Especial

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