Mi ascenso al Kilimanjaro

Por Diana Zabala

Hace un año emprendí un viaje sola a Tanzania, con la esperanza de alcanzar la cumbre del Monte Kilimanjaro, la montaña más alta de África. Conmigo llevaba equipo y comida que con gran detalle planeé durante casi cuatro meses en hojas de Excel, considerando las recomendaciones de cuanta guía y blog encontré y las de mis amigos de montaña. También cargaba el peso del miedo. Ya explicaré por qué.  

Las primeras decisiones giran en torno a la fecha de viaje. En temporada alta, si bien hay mejor clima, también habrá muchas más personas en la montaña y los precios de absolutamente todo serán más altos. Viajé en septiembre de 2019 y aún siento que fue una decisión acertada. 

Otra decisión importante es elegir el operador que te guiará en la montaña. Según leí, hay operadores que pueden cobrar esta vida y la otra cuando en realidad no es necesario, como también otros que te cobrarán una fracción del costo promedio, pero –¡ojo!– en detrimento de las condiciones laborales del personal que te acompaña en la montaña y de la calidad del equipo que usarán en la expedición. 

Para ascender es obligatorio contratar un guía registrado junto con mínimo 3 o 4 porteadores, quienes cargan todo sobre su espalda, durante el recorrido. Son como un hotel andante. ¡Es increíble! Hay personas que incluso pagan el servicio de “baño”, así que alguien debe cargar un baño portable durante varios días solo para tu equipo. Mi grupo y yo no pudimos siquiera procesar la idea de algo así. Eso sí, no pagar el servicio implica usar las “instalaciones” de los campamentos y con ello someter a los sentidos a un concierto complejo de sensaciones y memorias, ninguna plancetera.

Lo peor (o, quizás lo mejor, ya no sé) es que no tienes más opción que aceptar que este tipo de ayudas son la única alternativa que tienes para ascender. Cuando llegas a cada campamento te esperan con té caliente, galletas, agua tibia, para que laves los pies y la cara, tu  carpa lista y un almuerzo o cena caliente mejores que lo que jamás podré preparar en casa. Esto se disfruta en una “carpa comedor” donde uno se puede resguardar del frío y la lluvia. Por eso no es ético elegir el operador más barato, porque no recompensaría adecuadamente todo ese esfuerzo.

También es importante elegir muy bien la ropa que llevas. En montaña se dice que se deben vestir tres buenas capas. Mi operador revisó cada prenda que, según mi Excel, era la adecuada solo para revelar qué tan mal había planeado, y que debía ponerme siete capas en vez de tres el día de cumbre. Así lo hice y aún así sentí frío.  

Y así empezó mi viaje de miedos y aprendizajes, de bofetadas de realidad y recuerdos indelebles. Miedo número uno: no haber elegido el operador correcto. Todo parecía genuino ¿Qué me parecía sospechoso? Que era demasiado bueno para ser verdad. Todas sus reseñas en Trip Advisor eran de 5 estrellas (¿por qué nos cuenta tanto creer en cosas como esas?). Nadie tenía nada malo que decir, y eso despertó una alerta en mí y en mis amigos. Además, al operador le daba lo mismo que les hiciera un depósito o que llevara todo en efectivo. ¿Cómo podría alguien al otro lado del mundo confiar en mí sin conocerme? Opté por llevar todo el efectivo. Tenía miedo de llegar sola a un país desconocido, de encontrarme con un par de desconocidos que sabían cuánto dinero llevaba y que nada fuera real (esto me lo imaginé porque tambien leí reseñas de operadores falsos). 

Antes de pasar el control de pasaportes, casi se me sale el corazón. Me recogieron un par de chicos locales increíblemente amables, yo moría del sueño después de pasar casi 3 días viajando. Me quedé dormida en su auto, me llevaron a un hotel sana y salva y ni siquiera aceptaron la propina. Lección número 1: se vale tener fe en la humanidad y descargar el peso de esperar lo peor del otro. ¡Claro que se vale!

Al día siguiente, llegó el gerente del operador con una noticia: el grupo de holandeses al que iba a unirme había decidido aplazar su viaje, así que él me iba a unir a otro operador de su elección. Pasaban todo tipo de ideas por mi mente… Todo el tiempo perdido investigando y tratando de controlar cada detalle sin considerar que esto podía pasarme. ¿Qué diría Trip Advisor de este nuevo operador? ¿Me iban a dejar morir de frío, como me pasó alguna vez en una montaña por elegir la opción más económica? ¡El cambio de operador fue de lo mejor que me pudo pasar! Me unieron a un grupo de tres personas, un auxiliar de vuelo australiano y un par de médicos de Filadelfia. Lección número dos: no se puede controlar y planear todo, se vale la buena suerte. ¡Claro que se vale!

Los primeros días fueron de la lucha entre expectativa y realidad. Cuando leí sobre la montaña, me quedó claro que no es un asenso de dificultad técnica. Esos días me parecieron más faciles de lo que esperaba. Me sentí haciendo trampa. Estoy tan acostumbraba a cargar el peso de mi equipo,  a largas jornadas en las montañas colombianas, que no entendía, o más bien, no apreciaba, lo que estaba viviendo. “Pole, pole”, te dice el guía todo el tiempo, que significa despacio. Él nos dijo que la manera de vivir la montaña no era solo sufrirla, sino que también se podía disfrutar de ella. Caí en cuenta de que tenía razón y me dediqué a disfrutar más el momento presente. Lección numero tres: se vale disfrutar la montaña. ¡Claro que se vale!

Los “frailejones” son de las cosas más bellas que recuerdo antes del día de cumbre. En realidad, no sé si son equivalentes a los frailejones, pero ya que solo había visto algo similar en páramos, me parecieron bellísimos, parecían como dinosaurios, por lo grandotes y bellos. Divinos. 

La noche anterior al día de cumbre, nos fuimos a dormir a las 7 pm o antes. En realidad se duerme porque la ansiedad y el frío son muy fuertes. Sabes que te espera una jornada que te tomará fácilmente 12 horas casi sin parar y no puedes esperar a que comience. Te levantas a las 11:30 pm para empezar a caminar, apenas tomas té y galletas y sabes que no comerás nuevamente hasta que regreses al campamento.  Para personas como yo, devotas a la comida, noticias como esas son grandes. El “tent manager” te da agua caliente para el recorrido, el frío es tal que antes de empezar a caminar ya dejas de sentir tus dedos. Es tan oscuro que solo se ve el camino iluminado por los caminantes que empezaron más temprano y dibujan un zigzag de linternas que por la distancia parecen luciérnagas. 

Ya es medianoche y el guía está impaciente. Dice que vamos tarde. Hay mucha gente en la montaña. Partimos. En mi mente llevo estas dos ideas: uno, cuando la hilera de luces delante de mi se detenga, significa que ese es el punto cumbre y dos, cuando en el horizonte empiece a ver luz, significa que viene el sol y estaremos próximos a terminar el recorrido. 

Empezamos a caminar, a sentirnos agotados mas rápido de lo previsto y también a estar irritables. Hace demasiado frío. Si seguimos caminando, sentimos que nos falta la fuerza y el aire; si nos detenemos, nos congelamos. Mi reloj muere y no sé que hora es, cuánto llevamos ni cuánto falta. Pasa el tiempo, no veo la luz del horizonte. Me pregunto por qué sigue tan oscuro, por qué no se detiene la fila de luces. Me sentí más abrumada que con cualquier otra montaña. Venía de haber pasado tantos días llevaderos que la dificultad de la cumbre me dio una cachetada de realidad y me hizo entender por qué los días anteriores debimos guardar toda la energía posible. 

Siento como si en mi maleta llevara piedras, siento el cansancio en el cuerpo y siento que no puedo levantarme. Quiero beber agua y me doy cuenta de que está completamente congelada, así como mis snickers y todos los snacks que empaqué con tanta planeación. Así que no tengo comida ni agua. Te acompañan posteadores, incluso sin guantes, solo para cuidarte y ver que estés bien. Recordar tanto esfuerzo me llena de nostalgia. El chico que va conmigo me ayuda a ponerme de pie, tengo ganas de llorar pero no me salen las lágrimas. Sin decirme nada, me da parte de su agua, me quita la maleta de la espalada, la pone sobre la suya y me alienta a seguir. “Pole, pole”, dice el guía. 

Pasan las horas, veo una luz que se asoma sobre las montañas, eso me llena de ilusión. Minutos más tarde, sale la luna. No lo podía creer, ¡¿cuántas horas más faltan?! Me siento tan débil y tan avergonzada de reconocerlo. Entre más subimos, más me falta el aire. En un momento siento que se me cierra la garganta y no encuentro aliento para explicarlo. Los médicos que van conmigo me tranquilizan y sacan de su maleta un inhalador que me devuelve la calma. De nuevo me siento haciendo trampa. Me doy cuenta de que todos estamos igual de agotados, descansamos y seguimos. “Pole, pole”, oigo decir. 

No sé cuantas horas pasaron hasta alcanzar Stella Point a los 5.756 mts. Hay allí mucha gente descansado y tomando té. El guía dice que el sol está próximo a salir, estamos muy cerca de la cumbre y nos da “licencia para celebrar”. No era la cumbre en donde estábamos, pero sentimos como si lo fuera. Tomamos te caliente y no abrazamos muy fuerte. Yo lloré. Horas después, de vuelta el campamento, todos confesaron que en ese punto habían llorado y que en muchos puntos quisieron desistir. No lo hicieron, porque cada uno de nosotros no lo hizo y nadie sabía qué impulsó a los otros a persistir. Es increíble ese efecto de grupo. 

Cuando el sol comenzó a salir, se aceleraron los ánimos. Decidimos no terminar el té ni las galletas y emprendimos el camino hacia la cumbre. Estábamos cansadísimos, pero teníamos la luz y el sol a nuestro favor para el tramo final. No hay muchas fotos porque el frío y el cansancio no me lo permitieron. Una hora después, llegamos a la cumbre, a 5.895 mts. Es increíble estar allí. Y lo más curioso es que allí había por mucho 20 o 30 personas. Nosotros fuimos de los primeros en llegar hacia las 6:45 am. No sé qué pasó con las otras 200 o 300 “luciérnagas” que vimos horas antes. Muchos desistieron y se devolvieron, otros venían aún en camino. Lección número 4: nunca subestimar a la montaña y agradecer por la salud y el cuerpo que te permite tanto tanto. 

Devolverse al campamento es muy fácil porque estás lleno de adrenalina y felicidad, estás con el corazón llenito, aunque el calor parece de desierto. Estorba cada prenda que llevas encima. Bajando entiendes por qué es mejor ascender en oscuridad. Es tan largo el camino a desnivel constante que si uno pudiera ver con la luz del día el camino que le falta, y con el sol a cuestas, no habría quien persistiera. 

Hoy puedo decir que subir a la cumbre fue increíble, pero más bello fue el camino, todo todito, pasando por todas las equivocaciones y lecciones que aprendí. Es una de las experiencias mas hermosas que he vivido y que atesoraré por siempre. Lección número 5: el recorrido es tan importante como el destino. En un viaje, nada sobra. Todo cumple su papel.

*Crecí en un pueblito chiquitito donde la gente se momifica. Estudié contaduría en mi amada Universidad Nacional de Colombia y, después de dos años de graduada, por cosas de la vida, fui a Londres por seis meses y volví casi nueve años después. Nunca había salido del país cuando me fui. Volví siendo otra. En las montañas soy feliz. Descubrí el montañismo por accidente hace 5 años y ahora aprovecho cada oportunidad para escaparme a un páramo y desconectarme, sobre todo del celular al que le tengo una fobia absurda. Me levanto en la madrugada porque disfruto las mañanas lentas y “cafeinadas”; además amo el desayuno y escuchar un pódcast que me haga reír. Leo todas las noches antes de dormir, no importa el lugar o la compañía. Mi autor favorito es Terry Pratchett. No tengo casa ni carro pero sí una lista larga de lugares por conocer, montañas por subir, libros por leer y personas para volver a abrazar.

Peces es un laboratorio creativo que explora y difunde narrativas digitales en el que puedes publicar tus trabajos. Envíanos tus propuestas al correo electrónico pecesfueradelagua@gmail.comSi te gusta lo que hacemos, comparte nuestras entradas con tus amigos y síguenos en FacebookInstagram y Twitter.

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