Narrativas digitales sobre el amor en tiempos de pandemia

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Por Julián David Gómez Z.

¿Alguna vez se han preguntado qué relación existe entre un romance por WhatsApp durante la pandemia y la evolución del concepto de cultura? Obviamente no, ¿quién piensa en esas cosas…? En todo caso, hay indicios de la forma como todos en estos tiempos somos gestores de una revolución cultural de la que seremos más conscientes en años por venir. Al fin y al cabo, el ayudante de la imprenta de Wittenberg tampoco sabía que al imprimirle los alegatos a Martín Lutero estaba forjando una de las piezas de lo que hoy conocemos como el Renacimiento. Si se hace un paralelo, podríamos estar cumpliendo, sin saberlo, el mismo rol que cumplieron muchos personajes históricos. En fin…

La Mona es una soñadora rehabilitada, o al menos eso cree ella. Cuando era niña se quedaba cada mañana bajo el agua tibia de la ducha con los ojos cerrados imaginando escenarios posibles e imposibles de lo que sucedería en su jornada: antes de salir del baño ya había ido al colegio, había tenido tres novios, había cantado un concierto exitoso para toda la gente que quería, había ido a la playa de vacaciones, y había hecho en su cabeza todas las tareas del día anterior. El multitasking mental sólo era interrumpido por su mamá cuando tocaba desesperadamente la puerta del baño para que aterrizara y terminara de alistarse. Ya de adulta, siendo investigadora y escritora, dice que los latigazos de la vida la han rehabilitado. De cualquier manera, sus prácticas del presente distan mucho de lo que vivió en su infancia.

Juancho es un improvisador obstinado, o al menos eso cree él. El artista por antonomasia. Sensible, empático, amiguero y solidario, combina sus rutinas de dramaturgia y culinaria con una extensa agenda que incluye charlas diarias con sus mejores amigos, sus padres, su hermana, sus socios, y toda la gente por la cual siente un amor que trasciende lo clásico. El amor de Juancho llega hasta sentir cada tragedia y cada dicha de sus amados como propia, y se echa al hombro no sólo sus problemas, sino los de las personas que ama. Y esa lista sí que es larga. Él dice que improvisa porque el drama y la cocina son disciplinas que se sienten y no se estudian, que se intuyen y no se aplican. Juancho actúa, más que nada, con el alma. La pandemia lo limita, pero no como si la hubiera vivido alguien hace 30 años.

Juancho y La Mona son polos opuestos en muchos sentidos. O eso creen ellos. Él no se perdería un solo foforro, bautizo, o merienda organizados por alguno de los suyos. Es más, seguramente haría parte activa del comité organizador de los eventos, recordaría a todos la importancia de asistir, y ayudaría a limpiar el reguero al final. Juancho encuentra felicidad en la diversidad de su agenda social, en la gratitud de la solidaridad, en los platos que elabora para hacer felices a los comensales. Ella, por su parte, prefiere compartir con los mismos tres gatos de siempre en la misma esquina, no se muere por las noches de fiesta, y tiene en muy alta estima las veladas de Netflix o conciertos de YouTube sola en su cuarto. Aunque gran parte de su motivación para vivir también proviene de su familia y amigos, La Mona ha encontrado caminos diferentes de nutrir su felicidad y sus relaciones.

Los personajes de esta historia fragmentada se conocen desde hace años. Él frecuentaba la casa donde ella vivía, pues allí también vivía su prima. Aunque siempre existió una atracción entre ellos, los momentos nunca se prestaron para que esa atracción trascendiera. Todo empezó a trascender, irónicamente, cuando ya ninguno vivía en la ciudad donde se conocieron, cuando ya él estaba casado, y cuando una pandemia no dejó a nadie encontrarse con nadie. Una de esas historias posmodernas en las que el enamoramiento lo gestan emoticones y stickers de WhatsApp en vez de chocolates y miradas. 

Pero, ¿de qué manera estos dos podrían marcar la historia de la cultura?

No existe un acuerdo total respecto de lo que consideramos cultura. A finales del siglo 18, cuando el término surgió en Europa, se refería a un proceso de cultivación o mejora, como en la agricultura u horticultura. Posteriormente, se entendió como el perfeccionamiento del ser a través de la educación y el logro de las aspiraciones o ideales nacionales. Con el tiempo, su uso se ha reducido en la cotidianidad dos dimensiones: la excelencia en el gusto por las artes y humanidades (alta cultura), o el conjunto de creencias, tradiciones y conocimientos en una comunidad. Para nuestro relato esas dos dimensiones son pertinentes.

Para nadie es un secreto que la sociedad moderna experimenta ritmos de cambio y avances científicos sin precedentes. La globalización cultivó con buen abono la interconexión global a un nivel nunca antes experimentado. Esto nos ha traído cosas buenas y cosas no tan buenas. Entre ese paquete llegaron la inmediatez y simplicidad de la difusión científica, institucional y, sí, cultural. Y si algo ha logrado esta transformación supersónica es modificar nuestras rutinas. Algo similar sucedió al comienzo del Renacimiento en la Europa del siglo 16, cuando la reinvención de la imprenta china reprodujo exponencialmente el flujo de información. Sin embargo, ninguna imprenta de la época sabía qué tan famosos serían en el futuro.

Volvamos a Juancho y La Mona. Las prácticas cotidianas que constituyen su día a día difieren significativamente en función de aquellas cosas que cada uno considera divertidas, importantes o necesarias. Él procura todos los días darse un banquete, trabajar en su salud mental y física, proyectar su carrera y promover el trabajo de sus colegas y amigos -cuando menos-. Ella puede -fácilmente y sin remordimiento- leer todo un día tirada en su cama sobre la locura del mundo actual y sus protagonistas, sobre el aparente orden con el que toda narración histórica se presenta, o sobre cualquier tema sobre el que esté trabajando de momento. Formas y fondos muy diferentes los de La Mona y Juancho. O eso creería uno.

Con lo diferentes que parecen las rutinas, las realidades y los sentires de Juancho y de La Mona, el hilo conductor del mundo que habitan los ha llevado por caminos comunes. Estos dos personajes, al igual que la mayoría de quienes vivimos en esta época, desarrollaron una práctica casi inexorable que a la postre ha llevado sus existencias a quedar registradas de una manera que diferencia a esta generación de todas sus precedentes. Esos caminos comunes son las narrativas digitales que utilizan para comunicar aspectos de su vida que consideran importantes: opiniones, logros, angustias, deseos o imágenes que de alguna forma los representan a ellos y a su entorno. Todo, o casi todo, queda registrado. 

Juancho madruga a publicar la exquisitez diaria de sus banquetes mañaneros preparados con la intención estética de enamorar al observador que se encuentra al otro lado de la pantalla viendo Instagram. Mientras tanto, La Mona atina a lanzar un par de opiniones mordaces sobre las columnas de opinión que lee en Twitter como acto reflejo tan pronto abre los ojos. Conforme avanza el día, se nutre el registro diario de sus experiencias y posiciones en redes sociales, de sus labores profesionales en páginas de bancos e instituciones, y de sus gustos y preferencias en sitios de streaming y aplicaciones instaladas en sus relojes, teléfonos y computadores. El día se les acaba con una meditación de Calm o un podcast hipnótico.

Esta es la manera en la que, lentamente, el siglo 21 nos ha llevado a todos sus protagonistas a registrar nuestra cotidianidad en un compendio de cookies, testimonio digital de la experiencia personal contemporánea. Ese compendio ha acercado a millones de personas a una experiencia de inmediatez y cercanía propia de una distopía de Huxley. Y eso fue, también, lo que ayudó a La Mona y a Juancho a re-encontrarse digitalmente a la distancia.

Sin embargo, no solamente las rutinas personales se han modificado con este salto tecnológico. Para el influyente escritor y crítico literario Jorge Carrión, un gurú del futurismo cultural, la última década ha sido el escenario de una revolución pocas veces observada. Esta revolución ha eliminado casi completamente la previa división establecida entre lo que de manera unánime se aceptaba como alta cultura (literatura, cine, bellas artes) y las simples tendencias en lentos procesos de aceptación (como la moda o la gastronomía). Esta revolución ha llegado por cuenta de un sinnúmero de nuevas manifestaciones que, a pesar de su falta de reconocimiento formal, representan mejor renovadas formas de expresión a través de distintas plataformas. Carrión llama a estas manifestaciones ‘Objetos Culturales Vagamente Identificados (OCVI)’, y se caracterizan por desbordar nuestra concepción tradicional de la cultura.

El poder transformador de los OCVI sobre la noción y el consumo de cultura reside, comenta Carrión, en dos aspectos fundamentales: la imposición de nuevos mecanismos de lectura y acceso (canales, listas de reproducción, recomendaciones, multi-oferta televisiva, etc.) y su naturaleza de ‘curadores’ modernos de la información y el arte. Lo que antes hacían solamente museos y bibliotecas, ahora lo hacen algunos ingenieros y muchos algoritmos.

Así las cosas, ahora los hilos de Twitter sobre el Imperio Romano escritos por académicos que antes operaban confinados en sus entornos especializados y las recetas de un pastelero excelso de un círculo reducido a través de Instagram logran magnificar el espectro de difusión personal de sus actividades. Una vez más, estas plataformas proponen medios alternativos de acceder a la cultura, la cual se beneficia del fenómeno de la ‘viralización’ de los productos comunicativos. 

Más allá de las consabidas dinámicas bajo las cuales los individuos somos poco más que fuentes de lucro e información para los clientes de redes sociales y demás productos digitales, lo cierto es que esta especie de bitácora inmaterial ha logrado reconfigurar la lógica de otras dimensiones humanas, incluyendo el romanticismo y la noción de compañía en medio de las cuales Juancho y La Mona narran públicamente fragmentos de sus día a día y se conocen. 

En medio del aislamiento, de la ansiedad posmoderna y del encuentro con la soledad física, las redes sociales ayudaron a Juancho y a la Mona a saber de qué manera pensaba cada uno, a identificarse mutuamente y a gustarse. Algo así como un intercambio epistolar multimedia y en alta definición en el que la recomendación de series de Netflix y listas de Spotify se mezclaban con coqueteo y aprobación en los mensajes de WhatsApp. 

La pandemia del 2020 y la singular volubilidad que ésta le ha dado a la manera en que se practica la vida hoy por hoy llevaron a La Mona y a Juancho a entrelazar sus frustraciones, sus deseos, sus ansias y sus dichas con un sentimiento amasado con apego, solidaridad y enamoramiento de una forma tan extraña como lo puede ser el amor digital en tiempos de pandemia. Un amor entre personas que nunca se han tocado, que viven a cientos de kilómetros de distancia, y que aún así se conocen más que aquellos con quienes comparten sus camas.

Con la misma incertidumbre y convulsión con que transcurre la cotidianidad en medio de una revolución digital en confinamiento, así mismo ocurre todo entre La Mona y Juancho: un día se llaman y se declaran su amor, otro día son ajenos y se desencuentran, y al día siguiente vuelven a lanzar sus redes a través de los medios que usan para acortar sus distancias. Lo único cierto es que esta historia es la misma que pueden vivir millones alrededor del mundo: una historia de transformaciones sin precedentes, a la vez privada y a la vez accesible para todos, en la que los abrazos, las miradas y los besos se reemplazan a la fuerza por stories, publicaciones y tuits.

El desenlace del amor fragmentado entre nuestros dos personajes es una pregunta tan abierta como lo es la medida cierta de la magnitud de la revolución digital y cultural de la que estamos siendo todos actores. Lo único seguro es que en el futuro este momento de la historia humana será importante, emblemático, y tendrá un nombre que aún desconocemos.

Espera más entradas del especial la próxima semana.

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