Por Óscar Iván Pérez H. / Instagram: @oscarivanperezh.
Bogotá D.C.-Santa Marta
Tradicionalmente, viajar y trabajar han sido verbos opuestos. Salvo contadas excepciones, quien viaja disfruta de días libres y quien trabaja renuncia al movimiento. Pero las cosas están cambiando. Los nómadas digitales han logrado fusionar ambas acciones. En este post –el cuarto de la serie Vida nómada– te cuento quiénes son y cómo me ha ido en este primer semestre de nomadismo.
Un nómada digital es una persona que trabaja de manera remota y viaja al mismo tiempo.
Es alguien que viaja sin necesidad de ausentarse de las reuniones, posponer las entregas, esperar un día festivo, tomarse un año sabático o comerse los ahorros.
Es alguien que renuncia a la rutina, la estabilidad y la certidumbre laboral, para ganar autodeterminación, flexibilidad y libertad de movimiento.
Un nómada digital es una persona que ha dejado atrás a sus seres queridos, el lugar que habitaba y el ser que fue, para viajar ligero y convertirse en otro.
Es una persona que aprende a tomar riesgos, adaptarse a los cambios y administrar la incertidumbre.
Es alguien que vive la vida que quiere y no la que le toca.
En enero pasado, cuando alistaba todo para dejar atrás la vida que tuve, llamé a algunos amigos y amigas para contarles mis ideas y recibir consejos para afrontar lo que venía. María Perrier fue una de las personas a quienes busqué; “Che, tenés que hablar con mi amiga Cris. Ella lleva 10 años haciendo lo que vos querés”, me dijo. Yo, desde luego, acepté. ¡10 años de vida nómada! Cris podría ayudarme a despejar las dudas que tenía acerca de lo que significaba vivir en movimiento continuo y entender mejor cómo podría ganar dinero, pensé.
A mitad de marzo, hablé con Cris. Ella estaba en México, el país en donde nació, y yo en Cotocá Arriba, a 14 km de Lorica, Córdoba. Nos caímos bien desde que cruzamos las primeras palabras. Cris me contó que trabajaba como traductora de textos para una empresa sueca y que le pagaban con tarifas europeas. Yo le hablé de mi experiencia profesional y de aquello a lo que estaba apostando en ese inicio de vida nómada: ser consultor, tallerista o freelancer en temas que había trabajado antes. Hacia el final de la conversación, luego de hablar de destinos soñados de viajes y libros por leer y releer, Cris botó una perla maravillosa e inesperada: “Oye, la empresa para la que trabajo va a abrir un equipo en Colombia. ¿Te interesaría ser parte de él?”. ¡Claro que me interesaría!
Un par de días después, Cris envió mi hoja de vida a la empresa; dos semanas más adelante, tuve la entrevista online y la prueba técnica; y una semana más allá, recibí por correo electrónico la noticia de que me habían aceptado.
A comienzos de abril firmé el contrato e inicié labores como traductor de textos.

Un nómada digital es una persona que ha dejado de trabajar de lunes a viernes y de 8 a 5 en las instalaciones de la empresa.
Es alguien que realiza sus tareas en el portátil, la tableta o el celular y lo hace desde el lugar en el que se encuentra de paso.
Es una persona que trabaja desde el café de la esquina, el segundo piso del co-working, la habitación de un hotel o un vehículo en movimiento.
Es alguien que se mueve por el mundo mientras genera ingresos de manera remota como trabajador independiente, teletrabajador de una empresa, emprendedor aventurero o una mezcla de las anteriores.
Un nómada digital es una persona que gana plata como bloguero, copywriter, escritor, traductor, editor de textos, asistente virtual, diseñador gráfico, analista de SEO (Search Engine Optimization), administrador de redes sociales y páginas web, experto en marketing digital, fotógrafo, camarógrafo, editor de fotos y videos, desarrollador web, programador, profesor, consultor, guía, etc.
En el trabajo debo adaptar al español de Colombia textos descriptivos de productos de moda, belleza y hogar. El proceso es sencillo: primero, la empresa productora redacta los textos en sueco; luego un equipo de la empresa para la que trabajo los traduce al inglés británico y, a partir de estos textos, otros equipos traducen a diferentes idiomas, incluyendo el español de España. Junto a otras dos personas, adapto las descripciones al “colombiano”, a partir de los textos disponibles en español, inglés y, cuando es necesario, sueco.
El trabajo lo hacemos desde una página web a la cual accedemos con usuarios creados por la empresa traductora. Allí, casi a diario, llegan paquetes con descripciones de productos que deben ser traducidos y que tienen fechas de entrega que debemos cumplir sin falta. Al interior del equipo distribuimos equitativamente las adaptaciones de los textos y sus correspondientes revisiones.
Trabajo en promedio 20 horas a la semana y lo hago desde el lugar en donde esté y a la hora que quiera. Con eso pago los gastos del viaje y me queda dinero para ahorrar. Por lo general, realizo las tareas en las mañanas de lunes a viernes, pero a veces también lo hago en las noches o los fines de semana, si en el camino se me atraviesa algún plan que me haga invertir la rutina. Tengo la fortuna de poder organizar la agenda según lo sienta en cada momento.
El inicio del trabajo fue difícil y estresante. Me enfrentaba a una tarea que no había hecho antes a nivel profesional –la traducción– y en áreas desconocidas hasta entonces por mí –moda, belleza, hogar–. Pero con el transcurrir de las semanas las cosas se fueron ajustando. Un paso gigante para ser eficaces fue la construcción de la base de datos con los términos y las expresiones que íbamos a utilizar en las traducciones, la cual empezamos a crear en equipo desde la primera semana y que llegó a una dimensión abarcadora hacia el cierre del segundo mes.
En los últimos años en que me desempeñé como docente, investigador y director de investigaciones, cumplí un papel de líder, guía y experto. Sabía lo que hacía y ayudaba a que otros hicieran bien lo que tenían que hacer. En este nuevo equipo, en cambio, empecé como el amateur, el que menos sabía, el rezagado, el que debía escuchar callado y aprender de sus compañeras. Como bono, el trabajo me ha dado una lección inesperada de humildad y de apreciación del otro.

Un nómada digital es una persona que ha integrado el viaje en su rutina laboral.
Es una persona que se queda el tiempo suficiente en los lugares que visita para conocerlos desde adentro. Es alguien que se interesa por la comida local, la historia del lugar y las costumbres de su gente.
Es alguien sin residencia permanente que duerme en sofás de amigos, dormitorios compartidos de hostales, habitaciones privadas de hoteles o apartamentos alquilados.
Es un viajero que se diferencia de otros que dicen “renuncié a un empleo de corbata para recorrer el mundo” o “viajé alrededor del mundo con 10 dólares diarios” y que se han convertido en influencers que vemos a diario en redes sociales.
Un nómada digital es alguien que puede ser un instagramer o un youtuber, claro está, pero no tiene que serlo: sus ingresos suelen provenir de fuentes distintas a la promoción en redes sociales de los destinos y actores turísticos.
La rutina cambia con cada destino. No hago lo mismo cuando estoy solo que cuando estoy acompañado ni cuando estoy de paso por una ciudad moderna en vez de un pueblo patrimonio. Me adapto a lo que ofrece cada territorio. Si estoy en la playa, veo el atardecer. Si estoy en el campo, escucho los pájaros al amanecer. Voy al cine, cuando paso por ciudades. Leo y escribo cuando estoy solo; salgo a comer y de fiesta cuando estoy con otros.
Sin importar en dónde esté o con quién, busco espacio para trabajar, aprender y disfrutar. Trabajo tantas horas como me demanden las traducciones. También saco tiempo para adelantar proyectos no remunerados como Peces y la producción de contenido digital que comparto en Instagram. Estudio periodismo desde el año pasado; en 2020, aprovechando el auge desbordante de conferencias online, asistí a muchas actividades de la Fundación Gabo, FES Comunica y el Hay Festival. Este año he asistido a talleres y diplomados de la Universidad Portátil –un proyecto de educación online interesado en las narrativas digitales, el periodismo literario y la escritura de no ficción–, que dirige Juan Pablo Meneses y tuve la fortuna de conocer gracias a un boletín de la Universidad de Barcelona. El resto del tiempo lo dedico a disfrutar; leo, escribo, veo cine, escucho podcasts, tomo fotos, comparto con otros y, sobre todo, exploro los atractivos que ofrece cada lugar que visito. Me entrego al destino. Sigo las señales del viaje. Viajo.
En los seis meses que llevo de vida nómada por Colombia he tenido la fortuna de visitar –algunas veces en más de una ocasión– Bogotá, Mosquera, Funza, Montería, Isla Fuerte, Lorica, Cotocá Arriba, San Antero, Coveñas, Tolú, Rincón del Mar, Isla Múcura, Cartagena, Santa Marta, Minca, Guachaca, Buritaca, Palomino, Ciudad Perdida, el Parque Tayrona, Flandes, Ibagué, El Líbano y Murillo. He estado en ciudades y pueblos; en mares y ríos; en montañas y valles; en zonas campesinas y territorios indígenas; en ambientes espirituales y lugares de fiesta; en soledad y en compañía. Me muevo de un lugar a otro sin ruta fija ni planes por adelantado. Cambio de destino cuando siento que se agota y lo hago sin saber adónde estaré la semana siguiente.
Durante estos seis meses he tenido oportunidad de hacer muchas cosas, menos de aburrirme ni de quejarme de la vida; entre los muchos regalos que me ha dado el nomadismo pondría bien arriba en la lista el haberme ayudado a compatibilizar trabajo y pasiones personales, a afianzar amistades y, sobre todo, a sonreírle de nuevo a la vida.

Un nómada digital es una persona que lleva el hogar y la oficina a todas partes.
Con los nómadas de antaño, comparte la necesidad del movimiento continuo –el viaje– y la carencia de un lugar permanente en donde vivir.
Con los teletrabajadores de hoy, comparte la realización de las tareas utilizando las telecomunicaciones desde un lugar distinto a las oficinas de la empresa para la que trabaja.
No todo nómada ni todo teletrabajador es un nómada digital; hay nómadas “análogos” que generan ingresos trabajando en los lugares que visitan o que suplen sus necesidades por medio del trueque: trabajo por alojamiento y comida. El teletrabajador por lo general realiza sus tareas desde casa o desde un establecimiento cercano al lugar donde vive.
La vida nómada ha fluido bastante bien. Incluso mejor de lo que esperaba. No he tenido accidentes ni robos ni mayores contratiempos. La mayor complicación a la que me he enfrentado fue contraer covid-19 en el tercer mes de viaje –algo que igual me podría haber pasado si me hubiera quedado en casa, como le ocurrió a mi mamá, o trabajando cerca del hogar, como a mi papá–. Haber conseguido un trabajo bien remunerado y apropiado para la vida nómada ha sido un factor que me motiva y da tranquilidad.
Sin haber sido del todo consciente, siento que los últimos años fueron un entrenamiento para afrontar la vida nómada. O quizás ésta, al igual que hacen los animales con sus amos, me escogió a mí cuando me sintió listo y yo simplemente me dejé llevar. Acepté gustoso. Me entregué a su propuesta.
La Universidad me enseñó a teletrabajar. A sus instalaciones iba para asistir a reuniones con docentes y administrativos, participar en seminarios de investigación, asesorar a estudiantes y, desde luego, dictar clases. El resto de mis obligaciones –preparar clases, investigar, escribir, elaborar informes, crear proyectos, etc.– los hacía desde el apartamento.
Tomé la decisión de afrontar los riesgos y la incertidumbre de la vida nómada en un momento de la vida en que me sentía suficientemente fuerte para afrontar la soledad que vendría –ha habido días y semanas difíciles, debo decirlo– y contaba con ahorros suficientes para financiar mi apuesta por unos meses –estaba dispuesto a pagar hasta un año de viaje, si no generaba ingresos suficientes–. Además, soy un hombre soltero, sin hijos ni deudas, así que podía partir sin afectar el bienestar de alguna persona que dependiera de mí directamente.
A pesar de lo maravilloso que pueda parecer, el nomadismo no es un estilo de vida fácil ni recomendado para todo el mundo. Resumo en cinco los principales retos a los que me he enfrentado en este primer semestre de experimentación conmigo mismo:
Uno, contar con un espacio de trabajo adecuado; es decir, un espacio que ofrezca un mobiliario cómodo, sea silencioso y agradable y, cómo no, cuente con una buena conexión a internet y con energía eléctrica 24/7.
Dos, mantener el equilibrio entre el trabajo y el viaje; hay semanas en que uno tiene tantas cosas por hacer que reduce demasiado el tiempo de viaje o hay destinos tan atractivos que es difícil resistirse a sus tentaciones y mantenerse enfocado.
Tres, seguir hábitos saludables de vida, como alimentarse sanamente y hacer ejercicio con regularidad. No todo destino ofrece la comida que uno quisiera y el movimiento continuo rompe las rutinas construidas en cada lugar, incluyendo las de actividad física.
Cuatro, mantener vivas las relaciones que se dejaron atrás y las que surgen en el camino. Uno tiende a entregarse de lleno a lo que ofrece el destino que visita y el grupo con el que está, así que corta comunicaciones periódicas con las personas que quedaron atrás en la ruta.
Cinco, lidiar con la soledad. No me refiero a estar con otros, sino a tener a alguien con quien uno esté conectado lo suficiente para tener una conversación profunda y sincera, y hablar de lo que piensa y siente en el viaje. No solo de lo que hace. El viaje interno a veces es más turbulento que el viaje externo.

Lee los otros posts de la serie Vida nómada de Óscar Iván Pérez H.
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Me encantó esta frase: “El viaje interno a veces es más turbulento que el viaje externo”, la cual de hecho está linkeada a otro post tuyo que ya había leído. La encuentro muy diciente. Si me permites, tomo prestada esta metáfora inmediatamente. Tu explicación de ella la encuentro muy significativa: “No me refiero a estar con otros, sino a tener a alguien con quien uno esté conectado lo suficiente para tener una conversación profunda y sincera, y hablar de lo que piensa y siente en el viaje. No solo de lo que hace”. !Gracias!
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Gracias Camilo por estar pendiente de lo que hacemos en Peces y de cómo me va en el viaje. Por dejarte tocar por la experiencia y las reflexiones que surgen. Está pendiente nuestra próxima charla. Un abrazo!
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Hola Oscar, como vas? Me alegra saber de ti, de tus nuevos y espectaculares proyectos. Seguiré pendiente de ti y tu travesía. Cuidate
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