Primer año de vida nómada

Por Óscar Iván Pérez H. / Instagram: @oscarivanperezh.

Ibagué, Tolima

Hoy, hace exactamente un año, empecé un experimento conmigo mismo que me ha traído experiencias y aprendizajes fascinantes. Renuncié a un lugar fijo de residencia y a un trabajo presencial para darme la posibilidad de hacer lo que realmente quería: viajar sin esperar a que lleguen los días libres, trabajar desde el lugar en donde me encuentre y entablar nuevas amistades. Hoy puedo decir que tomé la decisión correcta y que me siento más vivo que nunca. ¿Todo ha sido perfecto? Evidentemente no, pero ha sido tan satisfactorio que voy emocionado por otro año de vida nómada.

Mentiría si dijera que siempre soñé con ser un nómada para divagar libremente por el mundo. Mentiría incluso si dijera que mi sueño de niño era convertirme en un viajero. Mentiría porque me enamoré de los viajes siendo ya un adulto y porque nunca me atrajo la idea de ser una persona sin residencia fija que se rebusca el sustento en cada destino. La experiencia que tuve como aseador y recolector de vasos en Australia me bastó para erradicar todo deseo de trabajo físico. Lo mío siempre ha sido el trabajo intelectual.

Sí tenía, desde hace cerca de una década, el deseo de recorrer el mundo y de trabajar en otros países. Cuando todavía creía que iba a hacer un doctorado y a dedicarme por siempre a la academia, decía que sería alucinante estudiar en el exterior y trabajar, por dos o tres años, en distintos países. Me imaginaba pasando una temporada como profesor en Buenos Aires, otra en Santiago de Chile y luego una en Ciudad de México. De ahí podría pasar a Europa, a Asia o a África. Difícil saberlo en ese momento. Pero ustedes ya saben: no hice el doctorado ni seguí con la carrera académica.

Mentiría también si dijera que soñaba con ser un nómada digital, pues la idea de viajar y trabajar de manera remota al mismo tiempo no existía en mi cabeza como algo posible. Para mí, el trabajo que sabía hacer solo se podía ejecutar de una manera: en persona. ¿Cómo más podría uno enseñar, investigar, asesorar a estudiantes, asistir a reuniones y elaborar informes? En el fondo –a decir verdad–, sí intuía que era posible trabajar distinto, hacerlo a través de las pantallas, pero el entorno laboral en el que me desenvolvía aniquilaba toda esperanza de teletrabajar el 100% del tiempo. Hasta que llegó el covid-19 y puso el mundo patas arriba.

No recuerdo exactamente cuándo escuché hablar por primera vez acerca de los nómadas digitales, pero sí cuándo empecé a imaginar que podría convertirme en uno: en septiembre u octubre de 2020. En ese momento caí en la cuenta de que la adaptación a la pandemia estaba acelerando la virtualidad en los ambientes laborales y que empleados y jefes se estaban dando cuenta de que era posible trabajar por fuera de la oficina. En diciembre de ese año la decisión de apostar por ser nómada digital ya estaba tomada. El punto de no retorno ocurrió cuando rechacé el ofrecimiento de continuar trabajando con el Estado en una labor intelectual de oficina.

Hoy, un año después de haber entregado el apartamento en donde vivía y de haber empezado a recorrer Colombia, siento que tomé la decisión correcta. No recuerdo otro momento de mi vida adulta en que haya estado tan satisfecho con lo que hago y con lo que soy. Ni siquiera me sentí así cuando viví en Australia, mi referente personal de pico de felicidad. Al “pastel” austral le faltaron un par de cerezas que el pastel de ahora sí tiene, como un trabajo profesional y más recursos (aunque esas carencias fueron, paradójicamente, las fuentes de mayor aprendizaje). El punto es que este año, por momentos, me he sentido más pleno y vivo que nunca. Y eso, como dice el comercial, “no tiene precio.”

Hay días en los que recuerdo cómo, por allá en junio de 2021, al caminar por el malecón de Tolú en las horas del ocaso, se me aguaban los ojos al sorprenderme a mí mismo haciendo lo que estaba haciendo. Ser nómada es un sueño que nunca tuve, pero que me ha dado lo que estaba buscando: libertad, autonomía, flexibilidad. Creo que nadie –empezando por mí– se imaginó que yo, ese estudiante aplicado y amante de los libros que pasaba las tardes en las bibliotecas de la Universidad Nacional, iba a optar por un estilo de vida poco convencional. Y eso es lo lindo de la vida: que siempre te sorprende. Que te da la posibilidad de escribir tu historia en sus páginas en blanco. Y yo quise tomar el control de esa historia. Quise dejar de vivirla por inercia. Quise imprimirle un toque de emoción permanente.

Hoy, un año después haber empezado este experimento, noto cambios en mí que me llenan de satisfacción. “¿En dónde vas a estar la próxima semana?”, me suelen preguntar en el camino. Y yo, sin ninguna ínfula de espíritu libre –créanme–, respondo: “Ni idea”. Y es verdad: estoy viviendo el día a día, algunas veces de forma más consciente e intensa que otras, pero viviendo el día a día. Y eso es absolutamente sorprendente para mí, que –antes de empezar a viajar– siempre planeé todo. Absolutamente todo. Juan C. Herrera, mi gran amigo y quien me puso a viajar por primera vez, recuerda con gracia que yo hice una distribución por países de los 100 días que íbamos a viajar por Sudamérica en 2011 y que –ríanse– fue una buena brújula durante los primeros dos meses de viaje. Ahora, no tengo planes claros para la próxima semana ni quiero tenerlos: no quiero perder esta sensación de libertad y de ligereza que me da la incertidumbre.

Para burlar la soledad –uno de los toros que me persiguieron durante los primeros meses de nomadismo–, decidí alternar periodos de soledad con periodos de compañía, y de compañía en formas variadas: desde unos pocos días de viaje y convivencia con amigos de antaño o recién conocidos hasta varios días –o incluso semanas– alojado en el hogar de amigos y familiares. Sobre todo, esto último me ha permitido estrechar lazos de amistad con personas con quienes, a pesar de conocer desde hacía muchos años o de estar emparentado, nunca me había dado la oportunidad de intimar ni de descubrir los seres maravillosos que son. De ellos me ha sorprendido la generosidad y la dedicación con que me han recibido en sus hogares y sus vidas (ustedes, mis amigos y familiares, saben de quiénes hablo).  

Al principio, cuando cuento que trabajo online mientras viajo, la gente suele decir que estoy viviendo una experiencia fascinante. Por lo general tarda cierto tiempo en comprender –o yo en aclarar– que no viajo por unos días y que no tengo un hogar propio al cual regresar. En ese momento, cuando las personas comprenden que soy un nómada digital –no un viajero–, es que abren los ojos y sueltan una exclamación. Ellos me describen con frecuencia como una persona valiente, un rasgo que no era consciente de tener y que –no se los voy a negar– me llena de orgullo. 

No todo ha sido fácil ni placentero, desde luego; no todas las piezas están en el lugar en que me gustaría que estuvieran, pero poco a poco se van acomodando a mí (¿o yo a ellas?). Aún me sigue costando mantener rutinas, equilibrar el viaje y el trabajo, conseguir lugares adecuados para trabajar, seguir hábitos saludables y mantener vivas las relaciones que he ido dejando en el camino. La vida del nómada no es una vida perfecta. Como la de todos.  

Conociendo la palma de cera en el Valle del Cocora, Quindío. Noviembre de 2021

Algunas de las personas con quienes he conversado en persona o en redes sociales me han expresado su interés por darle una oportunidad a la vida nómada o por teletrabajar por un tiempo desde un lugar distinto a aquel en donde viven. Para ellos, los interesados en experimentar con esto, y para ustedes, los interesados en conocer más acerca de los nómadas digitales, dejo aquí cinco verdades y cinco ideas equivocadas sobre nosotros que he comprendido en este año de experimentación conmigo mismo.

Cinco verdades acerca de los nómadas digitales

1. Un estilo de vida para el siglo XXI. Convertirse en un nómada digital implica optar por un estilo particular de vida. Uno en que no se cumplen horarios de trabajo ni se asiste a la oficina, pero en el que se debe trabajar y sacar una carrera adelante. Uno en el que se aprende a vivir con pocas pertenencias y sin lugares fijos a los cuales llamar hogar, pero en el que se debe cargar equipaje y aprender a sentirse cómodo en el espacio en que se duerme y trabaja. Uno en el que se dice adiós permanente a destinos y personas que ocupan un lugar especial en tu vida, pero paso seguido se da la bienvenida a nuevas experiencias y amistades. Convertirse en nómada digital trae libertad, flexibilidad y autonomía, es verdad, pero implica desprendimiento, adaptación y desarraigo. 

2. Vida en movimiento. Con el paso de los meses he venido pensando que hablar de la vida nómada como un viaje permanente es equivocado. Al menos lo es hablar de viaje como una actitud de exploración y descubrimiento permanente. No estoy viajando todo el tiempo: estoy llevando una vida en movimiento que tiene momentos frecuentes de viaje. Cuando uno viaja por ocio y placer tiene la mayor parte del tiempo –idealmente, todo el tiempo– para entregarse a la experiencia, al destino y a la gente que se encuentra. Ese no es mi caso: yo tengo un trabajo que me exige entregas cada semana, dedico tiempo a los proyectos creativos de Peces fuera del agua, tomo talleres online, conozco nuevos lugares y saco tiempo para leer libros, ver cine y escuchar podcasts. Es decir, tengo una agenda tan variada como la que tenía cuando vivía en Bogotá, solo que ahora la sigo desde lugares cambiantes y saco tiempo para conocerlos. Viajo por ellos.   

3. Sería muy fácil perderse. Hay demasiada tentación en la vida en movimiento. Cada destino ofrece planes emocionantes que te pican el ojo y te invitan a pasar el rato. El día. El puente. La semana. Sería muy fácil perderse, desordenarse, dejar las responsabilidades a un lado. Desde incumplir la entrega diaria del trabajo hasta comerse los ahorros de la semana. Sería muy fácil perderse. Por eso es importante saber qué se quiere y mantenerse enfocado. Tener disciplina y propósito. No perder el rumbo.   

4. La emoción por conocer nuevos lugares decrece. Me fascinan los mariscos. Cuando estaba en la costa Caribe, cada semana intentaba comer cazuela de mariscos, arroz con mariscos o pasta marinera. Era el cariñito gastronómico de la semana. Un momento feliz. Y lo era en parte porque era algo excepcional. Casi un premio. La emoción cambiaría si todos los días, al desayuno, al almuerzo o a la cena, comiera frutos del mar. Lo mismo ocurre con los viajes. Por lo general, la gente viaja durante los fines de semana, los puentes o las vacaciones. Y lo disfruta al planearlo, al experimentarlo y, días o meses después, al recordarlo. Pero ¿qué pasa cuando viajas todas las semanas? Es evidente: la excitación baja. Esta es una de las razones por la cuales desde octubre pasado me he movido menos. He estado recargando energía. Dejando que la emoción del viaje vuelva a crecer. Me saque del hotel. Me lleve a conocer pueblos y recorrer montañas.

5. Moverse demasiado agota. Inicié el nomadismo con la idea de recorrer Colombia. Me imaginaba visitando lugares icónicos de sus seis regiones naturales. “Un año es un tiempo suficiente”, me decía, pues estaba acostumbrado a atravesar países en 15, 20 o 30 días. Pero pronto descubrí que viajar y trabajar no es lo mismo que solo viajar: tienes menos tiempo libre, menos disponibilidad mental y menos energía diaria para conocer los atractivos de los lugares que visitas. Así que debes bajar la marcha. Calmarte. Tratar de dormir mejor. Responder emails. Hablar con tus seres queridos. Ir a cine. Hacer una siesta. Vivir la vida cotidiana (y viajar). El resultado: solo he recorrido fragmentos de las regiones Caribe y Andina de Colombia. Y ha sido maravilloso y suficiente. No siempre más es mejor.

Lugares en los que he pasado al menos una noche en este año de vida nómada
En la costa Caribe estuve (con algunas pausas) entre febrero y octubre de 2021
En la región Andina he estado principalmente desde octubre de 2021

Cinco ideas equivocadas acerca de los nómadas digitales

1. Los nómadas digitales viven la vida perfecta. Muchos creen que trabajamos en la playa con una piña colada en la mano. No: esa escena vista tantas veces en Instagram y otras redes sociales es falsa. En realidad, no se puede trabajar en la playa porque es incómodo, la arena daña los equipos y la luz del sol no te deja ver la pantalla. También es difícil trabajar desde lugares recónditos en los que se va la energía eléctrica con frecuencia y el internet es intermitente (me ha pasado varias veces durante este año). A esto habría que adicionar los desafíos emocionales que mencioné más arriba y otro reto al que no me he enfrentado porque viajo dentro de mi país: los líos burocráticos y gastos relacionados con las visas, el pago de impuestos y el acceso a la salud en el exterior.

2. Es un estilo de vida para jóvenes, mochileros o solteros. “¿Cuántos años tienes?”, me preguntó en una fiesta una cartagenera en sus treintas y madre de dos hijos cuando le conté que era un nómada digital. Su mirada y tono de voz hicieron evidente el juicio que estaba detrás: “Ya no eres un niño para estar vagabundeando”. En realidad, el 73% de los nómadas digitales nació antes de 1980. Y es así porque tenemos que tener algo que ofrecer al mercado, si queremos vivir en movimiento. Los nómadas tampoco somos necesariamente “mochileros” (o viajeros de bajo presupuesto): hay nómadas cinco estrellas, eso depende del presupuesto de cada quien (yo empecé como un nómada de dos estrellas y ahora soy uno de tres. Aspiro a subir otro nivel). Y, para sorpresa de muchos, hay parejas nómadas e incluso familias con padre, madre e hijos. Ser nómada digital es una filosofía de vida, no una condición para unos perfiles específicos.  

3. Los nómadas digitales son freaks de la tecnología o influencers de viajes. Es cierto que algunos nómadas digitales son programadores y desarrolladores web –y, de hecho, dicen que son los mejores pagos en el medio– y otros tantos son influenciadores. Pero no todos deben ser lo uno o lo otro. Yo, por ejemplo, trabajo como traductor de textos y escritor freelance. Otros son profesores, blogueros, fotógrafos, videógrafos, ilustradores, diseñadores gráficos, comerciantes online, publicistas, inversores, etc. En últimas, lo que se necesita para trabajar de manera remota es un trabajo intelectual o por productos.  

4. Es un estilo de vida para todo el mundo. No, no todo el mundo está listo para ser un nómada digital. Este estilo de vida le costaría mucho a una persona que quisiera pertenecer a una comunidad física, vivir rodeado de sus familiares y amigos, y levantarse en un lugar propio al que llamar hogar (por no mencionar la capacidad para adaptarse a los cambios y lidiar con la incertidumbre). Lo contrario tampoco es cierto: “solo seres únicos y especiales pueden ser nómadas digitales”. Para mayor tranquilidad, recomiendan apostar a la experiencia teniendo unos buenos ahorros de respaldo y, en lo posible, cero deudas: la estabilidad financiera puede demorarse en llegar (si llega).    

5. Si eres nómada, no puedes ascender en el mundo laboral. Confieso que, cuando inicié la vida nómada, pensé que solo podría aspirar a empleos mal remunerados, inestables y de baja categoría. Pero, afortunadamente, estaba equivocado. El primer fin de semana que pasé en Santa Marta, en marzo de 2021, Juanda, el amigo que me acogió en su apartamento y me introdujo en la ciudad, me llevó a un toque dominguero en una terraza. El sitio se llamaba Belafonte y resultó ser un co-living, es decir, un lugar en donde la gente comparte espacios para vivir y para trabajar y en donde se forman comunidades de viajeros y residentes temporales. Allí conocí a teletrabajadores y nómadas digitales que ocupaban altos cargos en sus empresas mientras disfrutaban del delicioso ambiente caribeño. Sentí la experiencia como una revelación. Luego vino la confirmación de que sí podía aspirar a un buen trabajo cuando conseguí el que tengo ahora.

Como ven, convertirse en nómada digital no es la opción recomendada para todo el mundo. Sí lo era –y lo sigue siendo– para mí, que doy más peso a las ganancias que a los sacrificios que trae consigo. Por eso, voy feliz por otro año de nomadismo y, quién sabe, a lo mejor iré por otro y otro más. Solo el tiempo lo dirá. Por ahora no tengo ningún plan concreto. Solo el deseo y el llamado para hacerlo. Con eso me basta para seguir avanzando.

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