Nómada digital por accidente

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Por Paola Sierra | Instagram: @soypolasierra

¿Por dónde empezar? Esta es una historia tan curiosa que ni sé por dónde hacerlo. Me voy a ir tres meses atrás cuando empezó la idea. 

Noviembre de 2020: estaba desesperada de estar en casa, lidiando con el encierro y el miedo que generaba salir a la calle. Deseaba con todo mi corazón ir a visitar el mar, y como una señal del destino me llegó una publicidad de vuelos súper baratos a Cartagena. En ese momento se me olvidó el miedo y los compré sin pensarlo dos veces. 

Apenas vi ese “Reserva confirmada” me pregunté: “¿Y ahora qué? ¿Estamos en pandemia y yo me voy a viajar? ¿Seré irresponsable?”. ¡NADA! Dejé la culpa a un lado, alisté mi maleta, empaqué ese miedo y me fui a viajar con él para encontrarme con ese lugar que me ha reiniciado muchas veces: el mar. ¡Era mi primer viaje sola! Estaba muy emocionada.

Durante los cinco días que estuve en la ciudad, pensé muchas veces en lo lindo que sería vivir cerca al mar en medio de cuarentenas y restricciones. Eso era apenas una ilusión. Hasta que una tarde mientras estaba en un café vi a lo lejos a un chico trabajando en su computador. Fue como un encendido automático. 

De una pensé que esta época era la oportunidad perfecta de cumplir mi sueño de vivir cerca al mar. Todo mi trabajo ahora era online, así que podía hacerlo desde cualquier lugar. No se imaginan la sonrisa de oreja a oreja que se me marcó en ese momento.

Al regresar a Bogotá, mi búsqueda de apartamento para irme a vivir sola se trasladó a Santa Marta. Estuve un mes y medio buscando, pero todo era muy caro. Bueno, en el sector que yo quería lo era. 

Ya estaba por renunciar a la idea. Pero una noche, mientras navegaba en Airbnb, se me apareció una cabaña en Guachaca, Magdalena. Era un anuncio nuevo. No tenía comentarios, pero algo me decía que ese era el lugar.

Busqué el nombre fuera de la plataforma y me encontré con su página web y número de contacto. Ya era de madrugada, pero no me importó escribir para pedir más información.  

¡Oh sorpresa! Era un lugar muy lindo y estaba dentro del presupuesto. Recuerdo que le pregunté muchas veces al dueño por la energía eléctrica y la conexión WiFi, dos temas súper importantes para quienes teletrabajamos. 

Sin pensarlo mucho, reservé por un mes. No era Santa Marta, pero iba a estar cerca al Parque Tayrona. Porque, eso sí, desde que se me ocurrió la idea, tenía claro que los fines de semana estarían destinados para salir a hacer turismo por los alrededores. 

Salí de Bogotá el 30 de enero. Me fui en el carro con mis papás, mi hermano y hasta mi hermoso perro. Ellos estuvieron los diez primeros días conmigo en Santa Marta, Palomino y Mendihuaca. Después mi viaje siguió en compañía de mi maleta de ruedas y un morral que bauticé “la oficina”. 

¡Eran solo dos meses! Aunque algunos amigos y primos se reían y me decían que yo me iba a quedar más tiempo. Yo solo respondía: “De pronto”. 

Durante ese primer mes empecé a conocer nuevos amigos, algunos de ellos viajeros, otros que estaban en el mismo plan que yo: viajando y trabajando a la vez

Ellos fueron los que me empezaron a cambiar el chip de quedarme solo dos meses en Santa Marta y regresar a Bogotá. ¡Ahora quería ir por más! ¡Quería conocer nuevos lugares y playas! 

Fue así como una noche me dediqué a explorar Google Maps y marqué una ruta desde Punta Gallinas en La Guajira hasta Sapzurro en la Costa Caribe de Chocó. Me parecía una locura por todo lo que implicaba y porque no estaba segura de emprender ese viaje sola, con una maleta y un computador al hombro. No lo sé. Dudaba mucho. 

Después de Guachaca, ya no quería un apartamento, no quería estar en un solo lugar, empezando la rutina de trabajo y terminando viendo Netflix en las noches. Así llegué a los hostales. Sentía que era la oportunidad perfecta de compartir con más viajeros que pudieran aclararme muchas dudas, y recomendar nuevos lugares. Además de practicar mi inglés. Siempre he sido muy abierta a conocer nuevas personas y en un apartamento para mí sola no lo lograría. 

En Santa Marta y sus alrededores estuve casi tres meses y, cuando más se acercaba el momento de salir a recorrer la ruta que había marcado, me preguntaba todo el tiempo: “¿Será que estoy loca?”, pero a la vez sentía ese miedo que motiva a seguir. ¿Les ha pasado? A mí muchas veces y me encanta. 

Ese mismo miedo me llevó a cambiar la maleta de ruedas por un morral y envié una cajita a casa con cosas que sabía que no iba a usar. Debía estar más cómoda si pensaba moverme de un lado a otro. Ahí fue cuando me dije: “Ya no hay vuelta de hoja”. 

Esos dos meses que pensé estar fuera de Bogotá ya eran historia. Ya llevaba casi tres por fuera y el camino seguía. “¿Cuándo vuelve?” me preguntaban cada vez que llamaba a mi casa, y yo respondía: “No lo sé, cuando termine la ruta”. 

Finalizando abril, salí de Santa Marta a Cartagena y de Cartagena a San Andrés. A la isla fui por invitación de una amiga que conocí en un hostal en Minca. No lo tenía en los planes ni en la ruta, pero allá estuve nueve días. 

Al regresar me quedé una semana más en Cartagena y me metí en el papel de productora de campo. Otro cargo que ya puedo agregar a mi hoja de vida de periodista, porque no crean, planear un viaje requiere de tiempo, dedicación y producción.

De ahí inicié esa ruta por el sur de la Costa Caribe. El camino era Rincón del Mar (Sucre), seguido de Tolú y Coveñas (Córdoba), Isla Fuerte (Bolívar), Necoclí (Antioquia), Capurganá y finalmente Sapzurro (Chocó). 

No entraré a contar detalles de cada lugar, porque esas crónicas serán contadas en otro momento. Pero sí les puedo resumir algunos datos: 

● Fueron cinco meses y medio de recorrido. 

● Estuve en 8 departamentos (La Guajira, Magdalena, Bolívar, Sucre, Córdoba, Antioquia y Chocó, incluido San Andrés). 

● 30 lugares entre pueblos y municipios. 

● 26 hospedajes y la casa de una amiga. 

● Estuve 40 noches fuera del continente. 

● Y perdí la cuenta de las personas maravillosas que conocí en el camino y de los cócteles que me tomé. 

De toda esta aventura, les contaré una anécdota muy especial: mientras estaba en Isla Fuerte decidí cambiar mi cuenta de Instagram y la puse pública. Esas anécdotas que antes eran para mi familia, amigos y conocidos ahora pasaban a estar abiertas para todos los que quisieran entrar a mi perfil. 

Regresé a Bogotá en julio con miles de ideas y con muchas ganas de volver a salir, aunque me demoré mes y medio en hacerlo. Les confieso que ya me estaba dando pereza, porque, aunque muchos no lo crean, viajar cansa y más cuando estás trabajando al mismo tiempo

Pero no me dejé ganar, empecé a planear la nueva ruta y ahora estoy recorriendo el eje cafetero, después entraré a Antioquia y después quién sabe… 

En este momento estoy en Salento escribiendo este testimonio, mi primera invitación desde que me dediqué a generar más contenidos para mi cuenta. Se me ha triplicado el trabajo, pero lo disfruto un montón. 

Ya para finalizar, quiero dejarle una invitación, especialmente dirigida a las mujeres: el miedo es solo una piedrita en el zapato, cuando la sacas, el camino mejora un montón. Es posible viajar solas

Y para todos los que tienen la oportunidad de hacer su trabajo desde cualquier lugar, vale la pena salir a viajar. No tenemos todo el tiempo escritorios cómodos ni sillas ergonómicas, pero es una experiencia que te deja muchas enseñanzas. Pueden empezar por unos días, luego semanas y después con un “No sé cuándo regrese”

No les voy a decir mentiras: todo no es maravilloso. Ser nómada digital es más difícil que ser viajero tradicional.

La disciplina y concentración son reglas de oro en este estilo de vida, porque lidiar con el ambiente de vacaciones en el que te mueves es complicado. Tus múltiples oficinas muchas veces están rodeadas de piscinas, playa, cerveza y planes o tours para hacer. 

También lo que conlleva encontrar un lugar con buena conexión, sobre todo en zonas apartadas, o cargar con el miedo de que en algún momento te quedes incomunicado. 

Además de tener momentos en los que quieres botar la maleta y regresar corriendo a casa, porque te sientes cansado de estar de un lado a otro con un “armario” y a la vez “una oficina” al hombro. En mi caso: un computador y algunos equipos de grabación. 

Sin embargo, han sido más fuertes mis ganas de seguir. Por supuesto que extraño la comodidad de mi casa, mi cocina, mi escritorio y sobre todo a mi familia. Pero hay algo que me motiva mucho a seguir y es ver cómo la vida me ha cambiado en el último año porque así lo decidí. 

Leer los mensajes de quienes me escriben me motivan mucho. Que me digan que les gustan mis contenidos me comprometen aún más a seguir creando y buscando historias de los lugares que visito. 

Debo confesarles que estoy cumpliendo un sueño que tenía desde muy niña: tener un trabajo que me permita viajar por el mundo. Por ahora lo hago solo por mi país, pero me siento afortunada de poder hacerlo y agradezco infinitamente el día en que, con muchísimo miedo, decidí emprender esta aventura llamada “Nómada digital por accidente”.

Peces es un laboratorio creativo que explora y difunde narrativas digitales en el que puedes publicar tus trabajos. Envíanos tus propuestas al correo electrónico pecesfueradelagua@gmail.comSi te gusta lo que hacemos, comparte nuestras entradas con tus amigos y síguenos en FacebookInstagram y Twitter.

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2 respuestas a “Nómada digital por accidente”

  1. Justo 1 año después te leo esto, y aunque te conozco hace mucho tiempo es chevere tu relato, aunque no me considero nómada digital si tengo actividades que me implican salir del confort en varias ocasiones, talvez nos veamos por EU, cuando llegue ese momento sabrás quien te dejo este mensaje Paolita jjajaa, salu2 y que sigas disfrutando y living la vida loca!!

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