De puertas para afuera

Fotos por Óscar Iván Pérez H.

Edición fotográfica y multimedia por Gabriel Rojas

Texto por María Alejandra Acosta

Cuando Óscar Iván me envió las primeras fotografías de las fachadas de las casas de Murillo, pensé que se había ido a pasar el fin de semana a Salento, un pueblo al que el turismo a inicio de los 2000 hizo famoso en la región de la Zona Cafetera y parte del Tolima por tener casas coloridas, artesanías y ser un destino entre mochilero y hippie chic desde el que era fácil llegar al Valle del Cocora. A Salento lo conocía por las fotografías que había visto en diferentes redes sociales. Me parecía, sin embargo, que las fotografías que me había enviado Óscar esa mañana se diferenciaban en algo de aquellas que había visto en las páginas de viajes por Colombia. ¿Qué era lo que tenían?

Las puertas cerradas y un aire de soledad en las calles, que otros pueblos como Salento quizá envidian en medio del barullo. Murillo parecía un lugar para apreciar desde todas las esquinas de las calles. Un lugar en el que la expresión “de puertas para adentro” podría adquirir un sentido menos metafórico, porque lo cierto era que Murillo “de puertas para afuera” tenía ya una historia que contar. De hecho, solo abrir los ojos en medio de la calle era ya parte de la narración que, sin que uno quisiera, Murillo había empezado a relatar. 

¿Qué diría Murillo para presentarse? “Mucho gusto, soy Murillo, pero tú puedes decirme Muro, Murito, Murazo, Mural, Muralito”. Óscar Iván, que es así tan racional, estaría preguntándole “Pero, ¿usted por qué es así?” y Murillo y le respondería que siempre ha sido así, que si puede decirle ‘Osquitar’, para dejar los formalismos. Óscar se reiría y le diría que bueno, pero solo porque sabe que más adelante le va a contar cómo se hacen sus casas. Él sabe, porque ha leído y le han dicho, que Murillo es famoso por su arquitectura de Tabla Parada, ese bello aporte de la cultura paisa que inmigrantes afiebrados por el oro llevaron a estas montañas. 

Pero Murillo no sabría de qué le está hablando. Murillo le diría que mejor haga un paseo al río para refrescar las ideas y que él lo espera. A su regreso, por Murillo habría caído un aguacero tremendo y las casas coloridas parecerían recién bañadas. Adentro, sus habitantes se refugirían del frío de 3.000 metros sobre el nivel del mar, y uno de ellos le diría a Óscar que es mejor que se entre porque si no se va a resfriar. 

De puertas para adentro, Murillo es cálido, pero cálido como son las casas de los páramos, o sea, es frío y húmedo pero menos frío y menos húmedo que afuera, y las estufas se encienden para hacer chocolate caliente, aguadepanela, café con leche, que luego dejan un vapor en el aire que se condensa en las ventanas. De puertas para afuera, Murillo parece haberse escapado de alguna playa, o al menos sí, de un piso térmico más abajo. 

Óscar me escribe “No es Salento, es Murillo” y está tragándose las ganas de agregar “pero puedes decirle Mural, Murazo, Muralito, Muro. Y de sus colores parece que se desprende la primera frase de una novela del realismo mágico”. 

Si estás leyendo desde un celular o una tableta, te recomendamos girar el dispositivo para apreciar mejor lo que sigue.

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