23 de julio de 2001
23 de enero de 2020
18 años y 6 meses de conocernos y reconocernos
16 meses de la partida de Alejandro
Carlitos para mí, Charlie para Alejo y el resto de la facultad
1.
Fue la primera persona que vi aquel 23 de julio de 2001, vestido de negro y parado en las escaleras de la entrada a la facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Colombia. Era el primer día de inducción, yo iba caminando por el entonces parqueadero de la facultad y me tropece, a los 17 años ese tipo de cosas daban pena, pero Carlitos no se rió, me sonrió. No sé si no se rió porque es daltónico y no me vio tropezar o simplemente porque él es así, un ser especial.
El recuerdo más vivo que tengo de él es salvándome del examen oral de la clase de Teoría del Poder. No me refiero a que me haya dado las respuestas porque eso era imposible, sino a la tranquilidad que él intentó transmitirme a pesar de sus propios nervios y del evidente pánico que yo tenía al hablar en público, así ese público fueran solo cuatro personas más y yo: Dos profesores, uno era Leopoldo Múnera y el otro era Julio Quiñones, habían dos compañeros más, Carlitos era uno de ellos. Yo estaba tan nerviosa que Múnera me dio agua un par de veces, mientras Carlitos se comía las uñas por mí y me decía en voz baja: «Carito si tus trabajos han sido tan buenos es porque sabes». Así era de especial conmigo, por eso para mí siempre ha sido ‘Carlitos’, no ‘Charlie’.
Lo importante en esta historia no son las notas, ni los títulos académicos, ni los logros laborales, tampoco las conversaciones del logro de comprar casa, carro o incluso de viajar. Las prioridades cambian, la vida cambia. Es la tranquilidad de sentir que después de 18 años y seis meses de conocernos, nos reencontramos para recordar historias y reconocernos en ellas.
2.
Los nervios por parte de él son evidentes, yo siento una sensación linda, de calma.
Un abrazo poderoso, sonrisas, ojos aguados, manos sudadas, uñas comidas. Alejandro Laserna, mi esposo y mejor amigo, su compañero y parcero de universidad, está presente desde el primer momento. Carlitos no sabe que decir, sabe que cualquier palabra puede ser inoportuna y dolorosa. La partida de Alejo le impacta, no entiende porqué personas tan especiales sufren debido a una dolorosa enfermedad y mueren jóvenes, mientras «hay tantos personajes por ahí llenos de salud y haciendo maldades».
Yo necesito como de costumbre ir primero al baño. Según Alejo, soy «un ser que debe conocer los baños de cada lugar al que entra». Buscamos un lugar tranquilo y fresco para sentarnos. Pedimos dos luladas grandes con leche condensada, empanadas, marranitas y aborrajados, estos últimos del tamaño de mi dedo meñique. Es inconcebible estar en Cali y no pedir ese menú.
Las historias empiezan con tanta naturalidad como en la época de la universidad. Hemos cambiado pero la esencia es la misma, eso lo sabemos porque la tranquilidad que le transmite el uno al otro está intacta.
3.
Hablamos de su proyecto de aves, de su hijo, su esposa, su mamá. También de su trabajo, el cual le da la tranquilidad que no le darían las oficinas ni los escritorios, la competencia ni el «éxito» laboral. Vive rodeado de carros y en medio de carreteras y con ellas de árboles, lo más alejado posible del entorno de la mayoría de los que estudiamos con él, sin embargo jamás es indiferente, tiene perfectamente claro en qué país y en qué mundo vive.
La literatura sigue siendo uno de nuestros temas de conversación. Durante la época de la universidad Carlitos solía preguntarme yo qué estaba leyendo, qué libro llevaba conmigo. El maestro y Margarita del ruso Mijaíl Bulgákov es para él una de las mejores recomendaciones que alguien le ha hecho de una novela. Recuerda mis sugerencias de escritores como Macedonio Fernández, Ricardo Piglia, Roberto Arlt, Carlos Fuentes y Roberto Bolaño.
¿Carito, tú en la universidad si leías las lecturas de Ciencia Política o solo leías literatura? -me pregunta Carlitos-
Me río y le respondo que era casi imposible leer todas esas lecturas, por lo menos para mí. Leía las que me interesaban o las que eran completamente necesarias. Creemos que los dos grupos de «ñoños» del semestre de Ciencia Política eran los únicos que se las leían todas, en uno de ellos estaba Alejo: «Los ñoños gomelos». Le cuento que en la época de la universidad a Alejo le molestaba que me fuera ‘bien’ o más bien que no me fuera mal, pues para él yo era muy vaga y debía haber consecuencias por serlo. Lo hubo, perdí Administración Pública con 2.9.
Le cuento que la responsabilidad académica era parte de la esencia de Alejo, pues cuando yo estaba haciendo algún trabajo de la maestría o la especialización se paraba en la puerta del estudio, me miraba y se «derretía hasta volverse un charco» porque finalmente me veía clavada estudiando. Se enamoraba cuando veía en mí su versión ñoña y supremamente responsable. Nunca fui tan politóloga como cuando hice la maestría en literatura y tan literata como estudiando Ciencia Política, es algo que él me hizo caer en cuenta.
Si yo había hecho la maestría en un tema tan personal, Alejo no se había quedaba atrás: Medio Ambiente y Desarrollo, su pasión y también su preocupación. Le cuento a Carlitos que nos tocó escribir las tesis simultáneamente, lo cual nos permitió estar literalmente en los zapatos del otro y entender los tiempos entre el trabajo, la tesis, la relación, las madrugadas, las trasnochadas, el amor, el estrés, las citas y los exámenes médicos. Orgullosa le digo que la tesis de Alejo fue meritoria y que en ella unió sus temas: indígenas y medio ambiente («Bases para la formulación de una política pública territorial indígena en Colombia desde el Pensamiento Ambiental»).
Saltamos de una historia a otra. Hay muchos recuerdos.
Carlitos me confiesa que le daba pena preguntarme qué música oía yo en aquel entonces, detrás de esos enormes audífonos que aún eran más bien escasos. Según él, hasta al profesor Leopoldo Múnera le inquietaba la música que yo oía. Me daba el lujo de tener tres audífonos de diferentes tamaños, los cuales en la adolescencia y juventud me permitían evitar ciertas conversaciones, ‘huir’ de un mundo que por aquél entonces yo ya alcanzaba a percibir un poco denso. Carlitos por supuesto también lo percibía, su sensibilidad es parte de su esencia. Alejo y Morales (ambos integrantes de «los ñoños gomelos»), sabían que si yo llevaba los audífonos más grandes, era porque quería de cierta forma aislarme. Hoy prefiero oírme a mí misma y oír a las personas (a algunas, no soy tan Zen como Alejo).
En algunos espacios de la universidad no me interesaba oír música, me interesaba oír las ideas de mis compañeros. En silencio me sorprendía de su inteligencia, sus opiniones, sus historias de vida. Yo me preguntaba frecuentemente: ¿Por qué a mí no se me ocurren esas preguntas? ¿Por qué a mi no se me ocurren semejantes ideas? El privilegió de estudiar en la Universidad Nacional de Colombia, descrestarse y sorprenderse frecuentemente con las ideas del otro.
Las historias se cruzan, las palabras también.
En una ocasión Carlitos fue a mi casa para hacer un trabajo de Sistema Político Colombiano. Mi mamá lo saludó y se sorprendió al verlo, lo imaginaba casi como un niño o un adolescente, quizás por el «Carlitos» y por la ternura con la que yo me refería a él. Dice que se comió la torta más rica de habichuelas, queso y carne hecha por ella. Con esa experiencia, luego de conocer a mi mamá e ir a mi casa, le aclaraba a quienes decían que yo era creída, que no lo era, que más bien era sería e incluso tímida. Me sorprendo porque nadie me había dicho que me percibía como una persona tímida. Me dice que para él lo más importante es que siempre me veía creando otros mundos y viviendo en ellos, con pájaros y mariposas.
Con nostalgia, ojos aguados y sonrisas le cuento que después de 18 años me estoy enterando que Alejo no era el único que percibía que mi alma y mi mente ya venían creando un mundo. Por la sensibilidad de Carlitos siento que debo contarle la historia de Cerbaleón, nuestra historia, esa por la cual decidí volver de Londres y decirle a Alejo que estaba enamorada de él. Se la narro a Carlitos. Se emociona y se conmueve mucho, como aquel niño que mi mamá imaginaba cuando yo le hablaba de él en la época de la universidad. Me agradece profundamente por habérsela contado y me dice que siempre que vea una ‘Combi Volkswagen’ se acordará de Alejo y de mí, de nuestra historia, la cual continúa después de la vida. Entiende de inmediato porque llevo una camiseta con una Combi y porque siempre aparecen en espacios de Alejo y míos.
Se ríe y me pregunta por qué estudié Ciencia Política. Yo también me rió y le digo que precisamente Alejo me preguntaba lo mismo en la mitad de casi todas las clases, yo siempre le respondía que no sabía. Sin embargo, le cuento a Carlitos que nueve años después de conocer a Alejo y de ser mejores amigos le dije lo obvio, que yo estaba enamorada de él y que finalmente sabía la respuesta a su pregunta: «¡Para conocerte! Estudie Ciencia Política en la Nacional para conocerte». ¡Que traga la mía! Desde mis 17 años he estado enamorada de mi mejor amigo, más de la mitad de mi vida.
Carlitos nos recuerda sentados en las escaleras de la facultad y pensar «¿Por qué Alejo no le dice a Carito que se cuadren y ya?» ¡Pues porque tuve que ser yo la que se lo dijo a él!
Aprovecho para preguntarle a Carlitos por la borrachera que se pegó con Alejo caminando por la séptima.
Recuerdo que Alejo y yo coincidimos caminando un viernes -me dice Carlitos-. De esos encuentros no planeados pero que salen de lo mejor. Hablamos un rato y luego de reír mucho nos pusimos de acuerdo para comprar aguardiente; nos tomamos unas cuantas cajas. Íbamos por la Carrera Séptima, cerca a la Universidad Distrital y la policía nos pilló. ‘Jóvenes vengan’, nos dijeron, ‘favor una requisa’. Nos requisaron y Alejo mientras charlaba con un policía, yo no sé qué le dijo, pero el policía soltó la carcajada y luego nos devolvió el aguardiente y nos dijo que nos fuéramos para la casa.
Seguimos contentos caminando, tomando y yo le pregunté ¿Alejo usted que le dijo al policía? Él se rió y me dijo, “Le di un consejo”. Yo no pregunté más porque la respuesta me pareció lo suficientemente graciosa y no quise tirarme el momento con más preguntas.
Ese día íbamos a ir a la casa de Morales, pero empezó a llover y dejamos el plan para otro día. Las cosas planeadas no se dan o no salen bien.
Mientras me cuenta la historia, Carlitos recuerda la voz de Alejo diciéndole «Uyyyyy este Charlie es la cagada» o «vamos a dar un borondo», se ríe y entonces recuerda sus carcajadas y prácticamente las oye. Alejo está tan presente como siempre, siente de cierta forma la tranquilidad que le daba estar en compañía de él, pues con pocas personas se ha sentido así, en calma, tranquilo, riéndose con naturalidad. Sé perfectamente a qué se refiere, literalmente conozco esa sensación. Me casé con esa sensación, sumada al amor absoluto, la plenitud, la complicidad y la seguridad.
Sale una sonrisa y con ella la nostalgia por lo que físicamente tuve. ¡Tuve esa dicha! ¡La tengo! La de amar y ser amada plenamente.
Le hablo de la ausencia infinita, esa que llega con el tiempo, después del funeral en el cual aún yo no era consciente de su partida, después de los dos o tres primeros meses de llamadas y de cierta compañía llega el sinsentido, el vacío y el silencio en cada rincón del apartamento, de la vida que ya no es ni será la misma de antes. La ausencia solo se siente con el tiempo, cuando ya no hay despertares juntos, ni llamadas, ni mensajes, ni abrazos, ni besos, ni respuestas, ni desayunos, ni la espera después del trabajo, ni nuestros domingos, ni el «te amo mi suspi». El amor aumenta y se une al dolor, a la ausencia, a la soledad, al miedo, a la rabia, al sinsentido, al eterno vacío. El eterno vacío en mi Eterno presente.
-Ayy Carito-
-Ayy Carlitos-
Las emociones salen tal cual llegan, aunque no me salen con todos, pero Carlitos no es como todos, por eso paso de una emoción a otra sin cohibirme, a otro recuerdo.
Nos reímos del parecido de Alejo con Chirs Martin el vocalista de Coldplay, precisamente uno de los apodos que le tenían en la universidad. Yo le digo que mi esposo es mucho mas churro y para nada desabrido. Emocionado, ansioso, nervioso, Carlitos me dice que me quiere contar algo importante relacionado precisamente con el apodo de Alejo.
Carito siempre me acuerdo de tu cumpleaños -me dice con su tono acelerado-. Ese día Laurita, nuestra compañera de la universidad, me contó que estabas en Cali y me dio tu teléfono. No sabía si llamarte o no, pero no me lo vas a creer. Yo iba manejando por la carretera muy tranquilo, sonaba salsa, pensaba en ti, en cómo comunicarme contigo sin ser inoportuno; de repente sonó Clocks de Coldplay y sentí que era Alejo diciéndome “¡Charlie llámela, Charlie llámela!”. No fui capaz de llamarte pero pude enviarte un mensaje.
Debo confesarte que hoy en el trabajo estaba muy ansioso porque te iba a ver, no quería embarrarla, no quería ser inoportuno, tampoco sabía cómo ibas a reaccionar, pero me encanta saber que tu esencia es la misma.
Es que ustedes dos cómo no se iban a ennoviar si cada uno por su lado son un ser especial y desde la universidad iluminaban el entorno. Que lastima que no pude verlos cuadrados y casados, pero cuando me enteré me puse muy feliz. Son una pareja única, de esas que no existen.
Se me salen las lágrimas, le agarro la mano y le agradezco por contarme esa historia con Coldplay y la voz de Alejo de fondo, pero también por ser cuidadoso, por intentar no embarrarla. Le cuento mi historia del día anterior con Colplay, el apodo de mi esposo. Le cuento sobre lo que Alejo llamaba «señales de amor», esas señales que me enviaba frecuentemente «para que el amor de su vida se mantenga feliz» y que ahora se han vuelto parte del sentido de mi vida y se han convertido en historias que intento escribir para no olvidar y para darle importancia a lo que me pasa sin Alejo físicamente presente, pero siempre presente.
Mi primera ida a cine sola, con Buda, Coldplay y un violín de fondo.
La noche después de mi cumpleaños y la anterior a mi ida a cine sola por primera vez en la vida, yo iba en el carro con mi nueva amiga María Lucía, un ángel terrenal, un ser que llegó a mi vida por un «mandado de Alejo», como dice ella. Como buena caleña ella estaba oyendo salsa, le pregunté si podía cambiar la emisora, me dijo que sí. Sonó Coldplay, yo suspiré y le dije que en la universidad decían que Alejo se parecía al vocalista. Ella, muy ella, paró su carro y me dijo «mostrámelo», se lo mostré y efectivamente se le pareció mucho. Le dije lo mismo que a Carlitos: ‘Sí, pero mi esposo no es desabrido, es muy guapo’.
Al día siguiente quise ir a cine sola. Llegué a la taquilla a preguntar qué películas estaban dando. Solo me interesaba ver alguna que fuera para niños o de acción, las favoritas de Alejo: las “de puño, teta, patada, bala”. Nada de cine arte ni drama. Finalmente había entendido lo que él siempre me decía: “hay que parar de sufrir, ya la vida es muy dura para pagar dos horas por sufrir, no, no, no, pare de sufrir”.
La única película que no había empezado era Un amigo abominable. En esta una adolescente está precisamente en duelo por la muerte de su papá y un día conoce al Monstruo del Himalaya. Ella decide acompañarlo a su lugar de origen, recorriendo los lugares a los que su papá quería llevarla. Hay una escena en la que la niña llega a un Buda tallado en piedra en medio de una enorme montaña, el lugar al que más quería llevarla su papá. La niña saca su violín y empieza a tocar Fix you (Sanarte) de Coldplay. Yo nunca le había puesto cuidado a esa canción porque esa banda no es lo mío, es más de Alejo. Cuando sonó la canción sentí que él me la estaba dedicando, que sutilmente me la suspiraba al oído, a mí, su Suspi Suspi.
Sí, yo perdí a alguien que jamás podré remplazar y ese alguien intenta guiarme, encenderme, sostenerme, sanarme, enviarme «señales de amor». When the tears come streaming down your face, ‘cause you lose something you can’t replace. Lights will guide you home and ignite your bones and I will try to fix you. (Cuando las lágrimas bajan como torrente por tu cara, cuando pierdes algo que no puedes remplazar. Las luces te guiarán a casa y encenderán tus huesos y yo trataré de sanarte).
Lloré en una película para niños; llorar es tan natural como reír. Nadie estaba para decirme que no lo hiciera (esa incomodidad de ver llorar a otros y decir «no llores»). Solo se dio cuenta un niño que estaba en la silla de por medio mía y me sonrió como lo hizo en casi toda la película. Esa sonrisa de los niños que siempre me ha intimidado, esa sonrisa de niño que solo he visto en un adulto, esa sonrisa en un adulto que no solo logró intimidarme sino enamorarme.
Carlitos se conmueve con la historia de mi primera ida a cine sola con Buda, Coldplay, un violín, varios suspiros y unas lagrimas de fondo. Me dice que la muerte no nos separa, que nuestra historia sigue siendo tan maravillosa como los mundos en mi cabeza. Vuelven entonces mis mundos a la conversación, aquellos que a él le inquietaban cuando me veía caminando con mi saco verde de capota por el parqueadero de la facultad. Para él a mi solo me hacían falta los pajaritos y las mariposas volando a mí alrededor, pero me dice que está convencido que cuando Alejo y yo nos volvimos pareja los pájaros y las mariposas volaron alrededor nuestro, porque eso era lo que yo necesitaba para fortalecer los mundos de mi cabeza.
Es que es todo un mundo mágico el de ustedes dos -me dice Carlitos-. La telepatía, la luz que irradiaban, la tranquilidad que generaban. Es que hasta existía la sincronía en los colores para vestirse.
La literatura vuelve a la conversación, esta vez con el escritor argentino Macedonio Fernández y con él, mi seudónimo. ‘Macedonio’ fue mi seudónimo durante años. El museo de la novela de la eterna fue escrita precisamente por él, ese abogado amigo del papá de Borges, quien al morir su esposa Elena dejó el Derecho para empezar a escribirle una novela a ella, su Eterna e inició el estudio de la metafísica. Se nos paran los pelos, yo no había caído en cuenta de esa historia. Las lágrimas salen, como deben salir cuando la emoción, los recuerdos y el dolor afloran.
No hay silencio, mucho menos silencio incomodo. Aprendí con Alejandro, el ser más silencioso que he conocido, que los silencios nunca son incómodos.
Cada uno saca y pone en la mesa los tres libros que está leyendo. Carlitos trae con él: Así habló Zaratustra de Nietzsche, Mabangú de María Teresa Ramírez y la revista de Calieduca. Yo traigo el libro Un nuevo mensaje de un médium español, junto con dos novelas, precisamente las primeras que leo en los 16 meses de la partida física de Alejo, pues he estado centrada en la búsqueda de algo que necesita mi alma para lograr algo de calma, y la literatura no es algo nuevo para mí. Curiosamente, ambas novelas las empecé el mismo día, una de ellas es un regalo de mi amiga del colegio, María Camila, The Year Of Magical Thinking (El año del pensamiento mágico) de la escritora y reportera Joan Didion, sin embargo, ahora que lo pienso no es una novela, es un libro íntimo que narra el proceso de duelo luego de la muerte de su esposo, el escritor John Gregory Dunne. El otro libro es Siddhartha de Hermann Hesse, recomendado por mi amigo Pacho, debido a recuerdos de conversaciones que él tuvo con Alejo. Sabía del libro, pero no había resonado tanto como ahora, por el príncipe Siddhartha Gautama (nombre de Buda) y por esa parte espiritual que antes buscaba mi esposo y ahora yo.
¿Carito y vas a escribir? -me pregunta Carlitos-. Es que tienes un modo de narrar y de escribir que pone a soñar. Deberías hacer una novela.
Le contesto precisamente que hasta Leopoldo Múnera me preguntó lo mismo un día que me invitó a almorzar como parte de un pendiente que teníamos después de la partida de Alejo. También me lo preguntan otras personas, algunas de estas me motivan.
Alejo no solo es la persona que más me ha motivado a escribir, sino también quien más me ha leído y me ha hecho escribir. Más o menos como en tercer semestre me dijo que se había soñado con la portada de mi libro, por tanto que él sería el encargado de diseñarla. Me molestaba diciéndome que haría un libro paralelo al mío con las palabras que yo suelo inventar o cambiar el significado.
Le cuento a Carlitos que inventarme las palabras es una de las cosas que enamoraban más a Alejo y que cuando estábamos en la universidad él las escribía en las últimas hojas de su cuaderno. Años después, puso una libretica (con portada de la combi Volkswagen) en la nevera del apartamento para escribirlas y no olvidarlas:
«Cómo no enamorarme de ella, por ejemplo, si su capacidad para inventar nuevas palabras, inexistentes por cierto en cualquier lengua alrededor del mundo, y ajustarlas a la lengua española con tanto convencimiento que yo termino por creer que son una realidad, sólo me produce ternura y me derrite hasta volverme un charco, mientras pienso que sin duda encontré al amor de mi vida». (Votos matrimoniales de Alejo https://pecesfueradelagua.com/portfolio/predestinacion/).
Alejo era quien siempre escribía en la libreta, hoy en día algunos amigos que me visitan, son los que se dirigen a ella para no perder la tradición.
18 años y seis meses después de conocernos y reconocernos hablamos de la vida, sus dolores, sus colores y sus sinsentidos.
4.
Hoy, 23 de febrero de 2020, 18 años y siete meses después de conocernos, un mes después de reconocernos y 17 meses de la partida de Alejo, intentaré responder a la pregunta de Carlitos acerca de si voy a escribir. La escritura hace parte de mí, es un ejercicio que ha sido más intimo que público, pero ahora se ha convertido en un ejercicio terapéutico. Quisiera escribir de manera más ‘formal’, sin pretensiones, pero no sé si lo logre.
Por ahora, el libro que lleva la portada diseñada por Alejo está escrito en mi alma y en la de él. Me consuelo con saber que el alma es eterna, infinita.
Para no perder la costumbre del pasado quiero recomendarle a Carlitos el libro de Ricardo Piglia El último lector. No es una novela, es según el autor argentino (mi favorito) su libro más íntimo, quizás porque muestra como la literatura es una forma de vida paralela. Precisamente por ese libro Alejo se convirtió desde hace más de 18 años en ‘Mi último lector’, así le solía decir cuando me leía y me corregía, e incluso me escribía. La mayoría de mis textos tienen su voz, su narración, su imaginación. Él siempre será mí último lector, ese lector ideal, ese que es capaz de ser personaje, escritor y lector, pero también único y hoy más que nunca Eterno.
5.
Con Alejo, Carlitos hablaba de la vida, de filosofía y de teoría política. Conmigo de literatura, de diversos mundos y ahora también de la vida.
Los títulos académicos están, pero a Carlitos y a mí no nos importan. Nos importan las aves, la naturaleza, los árboles, la esencia, las lecturas, el alma. Nos interesa encontrar algo de calma en una vida llena de afanes, de apatía, de éxitos centrados en lo material y en lo económico. En su WhatsApp tiene la frase: «El apego a lo material genera dolor», y durante un tiempo tuvo como foto de perfil a su hijo al lado de un Buda en piedra que está en el Zoológico de Cali.
Carlitos y yo ya nos hemos encontrado dos veces después de 18 años de conocernos, intentamos tener un contacto permanente, me gusta sentirlo cerca, me gusta oír su voz acelerada, me gusta que no guarde silencio, porque sus palabras no son inoportunas. No puedo ir a Cali sin verlo, sin reconocerlo y sin reconocerme en él. Sí, 17 meses después de la partida de Alejo, por primera vez me reconozco en la mirada de otros, o más bien de algunos, porque durante casi 18 años me reconocí en la mirada de mi mejor amigo y esposo.
Ya Carlitos no me ve con pajaritos alrededor, sino «con un brillo muy particular, como el brillo de los ojos de una niña pequeña. Con mucha sabiduría y una transparencia muy bonita». Sin embargo, aún me ve en otros mundos y dice que la magia me sigue, y cómo no si soy según Alejo ‘La Hechicera’, «la única en su [mí] especie».
Después de recordar historias, de recrearlas y de reconocernos en ellas, agradezco que no haya dejado de ser ‘Carlitos’ para mí y yo ‘Carito’ para él. Ya no hay pajaritos alrededor mío, pero hay historias, recuerdos, empatía, dolor, amor, amistad, cariño, tristeza y calma. El alma sigue siendo la misma pero más sabia, más dolida, más sensible, más compasiva y sobre todo más amorosa.
*
Otras publicaciones del especial sobre el Pasado:
Curandera, por María Alejandra Acosta.
Mi tía Neyla, por Diomedes Acosta.
La vida que hice, por Gabriel Santamaría.
Sin tiempo, por Daniel Muriel.
Hoy no fui, mañana sí, por Diego León.
Carito, muchas gracias, siento mucha emoción al leer tu escrito. No sé que más escribir.9
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Carola, como escribe es excelente, no necesita ser más formal. La forma como cuenta la historia, me llevó a vivirla mientras la leía.
Saludos,
M
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Carrito
Ecfificante ejemplo de vida
Tomaré no fragmentos, sino toda tus sabias experiencias, po cuánto son lecciones de vida, esperanza y amor.
Dios te siga bendiciendo.
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Carito, gracias por compartir esto, no dejes nunca de escribir, de contar tus historias. ❤️
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