Texto de Juan Serrano, fundador y productor ejecutivo de La No Ficción (LNF). Ilustración de Angélica Duque. Ambos trabajos fueron publicados originalmente en el boletín # 32 de LNF.
Cuando grabo mi voz para algún episodio, me suelo atascar en alguna frase. Repito una y otra vez la misma línea, pruebo varias entonaciones sin que ninguna me deje del todo satisfecho. Muchas veces el tropiezo ni siquiera ocurre en los tramos del guion con dicción complicada o con ausencia de puntos. No. A veces las frases en apariencia más sencillas se me vuelven un lío en la lengua. Hace poco, por ejemplo, me llevó 10 intentos completar una intervención de apenas un renglón. Parecía un adolescente ensayando torpemente una breve declaración de amor frente al espejo.
De todas las fases que componen la producción de un episodio, la de encerrarme en un armario para grabar mis partes del guion es la que me resulta menos grata. Ahí, frente al micrófono encendido, viendo formarse las ondas en la pantalla, se dispara mi ansiedad. El pulso se acelera, el cuello me suda, titubeo más que de costumbre y me quedo sin aire en la mitad de las frases. Guiones que en boca de otros compañeros tomarían alrededor de 20 minutos, a mí fácilmente se me puede convertir en una sesión de una hora.
Desconozco el origen de esa tara. ¿Estará asociada a mi timidez? ¿Será la prefiguración del temor al juicio de los otros cuando mi voz llegue a sus oídos? ¿Podría ser esto simple culillo escénico en su versión para podcasters? He debido pensar mejor en estas cosas antes de dedicarme a este oficio.
Pero ya es tarde para cambios bruscos a nivel profesional, y más bien lo que he procurado es encontrar un método para hacer menos tortuosas las sesiones de grabación. Varias veces, por ejemplo, me he apoyado en uno o dos tragos para ganar gracia y soltura. He descubierto también que me va mejor si grabo a altas horas de la noche, cuando no hay aguacateros en la calle voceando su producto fresco y los ruidosos vecinos del piso de arriba ya están dormidos. Y por último, desde hace tiempo renuncié a monitorear la calidad de la captura del audio a través del retorno en los audífonos. Si la experiencia de grabar ya de por sí me resulta pesada, escuchar en tiempo real el sonido de mi voz en alta definición poco contribuía a aligerarla.
Lo más probable, sin embargo, es que todas estas precauciones no sirvan de nada, y que sea en vano todo el tiempo que se me va tratando de encontrar la entonación perfecta. Daniel y Valentina, que son los encargados de armar y mezclar los episodios, me lo han dicho ya muchas veces: por lo general solo revisan la primera toma de cada intervención y, si ven que está bien, arman el episodio con base en esa. ¿Las cinco o siete versiones adicionales que grabé de ese mismo párrafo? Ni siquiera se detienen a escucharlas. “El primer intento es el que sale más natural”, me dijo Valentina el otro día. “El último suele venir cargado con muchísima presión de tener que hacerlo bien”, opina Daniel. Para este boletín, les pedí algún consejo que me evite tanta repetidera inútil. “Trabaja en tu respiración”, me invitó Valentina. “Trate de confiar más en sus primeras versiones”, me sugirió Daniel.
Veremos cómo me va en la próxima grabada. No me hago muchas ilusiones.

Ilustración de Angélica Duque.
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