Miedo a ser descubierta

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Verónica Avendaño Toro es administradora de profesión, soñadora de ocupación, amante de los pensamientos desordenados y creyente de la locura como nueva cordura. Primer pedazo de ella en letras que publica en Peces.

Defino mi ser entre sombras y luces. He tenido que volver a mí cuantas veces ha sido necesario, pasando por la decepción cuando me siento perdida una vez más, cuando pierdo el foco e incluso cuando olvido cuál es el camino del retorno. Quiero salir de esta incertidumbre y angustia para sentirme más tranquila, más confiada, más yo, y volver a mi centro. Pero siento pánico, porque otra vez me adentro a este cuarto al que llamo sombra.

Me alojo en él como su huésped de honor y me escondo acurrucada y abrazada por la culpa de estar de nuevo en esta situación, sintiendo cómo frente a mí se diluye ese propósito de ser y me embarga la duda, el miedo y la angustia. Sin embargo, estoy  en este cuarto sombrío con ganas de huir de él, pero sin poder hacerlo: me encuentro petrificada.

Estando aquí se enciende una luz que solo apunta a mí, como si fuera la protagonista de una obra teatral. No entiendo lo que sucede, así que corro, le huyo a aquel reflector, siento cómo mi corazón se acelera porque, entre más intento ocultarme, la luz encuentra la manera de volverme a enfocar. En medio del ruido que hago en mi intento de esconderme, percibo que no me encuentro sola, que hay un espectador que, queriendo que lo escuche fuerte y claro, emite un sonido que llega a mí como un eco preguntándome: “¿A qué le temes? ¿Por qué huyes de la luz?”.

“La puerta del cuarto está abierta, ¿por qué no sales?”, insiste. Al oír esto, logro levantarme y soltarme del abrazo de la culpa. Con el alma desnuda me pongo de pie en la tarima del cuarto, como protagonista de esta obra llamada vida –mi vida-, petrificada, sin saber qué responder, pero, con toda la certeza de saber las líneas del libreto, dejo escapar de mi garganta, con una voz alta y temblorosa: “Miedo a ser descubierta”.

En ese momento todo el cuarto se ilumina y sin ser consciente de mis movimientos, mis manos aplauden sin parar. Mi rostro esboza una expresión de encanto y maravilla. Comprendo, con algo de asombro, que soy mi público y que soy, además, la que maneja aquella luz, la que siempre está apuntalándome para que viva y sienta ese protagonismo al que tanto le huyo. 

Ese faro que siempre me acompaña recordándome la función de esta obra; recordándome que no es miedo a ser descubierta a lo que le huyo, sino, más bien, miedo a descubrirme a mí misma. Comprendo que ya había sido descubierta por otros, por otras luces que le ponen color a aquel teatro donde presento mi obra, lo que hacía falta era que yo me viera a mí misma como ellos me ven y me iluminan.

Foto por Óscar Iván Pérez

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