También fui niña(o), también soy niña(o)

Texto por María Alejandra Acosta

Fotografía por Óscar Iván Pérez H.

El mantra que les propongo para empezar a navegar por la galería de fotografías que se encuentran a continuación es “También fui niña(o), también soy niña(o)”. Se los propongo desde ya para que al asomarse a lo que viene se encuentren ahí: en el deseo de jugar. De las dinámicas sociales de los seres sintientes, la del juego es una muy particular. El juego es el sentido de todo y el universo aparece ante nosotras representado ahí. 

En el juego performativo, en el estratégico, en el deportivo, en el inventado, en todas sus formas, retamos nuestros límites, que no son pocos. Cuando se es niña, el juego performativo casi siempre nos muestra unos roles en el que nos proyectamos, el límite es la edad a la que desafiamos actuando como si fuéramos adultas. El juego estratégico, por ejemplo, nos invita a pensar desde una posición de poder que no tenemos en la vida cotidiana, y desde la cual diseñamos planes para resolver un asunto como escapar de un ataque zombie, o cumplir una misión colonialista para dominar una parte del mundo. El juego es una representación de la realidad. Aunque en los juegos hay mucho de fantasía, de irrealidad, hay también algo que no podemos olvidar: que quienes juegan son reales, usan sus recursos para el juego, sus habilidades, sus personalidades, sus deseos. 

A lo largo de la vida, el juego parece irse desprendiendo de nosotras, como si fuéramos personas que no necesitáramos de él, cuando es en él en donde vive toda la posibilidad de hacer. Todos los días jugamos, así no declaremos o no seamos conscientes de que estamos jugando. Imaginamos conversaciones que no hemos tenido y que quizá nunca tendremos, y ¿qué es eso si no un juego? 

Los objetos con los que jugamos en la infancia nos causan una nostalgia que trasciende al objeto en sí. Creamos alrededor de ese objeto una especie de rito. Los coleccionistas de figuras de acción, por ejemplo, conservan en sus empaques originales a miles de piezas que harían una fiesta fuera de sus cajas si estuviéramos en Toy Story. Su rito se construye alrededor de la caja, de la transacción, y de su destino final: una vitrina. Observar desde lejos las figuras me despierta el mismo sentimiento que me producen los peluches en los escaparates de los almacenes: pena. Aunque racionalmente comprendo que se trata de objetos sintéticos (casi siempre) sin alma, sin vida, sin espíritu, me pregunto por la persona que estaría del otro lado: el niño y la niña que serían capaces de darles vida, de nombrarlos, de recordarlos, de darles un lugar en su mundo. 

Óscar Iván, en esta ocasión, desbloqueó el nivel “soy un adulto” para volver al nivel “fui un niño”, y logró hacer, con sus juguetes nuevos (su cámara, su teléfono, sus luces), mundos en los que los juguetes de su amigo Gabriel (que imagino muy acomodados en un mueble), salieron a hacer de las suyas por un jardín, una ciudad, una selva.    

Recuerden siempre: somos las niñas y los niños que fuimos. Nunca dejamos de serlo.

Coda. "Iron Man pintor", por Gabriel Santamaría Cortés. Gabriel fue, en muchos sentidos, el detonante de este trabajo. No solo proveyó los muñecos y las locaciones de La Santamaría, sino que también fue mi acompañante en el juego fotográfico y quien publicó en su perfil de Instagram fotos de escenas de Lego antes de que yo siquiera las imaginara. A él, mi amigo, mil gracias. Óscar Iván.

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3 respuestas a “También fui niña(o), también soy niña(o)”

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