El sapo

Segunda entrega de la serie «Relatos de un latinoamericano en Rusia», escrita por Juan Sebastián Arroyave.

Vivir en Rusia es una experiencia rica en contrastes. Lo normal es que la gente se incline hacia Moscú o San Petersburgo, que son las ciudades más grandes y cosmopolitas, por decirlo de alguna manera. Yo tuve la extraña suerte de enamorarme de una nena de Oremburgo, ciudad euroasiática por excelencia, atravesada por el río Ural que la divide, nada más y nada menos, que entre dos continentes: una parte está en Europa y la otra en Asia. Como si eso fuera poco, la familia de mi esposa ni siquiera vive en la ciudad, sino en un poblado llamado Pervomayskiy (que significa “Primero de Mayo”), donde se ubica la base militar de Donguz. Imagínese usted dónde fui a parar gracias a mi capricho de unas vacaciones de la vida en China.

Hace poco fuimos a la ciudad de compras y a dar una vuelta para distraernos de la monotonía de la vida aldeana, que se asemeja bastante a lo que debió haber sido la cotidianidad de la Unión Soviética en su tiempo. Mi esposa estaba buscando unos zapatos, pero, como no sabía muy bien qué quería, entendí que la visita iba a ser larga. Entramos a una tienda en un segundo piso y realmente intenté ayudarle mostrándole distintas opciones que me agradaban y buscando referencias de su talla, pero mi ayuda no era de mucha utilidad, por lo que preferí esperar afuera del almacén.

Quise buscar ropa para mí pero no había muchas opciones de mi gusto, supongo, porque la paleta de colores social y culturalmente aceptada para los hombres en esta ciudad terciaria es bastante limitada: algo asi como noventa porciento negro, gris, azul oscuro o de estampado militar, siete por ciento blanco y escala de cafe y un tres por ciento el resto del espectro visible para el ojo humano. En ese momento regresé a ver si mi esposa ya había escogido algo, pero como ella aún no había seleccionado nada, decidí sentarme en la escalera que conducía al siguiente piso. La escalera era razonablemente ancha como para sentarme junto a la baranda sin estorbar el paso de nadie, en caso de que hubiera alguien allí, pues el lugar estaba prácticamente vacío. 

Ya llevaba un buen rato entretenido en mi teléfono, no recuerdo si leyendo un artículo científico, repasando las lecciones de mandarín en Duolingo o viendo memes ateos en Instagram, cuando sentí un dos toques en la espalda y después una ligera presión. Sin haber sido algo necesariamente hostil, tampoco fue muy sutil; sí fue, en cambio, totalmente inesperado. Me volteé instintivamente a ver qué o quién era. Entonces un tipo de unos cuarenta años -que no era el vigilante del edificio- me dijo: “Párese, aquí no es para sentarse”. “Pero qué putas”, pensé, aunque sólo pronuncié un confuso: “Chto?” (es decir: “¿Qué?”).

El desconocido: “No se siente en las escaleras”.

Yo: “¿Por qué no?”. 

En el almacén, ví que mi esposa ya estaba en la fila para la caja, y solo le hice un gesto como de “Y este man, ¿qué?”, y ella me responde desde allá: “Baby, dice que no te puedes sentar ahí”. Y yo: “Bueno, eso ya lo sé. Pero, ¿este man quién es?”.

El desconocido: “La escalera debe estar libre para el paso de la gente”.

Yo: “Pero es grande y aquí no hay nadie”.

El desconocido, todo un concerned citizen o, en español colombiano, “un sapo”, quedó sorprendido por mi respuesta y siguió bajando las escaleras viendome con un gesto de entre confusión y desconcierto, como si hubiese acabado de escuchar algo totalmente absurdo después de su gloriosa demostración de civismo.

Quise contestarle algo como “siga su camino”, pero no hallé cómo. Lo más cercano que podría haberle dicho era “Идите на хуй” (algo así como “vayase a la verga” -eso sí lo sé decir en ruso-), pero no quise escalar el conflicto. En China aprendí, por experiencias ajenas, que un extranjero debe evitar entrar en pleitos con locales lo máximo que pueda (a menos que ese país sea Colombia, donde el extranjero probablemente tendrá más de un voluntario que lo defienda).

De repente sentí despertar el espíritu feroz del gran dragón andino -o más bien, hervir la sangre del pijao indomable en mi interior- y un impulso irrefrenable de mandar al “sapo” a la mierda, pero el sapo ya había brincado fuera del charco y yo me quede enfurecido y humillado.

Para mí, en mi lógica andino-caribeña, sentarme en un rincón de una escalera grande en un lugar prácticamente vacío, era mucho más razonable que invadir el espacio de un hombre adulto desconocido para darle cátedra de “urbanidad”. Pero yo ya había perdido, y doblemente, porque le hice caso y porque no lo mandé a donde cualquier colombiano lo hubiera mandado: a comer mucha…

Entonces mi esposa me dijo lo evidente: “Pero te imaginas que todo el mundo se sentara en las escaleras? ¿Cómo sería el mundo si todos hiciéramos lo que se nos antoja?”.

Yo: “Okey, pero no entiendo cuál era el problema si la escalera es grande y el lugar estaba vacío”.

Ella: “Si baby, pero acá es diferente. No puedes simplemente sentarte en cualquier lugar solo porque se te antoja”. 

Yo: “Sí, porque para los rusos tocar, joder y regañar a un adulto desconocido es más normal que querer sentarse en una escalera vacía”. 

Ella: “Está bien baby, olvídalo, a veces pasan estas cosas”.

Yo: “Es que me molesta haberle hecho caso”. Y luego insistí: “Pero lo que no entiendo es por qué un malparido que no conozco viene a tocarme y a decirme que me pare”.

Ella: “Bueno, quizás pensó que eras solo un adolescente”.

Yo: “¿Cómo así? ¿Por qué? ¿Porque no soy alto ni acuerpado, ni gordo, ni calvo?

Ella: “Quizás… o quizás porque tienes puesta una camiseta de flores”.

Lee «Sancocho de otoño ruso«, el primer post de la serie Relatos de un latinoamericano en Rusia.

Peces es un laboratorio creativo que explora y difunde narrativas digitales en el que puedes publicar tus trabajos. Envíanos tus propuestas al correo electrónico pecesfueradelagua@gmail.comSi te gusta lo que hacemos, comparte nuestras entradas con tus amigos y síguenos en FacebookInstagram y Twitter.

, ,

5 respuestas a “El sapo”

Replica a Escopetas – Peces fuera del agua Cancelar la respuesta


Blog de WordPress.com.