Entrando al acecho de historias

“Carola, eres incapaz de esconder tus sentimientos y emociones conmigo y con la escritura” Alejandro Laserna Botero

Hautology, me gusta ese término, es como estar al acecho del pasado” Esteban, el dueño original del cuadro de Mao

  1. Confesiones de pandemia

El mundo sigue detenido y yo sigo sin ver, leer u oír noticias. Lo que sí he oído y leído, son las confesiones de pandemia que han cautivado parte de mi atención y eso que mi atención ha estado bastante embolatada desde hace 19 meses, cuando mi esposo Alejandro partió de este mundo debido a un tumor cerebral. La atención a la que me refiero es banal y eso me gusta, es una atención que generalmente permanece oculta en mí, pero de repente y sin quererlo aparece, esa que hace que lleve mis manos a la cara, cuando no debo hacerlo debido al Covid-19, pero es que el mismísimo chisme me lleva a hacerlo. Una de las confesiones de pandemia que hay por ahí es que el confinamiento ha generado la reaparición de “arrocitos en bajo”, de ex parejas y de gustos ocultos; también de personas casadas o en una relación que reaparecen para querer “tener cuento” así sea virtual, o incluso de algunos que piden y envían fotos de sus “partes nobles”, como repetía constantemente Alejo, imitando a mi papá, quien cuando recibe sol, sube su pantaloneta para broncearse sus “partes nobles”.

Cada quien vive el confinamiento y la propia vida como quiera, como mejor le parezca, como más alivie las cargas. Yo tengo suficiente lidiando conmigo misma, intentando sobrevivir en medio de mi duelo y los problemas que siempre surgen, como para juzgar, opinar o escribir acerca de otros. Mi cabeza y mis emociones no dan para tanto, para eso existen los programas de chismes que mi esposo no toleraba bajo ninguna circunstancia, su espacialidad mental y su nivel de tolerancia eran realmente amplios, pero no concebía la existencia de esos programas, podían sacar lo peor de él o despertarlo del sueño más profundo en medio de nuestros sagrados domingos arrunchados, si yo por algún motivo me paraba de la cama y dejaba el televisor prendido justo cuando empezaba alguno de esos programas, él se despertaba siendo AleGandro.

Sin embargo, las confesiones de pandemia me han cautivado, me han permitido pensar en banalidades y eso me sorprende gratamente.

Gracias a las confesiones de pandemia  también he ratificado que Alejo y yo nunca renunciamos, como suele ser el desenlace común de la humanidad, a las relaciones cordiales y amistosas con ex, con “arrocitos en bajo”, con quienes salimos o “chupamos trompita”. Gracias a las confesiones también he imaginado con picardía, lo que estaríamos haciendo en medio de esta coyuntura, si él no hubiera partido y si hubiera estado en los momentos de estabilidad en cuanto a su salud (los interminables “hubiera”). Posiblemente estaríamos en Bogotá trabajando desde el apartamento, pero quizás estaríamos en Neiva, debido al gusto de Alejo por la tierra caliente, la naturaleza y la tranquilidad de una ciudad pequeña.

Una de mis confesiones de pandemia es que a Alejo la tierra caliente lo ponía “cachondo”. Era prácticamente un ritual oírlo decir: “¡Suspi prepárate, porque la tierra caliente me pone cachondo!”. Verme sudar lo ponía aún más cachondo, podíamos estar caminando por ahí y pegaba su boca a mi cuello, mientras me decía en ese tono tan de él, tan de cachondo coqueto: “Ay usted está toda sudada y me pone cachondo, demos un borondo más y nos vamos para la casa ¿sí? Diga que sí”. Yo medio me le quitaba mientras me reía y le decía, “ay Alejo estoy muy sudada, no entiendo por qué te gusta tanto verme así, está haciendo demasiado calor y necesito bañarme primero”, y él me respondía, “Ay no mijitica, así no se vale, yo la quiero así tal cual está, ¡toda sudada, sudadita, deliciosita, toditita para mí solito! ¿entiende? No me venga con que primero se va a bañar porque me tiene muy cachondo”.

Alejo ya no está físicamente conmigo, ya no se pone cachondo en tierra caliente ni cuando sudo, ya no me hace ni me hará nunca más el amor, por lo menos no de manera física, porque el amor me lo ha hecho siempre, “incluso con solo mirarme”, como le decía yo, luego de oírlo decirle a alguien que estaba hablando más de la cuenta,  lo siguiente: “Tan machito pues, deje de ser tan güevón, el verdadero hombre no es el que supuestamente se ‘las come a todas’ y le cuenta a todo el mundo, sino el que es capaz de hacerle el amor a su pareja con solo mirarla a los ojos”. Aunque Alejo no vuelva a tocar mi cuerpo, tengo perfectamente claro cómo sería su comportamiento en medio del confinamiento frente a ese tema. Yo no me quedé en Bogotá intentando sobrevivir a la ausencia de Alejo en el apartamento, hice lo que quizás habría hecho con él, viajé a Neiva a estar en esta coyuntura mundial con mi mamá, aprovechar su compañía, sus almuerzos, su balcón e inclusos sus cantaletas por no ayudarla a hacer el aseo.

Hace unos días empecé a caminar por el apartamento para no entiesarme. Algunas veces caminando, me he imaginado a Alejo acostado en la cama viendo televisión y diciéndome lo que solía decirme: “Venga, ¿sí? Venga un momentico y le digo algo”, yo iría sonriendo, sabiendo lo que me va a decir: “Usted sabe que la tierra caliente me pone cachondo y más viéndola toda sudada, así que la necesito encima mío ya mismo. No me vaya a salir con el cuento que primero se va a bañar, porque la quiero tal cual está, sudadita, deliciosita como me gusta. Cierre la puerta hágame el favor, porque no aguanta que MD me vea en bola y escuche nuestra faena” (MD es mi mamá). Yo seguramente me reiría, le daría un beso y le diría que primero tengo que bañarme, él me insistiría para que no lo hiciera o no me dejaría salir del cuarto. Estoy segura también, que, si yo decidiera bañarme, él mientras tanto, no pediría fotos de sus “partes nobles” a otras chicas, sino que estaría esperándome, completamente listo en la cama para iniciar nuestra “faena”, como si no existiera un mañana, como si solo existiera su eterno presente; estaría acostado, con una pequeña sonrisa de plenitud y con sus manos debajo de la cabeza para que el amor de su vida se le tirara encima.

Mi otra confesión de pandemia es que, en los años de nuestra relación como pareja, a Alejo y a mí nos atrajeron físicamente otras personas, como le sucede al resto de la humanidad, lo que no le pasa a la humanidad es que las parejas hablen de eso con naturalidad, confianza y tranquilidad. A mí me gustaron dos hombres, el uno me gustó al inicio de mi relación con Alejo y el otro me atrajo años después. Había un interés humano, algo que me permitía percibir que uno era interesante para mí, no sé si para el resto de la humanidad, pero sí para mí y eso me bastaba, porque, aunque yo no sé cómo se comportaba con las mujeres o las personas en general, conmigo fue especial, porque fue amigo y precavido. Debo también confesar que en mi caso, aunque haya algún tipo de atracción hacía un hombre, generalmente ha sido pasajera, pues desde mi adolescencia es difícil que alguien me guste de verdad o por tiempo largo, Alejo ha sido el único. La única persona con la que hablé que me gustaban esos dos hombres fue con mi mejor amigo, es decir con mi esposo Alejandro, ya que nuestra relación de mejores amigos nunca dejó de ser, nunca hubo algo que yo dejara de contarle y aunque muchas veces él no quería oírme, yo no podía callarme, tanto así que él me pedía que si alguna vez yo le ponía los cachos no le contara, pero luego me decía: “bueno, te conozco y sé que terminarías contándome así yo no quisiera, incluso no tendrías la necesidad de contarme, lo vería en tus ojos”. Sí, Alejo lo hubiera sabido y yo lo hubiera sabido también si él lo hubiera hecho, su transparencia, su forma de ver y vivir la vida no daba para ocultar cosas, ocultarme cosas a mí, era ocultárselas a él mismo. De las chicas que a Alejo le gustaron físicamente, solo una le gustó de verdad, pero a diferencia mía, a él eso lo conflictuó.

En eso me centraré más adelante, escribiré sobre lo que percibí del único hombre que llamó realmente mi atención estando con Alejo, un gusto que trascendió a la amistad, como suelen ser la mayoría de mis gustos.

  1. Espacialidad mental y emocional

Puedo imaginarme perfectamente a Alejandro en todas sus facetas, porque lo conocí cuando él tenía 18 años y yo 17, una edad bastante cachonda. Rápidamente me convertí en su mejor amiga, así que conozco perfectamente la propia versión de su vida antes de conocernos, es decir de su niñez y su adolescencia previa: su primera novia a los 9 años, después de la primera comunión de ella; su primer beso; su primera vez; las chicas con las que salió; los “arrocitos en bajo”; sus dos novias; su único amor antes de mí. Conozco sus gustos en general y cómo estos fueron cambiando, modificándose o permaneciendo durante los siguientes 18 años en que compartimos nuestra vida juntos, de la mano.

Como su mejor amiga, oía atentamente cuando me contaba con sutileza y respeto hacia él mismo, hacia mí y hacía las mujeres de las que me hablaba, qué lo ponía cachondo y qué no, luego cuando me convertí en su pareja yo lo seguía oyendo, pero con respecto a mí, a nosotros y entonces empecé a vivir en carne propia qué le gustaba y qué no, y viceversa. Nunca dejamos de contarnos el tipo de cosas que se cuentan los mejores amigos, sabíamos que ser confidentes nos daría poderes que no veíamos en otras parejas: el poder de la confianza absoluta, de la tranquilidad, de la autenticidad, de la calma, de la ausencia de celos, de la seguridad, del amor incondicional, de la amistad y del amor sin límites.

Nuestros poderes, que surgieron como parte de una relación de dos mejores amigos que se convirtieron en pareja, me permiten tener clarísimo que, si una chica le hubiera enviado a Alejo fotos de sus “partes nobles”, él se habría molestado, más si esa chica tuviera pareja o peor aún, si ella hubiera sabido que él tenía. Alejandro era un hombre con un sentido propio de la ética (me cuesta nombrarlo en pasado, para mí Alejo ES), con un convencimiento de sus concepciones que incluso podría parecer conservador, a pesar de su enorme espacialidad mental y emocional, de su humildad, de su empatía, de su falta de soberbia, de su capacidad de observar y guardar silencio. Él lo escuchaba todo (menos los programas de chismes), indagaba diferentes posturas y temas, hasta que se iba quedando con lo que a él le resonara.

Una gran amiga nuestra, Lorena, “Lorelain” como le decía Alejo, lo describió a la perfección en su escrito «Alejeeeein» ¡Alejeeein!

“Desde la primera noche noté que Alejo era el único que no hablaba. Exhalaba en silencio cada vez que oía nuestra voz y volvía la mirada al centro […]. Su silencio me obligó a callarme y recibí de Alejo el mayor regalo que me dio en su vida: la escucha […]. Muchas veces más en la vida vi a Alejo así, en un profundo silencio, escuchándonos a fondo, o escuchándose a sí mismo. Era el gesto que evidenciaba la inmensidad de su humildad, de su empatía, de su espíritu ¿quién no se enamora de un corazón así? […].

Y he aquí el segundo regalo que me dio Alejo en ese viaje. Lo escuchó todo con la misma atención, lo comprendió, lo descartó. Alejo no había venido a este mundo a improvisar, no amaba para distribuirse tareas, no amaba para ser un puente entre su ser amado y el mundo, amaba para amar. Otras muchas veces lo vi analizando cada nueva revolución en la que me metía, cada nuevo paradigma emancipatorio que le compartía, con todo el respeto y atención, pero sin moverse un centímetro de sus concepciones, de su propio sentido ético, de su modo sereno y hasta conservador, en el sentido más amplio de la palabra, de ver el mundo. Era tan respetuoso como convencido. Y desde allí nos revolucionó a todxs, desde allí amó tan mágicamente a su hechicera como ninguna ecoaldea ha visto».

Alejo es el ser más silencioso, observador, encantador y carismático que he conocido, pero también el más reservado, especialmente con los temas de su familia y su enfermedad. No hablaba de la enfermedad sino con contadas personas, le molestaba muchísimo que lo pobretearan, que le dieran opiniones cuando no eran pedidas, que le hicieran preguntas inoportunas, esas que él jamás hacía, ¡y los consejos! Dios, no podía con los consejos de quienes no sabían lo que era vivir día a día con un tumor cerebral. “Las personas opinan y dan consejos como si tuvieran un tumor cerebral, ¿qué carajos les pasa? ¿qué tienen en esa cabeza y en ese corazón? ¿por qué más bien no se quedan con su bocota callada? Yo no les he pedido consejos de vida ni de supervivencia, yo soy el que debo lidiar con esto todos los días de mi vida, no ellos, tan fácil que es abrir la jeta, opinar y dar consejos, tan güevones. La mayoría de esas personas inoportunas no aparecen pa ni mierda, creen que un miserable mensaje de WhasApp es suficiente, no me dan ni un abrazo y cuando aparecen me miran como un pobre güevón y luego salen con un montón de sandeces. No permito que abran esa puerta, a menos que yo la abra, pero no, ellos entran sin vergüenza alguna, que confianzudos, que inoportunos, que HPs, que falta de empatía tan berraca la de esta humanidad”.

Ahora entiendo a Alejo como nunca antes, cuando me hablan de cómo debo vivir y afrontar mi duelo, algunas veces los confronto, otras veces me quedo callada y otras soy cortante como Alejo y me alejo como él se alejó de unos cuantos. Nadie sabe por lo que está pasando el otro, ¡nadie! ni siquiera yo sabía por lo que estaba pasando Alejo día a día en medio de su enfermedad, así yo sea su compañera de camino, no sentía lo que él sentía. Si no sabe qué decir, quédese callado y dé un abrazo real, nada más, no se necesitan palabras, se necesita empatía, compañía, apoyo, actos, no palabras repetitivas y sin sentido que destrozan aún más el alma. Bajo ninguna circunstancia hay que invalidar y menospreciar el dolor ajeno.

Alejo era reservado con la enfermedad, pero supremamente amplio con él mismo, con el mundo y con la búsqueda de su sanación física, emocional y mental. Durante los primeros años del diagnóstico, buscó y transitó muchos caminos: la monja de Bucaramanga, el Reiki, el yoga, la meditación, la danza contemporánea, el Tai Chi, las inyecciones que él mismo se ponía, la infusión de plantas, las esencias florales, la plata coloidal, la terapia neural, los enemas de café, el oxígeno líquido, la dieta saludable, el ejercicio moderado, el taita José y la Manigua, los poliedros, los psicólogos, su terapeuta, etc.

Su espacialidad mental y emocional le daban para escucharse a sí mismo, e ir transitando por varias corrientes, caminos y posturas, para luego empezar a decantar y quedarse con lo que le resonara. Su humildad le daba para haber nacido hombre en un país occidental, tercermundista y machista, y convertirse en el único hombre que conozco que ha buscado métodos alternativos que lo ayudaran a sobrellevar las dificultades de la vida y enfrentarse cara a cara, a cada una de sus emociones. Solíamos tener conversaciones en las que nos parecía particular que la mayoría de los hombres, ya fuera por machismo, racionalidad o falta de oportunidades, no transitaran caminos que él había transitado mucho antes del diagnóstico de su enfermedad, es decir, antes de los 26 años de edad. “Ese parece ser un camino más de las mujeres, a los hombres les cuesta buscarse a sí mismos y observar sus emociones, son más básicos, se centran más en plata, carros, mujeres, alcohol, trabajo, fútbol y repiten el ciclo, incluso, así la vida los golpee una y otra vez”, solía decirme Alejo. Siempre supe que estaba en lo cierto, por eso me enamoré perdidamente de él, de su enorme sentido estético y femenino de la vida, de su espacialidad mental y emocional. Ahora cada vez que voy a un taller o conferencia de duelo y veo a un público lleno en su mayoría por mujeres, verifico cada una de sus palabras.

Alejo siempre me compartía sus constantes búsquedas, algunas las estudiaba a fondo, se metía a cursos para aprender de ellas. De las cosas que más le resonaron fueron los poliedros (figuras geométricas que trabajan la energía del cuerpo humano), por eso el apartamento está lleno de ellos, por eso yo siempre llevo cargado uno en mi cuello, por eso Alejo tenía tatuado en su espalda un hermoso árbol cuya raíz se entrelazaba con un dodecaedro (poliedro de doce caras). Para él su tatuaje simboliza la unión de la naturaleza y la energía, lo que amaba (la naturaleza) y lo que necesitaba (la energía para sanar, para vivir). Yo lo acompañaba en todos sus caminos y búsquedas, mientras me iba enamorando más y más de él, de su especialidad, de su humildad, de su empatía, de su capacidad de asombro, de su valentía, de todo lo que implicaba vivir su Eterno Presente.

El hombre más reservado, pero también el más transparente con él mismo y con los demás. Si alguien le contaba algún secreto, algo íntimo, ni a mí me lo contaba, en cambio yo a él sí. Yo no podía dejar de contarle mis cosas y las de los demás, así que le decía, “Alejo, me contaron algo que no debería contar, pero como sé que eres tan reservado y como somos un solo ser, pues te lo voy a contar”, él me respondía: “no Carola, no me lo cuentes porque te pidieron que no lo hicieras”. Yo siempre le terminaba contado, él guardaba silencio como de costumbre y no opinaba; no era una cuestión por parte mía de hablar de los demás, era una cuestión de desahogo frente a alguien que no emitía ni un solo comentario, a menos que yo estuviera involucrada en la historia o alguien cercano a él.

Yo no recuerdo casi nada del funeral de mi esposo, pero una de las pocas cosas que recuerdo fue que alguien muy cercano a él se me acercó y me dijo, “Carola, Alejo se convirtió en mi salvador y en mi mayor consejero. Solo él sabe algo muy íntimo de mi”. Yo le dije, “pues Alejo se llevó eso con él, porque ni a mí me lo contó”. Así de reservado, ético, transparente y consecuente es mi mejor amigo y amor de mis vidas.

Gracias a la espacialidad mental y emocional de mi esposo, a su propio sentido ético y estético de ver el mundo y comportarse frente a él, tengo perfectamente claro cómo habría reaccionado si en medio del confinamiento alguna chica le hubiera enviado una foto de sus “partes nobles”. También tengo claro que las mujeres que le interesaban a él y las que lo conocían así fuera solo por un ratito, jamás le hubieran enviado fotos de ese tipo, porque era tan serio, parco, reservado como convencido y seguro de sí mismo. Además, era “un hombre comprometido”, como solía decir desde que nos volvimos pareja, esas fotos solo me las pedía a mí, el amor de su vida.

  1. “Cuanta belleza masculina en un solo ser”

En medio de las confesiones de pandemia he recibido mensajes que amo y que de cierta manera yo sabía. Los recibo con el mismo cariño y respeto con el que me llegan y con un agradecimiento enorme. “Te confieso que cuando vi a Alejo por primera vez, dije, cuanta belleza masculina en un solo ser”, me dijo, una compañera nuestra de la universidad. “¡Cuánta razón y objetividad tienes!”, dije yo mientras me reía leyendo semejante frase. Otra compañera me dijo, “Siempre me pareció guapo, pero como inalcanzable, ¿sabes? Entonces nunca me gustó como hombre y por eso creo que le hablaba siempre sin pena… Porque era muy guapo, en exceso”; otra compañera del trabajo me dijo, “Bello mi Alejo, papacito rico, en serio lo confieso, es un churro y me encantaba, tengo que aceptarlo”. Un compañero de la universidad también me confesó, que a él y a sus amigos, Alejandro les generaba envidia, era una edad cachonda, rebelde y precisamente él era el “más pintoso de la facultad”, de los más inteligentes y de los pocos que atraía a tantas mujeres, ya fuera por su forma de ser, por su inteligencia o por su físico. También, me confesó, que precisamente yo, la chica “linda y enigmática”, siempre con mis “audífonos enormes y como de pelea con el universo”, estaba siempre con Alejo, así que le daba más envidia.

Sin la intención de pretenderlo, Alejandro era un ser que llamaba mucho la atención, tanto de hombres como de mujeres. Yo disfrutaba salir de fiesta con él, ninguno de los dos tomaba licor, él no podía porque podía convulsionar y yo nunca he tomado, lo cual me permitía observar cómo se iba transformando la noche y con ella, las personas; cómo se relacionaban entre sí y con nosotros dos. Me burlaba en silencio, pero también me impacientaba e indignaba, en medio de mi propia seriedad y fastidio; observaba con detenimiento las miradas seductoras de los otros, los movimientos, la coquetería fina y también la sucia. Pero lo que realmente disfrutaba era ver cómo se comportaban ciertas mujeres con Alejo, especialmente cuando tenían varios tragos encima, pero sobre todo disfrutaba ver cómo se comportaba él. Las miraba serio, cual jugador de póker, pero en muchas ocasiones las miraba mal, como quien está tranquilo bailando con una mujer imaginaria lindisima y de repente aparece un “chichón de piso siliconudo” que se zarandea seductora y descontroladamente de un lado a otro, mientras él busca la manera de espicharlas con su pie y desaparecerlas de su vista para seguir bailando con la tranquilidad y euforia que lo venía haciendo. En casos extremos y sí que los hubo, Alejo me llamaba para que lo “salvara” o le quitara “esas viejas de encima que lo tenían mamado y no hacían sino el ridículo”.

Ese no era el tipo de coquetería que le gustaba a Alejo, el de él era particular, tan particular y desprevenido como él: sutil, fino, cauteloso, minucioso pero seguro, sabía perfectamente en qué momento «caerle a su presa». No le gustaba que le bailaran seductoramente en frente, amaba bailar reguetón, pero le encantaba hacerlo generalmente solo; cerraba los ojos, ponía sus brazos en frente como agarrando a la mujer imaginaria de sus sueños y se zarandeaba con ella, le pegaba nalgadas y cantaba a grito herido. Nunca me pegó nalgadas bailando reguetón, me movía seductora y sutilmente mientras me cantaba alguna frase que él consideraba “filosofía pura”. Una de sus frases favoritas era: “Me la quiero comer, pero no me conviene”.

Nunca supe quién era la mujer imaginaria con la que Alejo bailaba reguetón. Sin embargo, sí sé quienes son las chicas que le gustaron realmente; con quienes “chupo trompita”; con quienes tuvo sexo; con quienes hizo el amor; quienes fueron “arrocitos en bajo”; con quienes no habría estado, aunque “fueran lindas, porque se creían divinas”; sé quiénes “tenían chispitín” o “se dejaban querer” o le parecían “boniticas”; incluso sé quiénes le atraían estando conmigo y quién fue la única que lo conflictuó en medio de nuestra relación. Todo eso lo sé porque nunca dejé de ser su mejor amiga.

No existe un solo ser en el planeta tierra que sepa tanto de mí como Alejo. Él no solo es mi esposo y mi mejor amigo, sino “¡mi mejor amiga!”, como me decía. Oyó absolutamente todas mis historias y también las leyó. Supo de cada uno los chicos que me gustaban, de cada uno de los chichos con los que “chupe trompita”, incluso con los que se me ‘chipoteo’ uno que otro piquito. ¡Sabía absolutamente todo de mí! Ni un suspiro dejé de contarle, tanto que me convertí en su suspiro, en su “Suspi Suspi”.

Nuestros poderes como pareja, surgieron precisamente porque nunca dejamos de ser mejores amigos. Por eso precisamente quiero escribir la historia o las historias detrás del cuadro favorito de Alejo, una réplica del retrato de Mao Tse Tung, elaborado por Andy Warhol.

  1. Mi mejor amigo se dejó querer y siempre se dejó hablar, incluso de “arrocitos en bajo”

Yo estuve viviendo en Inglaterra por casi dos años, regresé en enero de 2010 para decirle a Alejandro que quería ser su pareja, que definitivamente estaba enamorada de él. Cuatro meses antes lo habían diagnosticado y operado de un tumor cerebral grado dos (son cuatro los grados de cáncer). Sentir que podía perder físicamente a Alejo, que su vida en este mundo ya no fuera más, me llevó a aclarar mis sentimientos y entender que yo no podía seguir engañándome y tampoco a él, quien siempre lo supo y me molestaba con eso.

Me bajé del avión y prácticamente le di un beso. Solo mi familia y Alejo sabían qué día llegaba yo, así que fueron al aeropuerto a esperarme. Yo no le di literalmente el beso cuando me bajé del avión, porque no iba a ser tan cursi como en las películas de Hollywood y porque detesto los besos en público, en especial si sé que me están observando. Cuando llegamos al apartamento le dije a Alejo que me acompañara al cuarto, que le había traído muchos regalos y ¡toma tu beso! casi que no lo dejo entrar al cuarto y él por supuesto se dejó.

Se quedó esa noche en mi casa, como lo hizo varias veces durante los nueve años previos y los siguientes nueve años de su vida. No me extenderé en esa noche, algunas personas ya han escuchado esa historia de la propia voz de Alejo, amaba contar cómo su mejor amiga había llegado desinhibida de Londres y él simplemente se había “dejado querer, consentir”. Realmente a él esa historia se le oía increíblemente graciosa, me hacía poner roja, mientras los demás se reían y lo oían con atención y asombro. Yo solo puedo decir que nos dimos muchos besos y que, por supuesto mi mejor amigo y yo no íbamos a estar juntos, no íbamos a hacer el amor por primera vez estando mi mamá en el cuarto de al lado. Abrazarlo, darle besos y unas cositas más que él contaba con gracia, era más que suficiente para mí y él se dejó querer de su mejor amiga.

Desde ese día Alejo y yo no nos separamos, pero no era claro qué tipo de relación teníamos. Nos veíamos todos los días, nos cogíamos de la mano, nos dábamos besos y nos seguíamos contando todo. Yo le contaba con más detalles acerca de mis viajes y de mi relación con “el irlandés”, le decía que me seguía llamando y que estaba ilusionado con que yo volviera. Él me contaba con más detalle acerca de su diagnóstico y de las chicas con las que había salido en los últimos meses, en especial de una que vivía en Manizales y lo había traído loquito un par de meses, incluso que había sacado nuevamente una parte bastante romanticona de él.

Una de esas noches salí con un grupo de amigos de artes de la universidad. Alejo no era amigo de ellos así que no fue. Yo terminé en un apartamento en el barrio la Soledad, a pocas cuadras de la casa de Alejo. La fiesta resultó siendo de un chico que yo había visto en la universidad, nos cruzábamos de vez en cuando, no sé si me miraba, solo sé que yo lo miraba y que me gustaba. No me acuerdo mucho, pero antes de irme de la fiesta él y yo hablamos un buen tiempo sentados en el piso de su apartamento, me dijo que estaba haciendo la tesis de su maestría en artes plásticas, que había estudiado diseño gráfico, que también le gustaba escribir y que se llamaba Esteban. Yo mientras tanto pensaba: “me gusta su nombre; me gustan sus botas Dr. Martens; me gusta físicamente; me gusta cómo se viste; me gusta que estudie artes plásticas, eso quizás lo hace un ser sensible; me gusta el cuadro de Mao que tiene colgado en su apartamento; me gusta hablarle de ‘usted’ y que me responda de ‘usted’ con naturalidad”. (En mi época de adolescencia y juventud, generalmente si un chico me gustaba no podía tutearlo, solo a Alejo, el hablar de ‘usted’ me permitía poner límites incluso para hablar, pero eso no quiere decir que a todo al que le hablara de usted me gustaba. Alejo tampoco tuteaba a todas las mujeres, incluso a la mayoría les hablaba de usted).

En algún momento de la fiesta, Esteban se fue a estar con otras personas, era el anfitrión. Yo mientras retomaba la conversación con mis amigos, me preguntaba, “¿por qué carajos lo conozco hasta ahora que reconozco que estoy completamente enamorada de mi mejor amigo, quien está a unas cuadras de acá y no quiso venir?”. Cuando decidí irme de la fiesta porque tenía sueño, Esteban volvió a hablar otro rato conmigo, pero yo ya me quería ir; siempre he sido súper “aguafiestas”, casi nunca me quedo hasta el final, me da sueño de repente y no me gusta dejarlo ir, lo atesoro cuando aparece y me pongo de mal genio si no logro dormir cuando quiero. No intercambiamos números de teléfonos, yo me despedí dándole la mano y le dije que si quería me buscara por Facebook, que me llamaba Carolina Serrano Duque. Me pidió que esperara mientras buscaba dónde anotar, que quizás se le iban a olvidar mis apellidos, así que le dije que se imaginara a un Duque comiendo jamón Serrano. Él me dijo que si no me encontraba, lo buscara por su nombre y que en la foto de perfil aparecía un tipo con unas trenzas.

Por esos días le conté a Alejo que había conocido a uno de los chicos que me gustaban durante la época de la universidad, que creía que me gustaba un poco más porque me había parecido interesante y que debía esperar a que me agregara al Facebook, porque a mí era a la única que se le ocurría decirle al chico que le gusta que no buscara en dónde anotar mi nombre, sino que más bien se imaginara a un Duque comiendo jamón Serrano. ¡Qué carajos se iba acordar de mis apellidos imaginándose a un Duque comiendo jamón Serrano! Otra persona no se va de la fiesta así le gane el sueño, mucho menos se va sin pedirle el teléfono y lo peor, dándole la mano en la despedida. Pero así soy yo, no he sido coqueta o he mostrado interés con los hombres de otra manera. En todas las relaciones que me parecen importantes, en cualquier conversación que para mí puede llevar a algún tipo de relación, cualquiera que sea, yo necesito algo de magia, incluso en las cosas más simples y cotidianas de la vida, la vida en sí misma ya es bastante densa. La magia es mi instinto de supervivencia y gracias a eso, me convertí en la Hechicera de Alejandro desde que éramos mejores amigos, así me nombró antes de convertirnos en pareja.

“Carola, si a mí una chica me dice eso yo realmente quedo embelesado y de paso me hago chichi, ¡qué nivel de coquetería tan sutil! Quién la ve no mijitica ¡toda una coqueta entre líneas! Me encanta y hasta me dan celos. Pero, creo que si eso llegara a pasarme con una chica interesante como tú, yo después de orinarme, si acaso lograría recordar el primer apellido, mi memoria no da para dos, por qué no lo buscas tú y de paso me lo muestras, quiero saber si lo recuerdo y sobre todo, quiero saber qué tiene de interesante ese tal Esteban, ay Esteban, tan interesante Esteban, ay es alto, ay su cuadro de Mao, ay sus botas Dr. Martens, ay me gusta como se viste, ay es artista, blablablabla”, me dijo Alejo terminando con su tono sarcástico y «celoso» burlón, haciéndome reír y enamorar aún más, tan seguro y convencido de sí mismo, como de mi amor por él.

Gracias a que mi mejor amigo me motivó busqué a Esteban, lo encontré por la foto de perfil del tipo de trenzas y recibí el siguiente mensaje: «Ja, iba a buscar a Carolina Quezada Duque, menos mal me encontró primero». ¡Alejandro tenía razón! Esteban no se acordó de mis dos apellidos y para rematar, tuvo una confusión entre el queso y el jamón serrano, quizás se imaginó a un hermoso León comiéndose un buen queso con un rico jamón serrano de ‘V’ de Valencia, España.

Alejo y yo ya éramos prácticamente novios, pero no formalmente. Esteban y yo seguimos hablando bastante seguido, me compartió un par de cuentos cortos que escribía, yo le compartía algunos de mis escritos, incluso algunas cosas que eran para Alejo se las compartía a él diciéndole que eran para ‘alguien’ y que por tanto él quizás no iba a entenderlos, me los comentaba, siempre lo hacía y eso me gustaba, me gustaba recibir su lectura de los pocos escritos que le compartía. Hablábamos por teléfono, nos llamábamos más seguido de lo que yo suelo llamar y contestar el teléfono; hablábamos de su maestría en artes plásticas y de la mía en literatura; hablábamos de películas, nos las intercambiábamos y nos encontrábamos frecuentemente; hablábamos de todo y de nada. Yo trabajaba en el Parkway, a pocas cuadras tanto de su apartamento como de la casa de Alejo, así que varias veces fui a visitarlo o a almorzar con él. Recuerdo que un día me preparó patacones, mi debilidad, solo por ese detalle me gustó más, aunque se le hayan quemado. Una tarde él y yo fuimos a la universidad a ver una película, mientras Alejo estaba leyendo en la biblioteca; nos encontramos los tres a la salida, se conocieron, a Alejo le cayó bien, le gustó, lo «aprobó», sabía que nadie me gustaba más que él y que Esteban se estaba convirtiendo en un amigo que me gustaba. Que me gustara alguien y no le gustara a Alejo era la perdición, cuestionaba lo absurdo de mi gusto y yo empezaba a verle absolutamente todos los defectos.

Unos días después de ese primer encuentro de los tres, Alejo y yo nos encontramos en la biblioteca para leer acerca de nuestras tesis de maestría, la de él era en Medio Ambiente y Desarrollo. No podíamos concentrarnos así que empezamos a hablar y surgió una conversación fundamental, una que marcaría mucho la oficialización de nuestra relación de pareja y también, nuestra confianza y seguridad. La conversación surgió por los “arrocitos en bajo” de Alejo, las chicas que le habían gustado y con quienes no había pasado de “chupar trompita”, como le decía él a los besos en aquella época. Se las nombre a todas, pero nos centramos especialmente en una. La conversación fue la siguiente:

 -Alejo, yo sé que ella siempre te ha gustado y tú también a ella, pero no pasaron de besos porque tenía novio y porque cuando se dio la oportunidad, ella estaba tomada y tú no quisiste. No puedes estar con una mujer que no esté en sus cinco sentidos y eso me encanta de ti, a otro no le importaría, pero tú no eres como otros, incluso eso te molesta de esos otros.

-Sí, Carola me gustaba, pero hace mucho no la veo. No tengo ni idea de su vida, ni siquiera sé si sigue con su novio o si tiene novio.

-Eres mi mejor amigo y presiento que también eres el amor de mi vida. No quiero que el amor de mi vida luego quiera estar con otras chicas porque quedaron cosas inconclusas o pendientes. Si tú quieres búscala, hazlo, encuéntrate con ella y así vas a saber qué sientes. Si crees que puede pasar algo, como una noche de pasión desenfrenada, no dejes de hacerlo por mí, lo que sea que pase, que sea por ti.

Convenimos que iba a buscar a la chica, Alejo le escribiría para que se encontrarán. Al momento la conversación giró hacía mí y él me preguntó:

– Y tú Carola ¿sientes que has dejado algo inconcluso? más allá de haber dejado al irlandés plantado porque te mueres de amor por mí, ¿sientes que aún hay alguien más por ahí? Que yo me acuerde no, pero mi memoria puede fallar.

– No Alejo, no hay alguien más por ahí, llevo nueve años enamorada de mi mejor amigo, tengo clara cuál es mi conclusión al respecto y ya te lo he hecho saber de todas las formas posibles, ya lo que viene depende de ti.

– ¿Carola y no quieres chupar trompita con alguien más?

– No, no quiero.

Retomamos nuestras lecturas y al rato Alejo hizo, «Aahhhhh» mientras me miraba asombrado, inquieto y llevaba su mano a la boca. «¿Y Esteban? Se me había olvidado Esteban, ¡nada más y nada menos que Esteban! el tipo que te parece interesante, que me cae bien y a quien sueles ver cuando no estás conmigo, ¿quisieras chupar trompita con Esteban?». Me quedé callada e hice cara de asombro, no me esperé esa pregunta porque no lo había pensado y luego me dijo, como si la confusión fuera para él más que para mí: «Carola, qué cosa más compleja esta, una parte de mí no quiere que chupes trompita con él, pero otra parte de mí dice que un besito no se le niega a nadie». Mi cabeza hizo PUFFFFF y le dije indignada, «¿sabes? Ni siquiera había pensado en darle un beso a Esteban, solo hasta ahora que me lo preguntas, porque solo quiero darte besos a ti ¿por qué me haces esto Alejo? ¿ahora qué voy a hacer cuando lo vea? Él me va a hablar como si nada y yo mientras tanto voy a estar pensando ¿será que le quiero dar un beso o será que no? ¿será que él me daría un beso o será que no? ¡Además, esa teoría que un beso no se le niega a nadie es tuya no mía, yo no chupo trompita con cualquiera!».

Alejandro pasó su mano de la boca a la frente, abrió sus ojos sorprendido, mientras movía su cabeza diciéndome que no y me suelta el siguiente discurso, iniciando con una frase que él sabía me daba rabia, la usaba sarcásticamente solo para hacerme poner brava: «¡Uyyyy quítate los guantes! y no me vengas a mí con ese cuento ¡tan chimbo! te has pifiado con más de uno por ahí, has boleado un par de besos que no quiero ni recordar porque me da de todo. Desde que tienes 17 años, no solo he sido tu mejor amigo, sino ¡tu mejor amiga! Me he tenido que aguantar todos tus cuentos, todas tus tragas normales y anormales, ¡todas tus chupadas de tropita casi que en tiempo real! Incluso con un par personajes que no te gustaban ¡pero es que es nada! Resulta que ahora te las va a dar de digna conmigo y de paso con el chico que te gusta, noooo Carolina. ¿Y sabes qué es lo peor? Que si chupas trompita con Esteban me vas a decir que fui yo el que te lavó el cerebro para que lo hicieras, si chupas trompita es porque te gusta, porque tú quieres y como se supone que es mi teoría ¡no se le vaya a embolatar en estos días un besito con otro por ahí que no le guste porque ahí si la ahorco! Antes de terminar quiero aclararle algo, aunque Esteban le gusta, no le gusta más que yo, ¡porque no existe un hombre en el universo que le haya gustado más que yo! ¿entiende? Desde que la conozco, está loquita por mí».

Alejo terminó su humilde intervención cantándome por primera vez una canción que luego se convirtió en parte de sus canciones para hacerme reír: loquito por ti, loco, loco, loquito por ti, por ti por ti, por ti por ti. Yo que vivo enamorado de tus ojos, de tu boca, ay, y de tu cuerpo bonito, eres para mí el cantor, eres para mí una diosa, te quiero hasta al infinito.

Después de cantarme esa canción con la misma voz del cantante yo me reí mucho, así que algunas personas de la biblioteca me pidieron que hiciera silencio. Entonces le dije a Alejo, “por qué más bien no te callas, dejas de decirme que chupe trompita con otro y sales a chupar trompita conmigo. Te espero afuera”. Me paré y Alejandro cerró tan fuerte el mamotreto de libro que se suponía estaba leyendo, que varias personas saltaron de sus sillas asustados. Yo me reí al ver su reacción y el susto de los demás, y me salí rápido de la biblioteca. Aproveché que el baño estaba en frente y entré, cuando salí, Alejo estaba parado esperándome con cara de sorprendido, con sus brazos abiertos como preguntándome dónde carajos estaba y me dijo: “Me equivoqué, su mejor amigo no soy yo ¡su mejor amigo es el baño! Me dice semejante frase, ¡que me espera afuera para chupar trompita! Yo salgo desmierdado de la biblioteca ¿y usted se mete al baño? Nooo Carolina, cómo me hace eso. Yo me imaginé atravesando esa puerta y usted esperando para tirárseme encima, ¡no sea así!”.

Yo empecé a reírme a carcajadas muy fuertes, me reía y me reía. Intenté acercarme para darle un beso, pero no podía parar de reírme. “¿Por qué es tan tonta Carolina? Deje de reírse ¡no me deje iniciado! Me la conozco y si viene gente usted no va a querer chupar trompita y lo que yo quiero es chupar trompita ¡pero es que es ya! ¿Entiende? Yaaaa”. Yo le di unos piquitos, pero mi ataque de risa era brutal, me reí tanto que terminé !escupiéndole toda la cara! Alejo no sabía si reír o emberracarse y empezó a mover sus manos de un lado al otro sin parar y me dijo: “¿Ahhhh? Usted si desinfla a cualquiera, primero me recuerda ‘los arrocitos en bajo’; luego me pone ganoso y entonces salgo desmierdado y usted se mete al baño; luego le da un ataque de risa que con seguridad la gente de la biblioteca escuchó más que la cerrada de mi libro; y finalmente termina escupiéndome la cara. Definitivamente usted me gusta mucho para yo aguantarme todo eso. ¿Y sabe qué es lo peor de todo Carolina Serrano? ¡Mireme! ¿sabe qué es lo peor? Que todavía me muero de ganas de chupar trompita con usted ¿ahhh, ahhh? ¿puede creerlo? Esta si es mucha traga tan berraca».

Yo definitivamente no pude parar de reír, nos tocó salir de la facultad a recibir aire porque me estaba ahogando con mi propia risa. Después de un rato chupamos trompita delicioso, yo no podía permitir que Alejo se fuera a la casa desinflado, que se fuera a pensar en ‘arrocitos en bajo’, noooooo, yo quería que pensara en mí.

  1. Un corazón embolatado y la experiencia mística más maravillosa

Los días siguientes a la conversación en la biblioteca nos vimos todos los días después del trabajo. Uno de esos días me contó que le había escrito a la chica, pero que no había entrado a revisar si ella le había respondido, sentía que no quería saber si había o no una respuesta por parte de ella. Me dijo que tenía cada vez más claras sus propias respuestas, aquellas que tenían que ver con empezar una relación de pareja con su mejor amiga. “Carola, de todo lo que me dijiste en la biblioteca, lo único que me ha resonado con fuerza es que presientes que yo sea el amor de tu vida. A mí me da mucho miedo hacerte daño, no quiero que sufras por mi enfermedad, estoy poniendo toda mi salud en mis manos porque los médicos no me dan más opciones. Me cuesta pensar en el amor de pareja ahora mismo, pero no quiero que vuelvas a Londres y mucho menos quiero que vuelvas con el irlandés ese, no quiero que vuelvas a irte de mi vida nunca más”.

Vi a Alejo tan conmovido, tan confundido que yo sentí que lo había estado presionando y no quería que se sintiera así, él ya tenía suficiente con lo que le estaba pasando frente a la enfermedad y debía centrar sus energías en recuperarse y en sobrevivir, no en definir si quería formalizar una relación de pareja con su mejor amiga. Le dije que no se preocupara por mí, que yo podía esperar, ya había esperado nueve años, así que podía esperar el tiempo que fuera necesario, yo no lo iba a dejar ir y sabía que él tampoco me iba a dejar ir.

Para no presionarlo decidí viajar a Neiva a estar con mi familia, pero me hacía demasiada falta, yo sentía que quería estar con él todo el tiempo. Hablábamos todos los días por teléfono, algunas veces me preguntaba si había hablado con “el irlandés”, yo le decía que sí y que, aunque me gustaba mucho yo sentía que no lo quería, yo tenía claro que quería estar con él. Su silencio por teléfono era constante, yo colgaba triste y confundida, no sabía qué hacer, si seguir esperando a que él decidiera qué iba a pasar con nuestra relación; si seguir contestándole el teléfono al irlandés guapísimo que estaba enamorado de mí, o si escribirle a Esteban que me estaba gustando cada vez más. Como no sabía cuál de las tres hacer, yo hacía las tres y Alejo lo sabía, mi mejor amigo sabía todo de mí.

Un día no pude más y lo llamé, fui impulsiva como de costumbre, le dije que debía tomar una decisión, que esa incertidumbre no era justa con ninguno de los dos. Que yo había vuelto de Londres para estar con él, para acompañarlo a transitar lo que fuera necesario, como su mejor amiga o como su pareja, pero que yo no podía ser una chica más con la que él chupaba trompita. Le dije que cuando a él lo diagnosticaron yo lo oía llorar al otro lado del teléfono, al otro lado del océano y que yo lloraba con él, llorábamos juntos mientras oía sus temores y sus sueños, entre esos, su miedo a morir y también sus ganas de vivir una vida, de enamorarse de una mujer maravillosa, de viajar. Le dije que yo sentía que él era el amor de mi vida y que, aunque eso posiblemente iba a generar golpes y dolores en mi vida, yo no quería hacer resistencia. Le dije que sabía que yo le encantaba, que sabía que me amaba, pero que también sabía que no estaba enamorado de mí como yo de él, pero que no me importaba, porque yo estaba dispuesta a arriesgarme y a enamorarlo. Le dije que él siempre me había dicho que yo era una mujer maravillosa y que, aunque no sabía si era la mujer maravillosa de la que él se quería enamorar, yo estaba dispuesta a todo. Fue entonces cuando le dije algo que trajo una escena de uno da mis películas favoritas, Big Fish (El gran pez): “¿Alejirris, te acuerdas de la escena en la que el protagonista le dice al amor de su vida que tiene toda la vida para conocerla? Pues yo tengo toda la vida para enamorarte”. A final le dije que necesitaba que me dijera todo lo que sentía por mí.

Alejandro guardó silencio. Yo me quedé callada un tiempo esperando que dijera algo, pero no, así que le dije que entendía, que siempre iba a ser mi mejor amigo y que lo acompañaría a lo que fuera necesario como su mejor amiga. Me despedí y empecé a llorar, me fui a un cuarto de la casa de mi abuelita Raquel al que nadie iba y lloré desconsolada, como lo he hecho por el único hombre, por el amor de mi vida. Cada lágrima ha valido, cada lágrima seguirá valiendo, porque tengo claro que voy a llorar por el mismo hombre el resto de lo que me quede de vida, y arriesgarme y ser impulsiva con él, ha sido la mejor decisión de mi vida, lo haría una y mil veces más a pesar del dolor de su partida.

Ese día sentí una tusa tremenda, tenía claro que yo lo quería era a él y que bajo ninguna circunstancia iba a volver con el irlandés o iba a buscar a Esteban para decirle que me gustaba y que chuparamos trompita. Como a las cuatro horas Alejo me llamó, me dijo que él era “de efecto retardado”, me tranquilizó con sus palabras pausadas y amorosas, me contó que apenas colgamos me había escrito un mensaje interno, que revisara mi Facebook. Este es el mensaje que me escribió:

Caro, mi Carola, mi Hechicera, mi mejor amiga. Me demoro en responder tus mensajes, tus correos, tus palabras, porque me gusta decirte las cosas de forma pausada, ordenada, con sentimiento; me demoro porque procuro darte ‘la talla’. Hoy, sin embargo, mi respuesta es inmediata (en relación a tus palabras y a mi silencio, aunque puede que no lo haya sido para ti). Y es inmediata porque sé que quiero contestar: Estoy poniendo todo este tema de mi salud y la sanación en mis manos. Y a pesar de que siento que las cosas avanzan, hay una talanquera indescifrable que me limita. Hago Tai-chi, yoga, deporte, medito, sigo las recomendaciones médicas, hablo con Dios y él lo hace conmigo; libero mi lenguaje de palabras negativas; actúo sobre mi pensamiento; manejo mi respiración; descubro las bondades de la calma; procuro una dieta saludable, sonrío más que antes; busco entregar más amor: a mi familia, a mis amigos, a ti, sobre todo a ti. Me renuevo y me gusta, ¡sé que es un proceso!

Y sin embargo, siento que a todo esto que hago le falta corazón, se me embolató el corazón en algún lugar de mi ser, me está costando mucho encontrarlo y me está costando incluso perderte. En cambio, veo que tú lo encontraste, ¡sí que lo encontraste! Y cuando me pregunto, cómo se hace, cómo se hace para encontrar un corazón perdido, tú apareces de inmediato en mi cabeza y en mi alma.

Busco en mis sueños, como tú buscas en los tuyos, pero sobre todo como yo he buscado descifrarlos de manera casi que misteriosa desde que te conozco; descifrarlos para descifrarte, eres mística, inquietante, misteriosa y maravillosa, como ningún otro ser que yo haya conocido en esta vida. Tus sueños, tu amistad, tu mirada, tu compañía, tu soporte permanente, tu apoyo, tu tolerancia frente a mis cambios de ánimo, tus abrazos, tus ‘te amo’, han sido tan importantes para mí, como lo ha sido leer tus historias, tus palabras escritas, amo leerte más de lo que amo leer a Cortázar. Desde siempre has sido la Hechicera, la que lee, sueña, fantasea y escribe sin parar. Eso me embelesa de amor por ti y ya estoy sintiendo que me enamora.

Querer decir todo lo que siento por ti es una tarea imposible. Que te diga todo lo que siento por ti por teléfono… ffffuuuu… ya plantea un gran reto para mí y lo sabes. Pero justamente ese es el reto que quiero vencer y sé que lo que me pides lo haces en parte porque quieres ayudarme a seguir avanzando sin parar.

Lo que siento por ti es transparente como el mar y se revuelve como una ola cuando llega a la orilla. No voy a hablar del pasado ni de MI pasado, tu más que nadie lo conoce, solo diré que incluso la hermana Edith, viéndome a los ojos me preguntó por qué era un tipo tan raro.

Tampoco adornaré mis sentimientos con palabras demasiado bellas; hoy quiero ser muy estricto y no decir más de aquello que debe ser oído.

Cuando logro desintegrar mi mente para estar junto a ti, mi amor tiene dos características: es básico y profundo. Lo primero quiere decir, -¡aunque cueste mucho trabajo creerlo!- que no es un amor complicado, mejor dicho, yo siento que te amo de forma muy natural; que mi amor hacia ti me fluye, aunque a ratos se me atranca en el cuello… mmm… ¿Entiendes el punto? En mi interior mi amor por ti es fluido y hermoso. Ten esa certeza.

¡Qué decir de la profundidad! Mi amor por ti sale de mis vísceras, encuentra obstáculos en el camino, sí, pero me ocupa enteramente. Y aunque se me embolata el corazón, soy amor en mi interior Carola y mucho pero mucho de ese amor te pertenece.

Sueño con nuestros sueños y con la posibilidad de que sean reales. ¡Juntos, para los dos! ¡Mi ser y el tuyo, compartirán juntos la experiencia mística más maravillosa!

Si yo ya estaba perdidamente enamorada de mi mejor amigo desde hacía nueve años, con cada una de las maravillas que me escribía y me decía de forma pausada, ordenada, sentida y demorada, después de ese mensaje yo estaba extasiada de amor, no podía parar de llorar y de sonreír. Pasé de la tusa al amor profundo, a la emoción de saber que mi sueño también era el de Alejo; que se estaba acercando “la experiencia mística más maravillosa” que yo jamás había leído en ninguno de mis libros, ni había escrito en ninguna de mis historias.

Como lo escribió “Lorealain” con respecto a “Alejeeein”, “¿quién no se enamora de un corazón así?”, embolatado y todo, pero ASÍ, único, raro, sentido, empático, noble y particular. Yo me enamoré de ese corazón desde el primer momento en que se me acercó y se abrió como no lo hizo con nadie más durante la semana de inducción en la universidad, como no lo hizo con nadie más en su vida. A los ocho meses de la partida de Alejo una chica con la que él salió, una de las que fueron realmente importantes para él, “la Chusca”, me dijo: “Muchas nos enamoramos del Chusco espectacular, pero él se enamoró perdidamente de ti y se fue de este mundo amándote a ti”. Sí, lo enamoré todos los días de su vida como se lo dije y seguiré honrando su vida y la mía, como se lo prometí antes de partir.

Luego de ese mensaje amoroso de Alejo, llegué a Bogotá y nos encontramos en el Parque Nacional, no le di pico en la boca como lo había hecho en el último mes y medio, pero lo abracé como lo había hecho desde mis 17 años, como uno abraza a alguien que ama profundamente. Ese día yo fui la que guardó silencio. Recuerdo las palabras que me dijo Alejo, las tengo marcadas en mi cabeza y en mi alma. Estando escritas, las tendré para siempre conmigo, por si en algún momento se me olvidan:

No me quiero morir, pero tampoco quiero irme de este mundo sin conocer el amor. No quiero irme sin saber que soy el amor de tu vida, ese privilegio no me lo quiero perder. No me quiero  morir sabiendo que sí eres la mujer maravillosa de la que me quiero enamorar perdidamente, la verdadera Hechicera, la que escribe, fantasea y maravilla. Creo firmemente en tus presentimientos y aunque tenga un tumor en la cabeza y no quiera hacerte sufrir, nadie me ha descifrado tanto como tú, nadie ha sido tan paciente y amorosa como tú.

Sabes de cada una de las mujeres con las que he tenido cuento; has oído cada una de mis historias como nadie más lo ha hecho y como a nadie más le he contado, porque soy reservado; sabes que solo me he enamorado una vez y fuiste tu quien me ayudó a reconquistar a Lina (Lundi), a armarle una caja llena de sorpresas; sabes que soy difícil y yo sé que tú también lo eres; sabes que no formalizo mis relaciones no solo porque las mujeres me parecen una mamera, sino porque yo soy una mamera. Sé que tú no formalizas porque puede que te atraigan muchos, pero pocos te mueven el alma y tú eres eso, alma. Te conozco más que nadie y me conoces como ni yo mismo me conozco.

También sabes que te amo desde el primer día que hablamos, en la semana de inducción. Lo sentí cuando te agarré por la espalda para enseñarte a jugar tejo en el parqueadero de la facultad, cosa que nunca hago con las mujeres y no hice con ninguna otra chica ese día; lo sé porque tú te dejaste agarrar, cosa que luego vi, no permitías que nadie más hiciera. Podía parecer que las mujeres te envidiaban, pero yo sentía que los hombres me envidiaban a mí, tu apenas saludabas de mano y eso, sin yo percatarlo, fue una de las cosas que me fue enamorando de ti. Tu manera distante; tu seriedad; tus carcajadas contagiosas; tus caprichos; tu carácter fuerte; tus enormes audífonos; tus nervios al hablar en público; tus salidas de las clases que no soportabas; tus libros de literatura siempre contigo, en la mitad de una clase, en las escaleras de la facultad, en el pasillo, saliendo del baño, acostada en el pasto, donde fuera te veía leyendo literatura y eso me cautivaba.

Luego me dijiste que querías hacer la maestría en literatura, que te acompañara a averiguar y yo ese día te dije “mamacita”. Se me salió y me sorprendí cuando se me salió, tu intentaste seguir como si nada hubiera pasado, pero como no te puedes quedar callada me dijiste, «¿qué qué? ¿mama qué? Juumm vea pues, mamacita porque quiero hacer una maestría en literatura, jamás lo hubiera imaginado». No era solo porque quisieras estudiar literatura, sino porque para mi era la combinación perfecta: politóloga y literata ¡mamacita! además sentí que te admiraba, que eras valiente porque hacías lo que querías y porque sabías qué querías hacer y tu querías estudiar algo que hacía parte de ti, terminaste como tu dices, «academizando un placer» pero te mantuviste firme. Pensarte como literata me encantaba, te conocía más así que como politóloga y eso me cautivaba, sentía que no dejabas de sorprenderme y que seguías siendo todo un misterio a pesar de compartir tantos años juntos. Ese día me sorprendí tanto de haberte dicho mamacita, que mientras caminaba en silencio a tu lado, pensaba: “es que Carolina realmente es una mamacita, me gusta y los besitos que nos hemos dado me encantan, ¡ay Dios, mi mejor amiga me gusta!

Luego te fuiste para Londres y una parte de mi quedó completamente vacía, te fuiste además molesta conmigo y yo no me lo perdonaba. Luego empezaste a viajar sin parar y de repente me sales con que habías conocido a un irlandés guapísimo e interesantísimo. Yo que podía decir más allá de desearte felicidad, que alguien más te hiciera feliz porque yo con un tumor en la cabeza no iba a poder hacerlo. Pero siempre aparecía Cerbaleón, ese cuento que me escribiste, ese mundo que inventaste para los dos y se volvió realidad el día más difícil de mi vida, el día que me abrieron la cabeza. Me salvaste la vida Carola, ese día me salvaste la vida y yo estuve contigo en Cerbaleón. Desde ese día pienso, cómo habría sido aquel día si tú no hubieras hecho parte de él. Se me ocurre pensar cómo sería mi presente si no te tuviera tan cerca. Preguntas que solo se formulan si hay de por medio un amor profundo.

Yo soy lento y torpe, te pedía que regresaras, que volvieras a Colombia, que mi “sobrevida”, como dicen erróneamente los médicos, dependía de tu compañía. No te decía abiertamente que también te quería más que como mi mejor amiga, aunque te lo insinuaba muchas veces, siempre he sido coqueto contigo y tu sonreías nerviosa al otro lado del teléfono, mientras yo me partía como una galleta wafer.

Eres bonita Hechicera, bonita como pocas en esta galaxia. Te conozco tanto, me conoces tanto, que me angustia perderme de tu magia por mis torpezas y tú de mi magia por tus caprichos, me aterra perdernos, pero hay que intentarlo…

Ese día Alejo siguió y siguió hablando como pocas veces lo había hecho, yo guardé silencio como pocas veces lo había hecho y formalizamos nuestra relación. De ahí nos fuimos a su restaurante favorito, un restaurante japonés llamado Wabi Sabi. El mismo al que seguimos yendo una o dos veces al mes; el mismo en el que me dio “un humilde anillo como símbolo de nuestra relación”, 20 días antes de casarnos, el mismo que cuando él partió, a los pocos meses se cerró, porque el dueño japones volvió a Japón.

  1. La historia detrás del cuadro de Mao

Alejo y yo hicimos oficial nuestra relación. Para nadie fue un secreto, todos parecían saber que en algún momento nosotros, dos mejores amigos, terminaríamos volviéndonos pareja.

Yo me seguía viendo con Esteban, él me compartía música y yo se la compartía a Alejo. Me seguía gustando, pero nunca me sentí conflictuada con eso, era un gusto que estaba trascendiendo a la amistad con mucha facilidad. Yo oía sus historias y él las mías; iba con frecuencia a su apartamento después de salir de mi trabajo, en especial a esperar a que Alejo llegara a su casa y poder irme caminando a verlo. Esteban nunca dejó de parecerme el chico interesante que conocí en su fiesta, por eso mismo sentía que la amistad que estaba surgiendo podía ser poderosa, porque cuando alguien me gusta de una manera particular, cuando veo que un hombre tiene una sensibilidad digamos que ‘exclusiva’ o un sentido íntimo al expresarse frente al mundo que percibe, hay algo que me permite sentir que a ese personaje lo quiero cerca, como el amigo que se estaba convirtiendo para mí.

Compartimos una amistad más bien cercana de unos dos o tres años, incluso nos llamábamos seguido por teléfono, más de lo que yo suelo llamar a otras personas y cuando Alejo estaba presente, a veces me decía con su tono sarcástico: “Ay Esteban, tan interesante Esteban, blablablabla Esteban”. Yo me reía mucho cuando decía eso, haciéndose el celoso, pero no lo era, nunca lo fue, su seguridad con él mismo y conmigo, no le daba para serlo, yo tampoco lo fui, caminábamos de la mano en un suelo firme, seguro, tranquilo.

Recuerdo que Esteban y yo presentamos juntos un examen de inglés que ofrecía el Estado, a Esteban le fue mil veces mejor que a mí. También recuerdo que había mucha confianza, tanta que un día que yo llegué a su casa sin avisar, él estaba de afán y no se había bañado, no tuvo ningún inconveniente en desvestirse enfrente mío y meterse a bañar estando yo en el baño. La cortina no dejaba ver nada y yo tampoco pretendía hacerlo, así que seguimos hablando y haciendo visita, como aprovechando la confianza y con ella, cada minuto de la compañía del otro, sin un interés sexual de por medio, el interés iba más allá de eso.

Yo le hablaba a Esteban de Alejo, le compartía historias importantes para mí con una confianza bastante particular. Meses después, Esteban se ennovio con quien es hoy la mamá de su hijo, fui a conocerlo cuando nació, le llevé muchos pañitos húmedos y pocos pañales, pensando que casi todo el mundo llevaba precisamente pañales. Recuerdo una noche que fuimos con Alejo a su apartamento a comer algo rico, quería celebrar con nosotros el nacimiento de su hijo y la compra de su nuevo apartamento. Al poco tiempo Alejo y yo de cierta manera nos volvimos cercanos a la mamá de su pareja, a la abuela de su hijo, nos gustaba comprarle ropa de segunda y hablar con ella de la coyuntura colombiana, de nuestro viaje a Chile (su país) y de literatura, los tres compartíamos el gusto por la literatura.

Con el tiempo Esteban me contó que se iban a vivir a Alemania. Aunque por la vida de cada uno ya no nos frecuentáramos tanto como el primer año en que nos conocimos, yo sentía que lo iba a extrañar, pero cada vez que quería verlo se lo decía, no entre líneas como el primer día que hablé con él y siempre me decía, «wow no me lo esperaba, ¡de una!». Recuerdo que le regalé un diccionario de alemán de bolsillo, de caratula roja y dura, yo lo había usado años atrás cuando había estudiado alemán; no aprendí ni lo elemental, no pasé el examen básico del Instituto Goethe de Alemania, soy mala para los idiomas y el alemán, aunque me gustaba, superaba mis capacidades e intereses reales. Le dije a Esteban que Alejo estaba enamorado de su cuadro de Mao, que nos lo vendiera y él nos lo vendió a un súper precio; realmente Alejo y yo sentimos que era como un regalo que él nos había dejado.

Cuando Esteban venía a Colombia me escribía y me decía que nos encontráramos en alguna de sus presentaciones, de sus proyectos, de sus cortometrajes. Nunca fui, algo se me presentaba así que nunca pude verlo, ni a él ni a sus películas, solo las que me enviaba o subía a sus redes sociales. Siempre quise verlo, pero siempre hubo un aguacero, una reunión laboral o un cansancio al final del día.

Así yo no viera a Esteban, él de cierta manera estaba presente, a través del cuadro favorito de Alejo, de algunas conversaciones que Alejo y yo teníamos y de dos canciones que yo solía oír con mucha frecuencia, en especial una. Esteban un día puso el vídeo de la canción en su cuarto y empezó a bailar, a moverse al ritmo rapero alemán de la misma ¡y a mí me encantó! Yo finalmente no aprendí alemán así que no la entendía, tampoco me interesaba hacerlo, pero la música me gustaba lo suficiente para oírla durante un tiempo casi que a diario, en especial cuando estaba afanada y debía alistarme o caminar rápido.

Después de varios años un día Alejo me preguntó: «¿Carola cómo es que se llama la canción que escuchas para caminar o alistarte rápido, la canción de Esteban?». Me pareció particular que Alejo se acordara tan claramente del nombre de Esteban, su memoria en ese sentido no era la mejor y aunque juntos compartimos espacios con él, la mayoría de veces era un espacio de dos. Le pregunté que por qué se acordaba del nombre de Esteban, «¿Cómo así que por qué?» me respondió, «porque es el único chico que te ha gustado mientras has estado conmigo, porque conocí a su hijo, a la mamá de su hijo y a la abuela de su hijo y porque además es el dueño original de Mao». «Es cierto, Alejo la canción de Esteban se llama «Alles neu» (Todo nuevo) y es de un alemán llamado Peter Fox», le respondí.

La otra canción en la que Esteban estaba presente es “Carolina” de un húngaro llamado Szécsi Pál. A Esteban le gustaban las películas de Europa del este, especialmente de un húngaro llamado Benedek Fliegauf. El hecho es que a los pocos meses de haberlo conocido él me envió el vídeo de esa canción y yo se la mostré a Alejo, le dije que sabía que era imposible, pero que a mí me parecía que decía “Carolina Serrano” o “Carolina Quesada”, como Esteban había pensado que era mi primer apellido cuando lo conocí, así que le pedí a Alejo que me ayudara a traducir la canción. Le dije que había un trato, consistía en no usar el traductor de google, sino que debía ser creativo y sí que lo fue. Alejo recurrió a Kasia, a Alicia Katarzyna, la primera chica con la que él salió en la universidad, a la primera chica que le habló porque lo convencí para que lo hiciera. El hecho es que Kasia estaba en Alemania y él sentía que solo ella podía ayudarlo con la traducción, además de ser dulce y especial, es la única persona que conocemos que sabe mínimo cinco idiomas y aunque no supiera húngaro, en algo debía parecerse al polaco y ella es colombo-polaca.

Gracias a Alejo, el amor de mi vida, el chico a quien nunca dejó de gustarle Kasia, sobre todo por “su mirada tímida, su sonrisa intempestiva, su caminado chueco y desgarbado” y gracias a ella, con quien estuve en Alemania hace varios años, el país al que años después se fue a vivir Esteban, yo entendí la canción húngara que él, el chico que me gustaba me compartió y que Alejo me ayudó a traducir, precisamente porque sabía que ese chico me gustaba. Alejo no tuvo ningún inconveniente en ayudarme con la misión y en buscar la letra de esa linda canción. “Ese Esteban tiene lo suyo, pa qué nos hablamos mierda”, me dijo Alejo luego de leer la letra de la canción y de ver juntos el vídeo.

“A Carolina Quesada le gustó esa canción”, le respondí a Esteban después de toda la travesía que ésta había recorrido para poder entenderla.

Varios años después, Esteban apareció de una manera más fuerte, aunque él ya se había ido para Alemania. Y lo hizo en una conversación que tuve con Alejo, exactamente cinco años después de haberme preguntado si yo quería chupar trompita con Esteban.

Alejo estaba estrenando trabajo, yo lo notaba raro y no solamente porque cuatro meses antes había estado en la clínica, o porque ambos sentíamos que se avecinaba una fuerte recaída por su enfermedad, sino porque lo notaba angustiado conmigo, como cuando un niño hace alguna travesura y siente que necesita decírselo a los papás o a alguien, pero no sabe cómo. Yo me senté a su lado, el cuadro de Mao estaba como todos los días mirándonos e iluminando el apartamento (Alejo durante un tiempo puso luces sobrias de navidad alrededor del cuadro y le gustaba apagar todas las luces y dejar encendido únicamente al Mao). Le dije a Alejo que yo sabía que algo le pasaba, que estaba preocupado y no solo por su cabecita, que yo presentía que alguien le gustaba y que si era así me lo dijera porque era natural que eso pasara, más aún estrenando trabajo y cambiando de ambiente. Nuestra conversación siguió así:

-Carola, duré casi cuatro años en el mismo trabajo rodeado prácticamente de las mismas mujeres, quienes además te conocían, lo mismo que en mi trabajo anterior. ¡Y se me había olvidado que yo llamaba tanto la atención de las mujeres! ¡y me impresiona el nivel de coquetería de algunas y su nivel de ser lanzadas! Hay una que me mira y literalmente siento cómo me quiere comer, pero a mí no me mueve ni el pelo, solo con su manera de mirarme me da fastidio, yo no puedo con las mujeres así, ¡no puedo!

-Alejo, pero ella no es la que te preocupa ni te tiene así. Entiendo que estés pensativo porque te diste cuenta que sigues atrayendo un montón a las mujeres, aunque no entiendo cómo se te había olvidado si cada vez que salimos de fiesta, especialmente cuando hay reguetón de por medio, te bailan sexy y seductoramente, mientras yo me río y tú las miras como un si fueran un “chichón de piso”. ¿Hay alguna chica que te guste de verdad?

– Si Carola, hay otra chica que me parece interesante. Yo ya la conocía desde hace rato, estudió en la universidad, pero era un poco más chiquita que nosotros, así que es posible que no la recuerdes, además no me llamaba la atención en esa época así que no te hablaba de ella. Hemos salido a almorzar con los demás de la oficina, pero a veces vamos juntos a tomar un café y es en ese espacio que siento que más me atrae, me parece interesante. Últimamente nos escribimos mensajes y eso me conflictúa porque siento que es un juego peligroso, es un medio en el que puedo terminar siendo coqueto o diciendo cosas que no debería.

– ¿Alejo, sientes que has sido coqueto con ella? Tu eres coqueto, pero a tu manera y muchas veces las chicas ni se dan cuenta, o a veces simplemente eres especial y las chicas se confunden y piensan que has sido coqueto, cuando realmente has sido es amable, especial o atento. ¿Recuerdas la vez que me contaste que Andrea (una chica con la que Alejo salió y hoy es mi amiga) se había molestado contigo porque le dijiste que te invitara a ver películas a su casa? Tú me preguntaste que si yo sentía que eso estaba mal y yo te respondí que no porque yo veía películas con Esteban en su apartamento. También te dije que, si tu intención hubiera sido no solo verla, hablar con ella y ver películas, sino chupar trompita o follar, por supuesto la cosa habría sido diferente, pero, así como tu sabías que yo veía películas con un chico que me gustaba, yo sabía que tu podías ver películas con una chica con la que habías salido. Te conozco y me conoces, primero fuimos mejores amigos.

-No le he dicho nada particular Carola y no lo he hecho porque siempre estoy pensando en ti. Siento que cualquier cosa que yo le diga a ella, podría hacerte daño y jamás haría algo que te lastimara, yo no podría vivir con eso. Quizás si he sido coqueto con ella, a mi manera como tú dices, pero el asunto es que me gusta y me parece interesante. No me había gustado de esa manera ninguna otra mujer desde que estoy contigo. Solo algunas me parecían lindas y ya, tu incluso me muestras a las chicas que sabes que me parecen lindas.

-Alejo, sé que por ningún motivo me harías daño, mucho menos por una chica, te conozco y sé perfectamente cómo eres con las mujeres. Siempre vas a ser coqueto a tu manera y eso me encanta de ti, porque no es la misma coquetería de muchos hombres, es la tuya, la que te hace tan particular y atractivo. Es normal que te guste esa chica, a mí también me han gustado otros chicos.

-¿Ahhhhh? ¿cómo así que te han gustado otroSSSS chicos? ¿No era solo Esteban? ¡Oh Por Dios! esta conversación se está volviendo más compleja de lo que pensé y me estoy poniendo nervioso.

– jejejeje, hermoso de mi vida, tu sabes que Esteban me gustaba, incluso tú eres el único que lo sabe, pero no lo veo hace mucho y obvio pues aparecen más. Pero, aunque aparezcan más, solo hay un chico que me atrae, es de otra entidad y con él suelo tener reuniones, es uno de mis enlaces interinstitucionales. Pero él no es como Esteban, es decir, no es cercano, es solo un enlace que me parece churro e interesante y cuando tengo reuniones con él me gusta porque me gusta verlo. Incluso tengo dos enlaces de la misma entidad con quienes debo trabajar y a él solo le escribo correos formales, nunca le escribo por WhatsApp, por ese medio me hablo con la chica que es el otro enlace, porque quiero mantener con él una relación estrictamente laboral.

-Suspi, ¡tú has tenido que viajar con él! ¡Oh por Dios, me voy a orinar de los nervios! Te has ido de comisión con ese tipo y yo como un güevón esperando ansiosamente a que mi chica vuelva pronto a los brazos de su hombre. Necesito saberlo todo, cuéntamelo todo sin omitir detalles, ¿entiendes? Todo. ¿Es guapo? ¿qué tan guapo? Pero sobre todo ¿qué carajos tiene para que te guste? ¿por qué carajos te gusta? A ti cualquier aparecido, por guapo que sea no te gusta solo porque sí ¡usted es más jodida que yo mijitica! Por eso precisamente está conmigo, ¡porque soy un partidazo!

– Jejejeje eres un partidazo churro mío. A ver pienso porqué me gusta, nunca había pensado en eso, simplemente siento que es normal que alguien aparte de ti me guste. Pero bueno, me gusta porque es guapo; es alto; tiene unos ojos muy lindos; es inteligente; es sencillo; me parece que es buena persona; es atento, está pendiente de que no me quede sin refrigerio; hace bien su trabajo; tiene un piercing en la nariz y se le ve bien, oye tu tuviste uno en la universidad muy poco tiempo, pero bueno sigamos; no es ostentoso; no se cree más que lo demás ni por ser churro ni por ser inteligente; siento que es empático en el dialogo con los campesinos y con las comunidades en general. Mejor dicho, tiene cosas parecidas a ti, a mí me gustan como tú, los de tu estilo ¿entiendes? Ven te lo muestro en la foto que tiene en su WhatsApp.

-Muéstramelo pues… Mmm pues mi suspi, el pendejo es guapo ¿de tu estilo? Es decir ¿de mi estilo? No sé qué tanto, no me parece, no es como yo ¿entiendes? Y no es más guapo que yo… Oiga mija, pero usted está como asalta cunas, se ve más joven ¿cuántos años tiene? Lo bueno para mí, es que ni a usted ni a mi nos gustan chiquitos, aunque uno nunca sabe, lo que sí sé es que ya no me voy a orinar, no es mi rival, nadie podría ser mi rival. Que hijuemadres, si no la reconquisto el irlandés ese, que realmente es bastante guapo y vino dos veces a ‘gusaneármela’, ya nadie es mi rival. Seguimos más firmes que una gelatina.

Alejo y yo nos reímos un tiempo, recordamos al irlandés y su traga maluca por mí; la seguridad de Alejandro frente a él y sobre todo frente a sí mismo y frente a mí, consolidó enormemente nuestra relación, nuestra confianza, nuestra seguridad como pareja y mejores amigos. Luego retomamos el tema de la chica que le gustaba:

-Pues sí Carola, la verdad es que esa chica me parece interesante, me gusta y no me gusta que me guste como me gusta, solo quiero que me gustes tú.

-Alejo acuérdate que a mí también me gustaba Esteban, pero nunca le di trascendencia, me parecía interesante y físicamente me atraía, pero no más, no me conflictué con eso, nuestros encuentros trascendieron a la amistad y lo recuerdo con mucho cariño. Yo no iba a poner en riesgo lo que tenía contigo bajo ninguna circunstancia. ¿Sientes que esa chica te parece tan interesante como para poner en riesgo nuestra relación?

– ¡Noooooo Carola!, para nada, en lo absoluto.

-¿Entonces hermoso mío? ¿por qué te conflictúas? Yo tengo clarísimo que si llegaras a enamorarte de otra mujer ¡esa mujer seria maravillosa porque te conozco!; porque confió en ti; porque me generas una seguridad asombrosa; porque eres un convencido de tu propio sentido ético y estético de la vida; porque sé lo que quieres en una relación desde que tienes 18 años; porque si antes no te metías con cualquiera, mucho menos lo vas hacer ahora; porque te he visto regañar a tus amigos cuando la embarran; porque eres el hombre más maravilloso del universo y eso implica que te enamorarías de otro ser maravilloso, no sé si más o menos que yo, eso no importa, solo sé que sería una mujer maravillosa. Y aunque me duela en el alma y con seguridad pasaría por la peor tusa de mi vida, quiero que sepas que si eso llegara a pasar, yo haré todo lo posible por intentar entenderte ¡porque te conozco!, porque te amo y ¡quiero que seas feliz conmigo o sin mí!, porque eso es amor, permitir que quien uno ama sea feliz y porque sé que bajo ninguna circunstancia harías algo estúpido que me hiciera sufrir, eres muy cuidadoso tanto con tus palabras como con tus actos, más si tienen que ver conmigo.

A Alejo se le salieron las lágrimas y me abrazó con mucha fuerza, con un sentimiento profundo que aún está presente en mí. No me soltó, no me habló, guardó silencio mientras lloraba y nos fundíamos en un abrazo. Luego de secarse las lágrimas y de secarme las mías como solía hacerlo, porque siempre él secaba mis lágrimas, me dijo que tenía claro que jamás encontraría una mujer más maravillosa que yo, porque yo era su Hechicera, la única y verdadera Hechicera, la única en mi especie.

Después de ese día Alejo siguió almorzando con la chica, tomando café con ella y enviándose mensajes sin conflictuarse al respecto. Le seguía pareciendo interesante, pero no para poner en riesgo nuestra relación de pareja. Yo nunca me vi con el chico de la otra entidad más allá de nuestros espacios laborales, aunque me parecía interesante y churro, ni siquiera hubo la oportunidad para hablar del otro y no la necesité. Un tiempo fuimos “amigos” virtuales por Facebook, pero como nunca fuimos realmente cercanos, en un barrido de gente lo saqué, no me interesaba ver o “hurgar” su vida virtual.

A Alejo y a mí no nos volvieron a gustar más personas de esa manera. Tuvimos conversaciones que nos conflictuaban frente a otras cosas, como por ejemplo su partida y la probabilidad de enamorarme de otra persona si él ya no estaba físicamente más a mi lado. Nunca me gustó hablar de eso y lo hicimos pocas veces, Alejo tocó el tema un par de veces antes de alguna de sus resonancias magnéticas y yo me ofusqué bastante. Solo una vez fui yo la que tocó el tema porque había estado más insistente de lo normal y entonces se lo pregunté para que cerráramos esa conversación de una vez por todas. No escribiré al respecto, sigue siendo un tema que me afecta bastante, porque tengo claro que Alejo es el amor de mi vida, de mis vidas y aunque todos los amores sean diferentes, si en algún momento llegara a enamorarme de otro hombre, sé que eso pasaría únicamente porque Alejo no está físicamente presente, porque “primero fue lunes que martes”, como decía él.

Con Esteban retomé mis conversaciones hace relativamente poco, un día que le compartí uno de mis escritos. Él lo leyó y lo comentó como solía hacerlo cuando se los compartía hace años y me dijo, “que vida la tuya, a la final linda”. Desde ese momento nos hablamos más bien seguido y me sigue gustando leer sus mensajes, su lectura frente a mis escritos y también me gusta que me comparta sus cortometrajes, sus proyectos, sus películas referentes a la muerte, a la conservación, a la inmortalidad, pero sobre todo la película de su hijo.

Antes de escribir este texto le dije que quería contar la historia detrás del cuadro de Mao y que él aparecería en ella, así que le pregunté si podía poner su nombre, me autorizó, con “nervios”, pero lo hizo. Una declaración pública de mi gusto podría dar de qué hablar, pero no creo que para él, no creo que alimente su ego con eso, más bien le saco sonrisas y nervios. Sin embargo, siento que puede alimentar su sensibilidad y de cierta manera su presencia en mi vida, la amistad en potencia que paró con la vida de cada uno cuando se fue a vivir a Alemania.

Cuando me escribo con él, cuando hablo con él, yo sigo sintiendo la misma confianza que cuando lo conocí, quizás porque ambos sabemos que “había potencial en esa amistad”, potencial que ahora está creciendo porque ha oído como pocos seres detalles precisos de mi duelo y de la enfermedad de Alejo. Por eso precisamente es que últimamente percibo algo más en él, dos de mis palabras favoritas: empatía y sensibilidad, pero también un interés por el tema de la muerte; yo escribo y leo acerca de ella, me respira en la nuca y a Esteban el tema le interesa bastante desde hace muchos años, hace películas acerca de ella, de la preservación, de su hijo convertido en un “el vampiro de las montañas”, porque los vampiros son inmortales, viven incluso en la eternidad y al parecer su hijo lo sabe, en medio de una edad en la que ya está creando su propio mundo y su propia manera de ver el mundo.

Esteban hace años se leyó El libro tibetano de la vida y de la muerte, ese que se ha convertido prácticamente en mi libro sagrado desde que Alejo partió. Eso en lo personal me demuestra su sensibilidad y su curiosidad frente a la impermanencia, por eso quizás me sigue leyendo y comentando, por eso me oye y me suelta “haikus sarcásticos”, como dice él, es decir, palabras que suenan sarcásticamente a la tradicional poesía japonesa. Con eso tengo para saber que sigue siendo “Esteban, tan interesante Esteban, blablablabla, Esteban”, un personaje que no veo hace varios años y a quien solía frecuentar con evidente emoción, confianza e interés, sin ocultárselo ni a él, ni a Alejo, ni a mí.

Creo que si Esteban no se hubiera ido a Alemania (vuelvo con los interminables “hubiera”, esos que solo existen en mi infalible imaginación) o si hubiéramos permanecido más en contacto luego de su viaje, esa amistad habría sido mucho más potente, conmigo y creo que con Alejo, porque a él le caía bien y porque tenían hasta gustos particulares y similares, como ‘la necesidad’ de tener camisetas de rayas, como ser observadores, pero también intuitivos, cosas que a veces están ligadas más a las mujeres. Así Esteban haya visto pocas veces a Alejo, lo recuerda con “una manera especial de vestirse”, de colores claros, con camisetas de rayas, una chaqueta (con la que aparece Alejo a mi lado en la foto de portada del presente escrito) y hasta un pantalón en particular. Eso requiere para mí de un nivel de observación casi que femenino, estético como el de Alejo o artístico como el de Esteban.

En estos días le pregunté cuál era su historia detrás del cuadro de Mao. Me contó que cuando hicieron la exposición de Andy Warhol en Bogotá, la compañera con la que él vivía en el apartamento al que yo solía visitarlo, era la encargada de hacer la publicidad y ese Mao en particular estaba en algún paradero de buses con la información del evento, parte que él recortó para poder montar el cuadro, el Mao, el favorito de Alejo. Me dijo que también había una Marilyn Monroe por ahí, pero que nunca la habían colgado, no le importaba, le importaba el Mao, al igual que a Alejo.

También en estos días Esteban me hizo llorar, al hacerme una propuesta que permitió que mis lágrimas salieran. Desde que vio el vídeo HEMIPARESIA de Alejo, de su Eterno presente, venia pensando en proponerme algo, algo que precisamente Alejo quería hacer. «Hemiparesia» es un vídeo que Alejo hizo solo, se grabó él mismo exactamente hace dos años, el 8 de mayo de 2018, estaba en Neiva, en la casa de mi papá, yo había tenido que irme para Bogotá por temas laborales y me devolvería al día siguiente a estar con él. El vídeo me lo envió y yo quedé realmente sorprendida, no podía creer que quisiera hablar abiertamente acerca de su enfermedad. Cuando llegué a Neiva me dijo que intentáramos hacer nuevamente el vídeo, pero cerca de árboles, más conectado espacialmente con él mismo, con la naturaleza, pero nunca lo hicimos. Alejo incluso le pidió a uno de sus amigos que lo ayudara a editarlo y mejorarlo, pero finalmente eso tampoco se hizo. Cuatro meses y medio después el vídeo se subió al blog Peces fuera del agua, después de haberlo encontrado en mi celular, por lo cual le pregunté si quería que se publicara, con su cabeza Alejo me dijo que sí. A los cinco días mi esposo partió de este mundo terrenal y empecé el proceso más complejo y doloroso de mi existencia.

Pues Esteban me hizo una propuesta frente a ese vídeo y yo solo con leer su mensaje comencé a llorar de emoción, le dije de inmediato que estaba llorando. No tengo claro que hará, pero ya empezó y me dijo, “me he dedicado estos tres meses a aprender todo lo necesario técnicamente para poder hacerlo”, le dije que nuevamente estaba llorando y me dijo, “¡póngase feliz!”; se me había pasado decirle que también estaba sonriendo, que no estaba llorando solo de tristeza, que lloraba mientras sonreía y que para mí era fundamental drenar mi alma y que él me había ayudado a hacerlo.

Cada vez que Esteban me comparte algo de sus ideas frente al vídeo, yo sonrío de emoción. En estos días volvió a «desvestirse» para mostrarme el último tatuaje que se hizo,  une precisamente tres cosas fundamentales para mí: la naturaleza, la muerte y el renacer.

Aunque me gusta mucho abrazar, no abrazo a todo el mundo, suelo ser más bien tacaña con algunas personas en cuanto a mis abrazos, pero no lo seré con él si en algún momento lo vuelvo a ver personalmente. Solo por el hecho de generarme confianza y de tener ese tipo de detalles conmigo y con Alejo, al honrar la vida, la muerte, los sueños, la magia y el eterno presente con su trabajo y su tiempo, hace que yo quiera atravesar el océano únicamente para ir a verlo y abrazarlo. Por eso sigue siendo «Esteban, tan interesante Esteban, blablablabla Esteban», quien más que un gusto fue un mi amigo que se está volviendo: es un amigo.

  1. La impermanecia y las emociones que atrapan y espantan

Detrás del cuadro de Mao, el favorito de Alejo, he podido adentrarme “al acecho del pasado” y con él, a la historia de dos mejores amigos que se convirtieron en pareja y en el amor de la vida del otro, sin secretos, sin inseguridades, sin desconfianzas, tanto así que el único ser que sabía que el dueño original del Mao me gustaba, es precisamente Alejo.

Él sabía ese tipo de cosas, porque un día se dejó convencer y consentir de su mejor amiga, y juntos encontramos nuestro corazón embolatado y con él, la confianza y la seguridad. Sin embargo, no fue fácil que el corazón embolatado de Alejo estallara del todo, el primer año de nuestra relación solo estallaba a raticos, se le atragantaba en el cuello y yo muchas veces casi tiro la toalla. Él me convencía, me pedía que le tuviera paciencia y yo seguía firme, aunque tambaleando; muchas veces sentí desfallecer y le decía que los corazones MÁS grandes y más bellos como los de él, no se atrevían a salir de su dueño tan fácilmente por puro y físico miedo, se lo decía porque yo también lo sentía con mi corazón. Me tocó conquistarlo y enamorarlo todos los días de su vida, como se lo prometí cuando oficializamos nuestra relación. Mi corazón, que quizás no es tan grande como el de él, pero si está llenito de amor por él, siempre supo que debía permanecer y seguir firme en la decisión de la vida, porque yo sabía que cuando ese corazón embolatado estallara, se convertiría en la experiencia mística más maravillosa de todas.

Acechar el pasado y con él mis historias, me permiten revivir la historia de dos mejores amigos que se volvieron pareja y nunca dejaron de ser ni mejores amigos, ni pareja. En nueve años que estuvimos juntos como pareja tuvimos varios inconvenientes, pero nunca terminamos, tampoco dejamos de contarnos las cosas que solo se cuentan los mejores amigos. No hubo una sola historia que yo escribiera y él no leyera, ni una sola, así en ella yo hablara de cómo me sentía frente a él o frente a su enfermedad. Siempre supo lo que ni yo misma sabía: “Carola, eres incapaz de esconder tus sentimiento y emociones conmigo y con la escritura. Conmigo eres capaz de ser quien eres, en todas tus facetas, en todas tus dimensiones y eso es algo que solo logramos conseguir, los seres que se conocen desde antes de los tiempos y para una eternidad. Y aunque eres completamente transparente, sincera y de alma pura, es con la escritura, la imaginación y los sueños, cuando realmente logras ser tú, la verdadera Hechicera”.

Solo Alejo conoce mis emociones y solo yo conozco las suyas, la montaña rusa en la que vivió durante nueve años, esa de la que él tanto se quería bajar queriendo sanar de un tumor cerebral. Una montaña rusa que él pretendía controlar porque, aunque era un ser supremamente emocional, también era racional, en cambio, parecía que yo no pretendía controlar las emociones que transitaba en su montaña rusa, sino acompañarlo y hacerle ese difícil trayecto un poco más llevadero, más amoroso. Sin embargo, cuando Alejo partió me di cuenta que yo si estaba intentando controlar las emociones y bajarlo de su montaña rusa, y de paso controlar la vida o vivirla plenamente con él, por eso entregué mi tiempo, mi amor, mi disposición y mis energías a Alejandro, para que sanara, pero también para que fuera feliz.

¿Fui arrogante con el universo? Aún no lo sé, sé que fui supremamente sentimental y soñadora, al decirle muchas veces que moriría de cualquier cosa menos de un tumor cerebral y que llegaríamos juntos a viejitos. Ese era nuestro mayor sueño ¡llegar juntos a viejitos! nunca fue comprar una casa enorme o llenarnos de lujos innecesarios, ni siquiera tuvimos carro ni pensamos tenerlo, nuestro único sueño real era ¡llegar juntos a viejitos! Tener un solo sueño contundente se aprende en medio de una dura enfermedad o de alguna circunstancia realmente difícil y dolorosa, como sentir que la muerte te respira en la nuca. Los demás sueños son innecesarios, validos para algunas personas, pero completamente innecesarios. Alejo y yo no controlamos la vida, la vivimos, pero intentamos controlar la muerte y ahí la negamos, como la niega la gran mayoría de la humanidad, incluso en plena pandemia.

Él y yo tampoco controlamos nuestro amor y por eso estalló como el Big Bang y se volvió infinito como el universo.

Transitar con Alejo el amor absoluto y la enfermedad, nos hizo amar la vida aún más, nos hizo vivir su Eterno presente y comprobar que sí nos conocemos y nos amamos desde antes de los tiempos.

Desde que Alejo partió de este mundo terrenal, he cambiado tanto como él cambió con su diagnóstico y con su amor por mí. He cambiado tanto que sé que Alejo seguiría cada día enamorándose de mí, yo nunca dejé de enamorarlo y no pienso dejar de hacerlo, lo honro a él y me honro a mí. Obviamente me he equivocado muchas veces en estos 19 meses, como lo hice durante nuestros 18 años juntos como mejores amigos y nueve como pareja, y como lo he hecho durante mis 36 años de vida.

Me seguiré equivocando el resto de lo que me quede de vida, sin embargo, hay una clara intención en mí de no hacerlo tan seguido y de intentar tener algo de la espacialidad mental y emocional de Alejo. Sintiendo el dolor más profundo de mi existencia, estoy intentando no solo seguir enamorándolo, a través de mi propia vida, sino tener su propósito de vida: vivir el Eterno presente e intentar ser consecuente y por tanto conscientemente, un mejor ser humano, sin la necesidad de alimentar mi ego a través de viajes, zapatos, títulos académicos o trabajos ‘exitosos’, eso para mí ya no es importante, las prioridades cambian, la vida cambia, porque todo en esta vida es impermanente, incluso lo que más amamos de ella.

Ahora lo que me interesa es seguir conociéndome, sintiéndome, oyéndome para así sentirlo a él y sobre todo, sentirme y oírme a mí. Me interesa fortalecer las relaciones humanas, la relación con las plantas y la naturaleza que Alejo tanto amaba. De todo lo demás me puedo desprender, menos de mi misma, del Ser, de la naturaleza y de las personas que quiero, en especial de aquellas que han ocupado mi corazón desgarrado en medio de mi proceso de duelo, de esas que a pesar del mundo, de sus propios afanes y de mí misma han seguido en mi vida, sin huir de si mismas, de Alejo y de mí, porque sé que soy un ser que confronta, antes a través de mis palabras, de mi carácter fuerte y de mis acciones, ahora, a través de mis silencios, de mis ausencias, de mi introspección, de mis emociones y también de mis escritos. Todo eso puede que espante a muchos, pero también atrape a otros.

Permanentemente entro al acecho del pasado, de mi pasado, de mis historias y así le doy vida a mi vida. Me vuelvo un ser impermanente cada día, vivo ‘un día a la vez’ y solo así he podido ir cambiando la forma en que enfrento la vida, el nacimiento y la muerte; el día y la noche; la escritura y la lectura; la contemplación de la naturaleza y las banalidades; el agradecimiento por lo que tengo y por lo que tuve con mi esposo cuando físicamente estaba presente; el dolor pero sobretodo el amor, lo único que le da sentido profundo a mi existencia.

Que vida la mía, a la final linda.

9 respuestas a “Entrando al acecho de historias”

  1. No, nunca fue celoso, solo me molestaba con su típico sarcasmo, solo para hacerme reír, como tu reíste. Demasiado seguro de sí mismo.

    Me gusta

  2. Carola, cada vez que leo sus escritos, siento que me involucro profundamente en cada situación, como si yo estuviese presente en una esquina viendo todo. Sigo esperando que todo esto se convierta en un libro.

    Saludos,

    Manolo

    Le gusta a 1 persona

    • Manolo gracias! Pues usted estuvo literalmente en algunas esquinas viéndonos. Ver bailar a Alejo bailando reguetón con seguridad, al Alejandro silencioso y sarcástico también. Yo quiero escribir ese libro, pero es difícil, se supone que sería escrito a cuatro manos, pero vamos a ver, gracias por motivarme!! Oiga lo quiero, lo digo públicamente!

      Me gusta

  3. Carolina, hace muchos años que no sé de ti o de Alejandro, hoy por esas cosas de la nostalgia pandémica busqué tu nombre junto al de él y me encontré con ésta noticia, lo de su relación, bueno, se veía venir ya en la universidad, pero lo de su enfermedad y su partida me sorprenden. Por todo me duelen, por el dolor que te causa, porque a él lo conocí como un hombre bello y bueno, porque él hizo algo por mi en la época en que nos conocimos que nunca le agradecí y ya no podrá ser.
    De todo lo que se podría expresar frente a un evento como este, me quedo con decirte que espero que en este camino que recorres ahora, en el que seguramente hay subidas y bajadas pronunciadas, halles la fortaleza para continuar, que sean muchos los abrazos sinceros que recibas, que no seas tacaña contigo misma al darlos o recibirlos, en últimas que puedas celebrar la vida con todo y el dolor inmenso.
    Te mando un abrazo desde la distancia.

    Me gusta

Deja un comentario


Blog de WordPress.com.