Cuando las expectativas de los otros sobre mí dejaron de importarme

Por Stephanie Quijano

Cada ser humano que viene a este mundo trae consigo una historia, esa que desde los primeros años de vida vamos heredando de nuestros padres y que van formando nuestros gustos, carácter y forma de ser. Según lo que me cuentan mis tías, yo fui una bebé muy deseada; aunque mi mamá tenía dificultades para tener bebes y ya estaba satisfecha con mis dos hermanos, después de 6 años se enteró que estaba embarazada de una niña. Tengo el leve recuerdo de que mi papá un día me dijo que yo había llegado a traer unidad entre ellos, pues, antes de que yo naciera, ellos estaban atravesando por problemas matrimoniales y, al llegar yo, encendí nuevamente esa llama de amor.

Llegué el 21 de agosto de 1992 y, a medida que fui creciendo, empezaron a relucir ciertas habilidades innatas, como el baile. Recuerdo que me ponía a bailar con mi prima en el estudio de mi casa, como si nadie nos estuviera mirando, a veces también lo hacía sola en la sala y me encantaba bailar mirándome en un espejo y podía pasar horas y horas bailando. ¡Qué deleite!

En cualquier fiesta de niños, yo siempre participaba en los concursos de bailes y –¡adivinen qué!– siempre ganaba, quizás no era la persona con más técnica para bailar, pero algo sí puedo asegurarles: yo lo disfrutaba tanto que creo que eso era lo que cautivaba a la gente y hacía que recibiera muchos aplausos.

Conforme fui creciendo, descubrí que tenía otro talento, ese que empezó un día en que mi papá, cuando una canción de Nino Bravo sonó, me sentó en sus piernas y empezamos juntos a entonarla: “Al partir un beso y una flor, un te quiero, una caricia y un adiós, es ligero equipaje para tan largo viaje” y ese día descubrí que tenía un color de voz bonito. Más adelante, esto me animó a postularme en el colegio para cantar unas letanías en un acto cívico, a lo cual la profesora me respondió: “¡Tú no porque no cantas en la misa!”. Tenía tan solo 11 años y eso quedó grabado en mi memoria, hasta que al año siguiente decidí inscribirme al festival de la canción del colegio y, con un vestido color lila y unos tacones de tres centímetros, me enfrenté por primera vez al público, eran unas 500 personas a las que les canté “Mi tierra”, de Gloria Estefan. Cuando terminé de cantar, el público me ovacionó y desde allí fui conocida en el colegio como “La niña que canta”.

Con el tiempo fui escalando, así que ya no solo participaba en los festivales de la canción del colegio, sino que cantaba en festivales intercolegiales, y siempre ganaba. Hasta que me llegó el momento de aprender a perder y de reconocer que yo no era la única persona en el mundo que sabía cantar, sino que había muchas voces bonitas que podían ganar porque lo hacían igual de bien que yo, o incluso mejor.

También tuve el sueño de ser cantante y rogué muchas veces para que mis familiares fueran a hacer la fila de “El factor XS”, pero nunca me prestaron mucha atención, porque para mí la única manera de hacer realidad mi sueño era siendo una cantante famosa como Celine Dion y Mariah Carey; incluso recuerdo que en la iglesia a donde iba cuando estaba pequeña, escuchaba cantar a una chica con una voz de ángeles y siempre me preguntaba: ¿por qué ella no es cantante? ¿Por qué en vez de estar cantando en una iglesia no se pone a grabar un CD y a ser famosa?

A medida que fue creciendo, dejé de participar en festivales de la canción y me enfoqué en mis estudios; sin embargo, continúe cantando en el coro de la universidad, con mis amigos en las fiestas, con los mariachis que le llevaban a un familiar y nunca faltaba alguien que dijera “Stephanie, canta”, y sólo el tiempo me fue dando la respuesta a ese gran interrogante que siempre me hacía: ¿será que fracasé en mi sueño de cantar?

Llegué a entender que no todos los talentos son expresados de la misma manera, con esto quiero decir que el hecho de que cantes, bailes o pintes no quiere decir que la única manera de desarrollarlos es siendo famoso, y en mi caso particular, en el pequeño mundo que me rodea –mis familiares, amigos y conocidos que siempre quieren escucharme cantar y yo soy feliz deleitándonos con mi voz–.

Disfruto estar en mi casa, poner mi computador y cantar; disfruto cuando, en un cumpleaños, llegan los mariachis y me piden que cante con ellos; disfruto cuando en una reunión con amigos suena alguna pista o alguien toca la guitarra y yo acompaño con mi canto, porque la vida de cada uno no debe ser vivida siguiendo un manual con instrucciones acerca de cómo vivir y qué hacer. Porque somos personas tan diferentes que los fines pueden ser los mismos, pero las formas de llegar a su fin varían de persona en persona.

Sin embargo, llegar a esta conclusión me costó mucho tiempo y hubo un momento de mi vida en que desaparecieron esos talentos que tenía. Un accidente que tuve el 7 de julio de 2011 me dejó sin un pie (literalmente) y para rematar la historia, al parecer cuando me entubaron en la cirugía, esto lastimó mis cuerdas vocales provocándome que ya no pudiera tener el mismo registro de antes, en palabras castizas: no podía llegar a las notas altas a las que antes solía llegar. La preocupación que tenía era tan grande que pasaba noches buscando videos de cómo bailar sin un pie y no encontraba nada al respecto, pensé que hasta allí había llegado la bailadera en las fiestas.

Pero ¡vaya sorpresa que me dio la vida! Un día mis amigos me sacaron a bailar en muletas, yo no sabía cómo bailar en muletas, pero el arte de la música es tan libre que yo empecé a moverme al compás de la música y logré conservar el ritmo “en una sola pata”. Luego llegó mi primera prótesis y busqué videos en YouTube sobre cómo bailar con una prótesis y –¿qué creen?– tampoco encontré nada, pero mis amigos me sacaron a bailar a la semana de tener mi prótesis y empecé a moverme con un pie, una prótesis y dos muletas y, aunque no era igual que antes, me sentí feliz de hacerlo según mi condición de ese momento. Luego logré soltar las muletas y desde ese día soy un “trompo” en la pista. Me encanta bailar, es algo que va en mis venas.

Con respecto al canto, tuve que practicar mucho para lograr recuperar el registro que tenía antes de la cirugía y cada semana intento practicar, porque la voz, cuando se deja de usar, pierde color y todo lo que avanzas en técnica se puede perder, si no practicas constantemente.

Es cierto que la vida es una montaña rusa; algunas veces estamos abajo y sentimos que nada de lo que hacemos vale nada, y otras veces estamos arriba, y sentimos la gloria en nuestras manos y que cada esfuerzo vale la pena. Sin embargo, me pregunto: ¿sentir la gloria viene de afuera o de adentro de uno mismo? ¿Viene de lo que esperan los demás de uno o de lo que uno espera de sí mismo? Sin duda, esto es algo muy difícil de identificar porque la mayoría de veces creemos que lo que nos hace feliz es lo que a todos les hace feliz.

Yo amo cantar y bailar y probablemente muchas personas a mi alrededor esperaban que yo fuera una cantante, pensaban que tenía el talento para hacerlo, pero yo descubrí que ser famosa no iba a hacerme feliz, sino que simplemente iba a llenar las expectativas que tenían los demás de mí, pero jamás lo que yo quería de mí. Y ¿qué quiero del canto y el baile en mi vida? Quiero que cada vez que haya música, pueda disfrutarla como si nadie estuviera mirándome, tan auténtica, tan original como siempre y, sobre todo, que pueda deleitar a las personas que más me quieren, esas que me perdonan y me celebran cualquier desafinada o cualquier baile extraño.

Y si me ven cualquier día por allí, invítenme a cantar o a bailar una cancioncita, que para mí siempre será un gran privilegio.

Aprovecho y les dejo una interpretación de la canción “Te perdoné” de Jorge Celedón en versión balada. En estos días esa canción me cautivó por su melodía y me pareció interesante compartírselas. Es difícil de explicar cuáles son las características que tiene una canción que me cautiva, simplemente la escucho y mi corazón se emociona, entonces digo: «Esta la quiero interpretar y ya. Así de simple es».

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Un comentario en “Cuando las expectativas de los otros sobre mí dejaron de importarme

  1. ESTO ME ENCANTA, el ser tiene muchas formas de expresarse y es justo dejarlas tomar forma para que causen gozo. Que relato tan oportuno, tan bonito. La noción insuficiente de que nos tenemos que sentar frente al computador y esa es la única manera de existir ha quedado desvirtuada por esta narración intima de otras dimensiones que también (y tal vez en mayor medida) dan funcionalidad, sentido y placer a la vida. Con esta invitación al eudemonismo me voy a bailar!!!

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