Por Luz-Helena Beltrán
Querido mío:
Gracias por compartir conmigo tus recuerdos de infancia y por contarme en dónde vives ahora. Reflexiono y caigo en cuenta de que sí estuve allí mientras construían ese lugar. Luego esos edificios fueron nuestro límite natural, una barrera, la frontera del barrio para los niños que no debíamos alejarnos demasiado.
Desde mi apartamento yo tenía dos vistas. Una era el Museo y, precisamente, tu nuevo edificio o, más bien, la unidad residencial desde un ángulo, porque de frente, el nuevo grupo de edificios estaba cubierto totalmente por la copa de un árbol de mango donde siempre cantaban azulejos.
La otra vista era el patio interior y los apartamentos directamente opuestos, entre los que estaba el tuyo, a un ángulo de unos 30 a 45 grados, tres pisos más abajo del mío. Desde allí yo te percibía. Te veía, grande, casi adulto. En la calle te veía pasar listo para comerte el mundo, ese mundo horrible que nuestro tiempo y lugar te había dado a probar.
Eras casi un chico rudo, uno de esos muchachos que son lo que en inglés llaman «larger than life». Alguien con quien yo era consciente de tener muy poco o nada en común. Alguien que me generaba una curiosidad indecible, quizás por lo inapropiada.
Un día, desde mi balcón –el mismo punto de siempre– te vi luchando con la vida y tu lucha me conmovió mucho, porque pensé que había perdido para siempre la oportunidad de saber quién eras.
La seguridad que no tuve antes, la tuve en el momento en que fui consciente de que algo desafortunado te acosaba. Creyendo que de algún modo habríamos de gravitar alrededor de la situación, un día de semana toqué tu puerta y dejé que mi instinto hablara por mí. Yo no me acuerdo qué le dije a tu mamá, porque, hasta el momento de timbrar, no sabía qué iba a decir. Y ese día, que me parece que era miércoles, te vi más de cerca que nunca antes, pero tú, en cambio, no podías verme. Todavía entre las brumas, me miraste y tus ojos no reflejaban nada. Ciertamente no se veía en tu mirada vidriosa y confundida la habilidad de volver a albergar un recuerdo.
Luego de verte, me sentía totalmente seca por dentro. Tenía una marea de emociones imposibles de expresar, una cantidad de preguntas inarticuladas y un mar de lágrimas que no podía llorar. Tú eras para todos los efectos un desconocido en desgracia que se batía entre la vida y la muerte. Y yo, que era una niña feliz, sosegada, satisfecha y ajena a tu vida… ni siquiera sabía lo que yo era con relación a esta circunstancia específica.
Volví el miércoles siguiente y el siguiente y el siguiente. Todos los miércoles eran miércoles en los que yo, alentadísima por cada una de tus victorias, las contaba como propias. Mi nombre me sonó a miel dicho por tu boca que aprendía a articular nuevamente. Bastaron unos cuantos miércoles más para que empezaras a encontrar tus recuerdos, tus palabras, tus pasos; para que te empezaras a levantar de las cenizas temblando, pero triunfante.
Yo, que no era un recuerdo entre tus recuerdos, no sabía si había más lugar para mí ni tampoco si me lo quería ganar. Han pasado veinte años desde entonces. Nunca más te volví a ver, pero cada miércoles oro por ti.
Hoy recibo tu carta con alegría y como una suerte de premio. Que tú me escribas a mí una carta relatando tus viejos recuerdos significa tres cosas.
Una es que de ese filo que amenazaba con cortarte la vida queda poco. Tengo claro que tu paso por el bautizo de fuego fue transformador y que ha dejado una cicatriz visible e imborrable, pero también que eres hombre nuevo y me atrevo a decir que renacido.
La segunda es que pudiste recobrar todos tus recuerdos y que tus grandes ojos negros brillan con la vitalidad que da saber que se ha vivido, con la gratitud que da ser consciente del momento presente, no los tengo que ver pasa saberlo, para sentirlo.
La tercera es que, en el proceso de reconstrucción de tu cuerpo, tu mente y tu espíritu, yo encontré la verdadera oportunidad de saber quién eres. Sí hubo un espacio para mí, un espacio de cariño, de amistad, de encuentro; un espacio que está vivo a pesar de las diferencias entre nosotros, y a pesar del agua y la tierra que nos separan.
Te quiero. Gracias por tu vida.

Peces es un laboratorio creativo que explora y difunde narrativas digitales en el que puedes publicar tus trabajos. Envíanos tus propuestas al correo electrónico pecesfueradelagua@gmail.com. Si te gusta lo que hacemos, comparte nuestras entradas con tus amigos y síguenos en Facebook, Instagram y Twitter.