Un viernes santo me convertí en un pez azul

Llegó la semana santa del 2020, es viernes santo y el mundo sigue detenido. Algunos deben estar descansando, otros orando, otros angustiados, otros enfermos, otros ansiosos, otros mostrando por redes cómo viven su confinamiento (‘ostentafinamiento’ leí por ahí), otros con el alma destrozada porque sus seres queridos partieron de este mundo sin poderlos despedir, y muchos otros deben estar muriendo y aguantando hambre.

Por mi parte, sigo viviendo una cuarentena que se empató a mi proceso interior, a mi duelo. Sigo extrañando como todos los días a Alejandro, mi esposo, pero también a mi abuelita Raquel, quien el pasado 22 de marzo cumplió una década de haber partido y a quien no se le hizo su sagrada misa, porque la pandemia no lo permitió. Extrañándola, recordé mis semanas santas cuando era niña.

Como siempre he amado el agua, mi abuelita Raquel me decía que si me metía a la piscina el viernes santo, me convertiría en un pez, así que yo no me metía.

Un viernes santo estábamos en ‘La Paz’, la finca donde vivieron mi mamá y mis tíos cuando eran niños; había una piscina y yo quería meterme. Llegaron los dilemas de una niña que quería jugar, nadar un rato en la piscina, pero si lo hacía se convertiría en pez.

Después de pensarlo mucho, de no hablar con ningún adulto y no decirle a ningún primo que se convirtiera en pez conmigo, decidí hacerlo sin que nadie se diera cuenta. Pensé que, si me convertía en un pez pequeño mi mamá, así no le gustaran los animales, debía cuidarme y ponerme en una pecera, ojalá en una grande y en la que tuviera compañía de otros peces. Pero que, si me convertía en un pez muy grande, lo mejor era que me llevaran al mar; sabía que me llevarían a San Andrés, porque es la isla favorita de mi abuelita y de mi mamá, con seguridad me irían a visitar o se irían a vivir allá.

Fui a las hamacas, a la cocina, al comedor y los miré a todos, pero no me despedí. Para mí no era una despedida porque yo seguiría viva, simplemente me transformaría en un pez, precisamente el día que Jesús murió.

Para ese entonces creo que ya había nacido mi primo Manolo, así que yo tendría unos siete u ochos años, pero como aprendí a nadar casi al mismo tiempo que a caminar, nadie estaba pendiente de mí, ni de la piscina. Me fui hacía ella, metí mi dedo gordo del pie y luego lo saqué rápido, esperando que cambiara de color, creía que me convertiría en un pez azul. El dedo no cambió de color así que metí una pierna hasta la rodilla, como no cambiaba, pensé que debía meter las piernas juntas, no podían estar separadas, porque los peces no tienen piernas. Nada que mis piernas se ponían azules, así que decidí zambullirme; yo me convertiría en pez únicamente si todo mi cuerpo estaba en el agua. Seguía sin ponerme azul, así que decidí nadar, pero no, seguía siendo humana. «Lo que pasa es que los peces no nadan como los humanos, así que debo nadar como un pez», pensé. Nadé como un pez y en ese momento me di cuenta que yo no me convertiría en nada, que mi abuelita me lo decía para asustarme.

Me puse brava, muy brava y salí rápido de la piscina para decirle que ya sabía que me había estado mintiendo por años. Salí tan brava y tan rápido, que mi dedo meñique del pie se quedó atorado en el tubo de las escaleras de la piscina y al moverme con rapidez para correr, me lo tronché. Empecé a llorar y a gritar muy duro, lloraba porque me dolía mucho, porque mi abuelita me había dicho mentiras y porque no me había convertido en un pez azul.

Varios miembros de mi familia llegaron a la piscina y vieron que mi pie estaba cambiando de color y se estaba agrandando como ‘Pie grande’. Recuerdo que la mayor de mis tías me puso un trapo o una media, mientras que alguien iba a conseguir una venda. Nadie me regañó por haberme metido a la piscina un viernes santo.

Esa noche, le dije a mi abuelita que quería dormir con ella, necesitaba hablarle en privado y ese era el momento perfecto para hacerlo. Me dijo que yo me movía mucho y le pegaba patadas, pero que podía envolverme las piernas con una sábana. Le dije que sí, me envolvió las piernas y me dijo que mi pie estaba morado, le dije que no, que mi pie estaba azul porque me había metido a la piscina un viernes santo y que me había mentido, pues no me había convertido en un pez.

Le pregunté si creía que me había tronchado el dedo meñique como un castigo de Dios por haberme metido a la piscina; me contestó que no, que Dios no castigaba, que Dios me amaba, me amparaba y me protegía. Le pregunté por qué me había mentido, que si a ella también le habían dicho eso cuando era niña; me respondió que sí, que era «un cuento de la época» y que debía decírmelo para que no me metiera a la piscina pues me gustaba mucho y el viernes santo era pecado divertirse, porque había que respetar a Jesús, quien había muerto por nosotros. Yo le dije que entendía, pero que no dejaría de meterme a la piscina los viernes santos porque yo no había irrespetado a Jesús y que como Dios me amaba, no me iba a castigar, así como tampoco la iba a castigar a ella por decirme mentiras.

Mi abuelita me dijo lo mismo de siempre: «Mijita, usted es terca como una mula» y yo le respondí, «no abuelita, soy terca como un pez azul».

Desde esa noche y durante un tiempo más, yo me creía un pez azul y amé mucho más el agua, pues pude ver cómo me trasformaba en un pez, mientras mi abuelita envolvía con una sábana mis piernas de humana y mi pie se volvía más y más azul.

Gracias a mi abuelita Raquel, un viernes santo me convertí en un pez azul.

P.D. En la finca «La Paz», grabaron una telenovela llamada «El Oasis» en la que salía Shakira, yo a veces iba con primas a ver las grabaciones. Ella no era famosa, así que hacía parte del montón. Un día se le cayó a la piscina una pulsera (o algo parecido) y como yo estaba en vestido de baño, me pidió que se la recogiera; yo me zambullí y se la recogí, me dio las gracias y me dijo que mi cara era muy linda y que le encantaban mis cejas. Años después me preguntaba que, si a Shakira le gustaban mi cejas negras, gruesas y pobladas, ella por qué se las depilaba. Un día me las depilé, la única vez en la vida que lo he hecho, quedaron diferentes la una de la otra, me veía horrible y mi mamá me regañó.

3 comentarios en “Un viernes santo me convertí en un pez azul

  1. Karolantares. Que sentimientos. Que recuerdo os. Que felicidad Qué nos hemos encontrado y vivido en la finca la Paz..recuerdo perdelelelefectamente los viajes a ver las grabaciones con Shakira. .creo debe escribir .tienes una gran imaginación y preparacon. Goya vivía impresionada de sus capacidades .siempre me habla bellezas suyas envíele sus escritos y llamelo. La queremos muchísimo .olvídese d

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    1. Por mi nombre, asumo que es Elias! Gracias!! Esos recuerdos en «La Paz» son hermosos, yo amaba subirme a un tractor!!! Posiblemente cuando yo era niña usted era uno de los que nos llevaba a ver las grabaciones con Shakira.

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