¡Por fin el mundo se ha detenido!

Una semana antes de que empezara la cuarentena y los toques de queda, yo ya venía varios días guardada en el apartamento de Bogotá. Sin embargo y previendo que el aislamiento llegaría para todos, mi sobrina María José y yo decidimos viajar a Neiva, donde están mis papás y la mayoría de la familia.

En el vuelo casi todos llevaban tapabocas, algunos llevaban guantes, yo llevaba un cuello rompe vientos. Decidí guardar los tres tapabocas que tenía en la casa desde hace años, para alguna emergencia.

En el vuelo me reí mucho con mi sobrina. Ella sin querer ser chistosa, tiene la facilidad de hacerme reír. Es natural, autentica, sensible y también ama las plantas. En el avión obviamente me hizo reír, esta vez por sus nervios. Le asustan las montañas rusas, los aviones, las alturas, el mar, la oscuridad. Vive sola en Bogotá y se encierra en su propio cuarto escondiéndose yo no sé de qué o de quién. Siente mensajes de Alejandro, mi esposo, sueña con él y aparecen mariposas en la puerta de su apartamento, sin embargo y a pesar de sus nervios ella siente que son parte de los “mensajes de amor” de él para mí, y por eso no se asusta.

Desde la partida de Alejo, María José me ha acompañado en mi proceso de duelo de manera empática y amorosa. Ha llorado conmigo mientras me oye hablar del sinsentido y de cuánto he querido que el mundo pare; casi siempre que estamos juntas me cocina porque yo nunca aprendí a hacerlo; y debo confesar públicamente, que hasta me gusta dormir con ella.

Como casi no puedo dormir y mi sobrina lo sabe, ella me ha acompañado algunas noches, ya sea en su apartamento o en el mío. Creo que eso la ha llevado a convertirse en la tercera persona con la que logro dormir en la misma cama sin sentirme incomoda. La primera es con mi mamá; cuando era niña amaba dormir con ella y uno de sus castigos consistían en mandarme a mi cuarto a dormir sola. A mis 17 años conocí a la persona con la que más he amado dormir, Alejandro, quien se convirtió rápidamente en mi mejor amigo, ese amigo que nunca pretendió tocarme ni un pelo, más bien yo era la que pretendía tocárselos todos a él. Finalmente, a mis 25 años cuando nos volvimos pareja, se los toque todos.

Últimamente, he podido conciliar el sueño con mi sobrina. Me agrada dormir con ella, sabe que no me gusta que se me acerque mucho, así que cada vez que lo hace, se despierta asustada pidiéndome disculpas y eso al siguiente día nos genera risa. Bueno, también puedo dormir con mi sobrinito Simón, su hermano, aunque con él debo poner varias almohadas en la mitad de los dos para que no se me pegue tanto. Chocheras mías que surgen como consecuencias de tener un sueño liviano. Cuando Simón quiere dormir conmigo me dice con una sonrisa picarona, «Tía Carola aparte de Alejo, yo soy el único hombre con quien tu has podido dormir».

Bueno, volvamos al día del viaje en avión con mi sobrina. Debido a la pandemia, ese día ella y yo no nos saludamos de pico ni nos abrazamos. Sin embargo, en medio del vuelo ella agarró mi brazo no sin antes mirarme y sonreírme como pidiéndome el consentimiento para hacerlo. Estaba nerviosa, así que le dije que respirara solo por la nariz e inflara la panza, sin agrandar el pecho, iniciando así un pequeño ejercicio de meditación. Luego de calmarse y para distraerla del movimiento del pequeño avión, empezamos a recordar algunas de las veces que he tenido que presenciar sus nervios.

Hace muchos años, cuando ella aún era una niña y yo un poco más que una adolescente, fuimos a un parque de diversiones en Bogotá con Titina, su mamá y Valentina, su hermana mayor. El primer destino fue la casa del terror. Titina que es más nerviosa que María José, empezó a gritar: “¡Señor actor señor actor, mi niña tiene gafas, mi niña tiene gafas y no puede ver, sáquenos de acá por favor!”. La niña por su parte no pronunciaba palabra alguna. El personal requerido, no “el señor actor”, se acercó con prudencia y la agarró con sutileza del brazo y ella le grito: “¡No me toqueeeeee!”. En medio de sus propios nervios mi hermana se excusó en su hija y en las gafas de su hija para que la sacaran de la casa del terror, mientras yo me quedaba con Valentina, quien no es nerviosa. Luego de salir y de las cuatro reírnos por lo acontecido, María José, a través de sus gafas me miró con dulzura y me señaló la montaña rusa de gusanito. El hecho es que terminé subiéndome con ella en el gusanito, cuando mis piernas apenas cabían. Me dejaron subir, justificando que la niña no era capaz de subirse sola, lo cual era completamente cierto.

La experiencia más reciente que recordamos fue la de hace nueve meses, cuando fuimos a San Andrés para el cumpleaños de mi mamá, quien además de amar esa isla con locura, también es muy nerviosa, así que el vuelo fue todo una historia también, que por ahora no narraré.

En el mar de San Andrés nadé tanto como cuando era niña, salí siempre con los dedos arrugados, y a mí que me encanta broncearme, esa vez casi no lo hice. Uno de esos días encontré un lugar lleno de peces en una de las partes más profundas en las que es permitido nadar, así que le dije a mi sobrina y a mi mamá que iría con mi tarrito a poner parte de las cenizas de Alejo para que se fundieron con la arena, con el universo. Por ese ritual, mi sobrina sacó valor y dijo que me acompañaría con la condición de no soltarle la mano. Yo le dije que podíamos de vez en cuando agarrarnos y le prometí no separarme de ella. En el trayecto obviamente me hundió varias veces, mientras me gritaba con su voz ronca, “¡Tía Carola, no me sueltes, no me sueltes tía Carola!” y yo le respondía mientras intentaba no tragar agua, “¡María no me hundas, no me hundas María!”.

No sé si llegamos al lugar que yo había encontrado cuando estaba nadando sola, pero lo importante es que llegamos al lugar indicado y que mi sobrina sacó valor, y en medió del valor me soltó y sacó su brazo para que le pusiera parte de las cenizas de mi esposo en la palma de su mano. Ambas nos hundimos lo que más pudimos y las soltamos. Esa vez, vi sus ojos bajo el agua, a través de la careta, como cuando era una niña y me miraba para que la acompañara al gusanito, vi su sonrisa y de repente sentí unas de las sensaciones más hermosas que he sentido durante mi duelo, al ver como las cenizas se fundían con la arena blanca y mis lágrimas con el mar. De repente no vi más a mi sobrina debajo del agua, así que saqué mi cabeza y la vi despavorida nadando rapidísimo hacía la orilla. Ella no se sentía capaz de estar más tiempo en lo hondo, pero sabía que yo necesitaba ese momento para mí.

Esas dos historias y algunas otras, permitieron que mi sobrina llegara tranquila a Neiva y yo llegara riéndome. Ahora sí que agradezco reírme.

Desde que llegamos a Neiva y desde antes de que empezara la cuarentena, mi sobrina y yo hemos estado guardadas cada una en las casas de nuestras mamás. Ella está con seis personas más, las cuales oscilan entre los nueve meses y los 66 años de edad, con un perro, dos gatos y un jardín lleno de plantas. Yo he estado con mi mamá en su apartamento, el cual tiene un balcón con una vista privilegiada: árboles (ceibas, ocobos, mango, naranjo…), tejados de casas grandes y clásicas, varias especies de aves, incluso colibríes, los cuales son mensajeros de las almas que partieron, según varias creencias indígenas. Las aves son las protagonistas de la escena que veo por el balcón, por supuesto también está el baile constante de las ramas y las hojas de los árboles; amo ver como bailan cuando se unen con el viento.

En estos días mientras estaba sentada en el balcón, se me vinieron muchos pensamientos a la cabeza, sin embargo, hoy quiero resaltar solo uno. Quizás otro de los pensamientos, el que me generó más gracia, valga la pena escribirlo en estos días, porque si solo pensándolo me hizo reír, no imagino escribiéndolo (el de la fobia de Alejo por los gérmenes y las bacterias).

El primer pensamiento en el balcón venía acompañado de la pregunta: ¿Por qué estoy tan tranquila en medio de esta coyuntura mundial, si no estoy atravesándola con mi esposo Alejandro, pues falleció hace 18 meses debido a un tumor cerebral? Quise contestar conscientemente a esa pregunta y mis respuestas fueron las siguientes:

  • Tengo tres libros en la mesa, una libreta en la que escribo, junto con el privilegio de la vista, de tener los cinco sentidos y hasta más; la nevera llena; unos ahorros que me permiten por un tiempo estar económicamente tranquila.
  • Tengo a mis papás vivos. Cada uno está acompañado y guardado en sus espacios. Me aterra perderlos, soy consciente de lo vulnerable que es mi papá frente al virus, pues además de tener 70 años, tiene problemas pulmonares. Pero están vivos y eso me da calma. La cuarentena será un lindo reto para convivir con mi mamá luego de más de 12 años de no vivir juntas. Ya hemos hecho estiramientos, hemos cocinado, hemos visto una que otra película y también hemos tenido uno que otro roce. También mientras ella camina por el apartamento y yo escribo o trabajo en el comedor o en el balcón, ella me va informado, aunque no me guste mucho, acerca de las novedades del coronovirus, pues sabe que no soy amiga de los noticieros, y eso que una noche vimos juntas «Noticias Uno», uno de los dos noticieros que soy capaz de ver.
  • A diferencia de mi sobrina María José, no me considero una persona nerviosa. He podido reaccionar frente a situaciones difíciles, por eso Alejo me decía que yo era capaz de llevarlo a la clínica en una bicicleta así él estuviera inconsciente. Seguramente el día que a mi sobrina le toque enfrentar una difícil situación, también reaccionará, a su manera por supuesto.
  • Las demás personas que quiero están acompañadas o con comida en la nevera, sin mayores dificultades, como si deben estarlo la mayoría de las personas en este país que viven del rebusque.
  • No estoy atravesando esta coyuntura mundial con Alejandro, pero atravesé a su lado situaciones muchísimo más complejas, la diferencia es que fueron coyunturas personales. Además, tengo clarísimo cómo estaría comportándose en esto de la pandemia. Con esa fobia que le tenía a los gérmenes y a las bacterias, logro imaginármelo y me rio sola. Sí, he logrado reírme y eso me encanta, porque además de que ahora agradezco cuando lo hago, porque el dolor me ha enseñado a valorar lo que antes daba por sentado, también agradezco que la mayoría de las situaciones que viví con Alejo me hacen suspirar y reír. Es inevitable pensar que por su enfermedad, posiblemente estaríamos preocupados por la necesidad de los tratamientos médicos, y entonces pienso en cómo estarán haciendo las personas que tienen cáncer o algún tratamiento vital en medio de la pandemia.
  • He pasado 18 meses guardada, no aislada (aunque un tiempo si lo estuve, era necesario para conocerme en medio del dolor más grande de mi existencia). He estado guardada en mí, en la introspección que decidí buscar en medio de mi duelo, en la introspección que conocí de Alejandro y ahora estoy conociendo de mí. En medio de esa búsqueda he seguido acompañada por algunas de las personas que han sido cercanas desde hace años, por mis papás, algunos familiares, algunos amigos, unos míos, otros nuestros y otros heredados de Alejo. Pero este proceso realmente ha sido propio, interno. También en la búsqueda de esa introspección como parte de mi proceso, han aparecido seres de luz, unos incluso se han vuelto como una familia de esta y de otra vida.
  • La séptima respuesta es la que más me ha sorprendido. En medio del silencio del mundo, a pesar de las noticias, de las redes sociales, del hambre de millones de personas, del pánico, siento que estoy tranquila porque ¡por fin el mundo se ha detenido!

Dicen que ninguno de los seres humanos que estamos con vida, ha presenciado algo similar a esta coyuntura mundial. Yo digo que muchos hemos pasado por nuestras propias coyunturas y que el mundo se ha detenido para muchos, por lo menos nuestro  propio mundo.  Se detuvo la vida que teníamos antes, porque en un segundo y para siempre cambió y con él nosotros y la vida que llevábamos. Después de un dolor profundo, de situaciones verdaderamente complejas, nunca volvemos a ser los mismos, y es que en ninguna coyuntura deberíamos ser los mismos, la vida en sí misma es cambiante e impermanente. En mi caso, no volveré a ser la misma porque Alejo no volverá como estaba y mi vida junto a él físicamente ya no será más, por eso desde el amor y el ejemplo que él me dejó, he intentado rearmar cada pedacito de mi alma y ser un mejor ser humano, así los cambios solo los note yo.

Aunque sea ‘La Hechicera’ de mi esposo, de mi ‘Héroe’, no tengo el poder de detener el mundo, así lo haya deseado durante meses. Por eso precisamente, porque el mundo no iba a parar, así yo lo deseara con todo mi ser, fui yo la que decidí parar, guardarme, refugiarme en mí, en mi dolor, pero también en el amor. En el amor absoluto por Alejandro, en el amor por mis papás, por la vida (aunque duela tanto y de miedo vivirla), y por supuesto en el amor por mí misma.

El mundo se detuvo como una especie de justicia hacia el planeta y la naturaleza, pero también quiero creer que es una especie de justicia emocional, especialmente hacía la empatía, la compasión, el dolor y el amor. Y sin querer ser egoísta, me siento recompensada.

Gracias a las respuestas que conscientemente me di, entendí el porqué de mi tranquilidad en medio del pánico coyuntural. No le temo a lo que pueda venir en medio de esto, por lo menos no desde mi propio ser. No temo a lo que pueda pasarme a mí física o económicamente, aunque si emocionalmente si pierdo a más de mis seres queridos, especialmente a mis papás, pero es el mismo temor que sentía antes de la llegada de la pandemia. No le temo a la muerte, le temo a la vida, porque la vida es la que es compleja, no la muerte; porque la vida es la que nos pone situaciones que nos lleva a la muerte; porque en medio de la vida es que en algún momento atravesaremos por alguna de las cinco formas de morir: enfermedad, homicidio, suicidio, accidente o muerte súbita; porque la vida es la que nos duele mientras permanecemos en ella; y porque a nosotros como especie humana se nos ha olvidado vivirla y por tanto, se nos ha olvidado que tenemos que respetar la vida del otro, incluyendo a la naturaleza.

Precisamente porque le temo a la vida es que la respeto, la valoro, la agradezco y la honro, a pesar del dolor y gracias al amor. Por eso es que en esta coyuntura tomo las medidas necesarias para cuidarme de un virus que he nombrado “la cosa invisible”, porque si esa cosa llegara a habitarme, posiblemente yo podría mantenerme viva sin siquiera tener síntomas, pero con la seguridad de que también les llegaría a mis papás y ellos tendrían más probabilidades de morir que yo, y eso si me aterra, porque ya sé lo que se siente perder a alguien que amo profundamente.

Sí, ya sé lo que es perder a alguien que amo, pero no sé lo que se siente acumular más y más dolor por perdidas físicas demasiado cercanas. La mayoría de las veces pienso que después de la partida de Alejo nada podría dolerme más, pero entonces, con humildad reconozco que es algo que no puedo saber hasta que llegue otra situación dolorosa, que muy posiblemente llegará y yo no podré evitar, porque no tengo el control de la vida. Quizás pensé que ver sufrir física y emocionalmente al amor de mi vida, sería más doloroso que verlo partir, pero, para empezar, yo no pensé que Alejo partiera, pensé que juntos llegaríamos a viejitos. Centré todas mis energías en cuidarlo, en amarlo y en la idea de que se recuperaría al igual que lo hizo muchas veces; por eso precisamente su neurocirujano lo nombró ‘Resucitado’, porque tenía la capacidad de recuperarse gracias al amor a la vida, a mí, a su entorno, a su Eterno presente. Pero como no tenemos el control de la vida, Alejo partió de este mundo terrenal a sus 36 años, un mes y 10 días, luego de convivir con un tumor cerebral por nueve años, un mes y 10 días.

A pesar de la infinidad de situaciones que siguen pasando, en medio de “la cosa invisible”, he entendido que hay cosas que yo como ser humano no puedo controlar, que el mundo no se detuvo cuando tanto se lo pedí. Así que me siento en el privilegiado balcón de mi mamá, que por cierto siempre fue el lugar favorito de Alejo, y agradezco que en medio de la coyuntura mundial y de mi propio dolor, yo este tranquila porque ¡por fin el mundo se ha detenido! Y entonces el mundo también ha vuelto a su interior.

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