Mientras planeábamos el especial sobre el futuro con los Peces, me estaba imaginando que escribiría sobre una canción de Café Tacvba que se llama Futuro. La escuché como suelo escuchar las canciones que me gustan, es decir, días seguidos oyéndola hasta ser capaz de cantarla sin ver la letra: “Tú mañana ya te fuiste, pero antes me dijiste que el futuro es hoy”. Y así, imitando el sonido del acordeón tarareando con la “i” (tiririritití, tiririritití, tiririritití), me aprendí la dichosa canción para poder decir algo de ella en este escrito. Lo cierto es que lo único que seré capaz de escribir sobre la canción, lo acaban de leer, porque resulta que el futuro se me volvió incierto. Como a todos, en realidad, solo que algunos piensan que lo tienen más o menos controlado. Yo, al contrario, siento que todos los días tengo que inventarme qué hacer al día siguiente para poder llegar al final del año. Al menos, al final del día. Me tiré a un vacío apretándome la nariz con mis dedos de la mano derecha, como si se tratara de atravesar una fosa de agua hasta salir al otro extremo, y la fosa se me ha hecho tan larga que no he podido salir a respirar al otro lado.
El día de Navidad recibí una carta. No una carta escrita, no. Una carta de un naipe con hologramas de gatos. El As de picas, con la imagen de un gato que se parece a Seis, mi gato. Mis años supersticiosos me hicieron esta persona que busca el significado de las cosas en las casualidades de la vida. Un As de picas es exactamente un tiro al aire. Mientras caminaba de regreso de la biblioteca de la universidad a mi casa, busqué en el teléfono los significados de la baraja francesa. Los Ases significan comienzos. El As de picas, una muerte o un final, generalmente asociado a una decisión muy importante, y un cambio. Dime algo que no sepa, Google. Me metí el celular en el bolsillo y bajé a la estación del metro, con los dos euros que me quedaban para acabar el mes, con un nudito en la garganta porque nunca antes me había tocado abrazarme a la idea del “Todo va a estar bien” sin saber muy bien si sí o si no. Son los dos euros que más me han durado en la vida.
Unos días antes, mi abuelo murió. Y entonces en esto también el futuro cambió. Porque uno da por sentado que las personas van a estar. Pero en eso nos equivocamos. No todos van a estar. Y, del futuro, es a eso a lo que más le temo. A esa promesa rota de esperar a las personas o de volver. Ahora nunca tengo certeza de cuándo volveré a verlos a todos, y me da miedo no saber. Pero no soy a la única a la que le pasa. He hablado de esto con mis amigos que viven fuera del país, y casi todos tienen este miedo. Porque, aunque la cuestión del tiempo es sólo tiempo, la del espacio se vuelve difícil cuando el océano está de por medio. El caso es que mi abuelo vino a verme en sueños. Quería irse de un aeropuerto. No usaba su silla de ruedas, sino que caminaba e incluso, corría. Mi mamá me ha dicho que debo escribir los sueños que tengo. Pero nunca tengo la suficiente disciplina para hacerlo. Los escribo solo cuando los cuento por WhatsApp, horas después de haberlos tenido.
También mi mamá me ha dicho que ahora que mi abuelo está en esa otra dimensión donde ni el tiempo ni la distancia existen, está aquí cuidándome de todo, buscándome trabajo, susurrándome en el oído las respuestas del parcial, traduciéndome del portugués al español todas las cosas que no entiendo. Explicándome cuestiones gramaticales del futuro perfecto, del futuro condicional, del futuro continuo. Me ha dicho, también en sueños, que no hay que correr cuando no hay destino. Destino en el sentido espacial de la palabra. Porque destino en su otra acepción siempre hay. La RAE se atreve a decir que el encadenamiento de sucesos no sólo es necesario, sino además, fatal. A mí me parece que a la RAE le faltó ver películas de Disney y de Eliseo Subiela, pero al menos creo en el encadenamiento de sucesos: terminé donde estoy ahora porque hay una razón universal que me trajo aquí a cumplir con mi misión. Por esto recibí un As de picas de regalo de Navidad, como si el Plan Universal me estuviera recordando que seguir andando era importante, porque dar vueltas sirve para regresar o para ser expulsado bruscamente por medio de la fuerza centrífuga a otra dimensión y terminar con un golpe en la cara contra la pared, que lo hace a uno volver a ver, con el ojo hinchado, que la vuelta no era por ahí, que mejor en otra dirección. Y entonces, así, con los ojos hinchados, quizá por los golpes, quizá por los llantos, me he ido acostumbrando a no pensar en el futuro como un lugar cierto, palpable. Pero tampoco pienso en él como un lugar de espesa niebla. Pienso en él como el minuto que viene, y me da risa nerviosa estar viva.
Una respuesta a “As de picas”
[…] As de picas, por María Alejandra Acosta. ¿Qué hacer cuando el futuro se nos vuelve incierto? […]
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