Fotografías por Gabriel Rojas
Texto por Óscar Iván Pérez H.
Doce jinetes en fila se dirigen hacia él. Llevan máscaras y trajes confeccionados con fragmentos de pieles, huesos y plumas de animales. En sus manos cargan lanzas que apuntan hacia el cielo e izan banderas negras que ondulan con el viento. Los caballos –decorados con collares de semillas y colmillos– marchan firmes, ceremoniosos, siguiendo los pasos de una coreografía ensayada muchas veces.
En la mitad de la Plaza de Cuadrillas, bajo el amparo de San Martín de Tours, el patrono de las fiestas, está él –Gabriel Rojas– disparando su cámara. En la gradería diez mil personas bailan al son de joropo en vivo y celebran con tragos de Aguardiente Llanero. Todos presencian el ballet ecuestre de San Martín de los Llanos (Meta), el principal atractivo del Festival Internacional Folclórico y Turístico del Llano, el cual se celebra desde hace más de 50 años el segundo puente de noviembre.
Los jinetes que captan la atención de Gabriel son los cachaceros; su nombre proviene de la cachaza (o melaza de caña) que se untan en el cuerpo para emular la tez de los negros que durante la Colonia fueron traídos de África para ser convertidos en esclavos. En el Festival, los cachaceros “luchan” contra otros jinetes que representan a indígenas nativos de América, moros que migraron a España y españoles que colonizan el nuevo continente.
El primer acercamiento que Gabriel tuvo con los cachaceros consistió en la documentación de su papel dentro del Festival. En su visita inicial, fotografió a los jinetes ejecutando los diez actos que conforman el ballet ecuestre; al año siguiente, llegó antes del inicio de las fiestas y los acompañó mientras organizaban sus trajes y pintaban sus cuerpos, con la ayuda de sus esposas e hijos. A partir del año siguiente fue más allá. Decidió conocer a los hombres que estaban detrás de las máscaras y los registró en la cotidianidad de sus hogares y sus sitios de trabajo.
En su búsqueda, Gabriel encontró a Pacho, un mecánico que decora su máscara de cachacero con el pan de arroz que sale del negocio familiar y las patas de un águila miquera oriunda del Guaviare, y a don Eliseo, un cachacero retirado que volvió a serlo cuando su hijo fue obligado a salir exiliado del país y a quien fotografió en la sala de su casa pocos meses antes de que falleciera. Conoció también a Ismael, “el tigre”, en su restaurante, y a MaViejo, un antiguo cachacero, en su taller de artesanías. Tuvo acceso, en fin, a hombres orgullosos de su cultura y de puertas abiertas para quienes estén interesadas en conocer su tradición.
Y de paso descubrió que las mujeres –madres, esposas, hijas– son el alma de la fiesta durante los 364 días en que se espera su llegada y que los hijos mayores de los jinetes son la envidia de los hombres del pueblo, pues son ellos –y no cualquier otro sanmartinero– quienes relevarán a sus padres cuando llegue el momento del retiro.
La fotografía de Gabriel se centra en la gente. Se toma su tiempo para primero establecer relaciones y luego hacer retratos desde la intimidad de los espacios y la vida familiar. Usa la luz natural para resaltar el contraste entre colores y materiales. Presta atención a los detalles de las máscaras, los trajes, el mobiliario. Marca la relación entre el hombre común y el hombre metafórico. Cuenta, en últimas, la historia de hombres ordinarios capaces de hacer cosas extraordinarias.
¡Viva Cachacero! es un trabajo que busca contribuir a la construcción y la preservación de la memoria visual de las Cuadrillas de San Martín de los Llanos, y su realización ha sido posible gracias al apoyo que Gabriel ha recibido del Ministerio de Cultura, por medio de las Pasantías Nacionales, en 2016, y los Salones Regionales de Artistas, en 2017.