Sarajevo o la deliciosa revelación sobre el hombre-tierra

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Ok, primero dele play a la lista…

Invocando memorias gracias a la lista de reproducción que decidí re-compilar con la música que marcó mi recuerdo tras pasar una semana en Sarajevo, se reveló ante mi la analogía prístina que existe entre uno de los artistas que ambientaron mi visita y la personalidad de la ciudad misma que lo vio nacer. Y es que por si sola, la vida del polémico y polifacético Emir Kusturica puede encarnar la viva imagen de lo que para mí emana de los poros de Sarajevo: una polifónica maraña de contradicciones, impresiones y extraña belleza que -en el caso de la ciudad- a través de la música, la arquitectura, la comida y la dolorosa historia del sufrimiento de su gente, asusta y enamora al tiempo.

Tal y como el viejo Emir, que nació en la hoy capital de Bosnia y Herzegovina pero se declara abiertamente Serbio de corazón, en las calles de esta decadentemente hermosa urbe se refuerzan día a día las fronteras invisibles que dividen los barrios de las comunidades de bosniacos, serbobosnios y bosniocroatas que la habitan. En su momento, estas fronteras dividieron y destruyeron también los cimientos más profundos de la antigua Yugoslavia, para muchos el único país que pudo prosperar económica y socialmente de forma equitativa bajo un modelo comunista.

Sin lugar a dudas, la guerra de Bosnia es la más traumática en la historia reciente de Europa y claramente moldeó el particular carácter de todos los sarajevitas, así como el de las paredes, espacios y calles de la ciudad.  Una de esas particularidades se manifiesta para mí de manera contundente en la forma tan franca en la que sus habitantes hablan de los agujeros y brechas que la guerra ha dejado en sus almas, más allá de la pobreza extrema y la fama de estado fallido a la que fueron condenados. La presencia de esa herida abierta es tan común en los locales como lo son en los edificios y calles de la ciudad los agujeros de metralla y mortero, que se han dejado expuestos a propósito y en forma de monumento, a más de veinte años del fin de la guerra.

De la misma forma en la que Kusturica (que en bosnio se pronuncia «Kusturíttza«, con la ttz acentuada y un dejo de acento italianoide) ha incursionado en la dirección de cine y teatro, en la actuación, en la música y hasta en la literatura, las calles de Sarajevo están inundadas de comercio, cultura y atuendos que delatan su diversidad y su esencia balcánica de puente entre el norte de Europa y el Medio Oriente. En esto pensé cuando recordaba haberme ido de fiesta por los alrededores del viejo bazar (Baščaršija) cerca al Río Miljacka en el casco antiguo, y veía la hermosa comunión existente entre los anticuarios, los bares de shisha (aquí en Colombia le decimos narguile), los cafés que ponían música balcánica, y los clubes de música electrónica, todo en la misma calle.

A medida que, sin querer, la maña de verle a Sarajevo la cara y el nombre de Emir Kusturica se convierte en algo recurrente, más se arraiga en mi cabeza la idea de que existe una conexión metafísica entre la gente y el lugar donde nace esa gente. La idea me sigue rondando al pensar que allí donde los habitantes de Sarajevo reconocen entre ellos bosniacos, croatas o serbios, yo vi gente muy sarajevita, con muchas más similitudes que diferencias, con actitudes que para un ojo incauto y foráneo como el mío estaban a veces guiadas por pasiones y no por hechos, tal y como nos sucede a todos. Inevitablemente esto me lleva a pensar en las guerras y la estupidez de sus razones. Pero también me lleva a pensar en el hombre-tierra, ese ser que todos somos y qué hace muchas veces inconfundible nuestra procedencia.

Bueno, pero no quiero desplegar prosas divagantes en este espacio efímero y limitado del blog. Prefiero solamente contar que Sarajevo es una ciudad increíble, que una de las revelaciones que tuve allá fue la esencia de hombre-tierra que creo reconocer en la mayoría de personas que conozco, y que me gustaría que usted viera algunas de las fotografías que tomé con mi celular mientras escucha las mismas canciones que yo escuché al caminar por sus calles, para que así sienta que estuvo paseando conmigo por la capital de Bosnia durante esa semana invernal en enero de 2016. ¡Camine!

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