Por Adriana María Ramírez

María del Pilar mi astróloga me explicó que, según los términos de la “revolución solar”, la ubicación física el día y la hora exactos de mi cumpleaños es una variable fundamental en la configuración de mi buena fortuna. Si mi ubicación logra generar cuadraturas favorables con los planetas, el nuevo año fluirá sedoso y en concordia con los astros. Por el contrario, si me encuentro en ese momento en una locación poco propicia, el año nuevo se revelará lleno de obstáculos. Fue así como, en cada una de nuestras consultas, ella me recomendó un destino para pasar mi cumpleaños y yo alisté maletas y compré pasajes para huir despavorida de las posibles arbitrariedades de Mercurio.

De esos años de acompañamiento de María del Pilar me quedó la costumbre de viajar para celebrar el 17 de julio. Cuando viví por fuera de Colombia y no conté con su asesoría, de manera muy conveniente adapté la lógica astrológica y me dije a mí misma que lo importante era estar en movimiento, ya que, tal vez así, lograría despistar a Marte y a Saturno. 

Celebré los 34 en Alemania, los 35 en Francia y los 36 en Italia. En Berlín renté una habitación en el apartamento de Baldotano Valverde, alias Lalita, una sacerdotisa hinduista de ojos azul grisoso que me llamaba Adraiane a pesar de todas mis réplicas. Me escribía notas amorosas de buenos días en un inglés enredadísimo, me daba jugo de repollo al desayuno y, el día en el cual celebré mi nacimiento, me dio un collar hecho con madera del árbol de Tulsi, proveniente de la ciudad sagrada de Vrindavan en la India. 

En Niza, por medio de trustedhousesitters.com acordé con Sunny Mason, una productora de cine norteamericana que decidió irse a vivir a la Costa Azul, que cuidaría a sus gatos Yves y Vivianne durante sus vacaciones. A cambio, ella dejó que me quedara por dos semanas, sin pagar un solo euro, en su apartamento a cuatro cuadras del Mediterráneo. Viví la victoria de Francia en el Mundial de 2018 desde el mismísimo Promenade des anglais y el 17, después de desayunar hojaldres dulces con fresas y crema, me fui a pasear estas carnitas pereiranas a Cannes. 

Los 36 fueron un tanto atípicos. A pesar de haber vivido en Italia por casi 3 años, nunca había celebrado un nuevo año de vida en el que se había vuelto el país de mis amores. Por eso, decidí dejar las montañas donde se encuentra incrustado el pueblito donde vivía e ir a mi lugar favorito en Salerno, la ciudad más cercana. Encaramada en un rompeolas en la playa de Pastena, me comí un cornetto repleto de chocolate, tomé un café napolitano, corto, oscuro, delicioso, y celebré la vida leyendo las últimas páginas de Shantaram de Gregory David Roberts.

Aún hoy me pregunto cómo me atreví a tanto, cómo logré estar allí, de dónde saqué la plata, por qué nunca me dejó un avión. No lo sé. Pero tengo la leve impresión de que, de alguna forma, cada vez que yo empaco maletas a principios de julio, en la esfera celeste alguien suelta una carcajada indulgente, da la espalda y me deja pasar el descuido de no seguir al pie de la letras las recomendaciones de la revolución solar.

Adriana solo tiene maletas, varios títulos que reposan en algún armario de la casa materna, una biblioteca que tiene muchos libros por leer e ideas e ideales sobre la capacidad que tiene el ser humano para transformarse a sí mismo y con ello al mundo. Lee otros de sus textos en su proyecto personal El Menú.

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