Por Mabell Ruiz
En enero de este año, una amiga me invitó (o, más bien, aceptó llevarme) a conocer San José del Guaviare. Para ser más específica, el plan fue buscar la flor del Guaviare, una planta que, a pesar de ser endémica de la zona, se encuentra cada vez menos. Yo no había estado nunca en este departamento y tampoco imaginaba lo que me iba a encontrar.
El viaje lo hice por partes y en bus: primero viajé de Bogotá a Villavicencio y luego, directo a San José. La primera parte del recorrido ya la conocía, pero en la segunda etapa todo era novedad.
Fueron seis horas disfrutando la forma en la que se mezclan los paisajes llaneros con el inicio de la selva. Al llegar, lo primero que hice fue ver el atardecer en el río Guaviare y, aunque siempre me han dicho que los atardeceres son un lugar común, pues en general siempre son lindos, el que vi en este río me sorprendió.

Quedé impresionada con la magnitud del río y con las historias de viajes que nacen allí —salen barcos hacia Venezuela en viajes que pueden durar hasta 30 días—. En este lugar no se encuentra la famosa flor del Guaviare, pero igual aproveché para preguntar por ella: ¿por qué es tan famosa? ¿Qué características tiene?
La flor del Guaviare (Paepalanthus chiquitensis) es una especie característica de la Serranía de la Lindosa y hace parte integral de la cultura, ya que es la flor insignia del departamento; se encuentra cada vez menos, debido a los impactos que generan el turismo sin control, los incendios forestales y, especialmente, la actividad de ganadería extensiva en esas zonas.
Con esta información, salimos al día siguiente hacia Nuevo Tolima, lugar donde queda el museo arqueológico de pinturas rupestres. Son unos 40 minutos en carro por carretera destapada y luego unos 20 minutos caminando para llegar a las pinturas. Tuvimos la fortuna de realizar este recorrido con un par de amigos locales que nos sirvieron de guías y nos contaron las diferentes teorías e historias alrededor de la creación de estas pinturas.

Las historias son tan diversas que van desde humanos gigantes de hace miles de años hasta comunidades indígenas con “andamios” para poder pintar, pasando por la teoría de que el río Guaviare llegaba hasta ese punto (estábamos a unos 25 kilómetros del río y a unos 30 metros de altura). También nos contaron acerca de los estudios que señalan que comunidades de origen precolombino realizaron estas pinturas hace más de 1.000 años, pero, como no hay nada escrito en piedra, me parecen súper divertidas todas las historias.
Esta zona es una de las más famosas para ver la flor, pero en nuestro recurrido no la encontramos y decidimos volver a la casa a planear nuestra siguiente búsqueda.
Al día siguiente, salimos en dirección contraria, rumbo hacia las cascadas Las Delicias. Esta vez fuimos en bicicleta, para tener más oportunidades de encontrar la flor. Hicimos un recorrido de cerca de 17 kilómetros —siete en carretera destapada en subida— hasta llegar a una cascada, que no tenía tanta agua debido al verano, pero que se encontraba llena de vegetación y nos permitió recorrer con tranquilidad la quebrada sin afectar ninguna de las especies de la zona. De esta caminata me impresionaron varias cosas: la cantidad de estructuras rocosas, la diversidad de colores y los sonidos de aves que no pude ni identificar. Lastimosamente, esta vez tampoco encontramos la flor.

En nuestro último día de viaje ya estábamos en “modo laboral” y no teníamos tiempo de hacer una excursión larga. Además, ya habíamos perdido un poco la fe de encontrar la flor. Decidimos ir a uno de los lugares más cercanos: La Puerta de Orión, una formación de rocas que se ha vuelto muy famosa en la región. Hicimos un recorrido corto de 15 minutos en taxi y luego una caminata de casi dos kilómetros para llegar a este lugar icónico del Guaviare.
Nuestro objetivo era ir directamente a ver la famosa puerta, pero terminamos tomando un camino más largo para caminar una parte del trayecto por la selva; en este desvío nos encontramos varias sorpresas, como una roca gigante en forma de tortuga, un árbol de más de 30 metros de altura, que creció y echó sus raíces sobre unas rocas, y diferentes cavernas que invitaban a explorar con más profundidad.

Recorrer la nueva ruta hizo que nuestro recorrido, programado para media hora, durara más de dos, confirmando la teoría que varias personas señalaron desde mi llegada: “Al Guaviare hay que venir sin afán y por lo menos una semana”.
Este “retraso” valió totalmente la pena, pues fue la preparación perfecta para apreciar y disfrutar la imponencia de La puerta de Orión; una formación rocosa de 12 metros de altura con un agujero en la mitad que, según dicen los habitantes de la comunidad, permite ver el cinturón de Orión en diciembre.

La vista desde este lugar es sorprendente: se divisa en el horizonte toda la llanura del Guaviare, el inicio de la selva —con evidencias del impacto de la deforestación— y se ven diversas formaciones rocosas.
De regreso hacia el carro, por el camino tradicional, hablamos con el guía local sobre el interés de encontrar la flor del Guaviare y los diferentes lugares que visitamos en su búsqueda. Él, que vive desde hace 30 años en la zona, nos confirmó que enero no es el mejor mes para encontrarla, y que seguramente sería más fácil en otros lugares no tan concurridos.
Cuando ya habíamos perdido las esperanzas y habíamos empezado a hablar sobre qué hacer la próxima vez para tener mayor éxito, nuestro guía se alejó cinco metros del sendero, se agachó y nos dijo con voz resignada: “Pues está un poquito seca y no está muy alta, ¡pero acabo de encontrar una!”. En ese momento a todos se nos iluminó la cara de felicidad, nos acercamos para comprobar y tomar ráfagas de fotos que nos permitiera demostrar que, en los últimos minutos de nuestro viaje, ¡habíamos encontrado la flor del Guaviare!

Después de este relato, les dejo un par de consejos:
- Por si no quedó claro en el texto, ¡por favor visiten el Guaviare! Es un departamento mágico y lleno de historias.
- Al llegar a cada lugar, busquen a un guía local, así ayudan a fomentar la economía y a conservar los ecosistemas y la cultura (además, es mucho más interesante).
- Lleven ropa cómoda para caminar, mucho repelente y una gorra.
- Vayan a comer caldo de pescado al restaurante El Dorado de Omar.
- Los planes en bici son muy chéveres, pero para llegar a algunos lugares se requiere un buen estado físico.

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