Sí, estoy enfermo
Sí, estoy enfermo, claro que sí, porque no es ordinario mirar las cortinas de mi habitación y ver todo negro en un día de pleno sol.
La soledad es el mejor remedio para sobrellevar mi ansiedad. Relacionarme con los demás es terriblemente difícil y angustioso, por eso gracias a Dios tengo mi habitación, para tener una constante catarsis, para decantar la impotencia constante que tengo de no poder hacer nada.
Sí, en mi mente habita una oscuridad permanente, pero prefiero sentir que me asalta de casualidad a olvidar que estoy loco y que mi condición es seria y persistente.
El día es mucho peor que la noche, por eso el atardecer es un bálsamo para mi psique, porque veo cómo se comienza a relajar mi corazón y los músculos de mi espalda y, si voy a la cocina por un vaso de agua, camino un poco menos aprensivo ante el espacio que me rodea.
Voces
Si quisiera decir algo además de la angustia que siento por poner tormentos por escrito, entonces olvidaría que siempre vuelvo al mismo punto, donde paso por una caverna de dudas y llego a un valle lleno de luces y certezas. Corrijo las letras que me parecen bien; las que me parecen mal, las dejo tal cual.
A menudo me siento como esparcido pero al mismo tiempo presente en el espacio, sin poder definir dónde empieza mi interlocutor y dónde termino yo. Quizás por eso es que con los años he adquirido un silencioso poder telepático. Prefiero beber un café con un asesino que compartir el pan con un hipócrita. Más que leer mentes, escucho voces que resuenan en otras cabezas. Las de mi propia testa, ya no las oigo: las siento. Cuando me acobardo suelo asumir un rol de inconsciencia, un estereotipo de maldad aún temprana para esta circunstancia.
Todo esto adornado por flores que me obsequian perfumes por la calle; sí, es verdad: mientras camino de una cuadra a otra, siempre advierto el olor de cuanta mujer veo y puedo observar. Una sola mujer expide tanto perfume como para acabar con las hormonas de cualquier hombre.
Paradojas
Hoy prendí la radio para escuchar un programa de teología de esos que me gustan. Era sobre escatología antropológica, y me vi en un momento sin diferenciar qué era real y qué era producto de mi psique. Todo porque sumergirme en temas que me gustan resulta ser peor para mi enfermedad. Es paradójico: las cosas simples me son casi imposibles de asumir, pero las complejas las digiero como un trozo de banano que me pasa por la garganta sin esfuerzo alguno.
Ahora estoy paranoico, pero me cobija la afable oscuridad de la noche con su abrigo placentero.
En lo personal, ya no me mido la existencia, porque me gusta la filosofía, pero me parece aburrido admitir que tengo capacidad de razonar y es obvio que mis pensamientos son más violentos que la simple premisa de reconocer que estoy vivo.
Enemigo colateral
Me resulta curioso contemplar el hecho de que los demás no comprenden mi enfermedad. Pero es simple de decantar, porque la colectividad siente que una enfermedad mental se puede curar con la propia mente. Esto no es cierto, porque la patología del trastorno mental –en mi caso, la esquizofrenia– se vive con síntomas, con crisis, y con la búsqueda de posibilidades para mitigar el padecimiento. Sin embargo, esta misma confusión, con tinte de paradigma, es otra consecuencia que se asume dentro de la enfermedad, y es el enemigo colateral de la esquizofrenia es esa tentación de sentir y pensar que uno no tiene nada, que todo es producto de su propia imaginación.
Cautivo
No se nota en el espectro superficial que uno está enfermo, porque como enfermo mental uno hace lo posible para disimular su propia enfermedad. En ocasiones se siente tan mal que nada puede calmar la angustia. Ni hablar con alguien, ni una dosis más de medicamento, y aún menos sirve hacer algún tipo de catarsis mediante una tarea simple. Si voy al baño y me cepillo los dientes, siento una intensidad despreciable, porque no lo puedo percibir ni sentir como un acto dentro de la realidad; es imposible, no puedo, porque ya, dada una instancia crítica, he perdido la relación racional con lo que me rodea, simplemente me siento como cautivo en una cueva que alivia la idea de saber que, irremediablemente, afuera hay todo un mundo en el que no se puede vivir, porque el enfermo no vive en la realidad, sino dentro de su propia mente. Es doloroso ver cosas que ocurren alrededor de uno, y sentir que no se pueden digerir de manera natural, porque no se perciben de la misma forma en que las contemplan las demás personas.
Ave de rapiña
Me tomo diez miligramos de Olanzapina, con el vaso de agua que termina de apaciguar las angustias de este Lunes melancólico. Claro que ese es mi temperamento, y pienso que, si fuera colérico o flemático, podría capotear mejor mi patología, pero los temperamentos en lo psicológico, cualesquiera que sean, son amenazados por la esquizofrenia sin mirar la determinada condición, como si se tratara de un ave de rapiña que no escoge su presa, sino que ataca inmisericorde para devorar la psique que encuentra por azar.
Soy consciente de que he perdido la posibilidad de disfrutar de algunas de mis propias facultades, como, por ejemplo, la de pintar, porque el solo hecho de tomar un lápiz en la mano es un desencadenante inmediato de angustia. Claro que puedo hacerlo, claro que sí, pero, si lo hago, el final de esta actividad me deja una violencia en el cerebro, y me remite inmediatamente a buscar un psicoactivo, como la cafeína. Pero este no es el problema: lo que sucede es que me veo obligado a tomarlo en exceso y el resultado de mis excesos con el tinto, no es nada favorable. Por eso busco la quietud corporal en las mañanas, para, con mis primeros pensamientos meditativos, fraguar tranquilo un día en medio de mis inminentes locuras.

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