Cuando Sergio de la Pava quiso publicar una novela que estuvo escribiendo por años y en la que pretendía decir, a través de su voz, lo que seguramente otros ya habían dicho, todo el mundo le dijo que no. No solo porque no era nadie en el panorama de las letras norteamericanas, sino porque se trataba de una novela debutante de más de setecientas páginas. ¿Cuál editorial se iba a meter en una empresa de ese tamaño, por un desconocido, que no escribía sagas para adolescentes, encuentros con vampiros ni conspiraciones? Ninguna.
Así que, contrario a lo que la mayoría haría, De la Pava se autopublicó. Es decir, decidió pagar con sus recursos un tiraje de un número pequeño de ejemplares y distribuirlos entre sus amigos cercanos y familiares. Que lo leyeran, era la idea. Que alguien diferente a su esposa viera lo que había hecho todo ese tiempo, mientras se pasaba los días de audiencia en audiencia en las cortes de Nueva York, como abogado de oficio, en defensa de presuntos maleantes.
¿Cómo llegó a montar una trama de más de setecientas páginas, cuando la extensión no necesariamente era un requisito? Los sistemas penales son bastante parecidos en varias partes del mundo, y se caracterizan por largas horas de espera entre una audiencia y otra, una entrevista y otra, la recepción de un testimonio, etc. Y ¿qué mejor hacer en ese “tiempo muerto” cuando ya se conoce el desarrollo de los casos y tanto para operadores judiciales, como para defensores, muchos procesos son mero formalismo? Pues escribir una novela. ¿Por qué no?
Para entonces (2008), De la Pava tenía unos ejemplares que no logró distribuir porque no contaba con tantos amigos y su dignidad le impedía seguir recibiendo rechazos de editoriales. Así que (cuenta la leyenda) una mañana en la que con su esposa hicieron una venta de garaje y en la que sacaron las típicas cosas que se sacan en una venta de garaje, incluyeron algunos ejemplares de la novela. Alguien la compró (supone uno que a una suma irrisoria). Y aquí surge la magia, de que el esfuerzo de años, no solo de trabajo, sino de la sublimación de la creencia íntima de conservar un arte, de esa luz que no se apaga y que creemos tener, fuera entregado por monedas a un extraño que ni siquiera pudiera catalogarse como un cliente o público especializado.
No se sabe cómo (este es el primer milagro), si esa persona que la compró, o un tercero a las manos de quien llegó el ejemplar, trabajaba para University of Chicago Press, el mayor editor universitario estadounidense, fundado en 1891, según Wikipedia (se puede verificar).
La University of Chicago Press normalmente no publica ficción, pues sus impresiones son más de carácter académico en campos del conocimiento tan diversos como la Economía y la Astrofísica, pero no una novela de más de setecientas páginas de un desconocido. Pero las reglas tienen excepciones, y cuando las condiciones para aplicar esas excepciones se dan, el mundo cambia y entonces vienen los aprendizajes, y este fue el caso.
El sello editorial de la Universidad de Chicago se interesó y publicó la novela. La lanzó y claramente esto atrajo la mirada de muchos, entendidos y no, del panorama literario estadounidense. Era una especie de firma de garantía. La novela se llamaba Una singularidad Desnuda, lo que en relatividad general es un punto del espacio donde la densidad es infinita y cuya existencia es teórica (hasta el momento).
De la Pava se convertía así en un nombre más en el mar de producciones literarias en inglés, pero ya tenía un nombre, y aquí viene el segundo milagro: la novela se ganó el PEN –uno de los premios más prestigiosos en las letras estadounidenses, si no es el más– a mejor obra debutante de ficción en el 2013. Con esto vinieron las miradas de Inglaterra e incluso estuvo considerada para obtener el Man Booker Prize, así como la posibilidad de que fuera traducida a otras lenguas.
Y ¿por qué, además de lo anterior, todo esto es milagroso? De la Pava es abogado, hijo de inmigrantes colombianos que llegaron a Nueva York como muchos latinos en busca del sueño americano y que básicamente se crió entre tías que hablaban español en Brooklyn, empanadas colombianas y aguardiente, tal como lo describe en la novela, que en sí misma da forma al tercer milagro.
Una Singularidad Desnuda es muchas cosas a la vez, pero para mí es la obtención de una voz compleja. Nos da la posibilidad de conocer un texto de varias capas, que en todas es satisfactorio. Su narrativa es ambiciosa, no lineal (si se trata de definir lo que no es), porque si se trata de definir lo que es, la cosa se complica. Hace poco leí un artículo sobre teoría de la literatura que de alguna forma se aproximaba a decir que la buena literatura es la que puede ser construida por el lector, no tanto así por el escritor. Esto, a través de las herramientas que la misma obra ofrece para que sea posible, por la transmisión de esa mirada íntima que puede ser identificable desde otros ojos, desde otras perspectivas. Identificar en este caso no es sinónimo de cohonestar o de aceptar, sino que incluso puede llegar a ser despreciado o rechazado. La identificación con la obra es de alguna manera el entendimiento de su intención desde el reflejo del sentimiento que transmite.
Esta novela entrega esa posibilidad de conocimiento y sentimiento de complejidad. Funciona como lo hace la cabeza: con dudas, tachones, borrones, gritos internos, miedo, confusión, reflexiones inútiles e inacabadas, que hace que te preguntes, si eso se puede hacer en literatura. Y como la respuesta es ¡claro que sí!, entonces se convierte en un reactivo para el ejercicio creativo.
De la Pava deja ver la mirada muy particular de un abogado neoyorquino sobre el Sistema Judicial Estadounidense, sin que ese sea el propósito principal de la obra o sin que sea posible definirla diciendo que la novela se trata de una crítica al sistema judicial. Es un ambiente necesario para su desarrollo pero no el único.
La obra acoge un sinnúmero de reflexiones de toda naturaleza, que abarcan casi cualquier campo del conocimiento, los diálogos están impregnados de un humor suburbano, de doble fondo, de salidas majestuosas, pareciera que con finas intenciones de ser inmortalizados. Casi –así se llama– es el alterego de De la Pava que se debate entre conocer la perfección, aplicarla a su rutinario oficio, sus raíces colombianas y el hecho de lidiar con la indolencia e inconsciencia de un sistema que ya no da más. Se trata de una obra monumental en tamaño y sorprendente para una novela debutante. El libro es bastante complejo y el mismo De la Pava dijo que tuvo la suerte de que este no fue editado, se le respetó la integridad de su contenido y que si hubiese sido cambiado en lo mínimo, no lo habría publicado. ¿Cómo se explica que no se edite a un debutante? Otro milagro.
Sergio De la Pava puede ser el referente de quien tiene adentro algo qué decir, lo sabe decir y lo alimenta de su profesión y oficio, alguien no lejos de poder ser definido como un pez fuera del agua.
Imagen de Alexander Antropov en Pixabay.