Por Juan Andrés Cepeda Jiménez
Esta mañana, como parte de mis rutinas de siempre, vi la emisión del telediario de TVE, costumbre que tengo desde hace muchos años, intensificada después de mi trasegar como extranjero en «villa y corte» (como llaman a Madrid en algunas guías turísticas). En el telediario mostraban la manera en que, en estos tiempos de pandemia, funciona el paso fronterizo entre España y Portugal, ubicado entre los bellos pueblitos de Tui y Valença.
Las imágenes que observé me resultaron familiares y me llevaron a buscar mi álbum de fotografías escondido en el disco duro de un viejo computador. Los archivos, desprolijos, me llevaron a una carpeta clasificada como «Galicia Primavera 2009», y, en efecto, encontré la postal tal cual se emitió en el noticiero, pero esta vez con mi cara, o por lo menos la que tenía a los 37 años. Disipada la duda, con la tranquilidad de no tener recuerdos inconscientes de cosas que no sucedieron, me alistaba para apagar el HP de hace unos diez o más años, cuando vi dispersas otras carpetas, alguna decía algo así como «London 2009 sin organizar».
No recordaba esa carpeta, ya que existen otras donde se encuentran clasificadas por estaciones mis esporádicas visitas a Londres para pasar las fiestas de fin de año, el Valentine’s Day, su cumpleaños en la primavera, o simplemente la de aquel fin de semana en Gales que nos habíamos prometido para festejar otro tiempo más de nuestro noviazgo iniciado en Colombia un par de años atrás. Las fotos están aparte de otras con visitas suyas a Madrid, la Semana Santa en el sur de España (con sus majestuosas procesiones, la Alhambra y el resto de la maravillosa Granada por supuesto), el comienzo del verano en Barcelona con una entrañable postal del balcón de aquel departamento en el Raval (donde fuimos huéspedes de dos hipsters a quienes mi hermano conocía y habíamos dado posada en su mochilero trasegar por Ecuador y Colombia), así como algunas otras como las bellas tomas de Toledo al atardecer. Estaban separadas de «las otras», las de Londres otoñal cuando, terminadas mis actividades en España, me fui a vivir con ella en esa vetusta casa a dos calles de Loftus Road (escenario del tradicional Queens Park Rangers). De Paris no voy a encontrar, allí no quiso ir conmigo, prefirió pasar una semana con su mejor amiga –una compañera de Colegio de un tradicional y bogotano colegio de monjas– quien vivía y trabajaba allí.
Decidí entonces revisar qué había entre ese desordenado material fotográfico. Así comencé a ver con agrado caras, lugares y escenarios de los que había perdido memoria. Los recuerdos vinieron rápido a mi mente, me sentí con baterías renovadas y consideré por algún instante que era normal que a esa edad seguramente pudiese haber llamado la atención de mujeres de distinto lugar y origen (aún faltaba algún tiempo para quedar tuerto, engordar, canar y cojear). Animado como estaba, alisté el almuerzo para mi familia, y una vez terminada la sobremesa seguí escudriñando las fotografías hasta que encontré la que me bajó el aire, me descompuso el estómago, y me llenó de vacío el corazón: mi ex novia Nat, mi prometida y mi amor de entonces, desnuda a sus 27 años en la cama de aquella casa londinense, justo la madrugada anterior a mi inevitable regreso a Bogotá, instante justo de aquel adiós, donde más allá de nuestros cuerpos comenzaban a separarse nuestros espíritus. Alcancé a ver mis ojos rojos en el espejo del baño donde comencé presuroso a rasurarme después de casi dos meses sin hacerlo.
Termino aquello, intento recuperar el aliento, cierro el viejo computador revisando una a una las demás fotos que quedaron abiertas y siento que debo hacer algo para quitarme esa sensación de lo inconcluso que deja la mirada del adiós. Comienzo este relato en el móvil, intentando que todo se quede en un firme recuerdo de lo pasado, un hasta siempre que permanezca durante otra década más. Seguramente a todos nos han pasado cosas como estas, por lo que, a la hora de revisar recuerdos, la conclusión es que, si no se lleva puesto el cinturón de seguridad, es mejor no mirar atrás…
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