El bazuco es una trampa perfecta. Un día estás en lo alto de la emoción que te genera y al momento siguiente la oscuridad te tiene dominado y sin la menor posibilidad de escapar a ella.
Los días son fríos; uno se siente muerto a pesar de estar vivo. No hay agrado en nada, ni siquiera se puede escuchar música porque te transporta al horror de tus propios demonios internos. Es imposible recibir una palabra de aliento en esos momentos: uno está cerrado a la vida.
Ahora siento que el bazuco fue una prueba de vida, porque me dio una instancia de oscuridad que eventualmente se convirtió en luz para mi camino de vida. Solo soy un hombre, una persona, no un héroe. Solo pasé por un túnel negro que tenía una salida muy difícil de encontrar.
Durante esos días que caminé en tinieblas, me embargaba la duda sobre mi capacidad de ser persona, de ser normal y de poder establecer una relación sana conmigo mismo. Pero es imposible reencontrarse con uno mismo en las cosas buenas que uno tiene, durante un caminar a tientas, arrastrándose, y sin luz.
La angustia me acompañó siempre en este paso por la noche de mi miseria. Yo no podía salir del fango sin fuerzas, sin una sola esperanza de vida en mi psique atormentada. Es realmente un abismo de incertidumbre. ¿Me voy a morir? ¿Voy a cargar un costal al hombro? ¿Voy a tener un final terrible en un hospital? ¿O simplemente me voy a quedar absolutamente loco, como lo estaba en esos momentos? La idea de matarme se comenzó a gestar despacio, pero cada vez con más fuerza.
Quería salir a la calle con una cara normal, tomar un bus, comprarme un libro de tres mil pesos, tomar un tinto en la panadería que me gusta y fumar un cigarrillo pensando en cosas buenas, cavilaciones, pensamientos de meditación sobre lo sencillo de la vida. Pero era imposible volver a esta intención, yo no podía sentir nada, no podía encontrar nada que valiera para mí un respiro en esta asfixia existencial.
Volvía a casa muy temprano, aún de mañana, con mis doce dosis de bazuco, las ponía en mi cajón y comenzaba ese ritual de muerte para mí. La misma canción, la misma pipa, y la misma ropa. La locura comenzaba antes de la primera dosis, buscaba antes a ese demonio y me comía por dentro antes incluso de haber inhalado el primer «carrazo».
El sol siempre era una amenaza para mi psique, por eso cerraba las cortinas del cuarto y la puerta también. Quisiera decirles que un rayo de luz, no físico sino espiritual, se filtró alguna vez por esta burbuja de oscuridad en la que quedaba atrapado, pero no fue así.
Tres meses de infierno. Un día me di cuenta que llevaba doce días sin probar bocado, tomaba agua, pero el día que me comenzó a doler el estómago por la falta de comida, me vi al espejo y vi el infierno retratado en mi rostro.
No me había bañado durante cinco o seis días. Solo me echaba agua en la cara un par de veces al día. Mi lengua se quemó por el consumo con pipa, mis dedos estaban negros y quemados también, las ampollas dentro de la boca por la pipa eran dolorosas y algunas se reventaban con las últimas dosis del día.
Si pudiera borrar dolores físicos que he sentido en la vida, borraría los de esos días. No deseo que nadie viva lo que yo viví durante ese infierno. Afortunadamente Dios me sacó de allí.
Hace dos años no compro drogas, y aunque sigo siendo adicto a las drogas, no las consumo, para nunca más sentirme como me sentí en esos días.

No es fácil abrirse de esta manera como lo hiciste a través de estas palabras. La sociedad solo espera recibir ciertas cosas que a la larga no son reales y no nos permiten ser lo que somos, porque somos dolor, infierno, rabia, impotencia, desilusión. Que bueno para mí que te abras de esta manera, yo lo aplaudo y lo admiro. Algunos juzgarán quizás, porque juzgar es fácil, pero yo particularmente yo, que he sentido el dolor de la vida de diferente manera te lo aplaudo. Ahí vamos, cada uno con sus dilemas y con sus esperanzas.
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