Pensamientos en tiempos de puerperio

Texto e imágenes por Victoria Moreno

UNO

Le dijo que era el amor de su vida, y sonrió por primera vez. Su boca sin dientes se abrió de par en par, mostrando las encías vacías. Sus ojos se achinaron y sus cachetes tomaron un brillo especial, como cuando se transforma el rostro de quien es feliz.

A los pocos días le explicaron que esa sonrisa, en realidad era un reflejo. Que en sus menos de dos meses de vida, todavía no distinguía momentos o acciones que lo hicieran reír. Se llama sonrisa social, según los médicos. 

Por primera vez en su vida, la periodista sedienta de datos científicos y concretos, se olvidó de lo fáctico. Por primera vez, eligió creer en su instinto. Por primera vez, se entregó a la idea de que ese gesto tan hermoso en realidad había sido una respuesta positiva a su declaración de amor.

DOS

22 de enero a las 19:09 – Ardía Buenos Aires, cuando un apagón masivo dejó a oscuras a media ciudad y los más de 30 grados de sensación térmica invadían cada poro, rincón y espacio. 

Como para estar a tono, también ardía el mundo. Una revolución civil se desataba en Venezuela y dejaba muerte, desilusión y, tal vez para muchos, el quiebre necesario para algo mejor. 


Ahí, en medio de todo eso, en un quirófano porteño se escuchó un llanto. Y de ese llanto, vino un apretón de dedo. Y de ese apretón, una mirada intensa e inolvidable. 

Por Victoria Moreno

A las 19:09 empezó la vida de cero. Como si un huracán hubiera barrido todo lo que antes estaba y dejado un terreno fértil para arrancar de nuevo. Con otras lógicas, dinámicas, prioridades y miedos. Pero por sobre todo, con mucho amor. 


Un 22 de enero, a las 19:09, nació Felipe. En medio del caos y vientos de esperanza.

TRES

A veces es necesario tocar fondo. Entregarse a ese sótano oscuro, que durante mucho tiempo acumuló mugre, polvo y humedad. Una vez dentro, animarse a abrir los ojos, aunque no se llegue a ver nada todavía, y juntar fuerzas para abrir las ventanas y que todo se llene de esa luz que por tanto tiempo había sido postergada. 


Después, comprar pintura, mucha, de todos los colores habidos y por haber y, por qué no, reciclar algunos de esos muebles que estaban abandonados en algún rincón. Porque no todo merece ser descartado, sino aprovechar su historia y su experiencia para que lo que se venga sea mejor de lo que era. A veces es necesario tocar fondo para desintoxicarse. Ensuciarse por última vez con todo aquello que queremos lejos para sacudirlo de un saque, doloroso, pero sanador.

CUATRO

Por muchos días permaneció en una esquina, solo. Era un cajón insignificante de tierra en un balcón de los millones que hay en la Ciudad de Buenos Aires. No lo miraba nadie, estaba ahí porque los dueños de casa no sabían dónde guardarlo sin que estorbara, escondido en el lugar menos concurrido para que no arruinara la buena vista.

El tiempo pasaba. La madera se desgastaba y las astillas se habían vuelto letales. En algún momento de su vida le tocó cargar manzanas, tal vez hasta viajó en tren o camión desde alguna chacra neuquina hacia la gran ciudad. Fue grande y ahora se encontraba en su peor momento de decadencia. Su vida nómada y mundana había llegado a su fin, para terminar a pocas cuadras del Alto Palermo, con el smog y el ruido incesante de colectivos y ambulancias. 

Y su situación era todavía más denigrante: nadie lo había pintado o decorado con alguna linda planta. Su único resguardo era una bolsa de residuo corroída por el viento y la lluvia, para contener lo que parecía sólo tierra inerte, sin vida.

Así pasó un otoño y un invierno. Pero para sorpresa de todos, la primavera trajo un milagro, y con el milagro vino una flor amarilla, como esas que suelen encontrarse en las llanuras y campos. Nadie había puesto semillas, o lo había regado con frecuencia. Sin embargo, este pequeño nunca se rindió –quién sabe de dónde sacó la fuerza–. Y con este acto de valentía y resiliencia, dejó un mensaje: hasta en los escenarios más complejos y tenebrosos hay esperanza.

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