Por Marilina «Mini» Suriá

Contemplaba el mar como todos los días desde ese año de recién mudado.

Se preparaba el mate unos segundos antes de que comenzara el fin de la tarde y se sentaba a esperarlo al borde del muelle que conectaba con su casa.

La brisa le acariciaba la cara, jugaba con su pelo largo y un aroma dulzón le recordaba que llovería otra vez. No le preocupaba. Por nada del mundo perdería detalle de ese atardecer, por nada del mundo perdería la ocasión de contemplar -por fin- el famoso “rayo verde”.

Según cuenta la leyenda, aquel que tuviera la fortuna de contemplar el rayo podría ver con claridad en su corazón y en el de los demás. Prometía que aquellas personas que lo observasen juntas quedarían automáticamente enamoradas la una de la otra, representando el instante mágico en que dos seres descubren el amor por primera vez.

Habían pasado varios meses en Santa Teresa y aún no había logrado captar aquella refracción atmosférica a la que le había confiado el destino de su corazón. Había llegado allí como un caballo desbocado, buscando respirar profundo y calmar las aguas de su mente. Sin embargo, esa tarde sería diferente. 

Sintió el fulgor de los colores reflejarse en sus pupilas al tiempo que iban desapareciendo uno a uno detrás del horizonte. Primero el rojo extremo, luego el anaranjado, el amarillo.

Cuando la atmósfera atravesó la luz en el ocaso, el verde fue el último que vio. Un haz de luz radiante y fluorescente, que lo atravesó por completo. Experimentó un mágico ardor circulando por sus venas y, como predijo la leyenda, acabó enamorado.

Profundamente enamorado de aquello mismo que contemplaba.

 

La Trampa es otra historia de Mini publicada en Peces.