Por Marcela Mata Domínguez
He llevado una vida nómada desde hace poco más de diez años, y hace casi un año, por azares del destino y el cierre de un ciclo, decidí regresar a una ciudad que no es para mí tan apasionante como lo puede ser cualquier otro poblado del otro lado del mundo.
Desde hace tiempo diferentes personas me han preguntado lo mismo: ¿cuál es la ciudad elegida, aquella por la cual se iluminan mis pupilas? Para desilusión de muchos, esta respuesta sigue estando desierta, no por falta de amor por las ciudades en las que he estado, cada una me ha dado algo, sino porque no siento que pertenezca a alguna en particular.
La misma no-pertenencia que me lleva a estar en donde estoy, a punto de cumplir un año, en casa de mis padres. Tuve mis razones para regresar y no fueron equivocadas, simplemente estoy en modo saudade, ese estado emocional agridulce al que huele una tarde con café y con un sorbo te teletransporta a otro café, otro estado y esa sensación de plenitud viendo uno de tantos atardeceres.
La paradoja es estar tan lejos y tan cerca. Este año como punto de inflexión, me ha enseñado distintas cosas y me puedo citar:
Domingo, 10 de junio de 2018
Son seis meses que no he salido del país (sólo 1 día que atravesé la frontera). Sorprendentemente muchas cosas han pasado: terminó mi contrato y me di la oportunidad de querer a alguien (a quien había querido inconscientemente desde hace tiempo), un nuevo trabajo, una desilusión amorosa (una vez más, c’est la vie) y esta necedad por «sedentarizarme» como una persona normal; lo que me hace llegar a la conclusión de que hay cosas importantes en la vida que tengo que practicar una y otra vez hasta que aprenda la lección.
Lo más importante de regresar es reconectar mi alma con mis pasiones, lo que me ha ayudado a crecer y continuar sanando.
Destruir lo que se supone que soy y ser quien soy realmente, haciendo crecer desde dentro el amor propio y las raíces que me conectan con el mundo, con seres especiales y con los que me siento profundamente agradecida porque estamos a un WhatsApp de distancia.
Esta semana fue difícil y mi doctor me dijo, «eres mucho más fuerte cuando estás de viaje», lo más paradójico del asunto es que los accidentes los tienes en casa. Esta misma semana también me recuerda las conexiones cuánticas y como el éter juega con el fluir. Estoy agradecida por muchas cosas, sobre todo por la fortaleza de lidiar con mis miedos. También agradezco mi práctica de yoga y meditación que me mantiene en buen estado la mente y el cuerpo.
El amor, la pasión y la perseverancia me llevarán a fluir.
Una ciudad en cuyo nombre lleva la penitencia, por la que tengo escaso apego ha dado sus mejores caras a manera de reconciliación y de reinvención de la misma, aquella que poco a poco me ha permitido volver a caminar sin expectativa alguna. La misma ciudad que me ha recibido con su clima extremoso, heladas, extenso calor y un sol que quema durante la canícula y una vez que tu piel no puede más llegan las tormentas, solo para recordarte que sigues respirando y aunque has recorrido el mundo, aún hay lugares que te conectan con tu origen, una noche desértica con el cielo estrellado, las montañas alrededor y las calles empedradas que esconden los pasos de todos los que se han quedado.
Los pasos ahora son más pequeños, sin sobresaltos, por un lado está el tic nervioso de “ya me quiero ir” y por el otro el punto de balance que me hace ser paciente. Viajo pronto, lo sé, cómo, cuándo, adónde y por qué es lo que poco a poco se irá resolviendo.
Que preciosa manera de escribir. Logras conectarnos con lo que sientes. Siento tremenda intriga de la ciudad en la que vives ahora, esa donde has sentido necesidad de Senderizarte pero a la que todavía sientes no pertenecer. Dime, qué aconsejarías a alguien que ha conocido su lugar en el mundo y sin embargo sigue lejos?
De cualquier modo me ha encantado tu artículo. Te sigo desde ahora. Un abrazo desde Chihuahua, México.
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Hola aubescrit. Gracias por tu comentario. Soy de Monterrey pero la mayor parte de mi vida la he vivido en Saltillo y es donde estoy ahora. Me niego a la sendentarización pero supongo que el crecer lo hace implícito.
Cuando hay un lugar en el mundo en el que sabes al que perteneces diría yo que es ese lugar que te hace sentir tranquila, paz y serenidad. Es como el amor, cuando te sientes tanto en paz con esa persona que quieres sabes que vas por buen camino. 😉
Bonitas vibras hasta Chihuahua!
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Escribes muy lindo y se te oye mejor en peces fuera del agua
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