Y cuando despertaste, Marroquín, Villa de Leyva seguía ahí. Nada había cambiado: la media botella de aguardiente Líder y el paquete de cigarrillos en la mesita de noche, y la respiración pausada a tu lado. Pero había sangre en la almohada y las sábanas. La habitación era la misma: la cobija de lana ajada, las baldosas rojas, el mismo baño con ducha eléctrica y ese espejo donde entendiste por qué la sangre regada: dos cortes profundos, uno en la ceja derecha y otro en la barbilla.
Intentaste no hacer ruido para no despertarla, pero te llevaste el aguardiente que quedaba en la botella para tener un desayuno decente, mientras te limpiabas las heridas con papel higiénico. Ella seguía ahí, dormida, roncando un poco. Entonces empezaste a recordar. Lo primero que rememoraste fue cuando te resbalaste en esas infames calles de piedras redondas y te diste ese golpe que seguramente te dejará cicatrices. Pero antes habías estado en la plaza (eso lo tienes claro), sentado primero en Villa House, luego en Boca, después donde Fernando, en algún momento comiendo empanadas al lado del cajero de BBVA, y por último frente a la iglesia, donde compraste por un precio exagerado ese aguardiente que seguía ahí y que luego fue tu nutritivo desayuno.
Con ese corte en la barbilla no te podrás afeitar. Le pones un poco de Líder para desinfectarlo y el dolor casi te hace gritar, pero te aguantas para que Cristina siga durmiendo. No irás a montar caballo con ella, ni a ver por enésima vez el fósil cojo, ni al Infiernito, ni a la piscina natural del Molino, ni al Spa del Duruelo; no recorrerás parte del camino de herradura hasta Santa Sofía y menos subirás hasta Iguaque.
Te acuestas de nuevo junto a Cristina. ¿Peleamos anoche? Lleva toda la ropa puesta. Pobrecita. Se tiene que aguantar a un tipo como tú, el típico bogotano que se va a Villa a enloquecerse, a orinar en el parque Nariño y en el Ricaurtey hasta en la plaza, porque en este pueblo vestido de blanco no hay baños públicos, menos a las cinco de la mañana. Te haces el propósito de llevarla a desayunar –un desayuno de verdad– en la plaza de mercado e incluso de ir hasta Sáchica para un almuerzo decente. Y sonríes. Sabes que no lo harás, que tu dieta volverá a ser de Líder y empanadas. Te relames. Es el sabor de Villa de Leyva, que seguirá ahí cuando despiertes a la mañana siguiente al lado de Cristina,con nuevas cicatrices.
Y duermes.
Una respuesta a “Miedo y asco en Villa de Leyva”
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