Bogotá, 12 de Octubre de 2018
Estimado amigo Alejandro Laserna:
Le cuento que estoy, como en tantas otras ocasiones, leyendo y escribiendo, pensando y sacando conclusiones, oyendo música, tomando tinto, fumando y organizando una que otra cosa. Como en tantas otras ocasiones estoy con usted mientras lo hago, pero usted está presente de una forma muy diferente a la habitual: está en casi dos décadas de todo tipo de archivos en mi computador, en miles de horas de conversación, en la música, en los libros, en el cine, en las series, en los regalos, en los recuerdos, en el corazón… en la vida misma.
Le escribo esta carta por múltiples motivos, el primero es porque usted falleció, pero ya llegaremos a eso. El segundo es que la escritura es la mejor forma de hacerle un sencillo homenaje, después de todo, en esto decantábamos buena parte del maravilloso tiempo compartido. Hablar de usted, para usted, en mi voz, en este momento, es un ejercicio escritural de esos que nos gustan, facilitos. Finalmente, sólo sabrá usted quién más leerá esta carta y de allí la oportunidad para aprovecharme impunemente y compartir cosas que usted hubiese preferido que permanecieran ocultas. ¿Heriré susceptibilidades? ¿Qué fotos poner? ¿Necesitarán explicación para no ser malentendidas? Ya veremos, por ahora, vamos pues.
Segunda semana de inducción para entrar a Ciencia Política en la Universidad Nacional de Colombia. Está usted a cargo del tejo, se había ofrecido para enseñarle a los que no sabían jugar como parte de un ejercicio de liderazgo… compañero. Luego de organizar los equipos y explicar el objetivo del juego, procedió a indicar cómo lanzar el tejo; por el peligro que conllevaba el arrojar semejante objeto por los aires hizo usted especial énfasis en la necesidad de que todos le estuviesen prestando atención y dijo:
– Lo primero que tienen que hacer es picar un ojo y mirar por el otro.
Un gesto casi imperceptible me permitió ver que se había percatado de la genialidad que salía de su boca pero usted continuó con la explicación casi como si nada, con una seriedad tal que logró mantener al pobre grupo de incautos completamente embelesados. Verlo salir incólume de tal episodio fue una señal de que la carrera era con usted parce. Sentí que a su lado la iba a pasar bomba, y así fue, siempre.
Ahora, las más de las veces fui yo el incauto del que usted tan gentilmente se aprovechaba, como esa vez en la biblioteca mientras estudiábamos para alguna clase de derecho. Me dijo usted:
– Morales, ¿entendió la lectura?
– Sí… no está difícil.
– ¿Me dice cuál es la idea principal del texto a ver si la entendí?
Comencé a explicar y por supuesto el shhhh de las personas en la biblioteca no se hizo esperar.
– Morales, ¿me la anota en este papel?
La escribí, usted la leyó, sonrió, hizo gesto de OK y salimos para el examen. Una vez listos dice el profesor: por favor expliquen la idea principal del texto. Más me demoré en preguntarme si usted sería así de hijueputa que usted en sacar el famoso papel, escribir en él su nombre, su código y la fecha; conteniendo la risa pidió un liquid paper para simplemente cubrir un par de palabras que volvió a escribir tal cual estaban en el texto original; se fue parando, entregó y salió mirándome con esa risita de: caíste redondo desde el principio, perro. Ahí me quedé, entre riéndome de imaginarlo reírse mientras caminaba por la facultad y preguntándome cómo volver a redactar esa vaina, porque ya en ese punto, lo único que no podía permitir, era que el profesor pensara que me había copiado de usted, perro.
También hubo veces en que las que la feliz víctima de las bromas que nos jugábamos fue usted. Era tipo siete de la noche y estábamos que nos íbamos después de un largo día en la universidad, pero luego de varios semestres habíamos decidido que ya era hora de entrar a una de las famosas asambleas. El auditorio Camilo Torres de la Facultad de Derecho y Ciencia Política estaba a reventar, mucho más de trescientas personas ahí embutidas, pero habíamos logrado conseguir un par de sillas, decidimos quedarnos un rato a ver cómo era la cosa. Mientras la asamblea se organizaba y todos conversaban la «Caraeniño» preguntó por el micrófono algo que usted no alcanzó a oír porque estaba concentrado hablándome, mientras yo hacía el amague de levantar la mano le dije con tono de alarma: ¡Levante la mano marica! La levantaste, con toda la actitud, erguido, mirando al frente, poniendo cara de estoy en la jugada, y dice la «Caraeniño», señalándolo a usted, a la única persona con la mano arriba en todo el auditorio: muy buena actitud compañero, pase al frente por favor.
– Morales hijueputa, ¿pa´ qué levanté la mano?
– Para llevar el acta de la asamblea compañero.
– Morales hijueputa, esta me la paga.
Pasó al frente y yo me quedé ahí, riéndome, alguien se sentó al lado, comenzó la cosa a los pocos segundos y arrancó usted a escribir quién sabe qué… cuando lo vi concentrado, con esa expresión que le conozco a la perfección, supe que se había apropiado del papel y que era mi hora de partir, era hora de dejarlo disfrutar de tan maravillosa experiencia.
¿Recuerda cuando fuimos a entrevistar al decano de la Facultad de Filosofía y Teoría Política de la Universidad de York, Ph. D. Robert Scruffy? Qué fortuna que una persona de esa altura intelectual se encontrara precisamente en Bogotá participando en un conversatorio sobre el tema que estábamos trabajando, qué privilegiados fuimos de que hubiese aceptado nuestra invitación a tomar café, que nos hubiese dedicado un par de horas de conversación, ayudándonos a pulir nuestros análisis y a hablar de tantas otras cosas. ¿Recuerda cómo nos apoyamos en sus ideas y anécdotas para sacar adelante nuestras conclusiones durante el debate de esa clase? ¿Recuerda el orgullo que sentimos cuando el monitor leía apartes de nuestro ensayo final y lo ponía de ejemplo para el resto? ¿Recuerda cuando al profesor le empezó a parecer sospechosa la cosa y descubrió que la tal charla nunca había sucedido, que el famoso Scruffy no existía y que todo el cuento era un gran embuste? Sé que no olvidará cómo fracasamos en el intento de contener la risa mientras lo confesábamos y explicábamos todo, sé que no olvidará cómo logramos que nos dejaran el cinco y no nos impusieran sanción disciplinaria alguna, sé que recordará cómo celebramos esa pequeña victoria ética y estética contra la academia. Sé que recordará cómo evidenciamos que Jürgen (Habermas) era demasiado ingenuo para andar hablando de política.
Y bueno, los viajes no se hicieron esperar. Cuántos viajes… cuántos cuentos. Guate, Honduras y El Salvador, con Pachirri. Prendió usted la fiesta en el Hostal de Antigua con su selección musical, tan pop-internacional, su secada de ropa en los autostop, la conquista de Gemma, se ganó a los guías difíciles compartiendo con ellos café colombiano y siempre que pudo se hizo el marica con la lavada de la loza. Nadó en los ríos subterráneos de las cuevas de Kan Ba con tal pericia que inclusive se permitió salvarme de perecer ahogado en un par de ocasiones. Siempre conservé el pábilo de la miserable vela que se suponía debíamos mantener encendida mientras nadábamos (yo chapoteaba) en la oscuridad. Ese pábilo, cobra ahora, una parte de usted, convirtiéndose en un elemento aún más poderoso por ese hecho. Usted sabe cómo funcionan esas cosas.
¡El Cauca, el Huila! Cómo disfrutó usted el hablar con cada una de las personas que nos topamos por el camino. Logré ver como nunca antes su habilidad para plantear la pregunta que engancharía al otro en una conversación que usted iría encausando magistralmente; sus reflexiones, siempre tranquilas, llevaban a los demás a abrirse, a compartirle las historias más insólitas. Yo guardaba silencio hasta que luego, estando solos, podía decir en voz alta todas las sandeces que había pensado oyendo a los demás, una que otra le hacía soltar la carcajada, esa que siempre recordaré, esa que hablaba con claridad absoluta sobre su increíble actitud ante la vida.
Siempre admiraré su genuino interés por el otro, por el que lo retaba existencialmente: los Indígenas, los Afro, los Raizales, los Rom. Siempre recordaré la gran enseñanza que logró que nos dejara Flor, la indígena que nos acogió amorosamente en el Hostal de San Agustín. Ella, bajita, desapercibida como le decía usted, era en realidad una biblioteca de conocimiento sobre los usos de las plantas del lugar, era una sabedora de la historia, la de ella y de su pueblo, no la que nosotros creíamos poderles escribir. Usted supo cómo acercarse y romper las barreras entre la indígena y el blanco, logrando pasar horas enteras con ella, aprendiendo el uno del otro en un patio lleno de matas. Al momento de partir comprendí perfectamente por qué me pedía que le regalara un espacio a solas para despedirse. Su experiencia trabajando con los grupos étnicos del país le había permitido comprender su mundo, sus costumbres, las formas en las que era correcto proceder para poder entablar una relación realmente humana entre seres tan distintos; su carácter, Alejandro, incluía un tacto especial que le permitía, muy rápidamente, hacerse querer por las personas que iba conociendo. Y yo, al carecer de ambas cosas, sólo arruinaría su última conversación con Flor.
– Laserna, entonces vaya y termine de arreglar su maleta mientras yo voy y me despido… deje su maleta en el cuarto, si quiere yo las monto ambas a la van para darle tiempito de despedirse bien de Flor.
– Vale amigo Morales… gracias.
Así sucedió y a los pocos minutos se subió usted a la van con ese silencio que muchos le conocemos, el que tiene cuando toma distancia de lo sucedido para poderlo entender, interiorizar, hacer(lo) suyo. Sabía que me había pedido el espacio con Flor, también, pensando en que ella no se fuera a cohibir, que sus palabras fueran espontáneas y mágicas con ese otro que en realidad no era un blanco. La curiosidad me ganó y le pregunté cómo le había ido. Usted hizo un silencio que me dejó entender que sus palabras con ella eran solo para los dos, pero para no dejarme en vilo me contestó:
– Bien Morales… bien. Ahí le pagué a Flor lo que consumimos en el hostal para que cuadremos cuentas después.
– ¿Las gaseosas, los paqueticos y los puchos?
– Sí Morales.
– ¿Cincuenta y siete mil pesos? ¿Se los cobró cuando se despidieron?
– Sí… ¿por…?
Florecita nos había tumbado, a mí también me los había cobrado cuando me despedí. Nos reímos un buen rato de nosotros mismos, de cómo encantábamos el mundo para luego desencantarlo y volverlo a encantar después, y de cómo el mundo hacía lo mismo con nosotros; -Morales, somos simples juguetes del destino- sentenció usted esa vez.
Así fuimos llegando al día a día, a una amistad sosegada, donde se disfruta sencillamente y el plan de fondo era siempre mamar gallo, donde se es uno mismo de la manera más desprevenida posible, donde se es políticamente muy incorrecto y donde jugar a ver quién soltaba el peor comentario sobre el otro era motivo de risa para nosotros y de escándalo para los demás. Donde el “¿Qué hubo Morales, qué hay pa´ dañar?” dejaba clara la intención del plan desde el principio, donde el “¿Le salió faldita?” era un reto que no se podía rechazar, donde su entonación del “Maluco también es bueno y llorando también se goza.” dependía de si las circunstancias nos eran favorables o no.
Y también fuimos llegando a que usted se quedaba conmigo el fin de semana solamente para descansar, y comer. Fuimos llegando a que el plan era mejor hacerlo en su casa, a que era mejor una visita sin mucho plan, a acompañarlo, a simplemente vernos y a finalmente dejar de hacerlo. Entre una y otra vez usted se refirió a la enfermedad de la siguiente forma: “El punto no era por qué Morales, el punto siempre fue para qué.” Hoy tengo que decirle que contestó usted esa pregunta de forma soberbia maestro Alejandro, su capacidad para sobrellevar la adversidad fue ejemplar, no sólo por lo que logró en términos laborales y académicos, que cada vez fue de mayor magnitud e importancia, también por no dejar de vivir la vida como siempre lo hizo, con convicción y determinación. Fue ejemplar especialmente por la vida tan hermosa que construyeron con Carolita y por los lazos de amistad que tejió, por hacer que su frase “Nunca había tenido una velada tan maravillosa.” fuese siempre cierta sin importar la compañía o la ocasión, por la tranquilidad y esperanza que siempre tuvo y buscó transmitir. Por siempre estar ahí para todos nosotros, inclusive en su etapa más dura, cuando se convirtió en un espejo que no reflejaba los ropajes de las quejas y las excusas y nos obligaba a ver su mensaje: dedíquense a ser felices los días que les quedan.
Y sigue estando acá mi querido amigo Laserna. Estuvo cuando volvió a reunir a tantas personas, cuando fortaleció los lazos de amistad entre su gente, cuando la noche misma de su deceso nos hizo llorar de felicidad y agradecimiento a Diego León, a Oscar Iván, al Mono y a mí. A riesgo de caer en una de sus clásicas genialidades, he de decir que usted también estuvo presente en su velorio, sí, en La Candelaria, en la 13 con 34, lo recuerdo repitiendo el dicho que me tenía para subirme el ánimo, me lo repitió hasta hacerme carcajear por lo absurdo de la situación, el Mono me oye la risa y pregunta:
– ¿Qué hace riéndose ahí solo como boboepueblo?
– Es que me acordé del dicho que me tenía Alejo pa´ sacarme las tristezas.
– ¿Cuál?
– “A llorar a Los Olivos, Morales.”
Es viernes 12 de Octubre de 2018, ya bien entrada la noche, me pregunto qué hago oyendo esa canción tan mala, ahhh verdad, usted hizo lo de siempre, vino, me cambió la música y se largó a hacer otra cosa. Allá lo oigo, repitiéndose «The Dark Knight Returns» y gritando como un loco al ritmo de la película: “It’s Maaaagical”, “I’m an agent of chaos”. Me siento a mirar sus archivos, al fin los voy a leer, casi dos décadas después. Voy por los de las clases de Múnera, sé que esos son los buenos. Abro el que se titula “El miedo, el Estado, el poder”. Comienza usted el escrito con la siguiente cita: “El que no tiene miedo no es normal, eso no tiene nada que ver con la valentía.”… es increíble… Reviso de quién es esa frase y veo que el autocorrector hizo de las suyas sin que usted lo notara, sabiendo que le voy a sacar a piedra le digo: Alejirri, severa cita, pero ¿quién es Jean Paul Sastre?
Bueno… ya es lunes 15, bien entrada la noche como para no perder la costumbre; me ha regalado usted, de nuevo, una maravillosa semana de receso pero ya es hora de dejarlo descansar, cómo se lo merece. Ya tendremos tiempo para otras cartas, para hablar de mí, para hablar de los demás y del mundo entero. Sé que aparecerá por ahí, de formas peculiares y maravillosas, a echarme una mano, como siempre, y por eso, sigo agradeciéndolo todos los días.
Con todo el cariño, y hasta pronto, su amigo Morales.
Señor Morales, me encantó su carta a Alejandro Láserna, que personaje maravilloso. Que amistad tan increíble desarrollaron a través de su historia, aunque triste que haya partido tan rápido, dejó una historia maravillosa en las personas que lo conocieron y amaron. Gracias por compartir la vida maravillosa de Alejandro conmigo y con las personas que aún sin conocerlo nos genera respeto!
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Los amo a loa dos.
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