Mis cejas, sus cejas

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Hoy me gustaría hablar con la Adriana del año 2000 para decirle que todo estará bien. Que muchos años después, tras múltiples ensayos y errores, frustraciones, éxitos parciales pero no duraderos, gastos y desilusiones, a los 34 años va a lograr tener las cejas que siempre ha querido.  Y lo va a hacer ella sola, desde la depilación hasta el maquillaje. Y que cada vez que va a salir de su casa, en esa última mirada al espejo, va a decir: “¡Por fin! Tranquila Adriana que lo vas a lograr”.

Hoy 14 de febrero de 2018 escuchando Kiss me, de Six Pence None the Richer, en una noche de invierno italiano, entro en esa deliciosa melancolía de la cual esa niña del 2000 es protagonista. No puedo evitar sonreír al imaginar el diálogo que tendría con ella. Seguro las dos tendríamos un cigarrillo en la mano, seguro las dos seríamos tímidas al principio y como siempre, después de algunos minutos y posiblemente algún licor de por medio, iríamos aflojando y entrando en confianza para hacernos preguntas incómodas, preguntas importantes.

– ¿Estudié lo que siempre soñé?

–Sí querida, de principio a fin.

Aunque siguen pendientes todos los cursos libres de cocina, jardinería y pintura. Algún día los haremos.

­– ¿Logré tener el trabajo de mis sueños?

–A ver… no al principio cuando eras joven, inexperta y necesitabas la plata. Tuviste trabajos de mierda, con jefes de mierda y salarios de mierda. Luego encontraste lo tuyo y lo amaste.

– ¿Me casé?

–No señora, aún no.

– ¿Cómo así? ¿Nos va a dejar el tren?

–Primero que todo, no nos va a dejar nada. Dame un minuto: le voy a subir a White Flag de Dido, esa nos encanta, lo sabes, ¿no? Continuemos. Has amado en todas las formas, debes saber eso también. Vas a tener maravillosos hombres en tu vida. Con algunos vivirás, con otros no. Con todos viajarás. Con todos harás el amor en formas en las que hoy no piensas posible. Sí, tranquila. Todo eso que has pensado lo vas a hacer. Pero, como ya te dije, con ninguno de ellos se concretará  la cosa y estará perfecto. Tu corazón está sano y ha sido bien cuidado, has sido amada y deseada y crees en el amor, solo que no en el que nos pintan Cenicienta y el resto de su combo. Eso también está perfecto, lo vas a ver.

Como nos encanta lo que estamos tomando nos distraemos un rato y le cuento a la versión 2.0 que después de Like a bird Nelly Furtado no volvió a aparecer y puedo ver el asombro en su cara redonda con cejas muy delgadas y disparejas. Es así o por lo menos a mí se me borró del mapa.

“¿Estaré hablando de más?”, me pregunto. No quisiera predisponer a mi yo más joven frente a algunas cosas que le van a suceder. Víctima de los postulados del Doctor Emmett L. Brown, sé que esto puede tener graves repercusiones y alterar la estructura del espacio-tiempo tal como lo conocemos, así que la charla de gurú que se ha venido formando queda en la parte trasera de mi cerebro.

Mi yo dieciochoañero tiene el hígado intacto y con el ritmo endemoniado de rumba que tiene, el trago no le hace ni cosquillas. Yo ya tengo los cachetes rojos y estoy viendo pixelado, pero debo mantener la dignidad, me apuntalo en la silla y me tomo el cuarto vaso de agua. A esta muchachita ni hambre le da y yo ya estoy pensando que se me pasó la hora de la comida, pero bueno, le digo a mi versión 2018 que deje de ser tan chocha por lo menos un ratico y retomamos la charla. Con la avidez y fluidez que le han dado los “chorros”, como ella les dice, la Adriana de tercer semestre universitario quiere seguir preguntando y la Adriana de segundo año de doctorado se siente halagada y asume una pose de superioridad un tanto señorial, esa de la espalda muy recta y las piernas cruzadas, ligeramente inclinadas hacia un lado.

– ¿Qué vas a hacer más tarde para celebrar San Valentín? ¿Tienes alguna fiesta?

–No.

La verdad estoy cansada, hace un frío terrible y en vez de salir quisiera quedarme en la casa para hacer una meditación nueva que estoy aprendiendo.

– ¡¿Que qué?!

A punto de comenzar con mi retahíla interminable sobre cómo la meditación me ha cambiado la vida, mi versión parrandera me confirma que su sorpresa es por el hecho de preferir una noche casera a una de rumba; lo de la meditación parece no interesarle mucho. Suspiro y recuerdo, eso será más adelante. Prosigamos.

Las dos acordamos poner Wonderwall, que desde siempre nos ha entristecido hasta las lágrimas. Nos quedamos calladas, nos miramos fijamente, nos tomamos el contenido de toda la copa y prendemos un cigarrillo. Ella Kool verde y yo Camel azul.  Para romper el silencio le cuento que en algún momento de su futuro se encontrará en un apartamento de un décimo segundo piso en algún lugar de Bogotá y que un personaje maravilloso que por algunos meses nos revolcará la vida, en el intermedio de una de esas sesiones maratónicas de sexo de un sábado por la tarde, decidirá sacar su guitarra y cantar esa canción, protagonizando lo que será uno de los momentos más eróticos de nuestra existencia. Sé que fui imprudente, pero ella no lo verá venir, será difícil que identifique al fulano y estoy segura que el derroche de talento también la tomará por sorpresa tanto como a mí. Lo hice solo por la simple razón de plantar en su cerebro esa idea, para que cada vez que escuche esa canción en esas interminables noches de estudio en las que apela a ella para sentir algo, sepa que esa melancolía sin motivo puede estar acompañada de una vivencia insuperable. Espero que ese deseo la mueva, razones para entristecerse siempre habrán.

Sin lugar a duda el relato nos ha animado. El gurú se quiere escapar para comenzar a dar lecciones de vida, pero la aleatoriedad de Youtube hace sonar I want it that way, de Backstreet Boys. Ella se quiere morir de felicidad al ver que yo canto y no se me ha olvidado la canción. Hace como si estuviera cogiendo un micrófono, se para y con su mano extendida hacía mí y a todo pulmón canta: “You are my fire, the one desire, believe when I said I want it that way”. La casi cuarentona prendida pero aún reflexiva no puede evitar tomar esto como una especie de dedicatoria. ¿Eso significa que está orgullosa de mí? ¿Qué lo que ve le gusta? ¿Qué quiere ser como yo? ¿Me empeliculé? O ¿es solo el perfomance de una casi veinteañera a la cual le gustaban mucho las boysbands de los noventa? Sé que reconoce mi mirada. Es la misma suya cuando ve el comercial de pañales Huggies. Una mirada dulce y maternal que encierra un abrazo, ganas de cuidar. Nos miramos con amor, reconociéndonos, yo viendo potencialidad en ella y ella viendo experiencia en mí, viendo en ella la potencialidad y ella viendo en mí la experiencia.

–Salud otra vez y préstame el encendedor que no encuentro el mío –le digo.

Ella tampoco lo encuentra, tan típico, tan nosotras. Terminamos al lado de la estufa quemándonos las pestañas como siempre cuando pasa esto.

–Debemos dejarlo –me dice.

–Sí, algún día.

Nos volvemos a sentar. Sé todo lo que tiene en su cabeza en ese momento y ella sabe también lo que yo pienso. Las dos tenemos trabajos pendientes por escribir, que postergamos demasiado, siempre confiadas en nuestra supuesta fluidez, las dos simplemente no podemos dejar de pensar en ese hombre que tanto nos gusta y atenta con rompernos el corazón en mil pedazos pero, insistimos en su idea y en él, las dos pensamos en las tierras que dejamos y la extraña sensación de tristeza y alivio que nos produce el hecho de estar lejos, las dos pensamos en el papá que ya no está. Para ella es tan reciente, sé lo mucho que aún le duele. Me gustaría decirle que el dolor va a pasar, así como me gustaría decirle que no se haga el piercing de la nariz, que eso es para ñatos y nuestra nariz es todo menos respingona. Pero me obligo a callar.

Suena What it feels for a girl de Madonna y nos tomamos otro trago para animarnos después de minutos de silencio. Brindamos por el viaje increíble que hemos emprendido, los lugares que hemos visto, los libros que hemos leído, los besos que hemos dado y los que daremos, y nos morimos de la risa al recordar a la Adriana del 96 que se moría del susto frente a la idea de tener una lengua ajena en su boca. “Ya pasará”, decimos las dos al mismo tiempo.

La Adriana del nuevo milenio ha comenzado a sentir por fin los efectos del trago. Me dice que tiene miedo, que siente no estar haciendo lo suficiente, que la universidad a veces la desborda, que muchas otras no se siente a gusto, que a veces se siente totalmente encerrada en su cabeza y su timidez la obliga a permanecer allí mucho más tiempo del que ella desearía, que tiene kilos de más. La abrazo. No le digo nada pero yo me siento igual. La tranquilizo y le digo que no se preocupe, qué me crea que todo va a estar bien. Se recompone, sonríe y me dice: “Gracias”.

Yo sé que todo va a estar mejor, la semana pasada por fin aprendí a depilarme las cejas.

Por Adriana Ramírez

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