*Escribí esto el año pasado, pero no creo que haya mejor momento para compartirlo con ustedes que éste. La Navidad se acerca y sé que muchos están pensando en los regalos que le van a pedir al niño dios. Pídanle que les traiga productos fabricados por la industria nacional.
Tras una búsqueda exhaustiva en la que intentaba decidir qué ver en Netflix, opté por un documental titulado “The true cost” (2015), dirigido por Andrew Morgan, en cuya pequeña sinopsis se leía: “un documental que explora el impacto de la moda en las personas y en planeta”.
Mientras lo veía iba haciendo una lista mental de las cosas que tenía en el clóset y que había usado una sola vez, y que quizá, no volvería a usar. También pensaba en mi facilidad de encontrar ropa con descuentos increíbles, talento que algunas personas envidiaban porque mientras ellos gastaban casi el doble, yo siempre conseguía gastar menos. ¿Cuánto dinero invertía en ropa mensualmente? No lo sé. No tengo la cuenta porque esos gastos se me convirtieron en lo del “pan y la leche”. Unas insignificancias que uno deja de contar porque al final diez mil pesos no son nada. Una vez, por ejemplo, compré unas botas por treinta mil pesos (que vienen siendo menos de 10 euros). Las botas me duraron dos fines de semana. La semana siguiente me compré unas iguales, aunque esta vez mi mamá me lo advirtió: “te van a durar lo que duran treinta mil pesos”.
En efecto. No hay nada más cierto que el proverbio popular de “lo barato sale caro”. Muy caro. Ya mismo voy a explicarles qué tanto, pero antes quisiera proponerles un ejercicio facilito para que empecemos a entendernos. El primer paso es que piensen cuánto dinero invierten mensualmente en ropa y el segundo, que recuerden cuánta de la ropa que compraron el último mes tenía descuento. Ahora revisen la etiqueta de la camisa que llevan puesta. ¿En dónde fue hecha? ¿En China, en Bangladesh, en Taiwán, en Camboya, en India? ¿Quizá en Perú o en Guatemala? ¿Creen que pagaron un precio justo por ella? ¿Era más barata de lo que pensaron que podría costar? ¿Era muy barata y la compraron por eso?
Hace muy poco tuve una conversación con una chica polaca sobre la importancia de comprar local. Hablamos de precios, de los salarios de los trabajadores en los países que mencioné antes, en la cantidad de la producción y en esa sensación de estar uniformadas con la mitad de la población femenina. Después pensé en lo fácil que es comprar ahora. Cuando era niña, recibía ropa nueva en Navidad y en mi cumpleaños. Casi siempre, tenía unos jeans guerreros que reemplazaba cuando se rompían. Pero a medida que fui creciendo, tenía más y más ropa, y no era propiamente porque tuviera más dinero para gastar, sino porque la ropa se fue haciendo más barata.
Ese fenómeno, denominado Fast fashion, consiste básicamente en cambiar las colecciones constantemente para incentivar el consumo y en vender colecciones anteriores con un descuento, que generalmente varía entre el 10% y el 60%. En mi casa dicen que, si algo que costaba, digamos veinte mil pesos, ahora cuesta diez mil, es porque realmente cuesta cinco mil. Seguro que una marca como Mango, Zara, Forever 21, o alguna más de ese corte, no va a en pérdidas con un descuento.
El hecho de que esas tiendas tengan la posibilidad de competir con precios por debajo de lo que uno consideraría algo adecuado, no quiere decir que las directivas de la tienda, en una reflexión filantrópica, hayan decidido venderlas a ese precio para que todos tengamos la posibilidad de tener una prenda con una marquilla con su nombre. “Ay, ve, eso está muy caro para la gente, bajale el precio que pobrecitos, con el aumento del salario mínimo no les alcanza ni pa’ los cucos, ya veremos nosotros la otra semana cómo hacemos pa’ recuperar esa platica”. ¡No! Esto no fue lo que pasó por la mente de los empresarios de las multinacionales.
La conversación telefónica que tuvieron con el gerente de alguna maquila de lugares lejanos que, como están lejos, no nos importan, fue más o menos la siguiente:
“Oíste, Fulano, necesito que las camisas que te pedí me las hagás por la mitad, porque creo que aquí los compadres consiguieron a alguien que las hacía por menos… Sí, sí, diles a todos que si el salario de 16 dólares mensuales no es suficiente que se busquen otro… ¿Las horas extra? Será pues que esa gente tiene mucho que hacer en el tiempo libre, hombre… No, no, deciles que ni de fundas hay plata pa’ un seguro, y al que no le guste, que se vaya, que gente buscando empleo es lo que hay”.
Esa es la conversación transcontinental en la que los empresarios “caritativos”, que ponen nuestra ropa a mitad de precio, juegan con la calidad de vida de otras personas. El salario mínimo en algunos de esos países que nombré con anterioridad no supera los 0,25 euros por hora, repaldado por las legislaciones locales para garantizar que haya empresarios interesados en fabricar allí sus productos y aumentar su PIB: Un círculo vicioso.
En el 2013, en Bangladesh uno de los edificios en donde operaba una maquila se derrumbó. El número de muertos fue de 1.138 personas. A pesar de que intentaron salir por la advertencia que se había hecho días anteriores por la pronunciación de las grietas en las paredes, los empleados fueron obligados a seguir trabajando hasta que el edificio se desplomó. ¿Vale más la camiseta que compramos por diez mil pesos que una vida? Hagan el cálculo.
A eso, súmenle que la ropa que usamos y desechamos tarda 200 años en descomponerse. Hay regiones de Asia donde el paisaje son montañas de tela, que emiten gases tóxicos al ambiente y enferman a poblaciones enteras, que muy probablemente no vivirán dos generaciones más. (Como las imágenes están protegidas, aquí les dejo el link de la búsqueda en Google que hice para que ustedes mismos las vean goo.gl/4Qkccn)
No quiero amargarles el almuerzo, pero el hecho de que ustedes y yo tengamos la posibilidad de comprar 10 prendas de ropa al mes, no quiere decir que nuestra calidad de vida haya mejorado. El poder adquisitivo no es directamente proporcional con nuestra calidad de vida, aunque pensemos que sí. Más bien, el poder de compra es inversamente proporcional a la calidad de vida de miles de personas que se incluyen como trabajadores en la base de la pirámide de producción.
Espero que todos puedan ver el documental al que hago referencia, porque seguramente mi texto se queda corto. Así, tal vez, empecemos a apoyar la industria nacional que tuvo épocas tan prósperas pero que fue desplazada por la mano de obra más barata del mundo. Pagar lo justo, es justo.
Imagen: Andreas Lischka, pixabay. CC license.
*Aquí les dejo una lista de lugares en donde pueden comprar sus regalos de Navidad. Seguro durarán más que esos que pueden adquirir en una megatienda. La mayoría de ellos son en Bogotá, así que los invito a dejar en los comentarios lugares que recomienden en otras ciudades.
Lapercha, Bogotá
Ciudad Freak, Bogotá
Vitrina Guayca, Bogotá
El parche ropa, Bogotá
Guay, Bogotá
Casa Cubo, Bogotá
Gris, Bogotá
FireStudio, Bogotá
La Rock N Rola, Bogotá
Animalista, Medellín y Bogotá
Mamahuhu, Bogotá
Shuz-shuz, Bogotá
Almacén Soluciones, Bogotá