Puede ser en quinto de primaria cuando todo niño colombiano ya sabe que el himno nacional tiene dos compositores: Rafael Núñez, la letra, y Oreste Sindici, la música. Es un dato que se adhiere rápidamente a la memoria y ahí se queda, ahí se fue con nuestros muertos, lo incorporarán los niños presentes y los del futuro, por los siglos de los siglos, amén. De Núñez sabremos, en primeros años de la secundaria, que fue presidente de la república en cuatro ocasiones, promulgó nuestra penúltima y confesional Constitución y fue líder de la retardataria Regeneración Conservadora, amén.
De Sindici no sabremos nada más, nunca. No importa su lugar de nacimiento, de crecimiento, cómo y por qué llegó a Colombia, por qué y dónde compuso la música del himno, qué hacía para ganarse la vida y mucho menos sabremos en dónde murió y en dónde está su tumba. Tumba que, por cierto, no lo libró de que su nombre estuviera atado por siempre al del político conservador; no conoceremos la relación de esos dos hombres, bajo qué condiciones se juntaron esas letras y esa música, y a pesar de todo eso, ahí se quedaron, incrustados en el inconsciente colectivo, como la personificación nacional y patriótica del binomio Letra-Música.
Y así se nos va la vida también a nosotros, entre renglones y pentagramas, entre esdrújulas y semifusas, entre la razón y la emoción; y en eso andaba, yendo y viniendo, leyendo y oyendo, cuando a mediados de 2011 con mi amiga Luisa conocía el Central Park y coincidimos con la realización de un evento musical en este espacio. El repertorio de artistas incluía la presentación de un grupo de compatriotas y decidimos verlos antes de continuar caminando por ese espacio infinito que es Nueva York.
Con lo que no contábamos era con la impactante presencia de una mujer y su grupo musical, se hacían llamar “Rita Indiana y los Misterios”, venían de la isla de La Española, específicamente de República Dominicana. Ciento noventa centímetros de estética andrógina, casi sesenta minutos de novedosos e hipnotizantes sonidos tropicales. Los artistas que estuvieron antes o después de ellos no pudieron sosegar esa tormenta caribeña, así se tratara de talentosos compatriotas con los que compartiéramos en nuestra memoria el tan cacareado y relinchado segundo mejor himno del mundo, esto iba más allá de aquella Letra-Música, esto era puramente emotivo, musical.
La música obra de manera misteriosa y debo reconocer que estos Misterios y su cantante gigante no eran los más virtuosos, ni los más afinados, pero se quedaron pegados al cuerpo, a las fibras; finalmente ese es el objetivo de la música, ir más allá de la razón, ser emocional, y ésta propuesta lo lograba con suficiencia. Me prometí entonces, adentrarme en esa invitación sonora, buscar y hurgar toda su discografía, ver de qué estaba hecha esta gente.
Pocas semanas después decidí emprender dicha pesquisa, la cual, por apelar exclusivamente al entusiasmo, irremediablemente sería infructuosa: “Rita Indiana y los Misterios” contaban con una discografía compuesta por un solo trabajo, “El Juidero”, el cual había sido lanzado en ese mismo 2011, y como si esto no fuera poco, en noticias se anunciaba que a partir de ese año se retirarían definitivamente de la Música, pues su solista se dedicaría por completo, y para mi sorpresa, a las Letras.
De alguna forma me sentía frustrado, había buscado a Rita Indiana por su música y ahora lo único que me quedaba era su faceta (desconocida para mí) de escritora, fui por el corazón y me quedé con el cerebro, fui por la emoción y tuve que quedarme con la razón, fui por Sindici y me quedé con Núñez, fui por lana y salí trasquilado. Pero como desafortunada o afortunadamente suele ocurrir, la razón tenía un as bajo la manga: su producción bibliográfica era mucho más amplia que la discográfica y a inicios del año 2012, Rita Indiana (1977) ya contaba con la publicación de libros de cuentos como Rumiantes (1998) y Ciencia Succión (2001), y novelas como La Estrategia de Chochueca (2000) y Papi (2005).
La que suponía una dicotomía irremediable, la de Letra-Música, en Rita Indiana muta en una simbiosis fascinante, sus párrafos parecen estrofas, sus letras actúan como notas, sus capítulos pueden leerse en clave de Sol y hasta de Fa, a través de sus páginas se va desarrollando una banda sonora que va guiando la lectura a través de pentagramas alucinantes. Con el tiempo llegaron un par de novelas más: Nombres y Animales (2014) y La Mucama de Omicunlé (2015).
Leer a Rita Indiana se convirtió entonces en un ejercicio emocional, absorbente, que desarrolla la posibilidad de habitar un mundo distinto, utópico o distópico y utilizando un lenguaje que rompe con el monolingüismo; sus letras son políticas, atemporales, anónimas, sexuales, desterradas, caribeñas, místicas. Encontrar Música en las Letras es quizá la impronta más destacada de esta compositora de novelas y sin duda es de gran ayuda para salir del agua, para derrotar las rigideces conceptuales que cargamos desde la infancia y nos mantienen eligiendo o privilegiando entre posiciones, en principio disimiles, entre el negro y el blanco, entre la razón y la emoción, entre la Letra y la Música.
PD: Al finalizar este texto se anuncia en medios que Rita Indiana, en contra de sus propias palabras y alimentando su heterodoxia, volverá después de muchos años a los escenarios musicales el 1º de abril en un festival que se realizará en Santo Domingo llamado Isle of Light.
*Imagen de la entrada tomada del perfil de Twitter de Rita Indiana @ritaindiana
Hello maate nice post
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