Se abrió la puerta del avión y ahí estaba la sabana de Bogotá, como pintada al óleo. Eran unos cinco mil metros de altura. Marroquín alcanzó a reconocer la nueva sede del colegio alemán y el viejo autódromo. Pero fue solo un momento porque luego vinieron los temblores. Ya sobrevolaban el Carmel y el instructor le dijo que si no saltaba en ese instante, no saltaba nunca. No había más espera y se deslizó por la puerta.
En esa época se usaba la línea estática y se suponía que el paracaídas abriría apenas saliera del avión. Nadie supo nunca qué salió mal. De repente estaba dando vueltas y vueltas. Era un remolino entre el azul del cielo y el verde de la sabana…
¿Qué hacer con el tiempo que le quedaba?
Pensó en sus viejos y en esos amigos que le rompen a uno el alma: Pepe, Juan, Julio, Fabián y Gabriel.
Pensó en el único amor de sus 20 años de vida, Anita.
Pensó en lo mucho que le gustaba Soda Stereo y en que quizá, si la línea estática hubiera funcionado, habría visto el fin de la cortina de hierro.
Y entonces se percató que el tiempo es una caída libre llena de giros hacia el suelo.
Finalmente llegó esa tierra negrísima y blanda de Bogotá. A Marroquín lo recibió la sabana verde. Fue un instante y se fue.
Giró y giró un sábado de 1984.
Una respuesta a “Giró”
¡Qué historia! Esta ha sido una de las mejores que he leído en los Peces. Lo siento por Marroquín.
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