Cuando otros cuentan nuestras historias

Natalia Pucheu es melómana empedernida y comunicadora digital de profesión con un amor especial hacia el audio y el podcast. Ah, y le encanta comer

A propósito del undécimo aniversario de Radio Ambulante, y luego de mucho tiempo dándole vueltas a este escrito, les comparto en mi primer artículo de la vida cómo ese podcast me ayudó a cuestionar la forma en que contamos nuestras historias, y en que escuchamos y recibimos las ajenas.

Desde que empecé a escuchar podcasts hace unos cuatro o cinco años, quedé fascinada con los de periodismo narrativo. Porque, si bien el formato no es novedad, lo cierto es que en mi contexto local brilla por su ausencia.

Dentro de esta categoría destaca Radio Ambulante, el podcast que cuenta las historias de toda América Latina. Sí, de toda. Incluyendo también este pequeño paisito en donde vivo y que me vio nacer y crecer: la República Dominicana.

Radio Ambulante es de escucha obligatoria para cualquiera que de alguna manera esté vinculado al mundo del podcast latinoamericano y, cuando vine a enterarme de su existencia, el programa ya estaba posicionado como referente. 

Al disponerme a escuchar por primera vez no encontré por dónde empezar. Me era difícil escoger dentro del amplio catálogo de episodios disponibles uno que me llamara la atención lo suficiente, hasta que una amiga me comentó que habían hecho un reportaje de dos partes sobre un caso dominicano del que yo desconocía los detalles, por lo que entendí que este episodio sería mi puerta de entrada. Hablo de «Somos Millonarios«.

Recordé en algún momento haber visto en las noticias que la «Familia Rosario» había tomado las calles para reclamar sabrá Dios qué cosa. ¿Qué Familia Rosario?, me pregunté en aquel momento. ¿Los cantantes? ¿Qué reclaman? No le di mucha importancia porque, al final de cuentas, en este país cualquiera es apellido Rosario, y cualquiera arma una movilización para reclamar cualquier cosa.

Quizás fue el Complejo de Guacanagarix lo que me hizo pensar que, si un medio extranjero se había tomado la molestia de reseñar esta historia, algo importante debía haber en ella. Así que me dispuse a escuchar las dos partes del episodio en mi horario de almuerzo, y los terminé en unos dos o tres días debido a las distracciones e interrupciones de la vida en general.

No tenía ninguna referencia para juzgar qué tan buena o mala había sido la historia, porque era la primera que escuchaba de ese tipo. Y debo decir que aunque la experiencia fue maravillosa, sembró en mí la pregunta que aún resuena en mi cabeza cada vez que escucho una nueva entrega del programa: ¿Está bien que alguien de fuera sea quien cuente nuestras historias?

En varias de las entregas, Radio Ambulante se sirve de periodistas locales para cubrir las historias que se van a narrar. No fue así en este caso.

Mientras escuchaba, me preguntaba si Mónica Cordero y Luis Trelles, los productores, podrían ofrecer una versión de esta historia que abarcara y considerara los detalles de la idiosincrasia dominicana. Después de todo, la cultura dominicana quizás no ha tenido la visibilidad global que tienen las de otros países más grandes como México o Argentina. Para mi grata sorpresa, el trabajo realizado retrataba de manera concisa los elementos culturales necesarios para hacer justicia a la historia, aclarando además algunos conceptos que para el local se sobreentienden, pero que para el extranjero resultan desconocidos. Más adelante entendí, mientras descubría más historias, que esta capacidad de contextualizar oportunamente es una constante en cada entrega de Radio Ambulante.

También temía que el tema de una estafa de tal magnitud fuese a plantearse de manera que el asunto se viese más o menos grande de lo que había sido, y que la imagen del dominicano promedio quedase mal parada en la historia. Después de todo, estamos hablando de cientos y cientos de dominicanos estafados. Pero la realidad es que, aunque sabemos que hay toda clase de personas en todas partes, esta historia expone aspectos de nuestra sociedad de los que no estamos orgullosos, pero que son así, aunque no nos gusten. Aspectos como el rencor entre clases sociales, el abuso ante la ingenuidad del que sabe menos, o el deseo desesperado de la gente de salir de la pobreza sin tener que partirse el lomo trabajando son temas que constantemente olvidamos, porque hemos aprendido a sobrevivir a pesar de ellos. 

Que el equipo de Radio Ambulante se interesara por contar esta historia me hace cuestionar también la forma en que la prensa local aborda estas cosas cuando suceden. La reconocida periodista dominicana Anibelca Rosario, que aparece en este episodio, se interesa porque el caso afecta de manera personal a su familia, y lo aborda con una denuncia. Y yo me pregunto, si Anibelca no hubiese sido apellido Rosario, ¿cuánto hubiese tardado la prensa en hacerse eco de la situación? 

El trabajo de Radio Ambulante nos pide detenernos a escuchar la misma historia desde una perspectiva diferente que nos retorne la sensibilidad ante estas situaciones. Al estar inmersos en nuestra cotidianidad, percibimos la vida con una mirada viciada, que no nos permite analizar cada evento como único y aprender del mismo. Damos por sentado todo lo que ocurre a nuestro alrededor, restándole importancia porque ya estamos acostumbrados. 

En fin, luego de pensarlo un poco, me respondo a mí misma como suele responder mi padre a estas cosas: no está bien, ni está mal que otros cuenten nuestras historias, sino todo lo contrario. 

Con su búsqueda de historias, Radio Ambulante nos invita a mirar hacia dentro, a interesarnos por nuestra realidad, a ponernos en los zapatos del otro, mirarnos en el espejo de la cultura común, y a empatizar con aquellas historias que quizás distan mucho de la realidad que conocemos. Y, al mismo tiempo, nos reta a contar nuestra versión de los eventos, así como a investigar, analizar y dar a conocer lo que para nosotros debería ser importante.

Espero que estas líneas sirvan de agradecimiento a Radio Ambulante por lo que hacen y por lo que inspiran. Gracias por estos 11 años de trabajo, dejándonos con el deseo de escuchar y conocer más, pero sobre todo con el reto de mirar con ojos curiosos nuestras propias historias, encontrando en ellas el valor que realmente tienen, no sólo para los que vivimos en medio de ellas, sino también para quienes las escuchan desde todas partes del mundo.

Imagen tomada de unsplash.

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