«The Patient»: una intriga psicológica ideal para cuarentones

Por Adriana Ramírez

Me encontré esta serie catalogada como novedad en la aplicación de STAR+. Al leer la descripción varios elementos llamaron mi atención, episodios con una duración de entre 20 y 30 minutos, la participación de Steve Carell en un rol dramático y una breve reseña que hace referencia a una situación particularmente angustiosa, el secuestro de un psicoanalista, por parte de uno de sus pacientes. 

El primer elemento, es decir, el formato, me resultó atractivo. Quizás ―pensé antes de dar play― con episodios cortos no sucumbiré ante el sueño que a los 40 años parece llegar de manera irremediable después de 30 minutos de televidencia. En este sentido, no me equivoqué y lo encontré de alguna manera refrescante. El equipo de producción hizo un gran trabajo para dar al público episodios contundentes que captan y mantienen la atención de principio a fin. 

Esto, sin lugar a dudas, está íntimamente ligado al segundo elemento. Por una parte, recordé el papel de Carell como John Dupont en The Foxcatcher que incluso le valió una nominación a los Premios Oscar y sentí curiosidad por verlo nuevamente en un papel alejado de su estilo cómico habitual. En esta oportunidad, su rol como Alan Strauss, un terapeuta judío que afronta la reciente muerte de su esposa y todo lo que esto conlleva, fue otro “gancho”. Se le ve maduro, contenido casi hasta la exasperación, lidiando con un universo emocional personal de gran complejidad que a medida que avanzan los episodios se va desenvolviendo de forma reveladora y conmovedora.

La psicoterapia como hilo conductor de la serie hace que esto sea posible, ya que, el personaje de Carell no solo guía el desarrollo de las sesiones con sus pacientes empleando los recursos habituales que permiten revisar su pasado familiar y sus derivaciones psicológicas en el presente, sino que él mismo protagoniza, junto a su terapeuta, profundos momentos de reflexión que le permiten arrojar luz sobre los asuntos más espinosos de su vida para vincularlos con su particular experiencia de cautiverio y los motivos detrás de la misma. Este giro me fascinó por su complejidad y la riqueza de sus diálogos que son entregados al espectador en cuenta gotas contribuyendo con ello al suspenso creciente de los episodios. 

En la serie también aparece Domhnall Gleeson como Sam Fortne, el paciente que idea el secuestro de Strauss para controlar su compulsión por asesinar. Su actuación y la construcción de su personaje me parecieron soberbias. Su representación de un hombre atormentado por su pasado y las interpretaciones que del mismo ha elaborado durante toda su vida, acompañada por rasgos de psicopatía que me resultaron verdaderamente espeluznantes, me parecieron la base ideal para el desarrollo de la historia. 

Esta se desenvuelve casi en su totalidad en la habitación en la cual Alan se encuentra recluido con uno de sus pies atado, mediante una cadena metálica, a una de las patas de la cama. Frente a esta, Sam ha ubicado estratégicamente dos sillas enfrentadas tratando de recrear un despacho tradicional y, en su ingenuidad cargada de desesperación y muchas veces de maldad, somete a su rehén a la obligación de darle una solución no solo efectiva, sino inmediata a su condición. El espectador sabe, así como lo sabe Alan, que esta pretensión es imposible. Sin embargo, el terapeuta, ya que su vida depende de ello, se ve forzado a adelantar las sesiones y con ello a profundizar en la oscuridad de su paciente y en la suya propia. 

La interacción entre los dos personajes principales está cargada de una gran tensión, posible gracias a diálogos bien articulados y un diseño de producción que aportan elementos visuales y sonoros de gran intensidad. Todos estos elementos se conjugan en una serie ideal para aquellos que disfrutan de las intrigas psicológicas que exploran la naturaleza humana y sus manifestaciones más macabras

Para mí, no solo pasó la prueba al llevarme más allá del umbral del sueño habitual, sino que, al momento de escribir estas líneas, tres días después de haber finalizado su último episodio, aún pienso en algunas de sus escenas y tengo esa extraña sensación de sobrecogimiento que solo logran producir las experiencias que nos conectan con el miedo. 

Imagen tomada de Rad Radio.

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