Los cañaduzales en la esquina de mi casa

Emerson Erazo es médico ocupacional, fanático de los muñecos de LEGO y oyente apasionado de radio y podcasts.

En la esquina de mi casa hay una plantación de caña de azúcar. De hecho, llevo aproximadamente la mitad de mi vida viviendo cerca de cañaduzales. Esa cercanía y la rutina de ver la caña día tras día hace que esa plantación sea simplemente un elemento más del paisaje cotidiano de mi alrededor y la mayor parte del tiempo no me genera ningún sentimiento ni emoción. Pero hay otros momentos en que siento profundamente ese cañaduzal a través de sus colores, su olor, sus movimientos y en general de su ciclo de vida, y me lleva a recordar que la caña de azúcar ha sido una planta que me ha acompañado en mi propio ciclo de vida.

Hay momentos en que al echarle una cucharada de azúcar al café que me tomo en las mañanas me pongo a pensar en todo el tiempo y la multitud de procesos que han ocurrido para que lleguen hasta mis manos esos cristales de azúcar. La caña que he visto sembrar en la tierra, ser fumigada por una avioneta, ser regada con abundante agua, ser cortada por las manos de un ejército de hombres anónimos, luego ingresa a los molinos industriales y el jugo de sus entrañas pasa por calderas enormes y luego de procesos industrializados se transforma en el azúcar que llega a nuestras mesas.

A veces veo a la caña de azúcar con amor; otras veces, con indiferencia o incluso con rabia. Pero no un amor o una rabia hacia ella como como planta que contiene en su interior sacarosa. Lo que sucede es que mi memoria me lleva a algunos recuerdos que evoco con alegría, como esas tardes de mi niñez observando caer del cielo montones de ceniza y extender mis manos esperando que cayera sobre mis palmas o esa vez en que vi a un pequeño gatito blanco revolcarse en la ceniza y quedar grisáceo por un par de días. 

Luego, cuando me convertí en adulto, esa magia de ver caer ceniza del cielo desapareció, pues entendí que las quemas controladas de caña contaminan, se pueden tornar en incendios forestales y, sobre todo, ahuyentan o lesionan a los zorros cañeros, zarigüeyas, gatos salvajes y otros animalitos.

En otros momentos la caña de azúcar me recuerda a mi padre cuando montabamos bicicleta en las calles cercanas a los cañaduzales y yo le decía: “Papá, quiero caña de azúcar” y él me respondía: “Si está caída en la carretera, la tomamos, o si vemos a los corteros, y con permiso de los vigilantes, les pedimos que nos obsequien una caña”. “Nunca debes entrar a una plantación de caña: ¡es peligroso!”, añadía. Mi padre no entraba en detalles acerca del por qué una plantación de caña de azúcar era peligrosa…

Con los años entendí en qué consistía el peligro de una plantación. En el cañaduzal pueden haber animales salvajes, personas armadas cuidándola o cadáveres abandonados. Es macabro decir esto último, pero, cuando ya tuve la habilidad de leer, encontraba con frecuencia en los periódicos locales titulares repetitivos del hallazgo de cuerpos sin vida arrojados en los cañaduzales de mi querido Valle del Cauca. 

Ahora que hago este análisis, pienso que uno como niño no debería tener ese tipo de recuerdos… Definitivamente, cuando los aspectos de la vida que nos rodean son analizados con un poquito más de profundidad encontramos tantas facetas alrededor de un solo elemento que nos sorprendemos de lo complejo que todo puede llegar a ser. 

Hay momentos en que me sorprendo cuando me explican que en los laboratorios se crían moscas y avispas para que actúen como controladores biológicos de plagas. Esta parte de la  biotecnología la percibo como ciencia ficción. También hay momentos de alegría cuando un vecino me cuenta con emoción que se acaba de pensionar luego de años de trabajar en el corte de la caña de azúcar o cuando padres orgullosos me dicen que, gracias al corte de caña, están dando estudio universitario a sus hijos. 

Como sucede en muchas industrias, en la base de la pirámide están los obreros rasos que ingresan plantación adentro a sembrar y cosechar con sus manos la caña de azúcar y en la cima de la pirámide están sus dueños. Así funciona el mundo en muchos aspectos. 

Todo lo dicho me lleva a preguntarme:

  • ¿Será que los humanos hemos domesticado a la caña de azúcar o ella nos ha esclavizado a nosotros?
  • ¿Será que ese monocultivo terminará siendo perjudicial para la tierra?
  • ¿Será que la siembra de caña de azúcar ha acabado con al bosque seco tropical?
  • ¿Será que el trabajo en el corte manual de la caña de azúcar es como una especie de esclavitud moderna?
  • ¿Cómo seguiré percibiendo a las plantaciones de caña de azúcar de mi esquina ahora que me he planteado todas estas preguntas y despertado estos recuerdos?

No lo sé aún. El tiempo lo dirá.

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