El sirio de Damasco

Texto e ilustraciones por Don Benjamín

El sirio de Damasco es un pequeño homenaje que le hice a Ana Vénere cuando llegó de Escocia y  no tenía con quién celebrar su cumpleaños. La invité a comer y le regalé el libro. Ella estaba feliz porque lo había visto en el aeropuerto de Heatrhow y no había podido comprarlo. Entró a última hora a la sala de embarque y no alcanzó a traérselo en el avión para soportar las 12 horas de vuelo. Escribí el libro cuando tenía 15 años.

Es la historia de un hombre de Damasco que descubre un sirio abandonado en una caja de zapatos y decide encenderlo para celebrar la muerte de 15 turistas en Egipto. Es una historia corta, dado que no tiene argumento. Y si lo tiene, el argumento no es menos extenso. Por lo menos, no lo es más que el que acabo de referir y nada pasa con el sirio.

Solo que el hombre que vive en Damasco decide encenderlo en el funeral de los turistas porque considera que vale la pena. Tampoco existe ninguna explicación en la historia que devele por qué el hombre de Damasco consideraba que valía la pena encender el sirio. Uno supondría que el caballero había tenido relación directa con uno de los turistas pero tampoco la obra ofrece argumento sobre este particular.

Ana estuvo encantada con el libro. Lo ojeó durante la comida. No pudo esperar a llegar al hotel para leerlo, así que lo devoró durante el postre. Les dije que no era una historia extensa.

Cuando terminamos, ella de leerlo y yo de comer, nos dimos un beso. Yo había estado esperando ese beso por años. Ana fue mi primera mujer, la madre de mis hijos, y mi segunda esposa. Mejor, fue mi primera mujer, mi segunda esposa y la madre de mis hijos. El lector sabrá disculpar la alteración del orden, pero a mi aparato ordenador le falta la tecla de regreso. En fin, mi primera mujer porque fue la primera mujer con la que estuve; mi segunda esposa (porque la primera fue Isabel, con la que no alcancé a tener hijos porque murió infartada en la luna de miel) y la madre de mis dos hijos menores de edad, Guillian y Estercita Baquero.

Mi nombre es Román Acuña y mi hija lleva el apellido de su madre. Mi hijo, Guilian Acuña lleva mi apellido. Se preguntará el lector por qué mi hija lleva el apellido Baquero si su madre es Vénere. Debo confesar que no lo sé. No tengo una respuesta precisa.

Mi hija lleva el apellido que le horma. Tiene piernas amplias y le queda bien el baquero. Una vez discutimos en un centro comercial y concluimos que para la época en que la bautizamos su madre no estaba del todo cuerda. También descubrimos que yo había estado ausente y que su bautizo había sido cosa del cura, que yo me había opuesto desde Lima a que le pusieran el nombre completo y que su madre, alterada, no había permitido que se hiciera mi voluntad. Entonces el cura optó por complacerla y le dio el nombre equivocado. La historia es más larga, más compleja, más laberíntica que esto. Por ello intenté resolverla en el Sirio de Damasco.

El Sirio de Damasco es un pequeño relato de no más de algunas páginas que intenta resolver, desde la perspectiva del hombre que encuentra el sirio, el misterio del nombre de mi hija. No hay otro argumento. El hombre descubre el sirio en una caja de zapatos que descubre en el soporte superior de su clóset. Nunca entendió por qué la caja estaba en ese lugar y tampoco encontró los zapatos correspondientes, solo el sirio. El sirio no estaba encendido, cosa que le pareció absolutamente normal. Llevaba varios años guardado porque el hombre de Damasco se había mudado no antes del 2008 y el descubrimiento ocurrió éste año. Así que no fue un hecho reciente. O sí lo fue, mas no de algo reciente. Un trabajo de arqueología. Una serendipia de cera.

Ana regresó al hotel de madrugada. Pasó la noche leyendo y releyendo el texto mientras yo sostenía la linterna. Debo decir que no soporté en pie las 8 horas de vigilia. A su juicio, el mejor capítulo era el sexto, por lo que lo repasó no menos de siete veces. Repetía una y otra vez, en voz alta, excitada, la escena del velorio, especialmente en el acápite del listado de turistas sacrificados.

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