Por María Perrier / @mariadcperrier
Hace 12 años que me fui de Uruguay, el país que me vio crecer y me introdujo a personas muy importantes en mi vida. Llevo todo este tiempo aprendiendo, tropezándome, equivocándome y buscando en cada destino algo nuevo para llevar al siguiente, pero hoy me doy cuenta que hay 5 lecciones que, desde que abandoné mi rincón en el Río de la Plata, siempre cargo en mi mochila.
1. Difícilmente otro lugar te hará sentir de la misma forma que el lugar que te vio nacer.
Creo en la química entre las personas así como creo en la química con el espacio. Es decir, o se tiene química con una ciudad o no se tiene química con una ciudad, así de fácil. Sin embargo, hay una ciudad (estado, pueblo o lo que nos haya tocado) que es una estrella aparte: la que nos vio nacer. Los dolores, angustias y canas que nos saca ese lugar nos hace más críticos y exigentes pero, en el fondo, nunca deja de tener un valor especial por ser el núcleo del entorno que moldeó nuestra forma de ser. Para bien o para mal, nunca deja de ser aquel lugar donde, aún en el desencuentro, tenemos enormes chances de volvernos a encontrar.
2. Ser capaz de ver las oportunidades en el momento justo es una habilidad que es necesario entrenar.
Una vez afuera de Uruguay fui mucho más consciente de las oportunidades con las que nací y el privilegio que fue poder salir a explorar mi vocación en otras partes del mundo. Entendí que hay mucho del esfuerzo y mucho de creer en uno mismo, pero que también hay una importante cuota de saber ver y aprovechar las oportunidades que se cruzan en nuestro camino. Se trata de estar cada segundo agradecido con lo que la vida nos pone adelante, a pesar de que, a veces, el “motivo” no queda claro al instante, sino que se revela con el tiempo.
3. No hay que ser grande para ser grandioso.
Después de recorrer 40 países en casi 10 años, me di cuenta que encontrar a un compatriota en tierra lejana es el equivalente a hacerse un amigo. Hay algo de nuestra “tribu” que entiendo es único y mágico, en donde un mate, un asado y una charla sobre la familia o la rambla reducen kilómetros de distancia. Algo en esa conexión permite una comprensión total del sacrificio que significa dejar la calidez de aquel pequeño nido que se llama Uruguay, detrás, y haber salido a emigrar dejando el destino muchas veces a la suerte.
4. Muchas personas entran y salen de tu vida constantemente, y eso está bien.
Las personas forman parte de nuestra vida con un propósito y, a veces, cuando cumplen ese propósito, los caminos siguen por veredas diferentes. Quizás no les sirvamos más a ellos, quizás ellos no nos sirvan más a nosotros. Aunque cueste creerlo —y aunque duela vivirlo— el tiempo siempre termina dando la razón. La distancia puso a prueba muchas de las relaciones que dejé atrás en Uruguay, relaciones que aún con todos los medios de comunicación que ahora tenemos, tampoco sobrevivieron al kilometraje. Sin embargo, hay personas que nunca desaparecen. Son personas fijas, imprescindibles e incondicionales, y en mi caso además son el pilar fundamental de mi existencia, son mi familia.
5. Subestimar el poder de nosotros mismos nos puede salir caro.
Si hay una palabra que me marcó en mis últimos años en Uruguay fue “inseguridad”. Por más de que tuviera el apoyo del mundo, siempre pensé que mis sueños tenían que ser, por algún motivo, limitados. Como dice nuestra estimada poeta Ida Vitale: “(Uruguay) es un país chiquitito, lleno de rivalidades, con cierta homogeneidad de formación. Ayuda alejarse del lugar cerrado del que uno viene. Se abren nuevos horizontes, lees otras cosas, conoces gente que es distinta, que piensa de otra manera. Es muy importante ventilarse.” Hoy, cada comentario que tiene la intención de marcar un camino mucho más reducido de lo que mis sueños imaginaron, es simplemente una razón más para trabajar más duro hasta conseguirlos. Es gasolina. Hoy entiendo que soñar en grande queda en sueños solamente si nos quedamos quietos, pensativos, inactivos, pero se hace realidad con tesón, decisión y convicción plena en lo que puedo llegar a hacer y lograr.
No, no me arrepiento de haberme ido. Siento que mi destino se dio tal cual tenía que darse. Sin embargo, cuanto más pasan los años y más me dejo hipnotizar por el horizonte del Río de la Plata en mis paseos por la rambla, más me doy cuenta de que ese lugar en el que nací funciona en mí como un oasis del mundo. Con sus desventajas y ventajas, la vida que recuerdo en Uruguay curtió mi piel lo necesario como para poder enfrentar los desafíos que tenía por delante, que muchas veces significaron un esfuerzo mucho más grande de lo que en su momento, en mi inestable adolescencia, podía llegar a imaginar.

Rocha, Uruguay.
Muy emotivo, muy sentido, muy bien escrito.
¡Aplausos!!
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