Por Alejandro Niño Bogoya, amigo de Alejo del Instituto Nacional de Cancerología.
No sé si por casualidad, coincidencia o destino, Alejandro Laserna llegó a trabajar en el Instituto Nacional de Cancerología, pero a fin de cuentas amaba su profesión y rápidamente puso en práctica su conocimiento para hacerle seguimiento a las políticas relacionadas con el cáncer, esa misma enfermedad con la que aprendió a convivir por casi una década. Tenía una gran capacidad de adaptación, así que rápidamente se acomodó a un grupo de gente un tanto acartonada que distaba bastante de su personalidad arrolladora que le permitía entablar una conversación con cualquier persona en tan solo segundos. Desde la persona de servicios generales –a quien con cariño llamaba “el duende de la cafeína”– hasta el director de turno lo conocían, porque se relacionaba con todos por igual. Tenía un don de gentes especial, simpatizaba incluso con aquellas personas a quienes los demás considerábamos difíciles e inaccesibles.
De un día para otro, con la llegada de Alejandro, nuestra oficina se volvió popular, había un desfile constante de personas (especialmente mujeres) que repentinamente se habían interesado por “las políticas para el control del cáncer”.
Siempre me admiró que fue muy fuerte; coexistió en una institución que para él pudo ser un escenario complejo, pues trabajábamos desde nuestros saberes para controlar esa patología que le habían descubierto. Pero siento también que trabajar en el Instituto le ayudó a comprender mejor su enfermedad, de ahí que la doctora Marion Piñeros fuera un gran apoyo para él, pues con su vasto conocimiento y con su gran amistad le ayudó a tomar decisiones informadas.
Cuando Alejandro decidió partir hacia el INCODER nos dejó a su musa, Carolina Serrano, y desde entonces nos desconectamos un tanto. Sin embargo, aún recuerdo su chispa, pues la última vez que nos vimos me preguntó por mi viaje a Noruega diciendo que “cómo me había ido en los fiordos fiordísticos….” una expresión que nos recuerda su esencia, su forma descomplicada y a la vez profunda de ver la vida. Es ahí donde el tiempo se vuelve relativo, y más allá de tener una larga vida, Alejandro nos mostró que lo importante es vivir cada instante con pasión, de ahí que haya tanta gente permeada por la experiencia de haberlo conocido.

Una respuesta a “La experiencia del control del cáncer en primera persona”
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