Si hay algo que rescato en mi no tan larga y no tan corta vida es que de los años más difíciles es cuando se cosechan más aprendizajes. Lamentablemente o no, dependiendo desde dónde se lo vea, este último año fue particularmente difícil, y lo que me llama hoy a escribir a raíz de esos aprendizajes es la percepción de que estamos frente a una crisis de solidaridad.
En mi casa crecí con los valores de la empatía, la honestidad y la solidaridad muy marcados, con dos padres que toda la vida trabajaron de 8am a 8pm y, aún así, nunca les faltó tiempo para darle una mano a nadie. De hecho, son las personas más generosas que conozco, de lejos. Además, fui 16 años a un colegio católico que, a pesar de no haberme convertido en una “religiosa” estricta, sí me ha enseñado lo que creo que es más valioso y que con ejemplos me mostraron mis padres: la felicidad no está en dar lo que sobra, sino en dar todo lo que se puede. ¿Cuál es el sentido de decirle el Ave María a tus hijos cada noche antes de dormir y que lo memoricen a los 3 años, si después no se dan los pasos para seguir el ejemplo?
Esto me lleva a dos casos puntuales:
El primero es el del día a día y se basa en el “yo ayudo, pero como quiero y siempre y cuando se adapte a mi vida”. Pregunto: ¿desde cuándo el foco del concepto de ayuda no es el de quien la necesita sino el de quien se “dispone” a darla? Por definición ayudar es la “Acción que una persona hace de manera desinteresada para otra por aliviarle el trabajo, para que consiga un determinado fin, para paliar o evitar una situación de aprieto o riesgo que le pueda afectar, etc.” (Sí, es el 2018 y estoy googleando “ayudar, definición”).
Claro, fácil no es, pero eso es lo que ayudar sea una acción valiosa. También existe una diferencia si se trata de “ayúdame a coser un botón” o “es una cuestión que realmente no puedo hacer de otra manera y es urgente”, ahí hay que usar el sentido común (otra cosa que escasea y sí, entre otras cosas culpo a Trump). Cuando se trata de un egoísmo de conocimiento no hay solución, pero para el resto que no se sienten amenazados por compartir conocimiento, hay esperanza.
El segundo caso es un ejemplo que viví en el mercado laboral en Bogotá. En el último año debo haber hecho al menos 15 entrevistas de trabajo. En algunas me fue bien, en otras me fue mal y en otras quedé y no las acepté. En el último caso tomé esa decisión porque encontré un completo y descarado abuso al concepto de “salario emocional” cuando éste se compone 100% de “la solidaridad” con los niños, niñas, desarrollo, tu país, tu región… etc. Que los salarios —en Colombia y en Uruguay al menos— son una vergüenza no es novedad, lo que sí es novedad es que ahora encontraron un término para justificar por qué tiene “lógica” que un profesional con carrera terminada y maestría tenga que ganar 4 a 5 veces menos* que una persona que tiene una lista similar de responsabilidades —e igual o menos estudios y experiencia— en una organización que además se jura no tener fondos para sus propios proyectos: “Acéptalo porque al volver a casa te vas a sentir bien”, te dicen.
Bien. Por un lado, el salario emocional compuesto enteramente de buena voluntad no paga cuentas, debe haber una combinación justa de salario emocional y salario monetario, especialmente si hay tres individuos en la misma organización ganando el equivalente al valor de todos los proyectos de medio año combinados.
Y por otro lado, ¿cómo se supone que yo trabaje para una organización que apunta a empoderar niños y niñas y proponer soluciones, si la organización misma usa esa ayuda de excusa para comunicarme que 10 años de esfuerzo, deudas y sacrificios no tiene valor alguno?
Como me negué a ser cómplice en esa historia opté por no aceptar el trabajo y dedicar tiempo todos los días a una organización social de mi elección que tiene como objetivo ayudar a los niños en la educación y la instrucción de manera 100% voluntaria. Tengo amigos que han tomado la misma decisión por los mismos motivos.
Cuando se me presenta este tipo de situaciones y siento que no voy a poder más con mi vida pienso: “¿Cómo hacían mis padres para hacerlo todo y darlo todo con un trabajo de 12 hs de lunes a lunes y cuatro hijos?” y entonces me motivo y convenzo que una forma siempre hay. Tendría que preguntarles directamente cómo le llamarían, pero al momento lo puedo definir como Solidaridad Plena. Porque sí, al parecer hay que ponerle adjetivo a la cosa de lo desvirtuada que está.
Anoche no dormí pensando en esto porque se traduce a tantas situaciones de la vida y el mundo que genuinamente me frustra y angustia. Veo cómo cada vez la gente se va cerrando en sí misma y piensa: “Bueno yo estoy bien. Tengo trabajo, no tengo problemas, tengo mi casa y mis cosas. Acá no pasa nada.” y en paralelo, hay ciertas personas y organizaciones que aprovechan las desgracias de algunos para sacar provecho. Me hace mal. Este es el 2018 que tenemos y no hay mucho que uno pueda hacer. La solidaridad está en crisis.
*En Colombia, a un Encargado de Comunicaciones le pagan de 1.500.000 a 2.300.000 COP (15.000 a 23.000 UY) , el Director de Comunicaciones — obviamente más responsabilidades pero en mi caso particular con menos estudios y experiencia — le pagan 8.000.000 COP (100.000 UY).