¿Quién decide lo que come?

Comprar comida importada, barata e industrializada no sólo afecta el ambiente, sino nuestra salud y la seguridad alimentaria de muchas personas. Como consumidores solemos escoger normalmente las opciones más baratas sin considerar el sobrecosto y las consecuencias de pagar precios que en realidad no son justos. En el pasado cazamos o recolectamos las plantas de nuestro alimento, después con la agricultura vino el excedente de comida, la conservamos, trocamos o compartimos, pero con el capitalismo y la industrialización el alimento se convirtió en un producto, alineándose con los principios de la producción con la intención de generar ganancias.

Hay muchos problemas por concebir el alimento como un producto y no como un derecho, pero para poner un ejemplo voy a contar este: cuando viví en Austin (Texas), lo hacía en una unidad residencial de más o menos 150 apartamentos. El sitio más cercano para comprar comida era una estación de gasolina, en donde lo más parecido a una fruta era un pie de manzana de paquete. Eso sí, podía conseguir todas las variedades de doritos, gaseosas y “postres” de paquete que se imaginen. Yo iba a hacer mercado como una vez por semana al supermercado y mi capacidad para llevar cosas era limitada, pues me movía en bicicleta y sólo podía cargar lo que me cabía en una maleta. Mi roommate no podía darse “mi lujo”, pues estaba en una silla de ruedas, así que normalmente su dieta consistía en bebidas de root beer con una bola de helado de vainilla, zucaritas o burritos congelados para microondas. Yo vivía en un desierto alimentario. No hay tiendas de barrio porque eso no es rentable. Es común encontrar estos desiertos en barrios de minorías o de gente de bajos ingresos, algunos estudios han encontrado que los distritos más ricos tienen tres veces más tiendas en comparación.

Mi posición es ciertamente una mucho más cómoda que la de alrededor de 815​ millones de personas alrededor del mundo que no tienen suficientes alimentos para llevar una vida relativamente normal, digamos activa y saludable. Y como yo, hay un grupo grande de personas para las que este problema puede ser abstracto, pues no les suele afectar de manera directa. En ocasiones nuestra posición termina siendo la de señalar culpables en los gobiernos, locales o internacionales, en vez de tener una posición más activa y ejercer el poder que tenemos sobre estas entidades o en ejercer el poder que tenemos en nuestro bolsillo como compradores. En el estado de Washington D.C. en Estados Unidos la cantidad de tierra destinada para cultivar manzanas orgánicas (de producción agroecológica) creció en un 37% en el periodo de 2016 a 2017, todo gracias a los consumidores. Dan Barber, chef y precursor de la cocina farm-to-table (de la finca a la mesa) cuenta como le ha escuchado a los granjeros y campesinos decir: “Dennos el mercado y nosotros cultivamos lo que quieran”.

Aunque el término ‘orgánico’ es cada vez más usado y abusado, muchos aún no estamos seguros acerca de qué se refiere y por ende no siempre entendemos el por qué sus precios son más altos que los de otros alimentos. No todos se preguntan por qué en ocasiones una lata de maíz dulce que viene de Estados Unidos es más barato que el maíz que se produce en su propio país y simplemente nos vamos con la atractiva etiqueta del precio menor. Al igual que desconocemos la razón por la cual ese precio es menor, desconocemos los costos ocultos que tiene. Normalmente los alimentos procesados contienen azúcares añadidos u otros elementos que contribuyen a la obesidad y a otros problemas de salud como la diabetes que terminan siendo una carga para el sistema de salud que todos mantenemos. Así que esos pesos de más que se pagan hoy en los productos orgánicos se podrían considerar más bien una inversión para el futuro.

Comprar local puede ser el primer paso, pero hay muchas más cosas que podemos hacer desde nuestra condición de ciudadanos y consumidores responsables. Puede cocinar más en casa, eso es literalmente conectarse con la comida, así puede aprender que para “cocinar rico” sólo necesita usar buenos ingredientes y eso no significa ingredientes caros, sino frescos. Ir a una plaza de mercado –una de verdad: las que recrean algunos restaurantes no cuentan–, hablar con la gente que trabaja allá y aprender de dónde viene lo que se está comiendo. Sembrar algo en la casa, muchas hierbas aromáticas son fáciles de mantener.

Si usted, como yo, cree que el alimento no debería ser un producto sino un derecho, conozca más del tema y sepa que hay movimientos a favor de esto a los que también puede apoyar, como por ejemplo Vía Campesina.

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