Epimenio y yo

Mi abuelo, que era albañil, construyó su propia tumba y mausoleo familiar en Topagá (Boyacá), con ayuda de Epimenio, mi papá; de ahí que a mi progenitor le gustaran tanto los camposantos, las tumbas, los osarios y las funerarias, y también de ahí que mi desagrado hacia todos los temas mortuorios sea palmario.

De niña, Epimenio me llevaba a hablar con sus amigos del ámbito funerario y para mí no era tan divertido; su deseo más sentido y reiterativo, era que cuando muriera lo teníamos que enterrar en la tumba que sus manos edificaron ladrillo a ladrillo, voluntad que fue cumplida al pie de la letra. Solo ahora en mi edad adulta he comprendido la importancia de los cementerios en su vida y por ende en la mía, tanto así que los evito al máximo.

La influencia de mi padre sobre mí es tan notoria que en una cita médica reciente la galena indagó por mis condiciones de salud y no logró disimular su risa, cuando le dije: “¡Doctora, me duele una corva!, a lo cual respondió: “Esa expresión solo la usan los viejitos”, y me quedé pensando que mi infancia transcurrió entre pensionados de la Policía Nacional, ¡Dios y Patria!, viejitos que él apodó como “el club de la arruga”. No fueron los únicos que se hicieron merecedores de sus apelativos, lo hizo con cada uno de sus familiares, amigos y conocidos, y hasta con sitios frecuentados.

Boyacense, responsable, serio, ermitaño, lector, pensativo, fiel, respetuoso, calmado y melancólico. Huérfano de madre a los 8 años y de padre a los 12, siendo niño debió asumir la responsabilidad de una familia de la cual él era el hermano mayor, responsabilidad que no le dio tiempo ni para casarse, pues contrajo nupcias a los 44 años, sin unión marital precedente ni descendencia conocida, con mi madre que tenía 28 y quien estuvo a punto de rechazarlo, pues un vecino chismoso le dijo que era casado con una gordita que tenía 5 hijos, gordita que era su hermana e hijos que eran mis primos, con quienes crecimos mi hermana y yo.

Epimenio nació en el año 1933; un día me preguntó cómo se metían los dibujos animados al televisor, como cierta hija mía indagando cosas, pero en versión papá; el año pasado en medio de la fastuosidad de los parques Disney, le conté a mi hija la historia y discutimos en medio de risas y lágrimas, cómo le hubiera respondido a su abuelito.

Si escribiera todas las enseñanzas que me trasmitió con sus actos, que es como a mí me gusta, y no con palabras, este espacio sería insuficiente para describirlas, así que procederé a dar un breve resumen:

Me gusta comer a horas, al desayuno tomo changua, en los restaurantes prefiero la sobrebarriga sobre otros platos, a mi hija le digo sute, conozco toda la producción de los envueltos de mazorca con bocadillo, cuando voy a su tumba hago una parada en el terminal de Sogamoso para comer en ese restaurante al que tantas veces me llevó, bailo la misma canción que suena hace 20 años en el Club de Melgar, recuerdo todos las obras sociales e inmuebles que dejó mi General Rojas Pinilla, hablo de usted, digo sumercé, voy al banco acompañada, miro a los ojos, saludo con la mano, en mis sueños digo “Bendición papá” y él me contesta Santica. Digo «deberle a un pobre es muy berraco» o «hacer negocios con gente pobre no paga», cuando lo pienso, lo sueño o lo extraño sé que ese día algo extraordinario va a pasarme y así no me pase, me lo creo, camino con las manos atrás, no como tan dulce ni tan salado, no soy “fiador” de nadie, malcrío a mis sobrinos, pregunto cosas indebidas, le quito los ceros a las cifras, cargo carterita exclusiva para monedas y mini navaja, me encanta decidirme por un pantalón cuando le encuentro bolsillo secreto, como uchuvas, veo matas de fresa y me acuerdo de mi antejardín de la infancia y su manera casual de guardármelas, también amo las mandarinas de cáscara pegada, pues él me las traía y me decía “la visto, pero no la mantengo”, creo que todo lo de antes era mejor, busco pasar por donde compraba su paño flannel y los cigarrillos en el centro, pido calendarios desde noviembre, le digo a Dani que lo único que le voy a dejar es el estudio, uso Menticol y Mexsana, pues son benditos, a la única iglesia que entro con gusto es a la de San Judas Tadeo, amo inmensamente a mi mamá, me gusta que me digan Patty (era el único que me decía así) y cuando esté vieja y vea a alguien de menos edad que la mía, voy a decir «ese está capando sepultura».

Él murió en nuestra casa familiar un festivo de reyes y mi mayor recuerdo de la funeraria es que todo el mundo llegó con olor a asado. ¿Acaso hay alguien en Colombia el 6 de Reyes que no esté en uno?

La tristeza ya pasó y todos mis recuerdos son alegres, a veces pienso qué haría o diría él y me inclino por ello; un año antes de irse fuimos los dos a un paseo y me contó detalles desconocidos de su niñez, de su adolescencia, de su gloriosa Policía y de sus “hambres atrasadas”, como también solía decir; en mi vida diaria él siempre está presente y año a año mi familia y yo vamos a ver su construcción, que en verdad es el único cementerio en el que me siento bien.

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31 respuestas a “Epimenio y yo”

  1. Tu narrativa me llevó a recordar viejos tiempos y que bonito es que las personas que aunque ya no estén a nuestro lado físicamente las tenemos por siempre en nuestros recuerdos y en el corazón.

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  2. Jajajajaja

    Saludo especial a Patty, la “santica”, excelente historia de nuestras raíces generacionales, me parece que es una historia divertida que evoca una región boyaco santandereana, que mucho a influido y realizado por nuestro país, conozco la historia de un Tío Epimenio de Sucre Santander, que no tuvo la misma fortuna de su padre y que su fin fue tan trágico y a la vez tan ejemplarizante para sus familiares, que a veces la conciencia a través del tiempo no sana lo que nunca se hizo….

    Muy buena escritura, pero no soy crítico de escritos, porque ni sé escribir, pero sí sé que es una buena historia y mucho más cuando su fin es resaltar héroes silenciosos para la sociedad, pero tan influyentes en nuestras vidas…

    Paz en su tumba viejo Epimenio, porque con lo que me acaban de contar ya hace parte de mi historia..

    Buenos días Patty,

    Julio César

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