De clic en play para escuchar a Alejandra leer la entrada.
En el cumpleaños de Deysi, Doña Ligia nos regaló de sorpresa dos pollitos metidos en unas canastas de mimbre que tenían una tapa para que no se salieran y tampoco respiraran.
Me encantó el regalo, sobre todo porque pusieron las canastas en el piso y podía oír a todos los pollos hablando al mismo tiempo.
En el bus de regreso a Guarne, mami me daba mi pollo que luego me quitaba diciendo que ese era el de Karina y me daba el de ella y así todo el trayecto. Hasta que irritada, ya que quería jugar con mi regalo, golpeé una canasta fuerte contra el piso diciendo: “¿Cuál es mi pollito pues?”
Karina y mami abrieron los ojos, dijeron que lo había matado y que ese era el mío. Pero no fue así: sólo le había partido una pata.
El pollo andaba cojo y muy triste con el esparadrapo que le pusimos, hasta que a los días se murió. El de Karina vivió unos días más, lo cual me producía mucha envidia, pero no era capaz de pedirle que me dejara jugar con él; además me sentía mal por haber golpeado el mío, pero es que no sabía que fuera tan delicado.
Eso pasó en la casa de Guarne, donde nunca viviste porque no habías nacido. Llegaste unos meses después cuando ya vivíamos otra vez en Medellín.
La abuela Emigdia nos había mandado a una muchacha desde la costa para que le ayudara a mami con el oficio de la casa. Se llamaba Maribel y el recuerdo que tengo de ella es la imagen con la que ella misma se dibujó a lápiz sobre un cuaderno de rayas: una cabeza grande, los ojos salidos y el pelo crespo como en espiral. También recuerdo su voz de barro; no sé por qué siempre pensé, que si las vasijas de barro hablaran, tendrían su voz.
En Octubre soñé que había varias mujeres con voz de barro hablando. Eran mulatas, como las mujeres que veíamos en el Parque Bolívar cuando íbamos a recoger a Maribel los domingos. Al darme cuenta de que las voces venían de afuera del cuarto, me levanté enojada para pedirles que se callaran. Cuando abrí la puerta, encontré a Maribel y a la abuela Isabel esperando a que Karina y yo nos levantáramos para llevarnos al hospital donde estabas naciendo.
A mami le dieron muchos regalos, el que más disfruté fue la cigüeña de metal de mi tamaño que estaba llena de flores y con la que jugué por mucho tiempo. El que menos me gustó fue un long play que se llamaba “Nació Varón”, que sonaba todo el día en la casa y sentía que Cuco Valoy me decía que nacer varón era más importante que nacer mujer.
Días después de que naciste, papi llegó a la casa en un Renault 4 blanco que acababa de comprar. Lo manejaba Pichiriqui, el mecánico del barrio, que le estaba enseñando a papi a conducir. Dicen que los niños llegamos a la casa con una arepa debajo del brazo, tú llegaste en un carro.
En esas vacaciones nos fuimos en el Renault 4 a visitar a los abuelos a la costa. Mami te llevaba adelante, mientras la tía Mona, Karina y yo íbamos atrás.
Paramos en Santa Rosa de Osos a comer pan de queso. Hacía mucho frío, había mucha gente y no me gustaba el olor de la parva recién hecha, mezclado con el de la gasolina de los buses, la neblina de la montaña, el vapor del agua panela caliente y el aliento de los viajeros recién levantados.
Después de Santa Rosa, empezamos a darle vueltas a las montañas hasta llegar a Ventanas, desde donde se veían los precipicios a través de la neblina. Al cerrar los vidrios, el vapor del pan de queso sudado se mezcló con el olor de las cáscaras de mandarina que habíamos estado comiendo, entonces tuvimos que parar varias veces ya que no me dejaban vomitar dentro del carro. Iba muy mareada, en cambio tú ibas tan cómodo adelante que te reías y me parecía increíble que un bebé se riera en los sueños.
Cada vez íbamos más lento, había muchos camiones avanzando muy despacio, hasta que nos detuvimos porque no se podía ver ni el carro que estaba delante de nosotros. Sin darse cuenta, papi se fue adelantando hasta ser el primero en la fila y los demás lo empezaron a seguir.
Años después nos contó que el camino era tan peligroso que los camioneros se habían detenido y por ser la primera vez que él manejaba, no cayó en cuenta del peligro y fue el único que se atrevió a abrir paso entre la neblina.
Como ya teníamos carro, íbamos todas las vacaciones a Cereté. Siempre ibas adelante con mami, siempre nos cuidaba la tía Mona atrás, siempre parábamos en Santa Rosa y siempre vomitaba todo el camino sobre la Mona.
En uno de los viajes, aproveché para pedirle al abuelo Sindo que me regalara un pollo que vi en la finca. Creo que no le gustó la idea de que un animal tan frágil hiciera un viaje tan largo. Cuando nos despedimos, me dio una polla blanca que no era tan tierna como un pollito ni tan bullosa como una gallina. Al meterla al carro empezó a volar y a cacarear, los grandes la agarraron a la fuerza, envolviéndola en una bolsa, pero esta vez con las patas amarradas para que no se volviera a salir. Pobre gallina, miraba de reojo y respiraba rápido como si estuviera asustada. No recuerdo haberle dado agua en las 7 horas de camino, ni tampoco haberla cubierto cuando pasamos por Ventanas. Por mi parte aparentaba estar contenta con ella, pero no era así, quería un pollo pequeño que reemplazara al que había matado.
Una vez Maribel se acercó muy sonriente a decirme que la gallina nos daría una sorpresa. Al día siguiente me mostró un huevo blanco que había puesto la polla. Me puse muy contenta, pero se me quitó la alegría cuando en el desayuno encontré el huevo revuelto, seco, pálido y desabrido que recién había visto. Aunque eso me desanimó más de la gallina, no fui capaz de decir que no pretendía comer sus huevos, se darían cuenta de que no la quería y me regañarían por haberla traído desde la finca.
En ese tiempo aprendías a caminar corriendo por toda la casa en un caminador, pero como no sabías bajar escaleras, un día te rodaste cayendo en el solar sobre un popó de la gallina.
Creo que mami se enojó con ella y por eso se la regaló a Doña Ligia, la mamá de Deisy. Deisy era una amiga de Karina, que todos los días se montaba sola en un bus, para llevarle el almuerzo a su papá. Una vez que pasamos por su tienda, solo pudimos saludarlos desde fuera, ya que tenían una cerca para que no se entraran los ladrones. A mí me impresionaba que a una niña de nuestra edad la dejaran montar sola en un bus, sobre todo porque nos contó que nunca se sentaba en la silla de la ventana ya que algunos hombres que querían ser sus novios se le hacían al lado y no la dejaban salir.
Una tarde doña Ligia regresó del trabajo tan contenta, que pasó por cada casa saludando a todas las vecinas. Conversó un rato con nosotras, contándonos que la polla iba muy bien en su casa con sus gallinas amigas. Me alegré por ella, pero ni se me ocurrió decirle que iría a verla.
Al día siguiente, unos muchachos que pasaron por la compraventa en una moto, le dispararon a doña Ligia y a su esposo.
Aunque quería saber cómo era un muerto, no me dejaron ir a la iglesia, por lo que debí conformarme con ver el desfile fúnebre desde la ventana, atisbando cómo el ataúd con el cuerpo de Doña Ligia hacía el mismo recorrido que ella había hecho dos días antes, esta vez ya no saludando contenta a sus vecinos, sino despidiéndose en silencio.
Días después repartieron a sus hijos entre las tías, nunca volvimos a ver a Deysi, pero nos devolvieron la gallina.