Uno camina para llegar a algún lado. Eso fue lo que sucedió el día en que llegué a la ciudad de Buenos Aires por quinta vez, en unos días fríos, algo de sol mañanero y un poco de inseguridad personal, esa que produce volver a seguir sus pasos por un lugar antes recorrido.
Los caminantes han sido esos personajes en las películas que se roban el show porque se encuentran en el camino una historia inesperada y como saben que cualquier cosa puede pasar, viven intensamente; ha pasado en Paris-Texas de Wim Wenders, película en la que un hombre caminó tanto que cuando por fin llegó a un lugar terminó sin saberse cuál era su objetivo.
Y es que uno tiene siempre un objetivo en mente, así no lo quiera reconocer. El mío esta vez no sería el del turista que va a disfrutar un duro invierno austral pero que lo decide porque la ciudad se verá más romántica o tenue así. No. Realmente nunca fui un turista en Buenos Aires o por lo menos nunca me sentí de esa manera. Siempre tuve una responsabilidad y caminé en esa dirección: primero estudiar y cursar las materias, luego sustentar la tesis y, finalmente, reclamar los títulos y hacer todos los trámites burocráticos de salida de la universidad.
Cuando uno escucha que alguien hace un plan turístico, se incluye una guía por las zonas más representativas de los lugares, con su respectiva explicación, pasajes, recorridos, entradas, salidas, hasta amigos vienen incluidos porque siempre andan en grupo. Yo no. Nunca hice un plan de esos, ni mucho menos me subí al bus de dos pisos escarpado encima para ver la ciudad, aunque lo vi mil veces rodando por las calles bonaerenses. Siempre caminé hacia algún sitio como lo hacen los argentinos, van al colectivo, a una cita, a otro lugar, pero van siempre caminando, apurados por las calles del microcentro, cerca al Obelisco, los tribunales, la casa rosada, esos lugares en los que el tiempo pasa más rápido porque la vida allí es de gente “exitosa” o que quiere serlo algún día.

Esta vez yo caminé, no para alcanzar el éxito o algún empleo, sino un puesto en las distintas oficinas de las que requería trámites. El Ministerio del Interior, la universidad, el Ministerio de Relaciones Exteriores, las oficinas de títulos, el apartamento. Caminar cuesta y cómo cuesta cuando uno se pierde entre los edificios y no está seguro de querer continuar así.
Caminar por Buenos Aires se hace caótico, no porque las calles estén atiborradas de gente, sino porque si necesitas realizar algún trámite, sacar algún papel, debes tener en cuenta que hay que hacer una o varias filas en el sitio al que llegues, sea una cancillería, una oficina postal, un Ministerio, un almacén o un lugar en el que se debe hacer una fila porque es la única forma en la que el trámite se resolverá. El tiempo aquí es la angustia. El paso, los días, el frío y una noche de desvelo esperando no volver a caminar para llegar a hacer más filas y así resolver eso que necesitas resolver.

Las filas en la ciudad suelen ser largas; las de espera del colectivo son las más amenas, hay personas vestidas de distintos colores, los edificios, la rutina de la ciudad externa distraen. Las filas de las oficinas de reclamo dependen de algunos pasos que das y vas resolviendo poco a poco mientras pasas de una fila a otra, intentando resolver algo que sabes que se demorará mucho y que otras personas no resolverán fácilmente. La peor fila es la que no sirve para nada, esa que te lleva al desespero porque luego de estar avanzando muy lento por media hora, al final te hace falta algún papel o no pusiste un sello en el Ministerio del Interior argentino, entonces perdiste todo el tiempo.
Caminar por Buenos Aires hace que uno piense que mientras se avanza detrás de una gran multitud está una cámara de cine que espera hacer el recorrido de Corrientes hasta Córdoba por toda Florida como en un rodaje en cámara subjetiva en la que uno es la lupa que orienta la mirada y al mismo tiempo protagonista de esos pasos recorridos. No basta con pensar que allí hay mucho que explorar, la ciudad, el microcentro de la ciudad se funde con la cercanía al río y caminar por puerto Madero hace que la escena del film cambie porque aquí todo es paz y armonía, matizada con olores a edificios lujosos pero vacíos.
La paradoja de caminar por Buenos Aires se cruza con la manía conductista de hacer fila donde hay más de una persona pensando que allí está la fila cuando no hay nada y la fila está en otro lado; hay tantas filas que cualquier descuido hace que una persona se pare detrás de otra y otra detrás de otra y así sucesivamente hasta que todos creen que hacen fila para algo, cuando todos están haciendo fila para nada, o que están haciendo fila para eso a lo que llegaron y que nunca fue.

*Texto por Diomedes Acosta Mora. Imagen destacada por Oscar Iván Pérez H.