Tengo la teoría de que si una canción es realmente buena siempre voy a recordar cuándo y dónde la escuché por primera vez. Así empieza esta historia. En el verano de 2005 viajé a Bucaramanga a pasar unas vacaciones con David, mi primo. Él tenía acceso a internet, lo cual era una novedad en esa época, y además tenía Napster, ese programa que posibilitaba la descarga gratuita de canciones que luego pondría en jaque a la industria discográfica. Hasta ese día yo había dado vueltas entre la música electrónica y la música para planchar que escuchaban mis papás.
Una mañana mientras bañábamos a Susi –la Golden Retriever de mi primo–, David me dijo: “Mira la canción que descargué anoche” y fue así como el mono bumangués se puso sus pantalones más ajustados, se acomodó sus glamurosas gafas de sol, tomó la guitarra y tocó Gimme Shelter, derritiendo nuestras paletas de limón.
Once años después la lluvia sinvergüenza caía desde el cielo de Bogotá entusiasmando a miles de personas en el estadio Nemesio Camacho el Campín; entre ellas, mi primo, mi hermano y yo. Y aquellos acordes que llegaron de modo ilegal a mis oídos por primera vez, en esta ocasión llegaban interpretados directamente desde los dedos de su compositor, tocando esa canción, que es un himno, un manifiesto de guerra y también una confesión del miedo a que nos peguen un tiro en la frente, nos violen o nos roben en cualquiera de las calles de esta ciudad.
Rape! Murder! It’s just a shot away
David llegó de Bucaramanga en el vuelo del mediodía, el siguiente nunca llegó, ya que la tormenta que azotó la capital generó el cierre temporal del aeropuerto internacional El Dorado, todas las personas que venían de otras ciudades en los vuelos de la tarde se quedaron sin poder cumplir su sueño.
Teníamos entradas platino por las cuales pagamos 1 millón de pesos (300 USD). Mientras la lluvia nos llegaba a los tobillos y en la fila crecía el rumor de que si seguía lloviendo así iban a cancelar el evento, recordé un artículo que decía que el Estado había cosechado 52 mil millones de pesos en impuestos por lo conciertos de Paul McCartney, Madonna, Beyoncé y Katy Perry –esto sin contar los tributos generados por los Stones–, de los cuales 20 mil se habían quedado en Bogotá, invertidos en la mejora de “diversas salas de teatro, danza y títeres», como dijo para el diario El Tiempo Adriana Hurtado, coordinadora del Espectáculo Público del Ministerio de Cultura. —20 mil millones para arreglar salas de títeres, y nosotros haciendo fila bajo la lluvia —dijo una mujer que nos escuchaba con atención mientras yo no paraba de mirarle sus senos mojados entre su camiseta de los Stones, también mojada. —Se destapa el carrusel de los conciertos —dijo su acompañante, a quien ni siquiera miré.
Aunque estábamos en la mejor localidad, nos deslizamos con agilidad por entre los demás asistentes para estar más cerca del cantante que, poseído por un trance artístico, pintaba nuestras almas de negro, tal vez con la esperanza de poder cruzar una mirada con él, o de un roce de su mano, o que nos dijera alguna palabra en español como “parceros”, que seguro aprendió de Juanes en el camerino antes de subir al escenario.
I want to see it painted, painted black
Black as night, black as coal
I want to see the sun blotted out from the sky
I want to see it painted, painted, painted, painted black, yeah
Al día siguiente del concierto intenté encontrar algún reportaje o crónica sobre el suceso y hallé lo siguiente: “Tenga en cuenta estas recomendaciones si va ir al concierto de los RS”, “Conozca los cierres y desvíos por el concierto de los RS”, “Estas serían las canciones que los RS tocarían en Colombia”. La tarea estaba más difícil de lo que imaginaba, pensé, una buena crónica se demorará unos días, así que desde entonces he estado escarbando desesperadamente hasta en los periódicos que regalan en las entradas de las estaciones de Transmilenio, chocando con lo siguiente: “Histórico concierto en Bogotá”, “Bogotá se rindió ante los Rolling Stones” y cualquier otra cantidad de encabezados idénticos titularon los medios. Otros autores más osados –pero no más astutos– redactaron “La oblea de Mick Jagger”, “La noche en que 45.000 personas sacaron la lengua con Rolling Stones”, al fin todas engendradas como siguiendo una guía o el ABC de las crónicas de concierto. ¿Dónde carajos estaban los buenos escritores? ¿O acaso los buenos escritores no malgastan su dinero en conciertos? Si la segunda premisa era la realidad eran malas noticias para mí.
Pero ¿por qué estaba buscando impacientemente un texto sobre esto? Porque yo quiero escribir mi versión de los hechos y este es el segundo intento. El primero pretendía cuestionar la idea misma de crónica, de no ficción, tal y como la conciben los académicos y como no la venden los medios. La versión original no pretendía competir con aquellos ejemplares escritos con un manual en la mano. Era una protesta contra las formas; crónica, reportaje, ensayo, cuento, poema, etc.; pretendía dejar todos esos géneros inútiles en un segundo plano para darle la importancia a lo que realmente lo tenía: la idea. Mi cometido era narrar una idea buscando la mejor manera para expresarla y no crear un texto simple y académico, pero acá me tienen transcribiendo una crónica cursi llena de clichés para que no se quede en la basura y sirva para publicar en los periódicos de fin de semana, como diría mi profesor.
If I could stick my pen in my heart
And spill it all over the stage
Would it satisfy ya, would it slide on by ya
Would you think the boy is strange?
Ain’t he strange?
Los chicos enfrente de nosotros parecían no ser colombianos, lo noté por su acento y por su manera de disfrutar, mientras miles intentábamos estar cada vez más cerca de la tarima, ellos solo querían bailar y cantar tan fuerte como sus piernas y pulmones se lo permitían, hasta que todos fuimos fusilados por el coro angelical de la Universidad Javeriana, invitados especiales de los Rolling Stones para cantar la introducción de una de una de sus canciones más emblemáticas.
You can’t always get what you want
But if you try sometimes you just might find
You just might find
You get what you need
Hoy gozo del beneficio de mi experiencia pues en los últimos cinco años he podido disfrutar de festivales, conciertos en estadios, teatros, bares e inclusive en Transmilenio. He estado en conciertos privados, he escuchado en vivo desde ópera hasta carranga, desde rap hasta música clásica. Lloré con mi hermano cuando vimos a Paul McCartney cantar Yesterday a escasos metros de nosotros, presencié lo que quedaba de The Doors, canté bajo la lluvia Wonderwall con Noel Gallaguer, vi a Snoop Dog, escuché a Andrés Calamaro cantar De Música Ligera, estuve en un pogo de Molotov en Rock al Parque, detesté a Robi Draco Rosa por irse de un concierto luego de interpretar apenas cinco canciones, una novia me terminó mientras oíamos a Zoé tocar música de fondo. Asistí al regreso de Aterciopelados, sentí temblar la tierra cuando 100 mil personas saltaron al ritmo de Dr. Krápula, bailé al ritmo de Jorge Velosa en el parque de mi pueblo. Pero esa noche, estando ahí en una nube de éxtasis en frente de la banda más grande de rock del mundo, descubrí que no hay felicidad completa, que faltó una canción, que llovió demasiado, que pagué de más por esto, que me va tocar hacer una tercera versión de esta crónica y que si hubiera sido un sueño, tú hubieras estado ahí, rascándote la nariz, con tus converse blancos llenos de barro, quejándote por el frío, pero con tu mano en mi mano bajo la lluvia saltando y cantando.
I can’t get no satisfaction
Foto y texto por Alex Murcia.