Por Emilia Dominguez
Marta, la bailarina,
no usa zapatillas de punta
ni tutú celeste
ni redecilla para sostener el pelo en una moña
no espera con ilusión diciembre
para presentarse en el teatro
no escucha a Verdi ni a Tchaikovski
su sonrisa se la prestó hace años
a la joven dibujada en la valla de la entrada
de ese local calado de moho y de olvido
el tiempo puso en su cabeza
numerosos hilos de alambre amarillo
y en su cara un forro grueso y brillante
que se agrieta cada vez que intenta una palabra
para Marta desde hace tiempo
no hay nada más allá
nada adentro
nada atrás
solo sabe de esa calle sucia del centro
en la que ninguna puerta es una salida
solo sabe del pecado
y de esa noche
que no es la primera ni la última
sino la misma noche
desde siempre
*Imagen de «La Estrella» de Edgar Degas